Mañana, será tarde

C. G. Octubre 1977logo pdf
Mañana, será tarde
por el élder Paul H. Dunn
de la Presidencia del Primer Quórum de los Setenta

Paul H. DunnAl viajar por todos los lugares donde está establecida la Iglesia, al observar muchos de los problemas que existen, y al escuchar cuidadosamente en esta conferencia y en otras reuniones, aprecio mejor la preocupación de nuestro Presidente por llegar hasta aquellos que están apartados o inactivos en la Iglesia.

En un discurso él llamó la atención hacia un punto muy interesante con una  aguda observación, y me gustaría repetir sus palabras: «Es mucho mejor prevenir, que tener que redimir». ¿Comprendéis la diferencia? Es mucho mejor prevenir, que tener que redimir. Jovencitos, jóvenes parejas, gente joven en todas partes, por favor, anotad esas palabras.

Mientras mis hijas crecían, en los muchos viajes que hicimos juntos en auto, las preguntas que me hacían más a menudo eran -,»Cuándo vamos a llegar?» «¿Cuánto más vamos a tardar?» No he podido menos que reflexionar en el hecho de que esas  preguntas son muy similares a algunas que los adultos hacemos.

Muchas veces pensamos que seremos felices cuando lleguemos a cierto destino, cuando terminemos la escuela, cuando consigamos un trabajo mejor, cuando obtengamos cierto nivel de ingresos, cuando nazca el bebé, cuando saldemos nuestras deudas, cuando nos recuperemos de una enfermedad, cuando podamos comprar un auto, cuando terminemos alguna tarea que nos disgusta, cuando nos jubilemos, cuando nos veamos libres de toda responsabilidad.

Mi padre solía enseñarnos que la vida es un viaje y no un campamento, y que aun así hay demasiada gente que está acampando.  Quisiera instaros ¿í todos, particularmente a los jóvenes solteros y a los jóvenes casados, a que contemplen la vida en su plenitud y disfruten de esta maravillosa jornada.

Recuerdo a una abuela que enviudó a comienzos de su matrimonio y se mudaba de la que había sido su casa por muchos años.  Una nieta, próxima a casarse, le ayudaba cuidadosamente a empacar las cajas de loza y las descoloridas toallas, «¿Ves esa máquina de coser?», dijo la abuela, señalando hacia un rincón de la cocina.  «Tu abuelo siempre dejaba su sombrero allí cuando llegaba a casa por las noches.  Siempre lo reprendía por esa costumbre.  ‘¿Por qué no cuelgas tu sombrero en la percha?, solía decirle.  ‘¿Por qué tiene que estar el sombrero siempre sobre la máquina de coser, hacer que todo parezca desordenado?’ Pero un día, tu abuelo contrajo pulmonía y murió, dejándonos a mí y a cuatro niños pequeños añorándole por el resto de nuestra vida.  Infinitas veces a lo largo de estos años he pensado: ¡Qué no daría por ver su sombrero sobre la máquina de coser, puesto allí por su propia mano!»

Como la abuela en este relato, a menudo permitimos que las cosas triviales nos nublen la vista.  Nos enredamos en futilidades, o en un exceso de reuniones, tanto de la Iglesia como de otras clases, que no tienen significado ni propósito; reprendemos a aquellos a quienes amamos por verdaderas insignificancias, pequeñas faltas, cosa que no tienen ninguna importancia en la inmensidad eterna.  En vez de atesorar aquellos momentos tan especiales compartidos con nuestros seres queridos, nos dedicamos a encontrar errores, ya sea imaginarios o reales.

Cuántos de nosotros decimos a nuestra esposa o esposo, o a nuestros hijos: «¿Por qué no haces esto?» «¿Por qué no haces aquello?» «Algún día, cuando tenga tiempo . . .»

La última de mis hijas partió con destino a la universidad el mes pasado, y los dieciocho años de diaria convivencia con ella llegaron repentinamente a su fin. ¿Dónde quedaron? ¿Qué minuto, que hora, qué día o noche se han devorado todos esos preciosos y dichosos años de crecimiento?  La primera noche que faltó de casa fui hasta su cuarto y me puse a mirar su tocadiscos y pensé eh todas las veces en que casi mecánicamente, le dije: «Baja el volumen de ese tocadiscos».  Y también pensé en cuán a menudo en los días venideros añoraremos volver a escuchar esa música.  Gracias al Señor, tanto nosotros como ella tenemos muchos recuerdos maravillosos para los años futuros.

Nuestra hija Janet está en el hospital en este mismo momento; ella y nosotros sabemos cuán hermosos son los momentos que tenemos para compartir; y ella conoce nuestro gran amor que le tenemos.

¿Por qué será que esos momentos repentinos de claridad, cuando valoramos a nuestros seres queridos, nos llegan tan raramente? ¿Por qué nos dejamos atrapar por esa tendencia a hallar faltas, investigar o acosar a aquellos que permanecen mas cerca de nuestro corazón? ¿Es que acaso vale la pena?

Quizás lo que necesitamos es detenernos en medio de nuestra vida tan ocupada y agitada, aun en medio de nuestras muchas reuniones, y observar.  Aprecio que el Señor nos haya instruido con respecto a reuniones importantes.  Pero hay otras que no han sido bien preparadas, y en esas debemos detenernos a observar, observar las arruguitas que aparecen en sus ojos cuando sonríe, observar la inclinación de su cabeza cuando la luz se refleja en su cabello, recordar su sentido de humor.  Quizás cuando las cosas tiendan a afectarnos, necesitemos detenernos por un instante para obtener claridad de pensamiento. Necesitamos recordar porqué hacemos todas estas cosas, recordar cuánto amamos a aquellos a quienes amamos.

Una joven madre estaba atrasada para una reunión, una reunión que era muy importante para ella.  Al salir corriendo de su cuarto, su pequeña de tres años la detuvo, llamándola: «Mamá, mamá».  «¿No puedes ver que estoy ocupada?» replicó la madre impaciente.  «Mamá, quiero decirte algo.» «Ahora no», dijo la madre haciendo un gesto de irritación n la mano.  «Mamá», comenzó a insistir nuevamente la niña.  «¡Pero, caramba! ¿qué quieres?» dijo la madre.  «Sólo quiero decirte que te quiero.»

Bueno, y así la vida transcurre.  Miramos a nuestro alrededor y somos jóvenes, nos damos vuelta hacia el otro lado, y somos viejos.  Los minutos pasan junto a nosotros vertiginosamente; no podemos detenernos ni tampoco aminorar su marcha apresurada.  Tenemos dieciocho años-, al momento tenemos veintiocho, y en seguida llegamos a los cuarenta y ocho; Y nuestras sienes se vuelven blancas. ¿Es que acaso tenemos suficiente tiempo para fastidiar, regañar, acosar o protestar a aquellas personas a quienes más amamos; Nos estamos engañando si pensamos que lo tenemos.

Una dama hablaba con un distinguido senador, y le pidió que se interesara en el caso de una persona que necesitaba ayuda. El senador le respondió: «Julia, estoy muy ocupado; ya no tengo tiempo para ocuparme persona mente de los demás.» Ella le contestó: «Es verdaderamente asombroso, senador.  Ni siquiera Dios ha alcanzado ese punto todavía.»

Preocupaos primero por las personas, las relaciones, los seres amados. ¿Qué puede haber que sea más importante?  No penséis que estáis más ocupados que el Señor, que pone en primer lugar y sobre todo lo demás, el valor de las almas.

Hace poco, una noche regresaba en avión de un viaje; había estado ausente solo tres días, pero al contemplar las luces de la pista de aterrizaje cada vez más cerca, me sentía lleno de emoción y expectativa ante el reencuentro con mi familia.

¿Es que acaso necesitamos alejarnos de nuestro hogar o que uno de nuestros hijos se vaya de casa, para apreciarlos?  Es necesaria la muerte de un esposo que nunca volverá a dejar su sombrero fuera del lugar, para recordarnos cuán dulces son los momentos con nuestros seres queridos y amigos, cuán breves llegan a ser con el paso del tiempo? ¿Es que acaso necesitamos estas cosas para detenernos en nuestra búsqueda de errores, y darnos cuenta de la belleza de cada minuto que pasamos juntos?

¿Cuándo vamos a llegar? ¿Cuánto más vamos a tardar?. son preguntas a menudo formuladas por niños impacientes. «¿Cuándo llegaré?», es una pregunta que se hacen los adultos, al enfrentarse a las tensiones del diario vivir.  Ruego que a nosotros no nos lleve toda una vida el darnos cuenta de que siempre hemos estado en nuestro destino, que la vida no nos ofrece nada más dulce que el amor de nuestros seres queridos, y la oportunidad de compartir con ellos algunos momentos.

Recordad las palabras del presidente Kimball: «Es mejor prevenir, que tener que redimir».  Que Dios nos dé la sabiduría que necesitamos para comprender que la vida no es más que una gran jornada, y el sentido común para disfrutar de ella.  Os dejo mi testimonio de estas verdades en el sagrado nombre de Jesucristo.  Amén.

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