Anhelosamente consagrados

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Anhelosamente consagrados
élder Joseph Anderson
Del Primer Quórum de los Setenta

Joseph AndersonEl Señor nos ha dicho que «los hombres deberían estar anhelosamente consagrados a una causa justa, haciendo muchas cosas de su propia voluntad, y efectuando mucha justicia; porque el poder está en ellos, por lo que vienen a ser sus propios agentes.  Y si los hombres hacen lo bueno, de ninguna manera perderán su recompensa» (D. y C. 58:27-28).

Este pasaje se refiere tanto a los miembros de la Iglesia como a los que no son miembros; todos, hombres y mujeres tenemos el poder de hacer el bien, y es de suma importancia que tengamos el deseo y la determinación de vivir rectamente.  Jamás deberíamos ocuparnos en ningún servicio que no fuera por una causa justa.  Si nos dedicamos a hacer algo malo o contrario a lo que es justo, dejamos de cumplir con las obligaciones que tomamos sobre nosotros en las aguas del bautismo.  Muchas personas del mundo, sin ser miembros de nuestra Iglesia, se dedican a causas buenas y procuran efectuar mucha justicia.  Aquellos que se esfuerzan por mejorar a la humanidad, que enseñan la fe en Dios y a llevar una vida recta, están dedicados a una causa justa y no perderán su recompensa.

Si deseamos recibir las bendiciones que el Señor se complacería en otorgarnos, debemos tener fe en el Señor Jesucristo, debemos tener el conocimiento del verdadero Dios viviente, debemos arrepentirnos de nuestros pecados, y superar cualquier falta de comprensión; debemos humillarnos ante Dios, hacer convenios con El, Y cumplirlos.

El hermano George Albert Smith, uno de nuestros presidentes y un hombre sincero, solía decir: «No les pedirnos a nuestros amigos que no son miembros que renuncien a las verdades que encuentren en su iglesia o en su vida, sino que nos complacería que a lo bueno que ya tienen, agregaran las verdades eternas del evangelio.  Si lo hacen, lograrán un gozo y una felicidad que excederán todo lo que hayan conocido antes.

El Evangelio de Cristo abarca toda verdad «visible o invisible al ojo humano».  Todos los hombres tienen la posibilidad de arrepentirse de sus pecados, a menos que cometan el pecado imperdonable; pueden recibir las bendiciones de una vida justa con tal de que se comprometan a guardar sus mandamientos, se humillen y busquen la ayuda y guía del señor.

Me inclino a creer que las personas generalmente quieren hacer el bien, porque se sienten más felices cuando lo hacen. El pecado nunca fue felicidad, y crea una cortina de hierro entre el hombre y Dios. El Señor nos dio el modelo correcto cuando dijo:

«Todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos.» (Mateo 7:12.)

El Señor no nos ha dado ningún mandamiento que no sea para nuestro bienestar y que no nos traiga satisfacción y felicidad si lo cumplimos.  Necesitamos la ayuda del Señor, y El nos la dará si la buscamos y seguimos la senda que nos ha señalado.

Nuestros jóvenes misioneros que salen al mundo a predicar el evangelio, vuelven felices a sus hogares porque han estado en el servicio del Señor, procurando bendecir a la humanidad; El ha estado con ellos y su Espíritu los ha guiado; llevan una vida limpia; no pertenecen al mundo materialista.

Tomamos la Santa Cena en memoria del sufrimiento de nuestro Señor, y hacemos convenio de guardar sus mandamientos para tener siempre su Espíritu con nosotros.  Este no nos llevará a hacer nada que sea malo, sino que nos alentará a hacer lo bueno, y si nos dejamos persuadir y guiar por esta santa influencia, nos acercaremos al Señor, progresaremos mediante buenas obras y venceremos las debilidades de la carne.  El hombre que tiene la compañía del Espíritu del Señor es un hombre feliz, y puede ser un fiel patriarca y guía de su hogar y su familia; es un buen vecino, y puede ser una buena influencia entre sus conocidos.

Los himnos que cantamos tienen una influencia benéfica en nuestra vida.  La música del Tabernáculo ejerce una influencia espiritual y cultural sobre los oyentes.  El espíritu con que el Coro canta la letra y la melodía de nuestros himnos y de las composiciones de otras personas inspiradas, crea en los que escuchan o participan, el deseo de servir al Señor. Los himnos inspirados que cantamos en nuestras congregaciones son oraciones y canciones de regocijo para nuestro Señor.

Los hombres anhelan la paz, pero no hay paz.  Vivimos en tiempos que prueban los corazones de los hombres, pero no debemos temer si estamos de parte del Señor.  No es prudente aplazar el día de nuestra preparación pensando que el Señor demora su venida.  Es verdad que no sabemos ni el día ni la hora, ni el mes ni el año, pero sí reconocemos las señales que El nos ha dado como indicio de la proximidad de ese gran acontecimiento.

¿Cómo podemos prepararnos para ese día? Debemos guardar los mandamientos del Señor, debemos dedicarnos a una causa justa, esforzándonos por efectuar mucha justicia. Hemos de amonestar a nuestro prójimo; debemos enseñar a nuestros hijos doctrinas verdaderas y guiarlos por caminos de rectitud.

El Señor ha dicho a este pueblo:

«Y después de vuestro testimonio vienen la ira y la indignación sobre el pueblo.» (D. y C. 88:88)

Es innato en nuestra naturaleza desear compartir con nuestros seres queridos lo interesante, lo precioso, lo vital de nuestra vida. Tenemos el Evangelio del Señor Jesucristo, que es lo más precioso, lo más importante del mundo.  Amamos el Evangelio de nuestro Señor, amamos a los hijos de nuestro Padre y deseamos compartirlo con ellos, porque eso traerá gozo y felicidad a sus almas; y si lo aceptamos y seguimos, El nos dará la salvación y la exaltación en su reino.

Nuestra Iglesia, la Iglesia de Cristo, comparte el evangelio. Tenemos la responsabilidad de hacer todo lo posible para salvar las almas de los hombres, para llevarlos al conocimiento de Dios y para ayudar al Señor a llevar a cabo su gran propósito.  La aplicación de las enseñanzas del Maestro, tales como se enseñan en su evangelio, es lo único que puede salvar al mundo si el hombre ha de ser feliz, necesita más los aspectos espirituales de la vida que los materiales o físicos.  Los principios del evangelio se han dado con el propósito expreso de traer al hombre la felicidad y el gozo en esta vida y una eternidad de gozo en la vida venidera.

¿Por qué nos interesa tanto influir en los hombres para que sirvan a Dios y guarden sus mandamientos? Es que son todos hijos de Dios, son nuestros hermanos.

El hermano James E. Talmage, miembro del Consejo de los Doce Apóstoles, nos ha legado este pensamiento inspirador:

«¿Qué es el hombre en este infinito universo de sublime esplendor?  Yo os contesto: En potencia por ahora, pero con seguridad en el futuro, es más grande y más espléndido, más precioso según la aritmética de Dios, que todos los planetas y astros del universo.  Estos fueron creados para él; son la obra de las manos de Dios; el hombre es su hijo.  En este mundo se le da al hombre dominio sobre unas pocas cosas; es su privilegio alcanzar la supremacía sobre muchas cosas.

Por incomprensiblemente grandes que sean las creaciones físicas de la tierra y el espacio, han sido creadas como medios indispensables para lograr el propósito supremo, el cual se declara así en las palabras del Creador:

«Porque, he aquí, ésta es mi obra y mi gloria: llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre.» (Moisés 1:39.)

Pensad en la gran tragedia, la terrible responsabilidad que los hombres toman sobre sí y tan a la ligera, cuando hacen invenciones para la destrucción de la vida humana; el castigo es eterno.

Charles Kingsley ha dicho:

«Nada que el hombre invente podrá justificar la necesidad universal de ser bueno como Dios es bueno, justo como Dios es justo, y santo como Dios lo es.»

Nuestro Salvador, mediante su gran sacrificio expiatorio y por su gran amor y compasión por nosotros, hace posible que todo el género humano se levante de la tumba, abriendo así la puerta de la inmortalidad para todos los hombres. Si El no hubiera dado su vida por nuestra salvación, seríamos heridos por el terrible aguijón de la muerte, la tumba ganaría una abrumadora victoria, y el hombre sería despojado de la bendición de la inmortalidad y la vida eterna.

¿Y qué es la vida eterna?  Se podría pensar que la inmortalidad y la vida eterna son sinónimos. Es cierto que la inmortalidad es una parte de la vida eterna, pero si vamos a heredar la vida eterna en el sentido verdadero, debemos obedecer las leyes del Evangelio de Jesucristo, que es el plan de vida y salvación que El nos ha revelado.  Solamente así podemos obtener el galardón de la exaltación y la vida eterna al volver a la presencia de nuestro Padre Eterno en su reino celestial.

La recompensa por hacer lo justo es el gozo y la felicidad en esta vida y la vida eterna en el mundo venidero.  Hacer lo justo significa guardar los mandamientos que el Señor nos ha dado.  El evangelio es el plan de vida y de salvación, la forma correcta de vivir, las enseñanzas de nuestro Señor y Salvador, la luz del mundo; lo contrario a esto es la oscuridad y el remordimiento.

Testifico que ésta es la obra del Señor, que el Evangelio de Jesucristo se ha restaurado sobre la tierra con sus llaves, poderes y autoridades, y que es la obra del Señor llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre, y lo hago en el nombre de Jesucristo.  Amén.

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