Conferencia General Abril 1978
Las responsabilidades del Sacerdocio
presidente Marion G. Romney
De la Primera Presidencia
Mis amados hermanos quisiera dirigirme en primer término a vosotros, los padres, concerniente a la responsabilidad que tenemos de enseñar y capacitar a nuestros hijos. Desearía después hablarles a los poseedores del Sacerdocio Aarónico.
Recientemente pasé un sábado por la noche en un hotel. El domingo por la mañana me despertó abruptamente una conversación en voz alta. El lenguaje era profano, sucio y ofensivo. Me conmovió el advertir que quienes hablaban eran tan sólo niños. Inmediatamente vino a mi mente el proverbio:
«Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él» (Prov. 22:6).
Luego recordé las palabras de la revelación, donde dice:
«Los niños pequeños… no pueden pecar, porque no le es dado el poder a Satanás de tentar a los niños pequeños… a fin de que se requieran grandes cosas de las manos de sus padres.» (D. y C. 29:46-48.)
Me entristeció pensar en el sufrimiento por el que tendrán que pasar esos niños y sus padres por no haberles proporcionado la preparación «requerida de las manos de sus padres».
Como padres, nunca debemos olvidar lo dicho por el Señor:
«…si hubiere en Sión… padres que tuvieren hijos, y no les enseñaren a comprender la doctrina del arrepentimiento, de la fe en Cristo, el Hijo del Dios viviente, del bautismo y del don del Espíritu Santo por la imposición de manos, cuando éstos tuvieren ocho años de edad, el pecado recaerá sobre la cabeza de los padres…
Y también han de enseñar a sus hijos a orar y a andar rectamente delante del Señor.» (D. y C. 68:25, 28.)
Haciendo un comentario sobre estas instrucciones, el presidente José Fielding Smith dijo:
«Muchas personas en el mundo consideran haber cumplido con todo su deber hacia sus hijos, cuando les han dado una casa, comida, ropa, abrigo, y educación… mas los padres Santos de los Últimos Días, tenemos un deber aún más importante. Debemos enseñar a nuestros hijos… No es suficiente con enviarlos a la Primaria, a la Escuela Dominical, y al colegio. Los padres tenemos el deber personal de actuar como maestros de nuestros hijos. Debemos asegurarnos de `. . . Enseñar a sus hijos a orar y a andar rectamente delante del Señor’ » (Doctrine and Covenants Commentary, ed. rev., Des. Book Co., 1972, pág. 414).
Si como padres leyésemos frecuentemente los versículos 40 al 50 de la sección 93 de Doctrinas v Convenios, recibiríamos una ayuda extraordinaria para mantenernos alertas en nuestras responsabilidades divinas de enseñar y capacitar a nuestros hijos.
Y permitidme ahora recordaros, poseedores del Sacerdocio Aarónico, que tenéis una seria responsabilidad al respecto. Vosotros sois responsables ante el Señor de la conducta que habéis observado a partir del momento en que cumplisteis los ocho años de edad.
Al nacer, cada uno de vosotros fue iluminado por el Espíritu de Cristo. Este Espíritu, llamado algunas veces conciencia, os dio el sentido de lo que es correcto y lo que es incorrecto, aún antes de que cumplierais los ocho años. Cuando fuisteis bautizados y confirmados, recibisteis el don del Espíritu Santo.
Al cumplir doce años la mayoría de vosotros recibió el Sacerdocio Aarónico. En realidad, Dios os ha delegado parte del poder y autoridad de su Sacerdocio. Tanta confianza tiene en vosotros que os ha dado la autoridad de actuar en ciertas funciones de su Iglesia, funciones que el Salvador mismo llevó a la práctica. Cuando actuáis en ellas, vuestros hechos son tan sagrados y con tanta autoridad como cuando Jesús y sus Apóstoles los pusieron en acción.
Con relación a las responsabilidades del Sacerdocio Aarónico, el Señor, en el momento de organizar la Iglesia, dijo:
«El deber del presbítero es predicar enseñar, exponer, exhortar, bautizar y administrar la Santa Cena,
Y visitar las casas de todos los miembros, exhortándolos a orar vocalmente y en secreto, y a cumplir con todos los deberes familiares.
El deber del maestro es velar siempre por los de la iglesia, y estar con ellos, y fortalecerlos:
Y ver que los miembros de la iglesia se reúnan con frecuencia, y que todos cumplan con sus deberes.» (D. y C. 20:46-47, 53, 55.)
El deber de los diáconos es repartir el Sacramento, recoger las ofrendas de ayuno y «amonestar, exponer, exhortar, y enseñar, e invitar a todos a venir a Cristo» (D. y C. 20:58-59).
Las bendiciones que recibiréis, si cumplís con vuestros deberes asignados en el Sacerdocio Aarónico en la forma apropiada, serán verdaderamente gloriosas.
Confío en que tengáis el deseo y la determinación de magnificar v llamamientos actuales para que recibáis el Sacerdocio de Melquisedec continuéis haciéndolo, y seáis así contados entre los «elegidos de Dios», lo cual promete el Señor en la gran revelación del Sacerdocio, y lo hace de la siguiente manera:
«Porque los que son fieles hasta obtener estos dos sacerdocios… y magnifican sus llamamientos son santificados por el Espíritu para la renovación de sus cuerpos.
Llegan a ser los hijos de Moisés v de Aarón y la simiente de Abrahán, la iglesia y el reino, y los elegidos de Dios.» (D. y C. 84:33-34.)
En la generalidad de los casos, los hombres grandes y nobles fueron un día jóvenes nobles que establecieron sus cimientos en pos de la grandeza cuando aún se encontraban en sus años de Sacerdocio Aarónico.
Al referirme ahora a algunos de estos hombres, quisiera que prestarais atención a sus virtudes v decidierais imitarlos.
Considerad, por ejemplo, la gran virtud moral de castidad demostrada por José. Cuando tenía dieciséis años de edad fue llevado a Egipto como esclavo y vendido a «Potifar, oficial de Faraón…» (Gén. 37:36).
Su conducta elevada y eficiente impresionó tanto a Potifar que lo nombró mayordomo de todas sus posesiones, incluyendo su misma casa. José era tan atractivo que la esposa de Potifar buscó en forma reiterada la oportunidad de seducirle. El, no obstante, rechazó los intentos de la mujer, diciendo, «¿Cómo, pues, haría yo este grande mal y pecaría contra Dios`?» (Gén. 39:9).
La mujer calumnió a José e hizo que le encarcelaran por un delito que no había cometido.
No obstante, a causa de su integridad, el Señor lo bendijo de tal modo que fue liberado de la prisión y llegó a ser el administrador de los bienes del Faraón. Por último llegó a ser un instrumento en la preservación de la totalidad de la Casa de Israel. La mayoría de nosotros no; enorgullecemos de ser contados entre los de su posteridad.
Todo poseedor del Sacerdocio Aarónico o de Melquisedec, debe observar las normas de castidad de José.
Daniel fue un ejemplo de valor. Siendo aún joven fue llevado a Babilonia para ser instruido por el rey Nabucodonosor. Aun a peligro de su propia vida, tanto él como sus tres compañeros hebreos se rehusaron a quebrar la Palabra de Sabiduría que ellos mismos se habían impuesto.
Más adelante, Daniel demostró su valor en forma más terminante al comunicar a dos reyes la interpretación de ciertos sueños que éstos habían tenido v cuyo significado el Señor le había revelado. Estos sueños presagiaban el inminente advenimiento de ciertos males. Al primero le dijo que sería arrojado del pináculo de poder: al segundo que perdería sus cabales v sería como una bestia del campo, alimentándose de pasto como un buey.
Por el solo hecho de presagiar de esa manera el futuro de los dos monarcas. Daniel dio muestras de gran valor.
También demostró una valentía sin igual cuando en desafío al edicto del rey escogió ser arrojado al pozo de los leones antes que rehusarse a orar a su Padre Celestial.
Nefi demostró la gran virtud de la fe cuando dijo en su juventud:
«…Iré y haré lo que el Señor ha mandado, porque sé que él nunca da ningún mandamiento a los hijos de los hombres sin prepararles la vía para que puedan cumplir lo que les ha mandado.» (1 Ne. 3:7.)
Esta fue su respuesta al mandamiento del Señor dado a través de su padre. Lehi, de que él y sus hermanos regresaran a Jerusalén para obtener (os registro; de Labán.
Cuando su hermano Lamán no pudo persuadir a Labán de entregarle los registros, y él v Lemuel se encontraban a punto de regresar donde estaba su padre en el desierto sin haberlos conseguido. Nefi dijo:
«…Vive el Señor, que como nosotros vivimos no volveremos a nuestro padre sin que cumplamos antes lo que el Señor nos ha mandado.» (1 Ne. 3:15.)
Luego los persuadió a obtener el oro, la plata v otras riquezas que habían dejado en la tierra de su herencia para ofrecerlas a Labán a cambio de los registros; así lo hicieron, mas sin ningún resultado positivo.
Mientras sus hermanos afirmaban que debían regresar junto a su padre sin los registros, Nefi les dijo:
‘…Volvamos a Jerusalén, v seamos fieles en guardar los mandamientos del Señor, porque él es más poderoso que todo el mundo. ¿Por qué pues no ha de ser más poderoso que Labán con sus cincuenta, o con sus decenas de millares?» (1 Ne. 4: 1)
Nefi, guiado entonces por el Espíritu del Señor, fue solo y volvió con los registros. La fe de Nefi era grande.
En el caso de que algunos de vosotros poseedores del Sacerdocio Aarónico, sintáis que sois demasiado jóvenes para aceptar la responsabilidad de vuestro llamamiento considerad estas citas registradas en los escritos de Mormón:
«Y más o menos en la época en que Ammarón ocultó los anales para los fines del Señor. vino a verme. (tendría yo unos diez años) y me dijo…
…Quiero que recuerdes las cosas que hayas observado respecto de este pueblo, y’ cuando llegues a la edad de veinticuatro años… ve a una colina que se llamará Shim; allí he depositado… todos los santos grabados que tienen que ver con este pueblo.
…Llevarás contigo las planchas de Nefi y… grabarás todas las cosas que hayas observado acerca de este pueblo.» (Mormón 1:2-4.)
Mormón recibió estas instrucciones cuando tenía diez años.
Cinco años más tarde escribió:
«Y al llegar yo a la edad de quince años… empezó de nuevo la guerra entre nefitas y lamanitas. Y a pesar de mi juventud, yo era de grande estatura; por tanto` los nefitas me nombraron su caudillo o comandante de sus ejércitos.
Aconteció, pues, que a los dieciséis años de edad salí contra los lamanitas a la cabeza de un ejército nefita.» (Mormón 1: 15, 2: 1-2.)
Supongo que el poseedor del Sacerdocio Aarónico inclinado a dudar en cuanto al cumplimiento de sus deberes en este oficio a causa de su juventud, podría recoger el valor de las experiencias de Mormón.
El profeta José Smith tuvo en su juventud, todas las nobles virtudes que otros jóvenes que llegaron a ser grandes hombres, evidenciaron durante sus años de Sacerdocio Aarónico. El poseía la moralidad demostrada por José en Egipto, el valor de Daniel, la fe de Nefi y la responsabilidad de Mormón.
A los catorce años de edad, contó con la fe suficiente para actuar en base a la promesa de Santiago:
«Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, demándela a Dios.» (Santiago 1:5.)
Al actuar de ese modo, recibió su primera visión.
También demostró valor y responsabilidad en su reacción ante el abuso del que fue presa después de su primera visión.
«…Pronto descubrí», escribió, «…que el relato de mi experiencia había despertado mucho prejuicio en mi contra entre los profesores de religión, y trajo sobre mí mucha persecución, cada día mayor; y aunque no era yo sino un muchacho desconocido de entre catorce y quince años, y tal mi posición en la vida que no era un joven de importancia alguna en el mundo, no obstante, los hombres en altas posiciones se fijaron en mí lo suficiente para agitar el sentimiento público en mi contra, desatando así una amarga persecución; y esto fue general entre todas las sectas: todas se unieron para perseguirme.
…Era, no obstante, un hecho que yo había visto una visión. Se me ha ocurrido desde entonces que me sentía igual que Pablo, cuando presentó su defensa ante el rey Agripa y contó la visión que había visto, en la cual vio una luz y oyó una voz. A pesar de eso, fueron pocos los que lo creyeron; unos dijeron que estaba mintiendo, otros, que estaba loco; y se burlaron de él y lo vituperaron. Pero aquello no destruyó la realidad de su visión. Había visto una visión, sabía que la había visto, y toda la persecución debajo del cielo no podría cambiar aquello; y aunque lo persiguieran hasta la muerte, con todo eso, sabía, y sabría hasta su último suspiro que había visto una luz tanto como oído una voz que le habló; y el mundo entero no podría hacerlo pensar o creer lo contrario.
Así era conmigo. Efectivamente había visto una luz; en medio de la luz vi a dos Personajes, y ellos en realidad me hablaron; …y no podía negarlo.» (José Smith 2:22, 24-25.)
Estas grandes virtudes, jóvenes hermanos del Sacerdocio Aarónico, son dignas de emular si es que habremos de buscar los méritos de nuestros predecesores. Os dejo mi testimonio de que si hacemos lo que hicieron aquellos jóvenes, llegaremos a ser grandes hombres, y lo hago en el nombre de Jesucristo. Amén.
























