Las prioridades de una hija de Dios

Conferencia General Octubre 1978logo pdf
Las prioridades de una hija de Dios
Hermana Elaine A. Cannon
Presidenta de la Mesa General de Mujeres Jóvenes

Elaine A. CannonQuiero extender mi agradecimiento al presidente Kimball y a las Autoridades Generales por el privilegio de esta reunión; y a mis hermanas en todo el mundo, hacerles llegar nuestro afecto.

Me uno a vosotras en el gozo de ser mujer y de tener el privilegio de ser miembro de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días en la plenitud de los tiempos. A aquellas que todavía no sois miembros de la Iglesia, quiero deciros que os recibiremos con los brazos abiertos cuando os decidáis. Deseo rendir tributo a la hermana Camilla Kimball y a las esposas de las demás Autoridades Generales, y a la hermana Funk, que acaba de ser relevada de su cargo como Presidenta de las Mujeres Jóvenes. Respeto y estimo profundamente a estas hermanas, y os recomiendo que las toméis como modelo para vuestra vida. Ellas están cerca del Señor, siguen al Profeta incondicionalmente, y hacen una significativa contribución a la sociedad.

Esta noche nos encontramos reunidas todas las mujeres de la Iglesia, mayores de doce años, unidas físicamente gracias a la técnica moderna, pero mas que nada espiritualmente cerca debido a la tierna influencia del Señor Jesucristo. Este momento marca el comienzo de una unión de las hermanas de la Iglesia, mediante la cual queremos establecer las debidas prioridades, en lugar de las preferencias personales.

Al hablarnos el presidente Kimball esta noche, será como si Jesucristo mismo nos estuviera hablando, hermanas. Cristo afirmó esto claramente, cuando dijo a los nefitas:

«Bienaventurados sois si prestáis atención a las palabras de estos . . . que yo he escogido de entre vosotros para ejercer su ministerio. . .» (3Ne. 12:1.)

«Y lo que hablaren . . . será la palabra del Señor, será la voz del Señor y el poder de Dios para la salvación.

He aquí, esta es la promesa del Señor . . . » (D. y C. 68:4-5.)

Por lo tanto, hermanas, con todo nuestro corazón debemos sostener al presidente Kimball y tratar de obedecer sus palabras.

Deseo compartir con vosotras un incidente que me ocurrió con el presidente Kimball, que os ayudara a comprender mejor lo selecto que es su espíritu, y que tomare como base para el resto de mis palabras.

Hace unos dos años, un lunes por la mañana, muy temprano, me encontraba sola en el subsuelo del edificio de las oficinas generales de la Iglesia, esperando un ascensor. Al llegar este al piso, dos guardias de seguridad del edificio aparecieron de súbito y se colocaron a cada lado de la puerta. Por supuesto, yo no estoy acostumbrada a estos cuidados, por lo que mire hacia atrás, a tiempo para ver al presidente Kimball y su secretario, el hermano Haycock, que se dirigían al ascensor: rápidamente entraron en el que estaba abierto, al mismo tiempo que yo, también rápidamente me encamine hacia otro. Al darse vuelta el presidente Kimball, y quedar de frente a la puerta del ascensor me vio parada esperando el siguiente: muy amablemente me dio los buenos días, y yo le respondí en la misma forma. Luego me preguntó: «¿No va a subir, hermana?», a lo cual le contesté, vacilando: «Si . . . pero, pense que no debía tomar ese ascensor, Presidente». El entonces me volvió a preguntar: «Pero ¿va a subir, o no?» Ante mi nueva respuesta afirmativa, el Profeta continuó: «Y dígame, ¿cómo piensa llegar arriba?», agregando después una amable invitación: «¡Venga con nosotros!» Naturalmente, me sentí muy feliz de empezar el día de aquella manera.

Hoy el presidente Kimball nos extiende también una invitación: la de seguirlo, igual que el sigue al Salvador. Si deseamos llegar a alguna parte, debemos seguirlo a él, que es nuestro líder y puede conducirnos de regreso a la presencia de Dios.

Hermanas, esta Iglesia es la esperanza salvadora del mundo. Y. ¿qué parte nos corresponde como mujeres, en esta obra? La jovencita de hoy es la futura madre de los hombres de mañana; la mujer es la compañera del Sacerdocio, es la artesana de la próxima generación. Nuestro es el don de amar, de influir para el bien, de formar un hogar, de ser madres. Todo ello de acuerdo con el tiempo del Señor; por lo tanto, hermanas, no desesperéis, puesto que si no ha sucedido todavía, sucederá tarde o temprano. Y cuando os llegue el momento, recordad que habéis orado fervientemente por ese hombre que siempre os deja para asistir a reuniones de la Iglesia, o que esta cumpliendo con alguna misión celestial. En realidad, los detalles de la vida, y el momento en que ocurran los acontecimientos, no tienen mayor importancia; solo sirven para indicar las diferencias que existen entre nosotras: casadas, solteras, viudas, sin hijos o apabulladas con bendiciones. Lo que realmente importa es la relación personal que tengamos con el Salvador, y el inalterable testimonio de que El se interesa en cada una de nosotras y estará a nuestra disposición siempre que lo necesitemos.

A pesar de las diferencias culturales que haya entre nosotras, de las diferencias personales que podamos tener en asuntos de menor importancia, estoy firmemente convencida de que todas debemos seguir el curso apropiado al pueblo del convenio. Es bueno que nos aferremos a las tradiciones que son sagradas para la gente de bien. En cualquier país que os encontréis, debéis ver muy nítidamente el curso que habéis de seguir, establecer vuestras prioridades como hijas de Dios que sois. Las opiniones personales pueden variar; los principios eternos, jamas. Cuando el Profeta habla, hermanas, el debate se da por terminado.

Deseo exhortaros a que ayudéis a establecer una poderosa unidad femenina, en todos aquellos objetivos en los cuales tenemos que estar de acuerdo: la familia, la castidad, nuestra responsabilidad ante el Señor, nuestras obligaciones en la comunidad, el deber que tenemos de compartir el evangelio. A fin de lograr esto, necesitamos concentramos en dos aspectos críticos, sea cual sea nuestra edad, nuestra condición física, espiritual, emocional o económica. El primero es que nos fortalezcamos a nosotras mismas. El segundo, que sirvamos al Señor sirviendo a nuestros semejantes. Y esto lo aplicamos en la siguiente forma:

Obtenemos un testimonio, y lo compartimos con los demás.

Aprendemos los principios del evangelio, y los aplicamos en nuestras relaciones con nuestros semejantes.

Mantenemos un registro personal, y trabajamos en nuestra genealogía a fin de salvar a nuestros antepasados.

  1. hermanas, con determinación afirmamos que seremos obedientes y ayudaremos a otras personas a que lo sean.

En una oportunidad en que Cristo se encontraba en medio de una multitud, una mujer enferma se esforzó por llegar hasta El y tocar su manto, con la fe de que se curaría sólo por hacerlo. Sus discípulos dudaron de que el Maestro pudiera saber que alguien lo había tocado, cuando estaba rodeado de gente que lo empujaba y lo tocaba. Y, sin embargo, El sabia, porque la forma de tocarlo de la mujer había sido diferente; de espíritu a espíritu, ella había hecho contacto con El, y El había respondido sanándola de su enfermedad.

Hermanas, nuestra forma de hacer contacto, también debe ser diferente. En lugar de andar alrededor del Señor, esperando vacilantes Sus bendiciones, debemos hacer un esfuerzo por acercamos a El, por hacer contacto con El por medio de nuestra fe. El Profeta nos indicara cómo hacerlo. Tal como me lo enseñó a mi aquella mañana, si deseamos llegar a alguna parte debemos seguirlo.

Si tenéis alguna duda con respecto a estas cosas, o si vuestro testimonio es débil en estos momentos aferraos al mío mientras desarrolláis el vuestro. Yo sé que Dios vive, que Jesús es el Cristo, el Redentor que necesitábamos, que El nos ama, y que Sus principios son suficientes para guiarnos. En esta especial ocasión, me siento muy agradecida de poder testificar que cuando el presidente Kimball, junto con el presidente Tanner y el presidente Romney, me puso las manos en la cabeza para apartarme como Presidenta General de las Mujeres Jóvenes de la Iglesia, mediante el poder del Espíritu Santo sentí el dulce e innegable testimonio de su llamamiento como Profeta. La Iglesia es verdadera, hermanas, y el sistema del Sacerdocio, en el cual tenemos participación las mujeres, es una bendición para todos sus miembros.

A medida que se nos presenten los problemas cotidianos, y que nuestro itinerario por la vida difiera de lo que pensábamos que seria, que podamos ser lo suficientemente sabias para ponemos del lado del Señor, para avanzar siguiendo a su Profeta; lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.

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