Tomemos decisiones correctas

Conferencia General Octubre 1978logo pdf
Tomemos decisiones correctas
Elder Dean L. Larsen
del Primer Quórum de los Setenta

Dean L. Larsen«La naturaleza de nuestros problemas tiene mucho menos importancia que lo que hagamos para resolverlos. Si tenemos el valor y la fe de vivir lo mejor que podamos, cumpliremos el propósito por el que vinimos a la tierra, y daremos motivos para que otros hagan lo mismo.»

Quisiera dirigirme a los jóvenes del Sacerdocio Aarónico y hablarles acerca de la fe y el valor, y la importancia de tomar decisiones. Espero que mis palabras puedan ayudaros a enfrentar los problemas que suelen acosar a la juventud en el proceso de la maduración.

Recientemente conocí a un joven a quien nuestros misioneros le estaban enseñando el evangelio; había leído el Libro de Mormón y creía haber recibido la contestación a sus oraciones, por lo que se veía obligado a decidir si iba a bautizarse o no.

Era un joven extraordinario, había tenido algunas duras pruebas en su vida, y había demostrado valor y habilidad para sobrellevarlas. Pero la perspectiva de hacerse miembro de la Iglesia le creaba un problema de otra índole.

Mientras hablábamos de esta decisión nueva y tan importante, me pregunto: ¿Por que critican tanto a los mormones?» Y se puso a contarme algunos de los momentos desagradables que le habían hecho pasar sus amigos, familiares y compañeros de trabajo por haberse asociado con los misioneros. Luego agregó: »No se si podré aguantar la mala disposición de los demás hacia mi, si me hago miembro de la Iglesia. «¿Por que no puedo creer en los principios del evangelio y seguir siendo un buen cristiano sin hacerme mormón?»

No nos es difícil saber las consecuencias que tendrá que enfrentar este joven, si decide no bautizarse por temor a los malos sentimientos de sus amigos y familiares. Por supuesto, es completamente libre para tomar sus propias decisiones, pero no tiene la libertad de determinar las consecuencias de esas decisiones.

Puede que de vez en cuando nos veamos en situaciones en las cuales tenemos la tentación de esconder nuestra identidad como miembros de la Iglesia, y participar en pensamientos o acciones indignas de la confianza que el Señor ha puesto en nosotros. Regularmente se nos requiere que tomemos decisiones basadas en lo que sabemos que es justo. Tenemos la libertad de tomar nuestras propias decisiones, pero nunca la de determinar el resultado final que estas nos acarrearán.

No es suficiente con saber lo justo y creer que es bueno; también se nos requiere que vivamos los principios y los defendamos; nuestras acciones deben coincidir con nuestras creencias siempre, bajo cualquier circunstancia, pues de poco vale tener una creencia si nuestros actos la desmienten públicamente.

En nuestro mundo de hoy se requiere mucho valor para ser un miembro leal de la Iglesia; para muchos no es nada fácil, ni probablemente lo será en el futuro. Las pruebas de nuestros tiempos son duras, especialmente para vosotros, jóvenes del Sacerdocio Aarónico. El ser fieles a los mandamientos del Señor no nos hace héroes públicos; pero el valor de nuestras convicciones nos trae su propia recompensa. Un muchacho de Alemania, Armin Suchow, de trece años de edad descubrió este principio por si mismo. Nos cuenta una experiencia suya en una carta que escribió a la revista New Era de la Iglesia:

» . . .Una vez, durante la época de Navidad, hablamos de Jesús con uno de nuestros maestros de escuela. El afirmaba que Jesús después de muerto, desapareció de la tierra y quedó muerto para siempre. Mientras decía eso, yo recordé lo que enseña la Iglesia; sabia que a los tres días Jesús resucitó y muchas personas lo vieron. Después, ascendió al cielo. Sentí que debía decirles al maestro y a mis compañeros que la verdad era totalmente distinta a lo dicho por el. Este no quería oír mi opinión, sin embargo, yo insistí y les dije que Jesús, efectivamente, resucitó. Al maestro no le agradó en lo mas mínimo que yo lo corrigiera, pero de todos modos proseguí. El declaró que era pura cuestión de opinión, y yo le conteste que cualquiera podría leer lo que dicen las Escrituras, y que describen el acontecimiento tan claramente que nadie podría tener una opinión diferente a la que yo había manifestado. Después de la clase, el maestro quiso saber a que Iglesia pertenecía yo, y le respondí que a la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días. Ese día, me sentí verdaderamente complacido.» (Dic. de 1977, pág. 18.)

No podemos menos que admirar La decisión de este jovencito de hablar claramente en defensa de sus convicciones. No le fue fácil, pero su acción estuvo completamente de acuerdo con sus creencias.

A veces, las dificultades que experimentamos son de índole sumamente personal, y pueden ser el resultado de limitaciones físicas. Pero aun estas pueden brindamos la oportunidad de tomar decisiones que nos traigan satisfacción y contento, en lugar de acarrear a nuestra vida el desanimo o un sentimiento de derrota. Algunos de vosotros habréis leído la historia de Esteban Farrance, quien a los cuatro años supo que tenía una enfermedad, un tipo de degeneración muscular que no tenía cura. Sus médicos decían que no viviría mas allá de los doce años. En vez de dejar que la depresión lo venciera y convirtiese en un inútil, Esteban abarcó toda clase de actividades, llenó su vida de optimismo y entusiasmo e inventó maneras de compensar sus limitaciones. Así vivió seis años mas de los pronosticados por los médicos, y aunque durante sus últimos días no siempre podía moverse sin alguna ayuda, nunca perdió su entusiasmo, su creatividad ni su sentido del humor No sólo logró tener una vida feliz y productiva, sino que supo inspirar e influir positivamente en la vida de todos los que le conocían. Si algunos de vosotros no ha leído la historia de Esteban os la recomiendo. (Véase »Esteban, el inolvidable, Liahona, ene., de 1977, pág. 21.)

Hace unos años, serví como entrenador de un equipo de básquetbol en una escuela secundaria, durante una temporada algo fuera de lo común. Desgraciadamente, comenzamos la temporada perdiendo varios partidos; los aficionados no pudieron guardar en secreto su opinión con respecto a nuestros fracasos, hubo muchos comentarios públicos, y los miembros del equipo experimentaron ciertas dificultades en mantener su entusiasmo. Vanos jugadores se desanimaron y se retiraron; pero los que quedaron nunca perdieron la fe en si mismos ni en su entrenador, y hasta parecía que las dificultades les daban motivo para esforzarse mas.

A mediados de la temporada, el equipo empezó a ganar los partidos, se califico para entrar en el torneo del distrito y sorprendió a todos ganado el privilegio de entrar en el torneo final del estado. Y para asombro de todos los que seguían el torneo ganó el campeonato del estado, ¡por primera vez en la historia de la escuela!

Después de las ceremonias con que celebramos el triunfo, llevé a vanos jugadores en mi auto de regreso a nuestra ciudad. Viajamos en silencio durante largo rato, mientras reflexionábamos en el increíble resultado de nuestros esfuerzos. Por fin, uno de los jóvenes a quien habían nombrado como uno de los jugadores sobresalientes del torneo habló: «Señor Larsen», dijo, creo que esta noche teníamos que ganar el campeonato. «Aquella conclusión a la que había llegado, despertó mi curiosidad. ¿Por qué piensas que teníamos que ganarlo?» le pregunté. Su respuesta fue sencilla y directa, y jamás olvidare el efecto que me hizo. ‘ Porque hemos pagado el precio», me dijo.

Si, por cierto, habían pagado el precio, y estoy seguro de que las lecciones que aprendieron aquellos jóvenes durante ese año, han sido de gran valor para toda su vida.

La naturaleza de nuestros problemas tiene mucho menos importancia que lo que hagamos para resolverlos. Si tenemos el valor y la fe de vivir lo mejor que podamos, cumpliremos el propósito por el que vinimos a la tierra, y daremos motivos para que otros hagan lo mismo.

El joven que mencione al principio de mi discurso, tiene una decisión sumamente importante que hacer. A fin de cuentas no puede evadir la responsabilidad de su decisión; y debe tener la voluntad de aceptar las consecuencias del bautismo y de ser miembro de la Iglesia si quiere recibir las bendiciones que la Iglesia puede extender a sus miembros; debe tener el deseo de pagar el precio, lo cual requerirá mucha fe y confianza de su parte. Lo mismo sucede a cada uno de nosotros, cuando nos enfrentamos con decisiones difíciles. El Señor ha puesto en vosotros, los jóvenes del Sacerdocio Aarónico, una gran confianza, y El confía en vuestro cumplimiento. Todos vosotros vinisteis al mundo para ser triunfadores. La obra del Señor prevalecerá, y tendréis mucho que ver con el éxito de su reino.

Que Dios nos bendiga para que sepamos »pagar el precio», a fin de que algún día tengamos las calificaciones necesarias para volver a El, lo pido en el nombre de Jesucristo. Amen.

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