Conferencia General Octubre 1978
Un llamamiento sagrado
Elder L. Tom Perry
del Consejo de los Doce
«He sentido la inspiración para agregar hoy mi voz a las demás, con la esperanza de que podamos ser motivados a colocar el llamamiento de maestros orientadores en su lugar de prioridad.»
«Y sucedió que después que yo, Dios el Señor, los hube expulsado, Adán empezó a cultivar la tierra, a ejercer dominio sobre las bestias del campo y a comer su pan en el sudor de su rostro, como yo, el Señor, se lo había ordenado; y Eva, su esposa, también se afanaba con él.
Y Adán y Eva, su esposa, invocaron el nombre del Señor; y oyeron que les hablaba la voz del Señor . . .
Y les mandó que adorasen al Señor su Dios . . .
Y Adán y Eva bendijeron el nombre de Dios, e hicieron saber todas las cosas a sus hijos e hijas.» (Moi. 5:1, 4, 5, 12.)
Desde el principio del mundo, el Señor ha enseñado a sus hijos su obligación y responsabilidad de cuidar unos de los otros. En los días de Adán y de los primeros habitantes, generalmente se llamaba al hombre más viejo para ejercer la responsabilidad patriarcal de cuidar de las familias. A medida que los hijos del Señor aumentaban en número, el principio de que el Sacerdocio cuidara de la Iglesia fue la manera del Señor de asegurarse que los padres cumplieran con su deber, al mismo tiempo que les ayudaba en tal responsabilidad.
El estudio de la historia de la humanidad, revela que en cada época en que el Señor ha establecido su Iglesia en la tierra, una de las principales características de esta ha sido el sistema de cuidar y fortalecer a sus miembros.
Después que Moisés recibió la tremenda responsabilidad de conducir a los hijos de Israel hacia la libertad, tuvo que aprender este principio con su suegro.
»Aconteció que al día siguiente se sentó Moisés a juzgar al pueblo; y el pueblo estuvo delante de Moisés desde la mañana hasta la tarde.
Viendo el suegro de Moisés todo lo que él hacía con el pueblo, dijo: ¿Qué es esto que haces tú con el pueblo? (Por qué te sientas tu solo, y todo el pueblo está delante de ti desde la mañana hasta la tarde’)
Y Moisés respondió a su suegro: Porque el pueblo viene a mí para consultar a Dios.
Entonces el suegro de Moisés le dijo: No está bien lo que haces.
Desfallecerás del todo, tú y también este pueblo que está contigo: porque el trabajo es demasiado pesado para ti; no podrás hacerlo tú solo.
Oye ahora mi voz; yo te aconsejare. y Dios estará contigo . . .
Y oyó Moisés la voz de su suegro. e hizo todo lo que dijo.
Escogió Moisés varones de virtud de entre todo Israel, y los puso por jefes sobre el pueblo, sobre mil, sobre ciento, sobre cincuenta, y sobre diez.» (Ex. 18:13-19, 24-25.)
Cuando el Salvador estaba en la tierra, aumentaba el número de sus seguidores, y El estableció una organización para enseñarles y cuidar de sus necesidades. Primero, llamó a doce; al crecer la obra, encontramos registrado en las Escrituras: »Después de estas cosas, designó el Señor también a otros setenta, a quienes envió de dos en dos delante de él a toda ciudad y lugar adonde él había de ir. Y les decía: La mies a la verdad es mucha, más los obreros pocos; por tanto, rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies. » (Lu. 10:1-2.)
Después de su crucifixión. La obra continuó expandiéndose y encontramos que su organización también crecía:
». . .Constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros evangelistas; a otros, pastores y maestros.
A fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo.
Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo;
Para que ya no seamos niños fluctuantes llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error. . .» (Ef. 4:11-14.)
A través de las épocas. el sistema de cuidar a la Iglesia se ha convertido en una asignación y responsabilidad del Sacerdocio. Esperaríamos, por lo tanto, encontrar en la restauración del evangelio en nuestro día este principio, «el de cuidar», claramente integrado como uno de los programas básicos de la Iglesia. En la revelación sobre la organización y el gobierno de la Iglesia, recibida mediante José Smith en abril de 1830, se establece nuevamente este principio. La revelación dice:
«El deber del maestro es velar siempre por los de la iglesia, y estar con ellos, y fortalecerlos;
Y ver que no haya iniquidad en la iglesia, ni dureza entre uno y otro, ni mentiras, ni calumnias, ni mal decir;
Y ver que los miembros de la iglesia se reúnan con frecuencia, y que todos cumplan con sus deberes.
Deben, sin embargo, amonestar, exponer, exhortar y enseñar, e invitar a todos a venir a Cristo. » (D. y C. 20:53-55, 59.)
Hay un relato especial sobre la forma en que se practicaba esto en los primeros tiempos de la Iglesia. Es el testimonio registrado del élder William Farrington Cahoon, mientras cumplía con su asignación de maestro en el hogar del profeta José Smith. El relato dice así:
«Antes de terminar mi testimonio, deseo mencionar una circunstancia que jamás olvidaré. Fui llamado y ordenado para actuar como maestro, para visitar a las familias de los santos. Me iba muy bien, hasta que supe que estaba obligado a visitar la casa del Profeta y su familia en calidad de maestro. Hasta tuve el deseo de evadir este deber pero finalmente fui hasta la casa y llame a la puerta, al instante el Profeta salió a abrir. Me quede allí parado temblando y le dije:
‘Hermano José, he venido para visitarlos en calidad de maestro, siéntese en esta silla, y yo iré a llamar a mi familia para que venga. ‘
Pronto entraron todos y se sentaron. El entonces me dijo: ‘Hermano, mi familia y yo nos ponemos a su disposición’, después de lo cual se sentó. ‘ Ahora, hermano William’, continuó, ‘haga todas las preguntas que desee’.
Para ese momento, ya todos mis temores y temblores habían cesado y le dije: ‘Hermano José, ¿está usted tratando de vivir su religión?’
Me respondió que sí.
Luego le pregunte: ‘¿Ora usted con su familia?’
El respondió que sí.
‘¿Le enseña a su familia los principios del evangelio?’
Me contesto: ‘Si. estoy tratando de hacerlo’.
‘¿Piden la bendición de sus alimentos?’
Su respuesta fue ‘Si’.
‘¿Está tratando de vivir en paz y armonía con toda su familia?’ Dijo que así era.
Luego me volví a la hermana Smith y le pregunte: ‘Hermana, está usted tratando de vivir su religión? ¿Les enseña a sus hijos a obedecer a sus padres? ¿Les enseña a orar?’ A todas estas preguntas ella respondió que estaba tratando de hacerlo.
Luego me volví al Profeta y le dije: ‘He terminado con mis preguntas de maestro. Si usted tiene ahora algunas instrucciones para mí, estaré feliz de recibirlas.’
Él contestó: ‘Que Dios lo bendiga, hermano. Si usted es humilde y fiel, tendrá el poder de resolver todas las dificultades que puedan cruzársele en su camino como maestro.’
Luego deje mi bendición de maestro sobre él y su familia, después de lo cual me fui.»
Desde la época de Adán hasta el presente, en que la Iglesia del Señor ha sido organizada en la tierra, ha habido un sistema, un programa por el cual debemos expresarnos amor fraternal unos a otros. La historia de estas conferencias generales está llena de discursos de las Autoridades, recordándonos esta obligación sagrada. He sentido la inspiración para agregar hoy mi voz a las demás, con la esperanza de que podamos ser motivados a colocar el llamamiento de maestros orientadores en su lugar de prioridad. Permitidme recordaros tres ingredientes esenciales para el éxito del programa de orientación familiar.
Primero, la familia es la unidad básica en la organización de la Iglesia y el maestro orientador es la primera línea de defensa para vigilar y fortalecer esta unidad. En la prioridad de nuestros compromisos, debernos dar el lugar al cuidado y fortalecimiento de nuestra familia. Y luego, ser maestros orientadores buenos, perseverantes y conscientes.
El presidente Joseph F. Smith dijo en la conferencia general de abril de 1915: »No conozco ningún otro deber más sagrado o necesario si se Lleva a cabo como es debido, que el de los maestros que visitan la casa de los miembros, que oran con ellos, que los exhortan a la virtud y el honor, a la unidad, el amor, y a tener fe y fidelidad en la causa de Sión; que se esfuerzan por aclarar las dudas que puedan tener las personas, y las conducen al nivel de conocimiento que deben tener en el Evangelio de Jesucristo. Que toda la gente pueda abrir su puerta, llamar a los miembros de su familia y respetar la visita de los maestros orientadores, uniéndose a ellos en el esfuerzo de llevar el hogar a una condición mejor, si es posible, que la que existe. Si podéis progresar, tratad de ayudar a los maestros a que tomen parte en ese progreso.» (Conference Reports, abril de 1915, pág. 140.)
Segundo, en la misma forma en que Moisés no podía cuidar de todos los hijos de Israel por sí mismo, tampoco a un maestro orientador se le debe dar una carga más pesada de la que pueda llevar. La historia de la orientación familiar indica un cambio en el número de familias asignadas a un maestro, el que se ha reducido de diez a ocho, hasta el número actual de cinco o menos, debido a que, al mismo tiempo que la Iglesia crece y aumenta sus fronteras, aumentan también las distancias para visitar el hogar de los miembros. Nada puede destruir más la espiritualidad de un maestro orientador, que tener una asignación que no podrá llevar a cabo con éxito. Presidentes de estaca obispos y líderes del Sacerdocio, no hay en la Iglesia otro programa que pueda aliviaros más en vuestras cargas administrativas, que el tener un programa de orientación familiar bien organizado, eficaz y de éxito.
Tercero, debe considerarse la preparación de un maestro orientador El élder Matthew F. Cowley, informo en la Conferencia General de abril de 1902: »Los maestros que van a visitar a los santos, de familia en familia, deben ser hombres investidos con el espíritu de revelación de Dios, deben estudiar los principios del evangelio y vivir de tal forma que puedan tener la inspiración del Espíritu Santo en sus instrucciones, a fin de que estas sean comprensibles también para los niños y despierten su atención. No deben ir simplemente para cumplir con una rutina, y hacer ciertas preguntas, sólo para poder decir que han hecho una visita mensual. Tienen que ser hombres inspirados por el espíritu de revelación de Dios, a fin de que pueda conmover el corazón de las familias.’ (Conference Reports, abril de 1902, Págs. 38-39.)
Si diéramos a nuestras asignaciones de orientación familiar la correcta prioridad, tendríamos que prepararnos para esas visitas cuidadosa y completamente, y hacerlo de acuerdo con las necesidades personales de los padres y las familias. Como maestros orientadores, ¿no debería este programa esencial recibir nuestro mayor esfuerzo en busca de la inspiración y guía del Señor para esta sagrada obligación?
Que Dios nos de la capacidad de ver el potencial de nuestras asignaciones de orientación familiar, y el deseo de hacer Su voluntad al cuidar y fortalecer a los que hemos sido llamados a servir, con un espíritu especial de interés, preocupación y amor. Lo ruego humildemente en el nombre de Jesucristo. Amén.
























