Un regalo de amor

Conferencia General Octubre 1978logo pdf
Un regalo de amor
Elder Rex D. Pinegar
del Primer Quórum de los Setenta

Rex Pinegar«Este conocimiento de Su gran amor por nosotros es lo que influye en nuestras acciones hacia Él y hacia nuestros semejantes. . .»

Hace poco un amigo mío volvía en avión desde el Estado de Texas a su casa en Salt Lake City. Tenía el pensamiento fijado en un acontecimiento que pronto ocurriría en su familia: su único hijo se iría de la casa a los pocos días, para servir por dos años como misionero en un país lejano.

El gran amor que sentía por su hijo lo hizo reflexionar: »Si mi hijo se va tan lejos para enseñar acerca de nuestra Iglesia, más vale que esta sea la mejor Iglesia». Luego sacó una libreta de apuntes y empezó a hacer una lista de las características o cualidades que uno buscaría en la ‘mejor» iglesia:

Tendría un programa para mejorar y fortalecer a los jóvenes, -escribió-, un programa atlético; un programa sano de actividades; uno para la instrucción y formación de los niños; un programa que desarrollara las habilidades y los talentos de las mujeres; otro que proporcionara lo necesario para los enfermos, para los que se sienten solos, para las víctimas de catástrofes y desastres; un programa que proporcionara oportunidades de trabajo y de servicio, y uno que ayudara a los miembros, tanto familiar como individualmente, a desarrollarse y a progresar espiritualmente.

Su lista se hizo larga e impresionante; se dijo satisfecho que su Iglesia, la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, sin duda ofrece un programa para satisfacer las necesidades de toda persona, y decidió que, efectivamente, la Iglesia que su hijo iba a representar, es la mejor.

Mi amigo se sintió tan feliz con la atractiva lista que había hecho de las cualidades que debía poseer la »mejor» iglesia, que decidió mostrársela a su compañero de asiento. El hombre, un ejecutivo de una gran empresa financiera, respondió con interés y respeto: juntos repasaron la lista y al concluir su conversación, el hombre de negocios le preguntó a mi amigo: » ¿Quiere usted saber lo que yo buscaría en una iglesia? Pondría sólo una condición: Los miembros de esa iglesia tendrían que ser los mejores ejemplos de esta enseñanza del Salvador: ‘Amaras a tu prójimo como a ti mismo’.» (Mar. 12:31.)

Mi amigo me dijo que había aprendido una lección importante de esa experiencia. Él le había enseñado a aquel caballero algo sobre los programas de la Iglesia, sin reconocer que el propósito de estos programas es ayudar a los miembros a aprender a amar a Dios, y a su prójimo. Después de contarme esta experiencia, me ha dado autorización para que la comparta hoy con vosotros de modo que todos podamos recordar lo siguiente:

«. . .amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento.

Y el segundo es semejante: Amaras a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que estos.» (Mar. 12: 30-31.)

Este amor por el Señor y por el prójimo -por todas las personas en todas partes del mundo, es la fuerza motivadora que mueve al hijo de mi amigo, y a otros veintisiete mil como el a que se alejen del hogar, los amigos, la familia, la seguridad y las comodidades, para ir entre sus semejantes desconocidos en todo el mundo con el mensaje del Evangelio de Jesucristo.

A causa de nuestro amor por el Señor y por nuestros semejantes, estamos dispuestos a hacer cualquier cosa, a sacrificarnos a cualquier precio para compartir con otros el mensaje que nos ha traído gozo y felicidad en la vida. Porque los Santos de los Últimos Días afirmamos que Dios vive, que nos ama a todos, y que a todos los que se arrepientan y lo sigan El conducirá a la felicidad y el gozo sempiternos.

Creemos que la gente del mundo anhela recibir un mensaje como este, en el que puedan creer.

Una encuesta nacional efectuada hace poco por una importante casa editorial, revela que la gente siente la necesidad apremiante de una religión que »regenere su fe fundamental en el vivir cristiano. . . que le ayude a encontrar dentro de sí mismos la fortaleza que tenían sus antepasados. . . una religión que restablezca fuertes relaciones familiares. . . y que refleje las fuerzas pioneras que levantaron este gran país». (Informe inédito de Little page Limited Adverzising, ag. 1978.)

Esta encuesta descubrió que los conceptos básicos de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días son paralelos a lo que buscan estas personas en su necesidad religiosa. La empresa editorial afirma:

»En una época de confusión, ellos», refiriéndose a nosotros, los mormones, »dan respuestas claras y precisas. . . Sus perspectivas de progreso en el futuro inmediato parecen muy buenas en este gran mundo que espera la conversión.»

Mi hija Kristen, de once años, me expresó hace unos días una preocupación que creo sienten muchos que están tratando de encontrar una manera de vivir mejor y más recta: »Papa, me han desafiado a vivir un día como Jesús viviría; pero lo he intentado todos los días, durante una semana, y sencillamente no puedo hacerlo. Cada día pienso que en ese lograre mi propósito; luego cometo un error y tengo que esperar otro día para intentarlo otra vez».

Con frecuencia, personas que tienen un dilema similar me piden que les aconseje pues quieren enmendar y cambiar su manera de vivir; sin embargo, les parece que han cometido tantos errores, que no hay manera en que puedan sacarse de encima la carga que llevan a causa de esos pecados. Se sienten agobiadas por el pesar y la desesperación, y sin esperanza de escapar.

Kristen y todos los demás, debemos recordar que, mientras que a nosotros es necesario que se nos mande que amemos a Dios, Él tiene por nosotros un amor perfecto. Todo el género humano necesita aprender acerca del gran poder redentor de L amor que nos tiene el Salvador; Él nos ama tanto que ha prometido perdonar las cosas malas que hacemos y no recordarlas más, sólo con que nos arrepintamos y vayamos a Él (D. y C. 58:42); nos ama tanto que de buen grado pagó el precio por nuestros errores, sufrió por nosotros, y murió por nosotros. Él nos dice que lo sigamos, que descarguemos nuestras cargas en el Señor Su deseo es elevarnos, ayudarnos, guiarnos.

El autor Henry Drummond, en una obra clásica sobre el tema del amor de Cristo, relata que un hombre fue a ver a un joven que agonizaba. Puso una mano sobre la cabeza del joven para confortarlo, y le dijo: »Hijo mío, Dios te ama». Entonces, el joven se levantó de su cama y exclamó a todos los que estaban en la casa: ¡Dios me ama! ¡Dios me ama!»

»Aquellas pocas palabras transformaron al joven. La idea de que Dios lo amaba lo inundó, lo ablandó, y comenzó la creación de un nuevo corazón en él. Así es como el amor de Dios ablanda el corazón del hombre, y engendra en el la nueva criatura, paciente y humilde, mansa y sin egoísmo. Y no hay otra manera de alcanzarlo, ni hay misterio en esto.

Amamos a otros, amamos a cada persona, amamos a nuestros enemigos, porque El primero nos amó a nosotros.» (The Greatest Thing in the World, Fleming H. Revel Co.,  págs. 47-48.)

Este conocimiento de Su gran amor por nosotros es lo que influye en nuestras acciones hacia Él y hacia nuestros semejantes; porque Él dijo: » . . .como yo os he amado, que también os améis unos a otros» (Juan 13:34).

Hace unas semanas, alguien me hizo un regalo; al desenvolver el hermoso paquete y descubrir su contenido, me sentí lleno de emoción. Era un artículo muy valioso, que yo había visto en el despacho del que en ese momento me lo regalaba; lo había admirado abiertamente por su belleza y por su utilidad; además era de fina artesanía, y muy costoso. Quede profundamente conmovido al recibir el generoso regalo, no por su valor monetario, sino porque reconocía el gran amor que me demostraba esa persona con la presentación del regalo. Yo sabía que esa persona no podía darse el lujo de comprar tal objeto ni para sí misma ni para mí; sabía que alguien se lo había regalado, y que él se había sentido ensalzado y feliz por aquella muestra de consideración. En ese momento, por su deseo de hacerme feliz a mí y de expresarme su amor, compartía conmigo una de sus mejores posesiones materiales.

Estoy infinitamente agradecido por su ejemplo de afecto, y por las muchas demostraciones de amor que recibo cada día en mi hogar y en las relaciones que tengo en toda la Iglesia. Deseo imitar estos ejemplos y ruego que tenga la fuerza y el poder para hacerlo.

Que nosotros, como miembros de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, recordemos y guardemos estos principales y grandes mandamientos, que amemos al Señor con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con toda nuestra mente y fuerza, y que amemos a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Que demostremos ese amor, guardando todos los mandamientos de Dios y compartiendo con nuestros semejantes nuestro mejor obsequio de amor, el Evangelio de Jesucristo, el cual testifico que es la verdad y »lo mejor» sobre la faz de la tierra. En el nombre de Jesucristo. Amén.

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