Fortalezcamos nuestros hogares en contra del mal

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Fortalezcamos nuestros hogares en contra del mal
Por el presidente Spencer W. Kimball

Spencer W. KimballMis queridos hermanos y hermanas, os doy la bienvenida esta mañana con cálidos sentimientos de amor y gratitud, al comenzar esta inspirada conferencia mundial de la Iglesia del Señor, la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.  Lleguen mis bendiciones y solemne saludo a los santos, y a nuestros innumerables amigos e investigadores de todo el mundo.  También invito a los sinceros de corazón para que se unan a nosotros en la adoración de nuestro divino Señor y Salvador, Jesucristo.

Desde la última vez que nos reunimos hace seis meses en la Conferencia General, aquí en la Manzana del Templo en Salt Lake City, hemos sido testigos de un gran desarrollo y expansión del reino del Señor.  Hemos inaugurado un hermoso nuevo templo en América del Sur, en la ciudad de Sao Paulo, y rededicamos para la obra del Señor y sus eternas ordenanzas, un templo que tiene casi 100 años y que fue construido por los pioneros en la ciudad de Logan, Utah.

Otros cinco templos se encuentran en varias etapas de construcción o en estudio, en cumplimiento de la predicción de los profetas de los últimos días, de que los sagrados templos llenarían éstas y otras tierras donde la obra del Señor se encuentre libremente establecida.

Nuestras fuerzas misionales están en constante aumento, llegando ahora a aproximadamente veintiocho mil misioneros, que son principalmente los jóvenes de la Iglesia junto con un creciente número de parejas que dedican dos años de su vida a un significativo Y generoso esfuerzo voluntario, para llevar el mensaje del evangelio restaurado de Cristo a las naciones del mundo. Estas cifras son impresionantes, pero no debemos conformarnos con ellas.  La necesidad de obreros del Señor en el mundo es cada vez mayor.

Hemos establecido nuevas misiones que cubren gran parte del mundo, y ahora dirigimos con más diligencia nuestra atención al día en que podamos compartir el evangelio con los hijos de nuestro Padre que se encuentran detrás de las llamadas «cortinas de hierro y de bambú».  Debemos prepararnos para cuando nos llegue esa oportunidad; la importancia de estar preparados es primordial para nosotros, y ese día puede llegar más rápidamente de lo que pensamos.  El número de estacas, que son las unidades eclesiásticas, gobernadas localmente y compuesta cada una de ellas por varios barrios y ramas, aumenta cada año en aproximadamente cien estacas nuevas.  Hace una semana creamos la estaca número mil de Sión, en Nauvoo, Illinois, lugar de gran significado histórico para la Iglesia.

Con vosotros mis hermanos, me regocijo en las evidencias estadísticas del progreso y desarrollo que tienen lugar en Sión.  Es en verdad un signo de progreso el agregar miles de personas a la congregación de miembros, que actualmente excede los cuatro millones.  Nos complace edificar nuevos templos y lugares de adoración en tantos países, y agregar miles de estudiantes a nuestros crecientes programas de educación y capacitación, tanto para jóvenes como para adultos.  También nos complacemos en el desarrollo de nuestro vasto programa de bienestar, con nuevos almacenes y proyectos de producción, para el cuidado y auxilio de los pobres.  Desde los primeros días de la organización de la Iglesia, el Salvador nos encomendó el cuidar de los pobres que se encuentran entre nosotros, aun al grado de dirigir la forma en que dicha responsabilidad tiene que llevarse a cabo; éste es un programa que siempre ha destacado la independencia del individuo, ayudándolo a conseguir oportunidades de trabajo y guiando la rehabilitación de aquellos que necesitan ayuda.

Cada uno de nuestros quórumes del sacerdocio ha aumentado regularmente la cantidad de sus miembros, de igual modo que nuestras organizaciones auxiliares, especialmente las que trabajan con los niños, los jóvenes y las mujeres de la Iglesia.

En toda esta evidencia de progreso, existen motivos de regocijo; pero desafortunadamente no podemos proclamar que «todo está bien en Sión».  Vemos que nosotros, los Santos de los Últimos Días, somos también vulnerables a las fuerzas destructoras del mal que nos rodea en un mundo pecaminoso.  En la actualidad nos preocupan especialmente las maldades que destrozan la fibra del hogar y la familia.

A menudo hemos llamado la atención de nuestra gente, y volvemos a repetirlo, para que se preocupe por la apariencia externa de sus casas y edificios, sus graneros y cobertizos, sus lugares  de negocios, a fin de que nuestras comunidades sean atractivas.  Hemos pedido y lo pedimos nuevamente, que plantéis árboles, arbustos, huertos, y jardines que hermoseen vuestros hogares y os ayuden a proveemos de los artículos de primera necesidad. Vuestra reacción a estos llamados ha sido alentadora y hemos recibido muchas cartas en las que se nos expresa la cooperación que nos prestáis en estos asuntos.

Nos os detengáis, continuad. Mas aún cuando os alentamos para continuar embelleciendo la apariencia externa de vuestra casa, ahora os imploramos prestar más atención a la parte interior de vuestro hogar.  No me refiero solamente a la limpieza y atractivo del hogar y los muebles, por más importantes que estos elementos sean, sino especialmente a la limpieza y rectitud de los miembros de la familia y a la atmósfera general que allí prevalezca.

La preocupación de la Iglesia por los niños, y la total dedicación que se les da de tiempo y recursos para mejorar sus condiciones va tradicionales.  Constantemente buscamos medios de fortalecer a las familias y bendecir a los niños, y esa dedicación continuará y será reforzada este año al igual que en el futuro.

La Iglesia acepta todas las ideas para lograr este beneficioso fin, por los medios adecuados.  Sin embargo, nuevamente queremos dar énfasis al hecho de que la más grande bendición que podemos dar a nuestros niños, y a todos los niños del mundo, es la consecuencia del simple proceso de enseñarles, y capacitarlos en la vía del Señor.

La vida familiar, la enseñanza adecuada en el hogar, la dirección y guía de los padres, son la panacea para las enfermedades del mundo y de sus niños; son la cura para las enfermedades espirituales y emocionales, así como el remedio para sus problemas.  Los padres no deben encomendar la capacitación de sus hijos a ninguna otra persona.

En la actualidad, parece que existiera una creciente tendencia a transmitir esta responsabilidad del hogar a las influencias externas, tales como la escuela, la iglesia, o lo que es peor aún, a gran cantidad de agencias e instituciones de cuidado infantil. por más importantes que estas influencias externas puedan ser, jamás podrán reemplazar adecuadamente la influencia de la madre y del padre.  La capacitación y vigilancia constantes, el compañerismo, el cuidado de nuestros niños, son necesarios para mantener intactos nuestros hogares, y para poder educar a nuestros hijos en la forma en que el Señor lo desea.

En el libro de Doctrinas y Convenios se especifica claramente que los padres tienen la responsabilidad de enseñar a sus hijos.  Todas las demás agencias e instituciones son secundarias. Si los padres no enseñan a sus hijos, sobre ellos recaerá la responsabilidad por lo que éstos sean o hagan.

Necesitamos fortalecer continuamente nuestro hogar y nuestra familia y defenderlos contra los embates del mal, tales como el divorcio, la familia desintegrada, la brutalidad y los malos tratos, especialmente de esposas e hijos. Debemos defendernos constantemente contra la inmoralidad, la pornografía y el libertinaje sexual, que pueden destruir la pureza de los miembros de la familia, tanto de los jóvenes como de los adultos.  Estos males son muy reales y se ciernen amenazantes sobre nosotros; sólo tenemos que leer los títulos de revistas y diarios para comprender perfectamente las destructivas influencias que nos rodean.

Tal vez os parezca que soy un alarmista.  Si así fuera, es simplemente porque estoy alarmado, y sumamente preocupado, al igual que lo están mis hermanos en la Primera Presidencia, el Consejo de los Doce Apóstoles, y las demás Autoridades Generales.

Si pudiéramos sugerimos que al regresar al hogar cerrarais con llave las puertas de vuestra casa, y así dejarais afuera todas estas iniquidades, sería una solución realmente simple. Pero esas medidas de seguridad serían totalmente ineficaces contra los males a los que nos referimos, éstos llegan a nuestro hogar mediante las ondas del aire, por la radio y la televisión.  Encontramos estas fuerzas malignas casi en cualquier lugar adonde vayamos, y estamos expuestos a ellas casi constantemente; penetran al hogar procedentes de la escuela, de los lugares de recreo, de los cines y teatros, de la oficina, de los mercados; son muy pocos los lugares que podemos frecuentar en nuestra vida cotidiana donde podamos escapar a esas influencias.

¿Qué debemos hacer entonces Debemos permanecer constantemente alertas a la presencia de iniquidades en nuestro hogar, y, destruirlas como si fueran alimañas trasmisores de enfermedades; debemos desecharlas de nuestra mente, librándonos de su mala influencia, y apagando las chispas maléficas antes de que se conviertan en destructivas llamas. ¿Cómo podemos hacerlo?  Si hemos de escapar a los mortíferos embates del maligno, y si queremos mantener nuestros hogares y familias libres de las influencias destructivas que nos rodean y sólidamente fortificados en contra de ellas, debemos contar con la ayuda del fundador, y organizador, de este plan familiar: el Creador mismo.  Existe sólo una vía segura de salvación, que es el evangelio del Señor Jesucristo, y debemos ser obedientes a sus profundas e inspiradas enseñanzas.  Es indudable que debemos comprender que el precio que hemos e pagar para mantener el hogar libre de estas influencias malignas, es la obediencia a los mandamientos de Dios.

El matrimonio honorable es una ordenanza de Dios.  El decretó que la unidad básica de la sociedad se encontrará en el hogar y en la familia, y debemos advertir que la falsa sociedad actual se ha alejado del plan de Dios.

El hecho de que este inspirado plan es del Señor, se pone de manifiesto en la escritura que dice:

«Porque, he aquí, ésta es mi obra y mi gloria: Llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre.» (Moisés 1:39.)

Y en Hebreos leemos: «Honroso sea en todo el matrimonio, y el lecho sin mancilla; pero a los fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios.» (Heb. 13:4.)

Así vemos que nuestro Señor, que es el mismo ayer, hoy y para siempre, ha reiterado a través de los siglos estos requisitos a los adultos que siguen Su plan ordenado y traen hijos al mundo.

Las Escrituras recibidas en los primeros días de esta dispensación del evangelio, han sido siempre una institución básica, y continuarán siéndolo hasta el fin de los tiempos.  El Señor ha dicho:

«Y además, si hubiera en Sión, o en cualquiera de sus estacas organizadas padres que tuvieran hijos, y no les enseñen a comprender la doctrina del arrepentimiento, de la fe en Cristo, el Hijo del Dios viviente, del bautismo y del don del Espíritu Santo por la imposición de manos, cuanto estos tuvieren ocho años de edad, el pecado recaerá sobre las cabezas de los padres.» (D. y C. 68:25.)

Deseo recalcar esto: a los ocho años.  No debemos esperar a que lleguen a la adolescencia, o a que hayan crecido para enseñarles estas cosas.  A los ocho años, o antes, los niños deben saber, todo lo referente al bautismo y a la confirmación.

Este mandamiento habría de ser una ley para los habitantes de Sión, y no solamente una esperanza o una sugerencia.  A medida que las estacas de Sión se multiplican entre los habitantes de la tierra, esta responsabilidad se hace cada vez más grande. El Señor continúa con su voz de consejo a los padres de Sión, diciéndoles:

«Y también han de enseñar a sus hijos a orar y a andar rectamente delante del Señor.» (D. y C. 68:28.)

Debemos comprender que este mandamiento no incluye sólo la oración, sino toda la doctrina de la Iglesia y todos los aspectos de la vida.  El mandamiento de enseñar a los hijos parece ser de igual poder que el de traerlos al mundo.  «Multiplicaos y henchid la tierra y sojuzgadla», fue la directiva que se dio a Adán y Eva en el Jardín de Edén.

El egoísmo es un elemento que mina, corrompe y destruye los matrimonios, al igual que la vida y todo lo que es bueno.  Rehusar tener hijos cuando se tiene la capacidad de hacerlo, constituye un acto de extremo egoísmo por parte de un matrimonio.  Destruir y abortar el feto, constituye un crimen prácticamente similar al asesinato, la única excepción son los casos de extrema necesidad, en los que se encuentre en peligro la vida de la madre.

Como lo hemos manifestado en otras oportunidades, nuestro Padre Celestial ciertamente se encuentra perturbado por el éxito que tienen entre Sus hijos, los pecados insidiosos como el adulterio, la fornicación, la homosexualidad en ambos sexos, el aborto, el alcoholismo, la deshonestidad y el crimen en general, que amenazan con la destrucción total de la familia y el hogar.

Quisiéramos decir a nuestros amados jóvenes algunas cosas más acerca de la responsabilidad del matrimonio.  Cuando se efectúa la selección del compañero de su vida y llega el momento adecuado, los jóvenes deben casarse en el sagrado Templo del Señor, y establecer una familia; deben completar su educación académica y emplearse en ocupaciones remuneradoras y honorables; deben entregarse totalmente a su familia, el evangelio y a la Iglesia.

Lo que digo acerca del matrimonio eterno no es sólo mi opinión, o la opinión de otros líderes de la Iglesia.  Es la palabra de Dios, que sobrepasa todas las opiniones posibles.

Es evidente que en los ámbitos degenerados del mundo, existe una creciente tendencia en contra del matrimonio y una poderosa inclinación hacia el matrimonio sin hijos.  Como consecuencia natural las parejas se preguntan:

«¿Para qué vamos a casarnos?», y así entra en escena la revolución en contra del matrimonio; se presentan argumentos afirmando que los hijos son una carga, una atadura, una difícil responsabilidad.  Muchos se autoconvencen de que saber vivir es estar libre de restricciones y responsabilidades; y desafortunadamente, esta maligna y destructiva idea se ha infiltrado entre los mismos miembros de la Iglesia.

El matrimonio es una ordenanza de Dios, una condición necesaria y gozosa.  Es el único estado aceptable entre hombre y mujer, y el hecho de que muchas parejas fracasen, no cambia la corrección y rectitud de esta ordenanza.

Al entrar en el convenio del matrimonio eterno y tratar de fortalecer nuestra unidad familiar en contra de lo que puede destruir nuestra felicidad celestial, recordemos también que el Señor no nos abandonará en el cumplimiento de esta responsabilidad.

El no nos ha prometido que nos veremos libres de adversidades y aflicciones.  Pero, en cambio, nos ha dado el medio de comunicación conocido como la oración, mediante el cual podemos reconocer nuestras limitaciones y buscar Su ayuda y divina guía.  He dicho anteriormente que quienes se esfuerzan por llegar a las profundidades de la vida, donde se puede oír en silencio la voz de Dios, cuentan con el poder estabilizador que les lleve serenamente a través de los huracanes de las dificultades.  El presidente Harold B. Lee ha dicho lo siguiente:

«Del mismo modo que un templo iluminado es más hermoso durante una gran tormenta o niebla, así sucede con el Evangelio de Jesucristo, que es más glorioso en tiempos de tormentas internas, dolores personales, y conflictos que atormentan al hombre.» (Conference abril de 1965)

En el mundo actual existe una gran necesidad de la oración, que puede mantenernos en contacto con Dios y mantener abiertos los canales de comunicación con El.  Ninguno de nosotros debe estar tan ocupado que no tenga tiempo para la meditación y la oración; ésta es el pasaporte que nos lleva a lograr poder espiritual.

No creo que en ningún otro momento de la historia del mundo haya existido una mayor necesidad de comprender y aplicar a nuestra vida las puras y divinas enseñanzas del Maestro, al igual que ponerlas en práctica en nuestras relaciones con el prójimo.  A todos los que se encuentren al alcance de mi voz quiero decir: «No le falléis al Señor».  Debemos aceptar el hecho innegable de que lo que está a prueba no son los principios del evangelio, sino nosotros.  Las enseñanzas de Jesús, tales como fueron reveladas mediante Sus profetas antiguos y modernos, son constantes e inalterables.

La historia del hombre pone en evidencia el hecho de que esas enseñanzas son verdaderas.  El desarrollo y la caída de las civilizaciones, de acuerdo con la rectitud o la iniquidad de sus pueblos, proclaman la necesidad de oír y obedecer los divinos mensajes del Salvador. Debemos prepararnos, tanto individual como colectivamente, para defender las verdades del evangelio en contra de un mundo sumido en el abismo y la incredulidad.  Debemos oponernos a los seudointelectuales que consideran que tienen todas las respuestas, y debemos enfrentarnos poderosamente con aquellos, cuya sed por el poder y las riquezas mundanas destruyen sus conceptos del bien y del mal.

Como miembros de la verdadera Iglesia de Cristo, debemos permanecer firmes en la actualidad y siempre, por los derechos humanos y la dignidad del hombre, que es estirpe literal de Dios en el espíritu.  No podemos justificar el separar nuestras creencias religiosas de nuestra vida diaria.  La rectitud debe prevalecer en nuestra vida, al igual que en nuestros hogares.

Tenemos que desarrollar el amor por Cristo y brindarle nuestra total dedicación y servicio en el establecimiento de Su reino.  Ser buenos cristianos significa que debemos ser buenos ciudadanos de nuestro país, dondequiera que vivamos; debemos ser respetuosos y honorables en todas nuestras relaciones con nuestros semejantes; debemos lograr una mayor capacidad para influenciar al mundo de manera tal, que vuelva a la rectitud y al amor puro de Dios.

Que el Señor nos bendiga a todos en nuestro hogar, con nuestra familia, mientras nos esforzamos por acercarnos a El y guardar Sus mandamientos, lo ruego humildemente en el nombre de Jesucristo.  Amén.

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