Conferencia General Abril 1979
Investíos con la armadura de Dios
por el presidente N. Eldon Tanner
de la Primera Presidencia
Desde este púlpito uno se siente enormemente inspirado al contemplar la congregación más maravillosa que puede reunirse sobre la tierra, y con un gran propósito. Siempre me asombro al mirar a este auditorio, mientras pienso en todos vosotros, poseedores del Sacerdocio, reunidos en 1547 edificios en todo el mundo.
¡Qué gran ejército el Sacerdocio con el poder de Dios delegado a vosotros para actuar en su nombre! Siento una enorme responsabilidad al meditar sobre el propósito de esta reunión.
Me parece apropiado recordar esta noche la letra del himno intitulado «Somos los Soldados», y puesto que su letra concuerda con el tema de mi mensaje, quisiera citar algunas (le las estrofas que se aplican a nosotros, como poseedores del Sacerdocio:
Somos los soldados
que combaten error. . .
Nos espera la corona del vencedor.
La recibiremos al ganar.
A la batalla id sin tardar,
Con la verdad podréis conquistar. . .
… Nuestro caudillo fuerza nos da,
El que demore perecerá,
Por Jesucristo se luchará
Por el reino
Lucharemos contra el mal
Somos luz del mundo,
De la tierra la sal,
La victoria del Señor será.
En los peligros no hay temor,
Pues nos protege el Salvador,
El nos ampara con gran amor…
(Himnos de Sión, No. 165.)
El tema de mi discurso es sacado de un pasaje de la Epístola de Pablo a los efesios:
«Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo.
Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.
Por tanto tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo…
Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia.
Y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz.
Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno.
Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios;
orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu. ..» (Efesios 6:11-18).
Los grandes disturbios del mundo de hoy, las guerras y los rumores de guerras, nos están afectando grandemente, pero como dice Pablo, no será nuestra mayor y más mortífera “… lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes» (Efesios 6:12).
Fue entonces cuando Pablo advirtió a los efesios de que solamente podemos resistir los males que nos rodean invistiéndonos completamente con la armadura de Dios, tal como él a continuación lo explica y cuya advertencia se aplica hoy día a nosotros.
Quisiera poneros algunos ejemplos de Escrituras que demuestran que aquellos que se invisten de esa armadura; es decir, los que guardan todos los mandamientos de Dios, son capaces de resistir al adversario, o a sus enemigos. Permitid que os cuente algo acerca de David.
Estando los filisteos en guerra con Israel, Goliat, el filisteo, desafió a los israelitas a que enviaran un hombre a pelear con él, llegando al acuerdo de que los vencidos serían esclavos de los vencedores.
Se nos dice que Goliat llevaba un casco de bronce en su cabeza, y venía armado con una cota de malla; que sobre sus piernas llevaba grebas de bronce y entre sus hombros una jabalina del mismo metal; que el asta de su lanza era como un rodillo de telar cuyo hierro pesaba seiscientos siclos; y que su escudero iba delante de él.
En cambio, cuando David convino en enfrentar al filisteo, solamente tomó en la mano su cayado y escogió cinco piedras lisas del arroyo y las puso en el saco pastoril.
Cuando Goliat vio al joven que los israelitas habían enviado a desafiarlo, le habló con desdén, diciendo:
«Ven a mí, y daré tu carne a las aves del cielo y a las bestias del campo.
Entonces dijo David al filisteo: Tú vienes a mí con espada y lanza y jabalina; mas yo vengo a ti en el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado.
Jehová te entregará hoy en mi mano; … y toda la tierra sabrá que hay Dios en Israel.» (1Samuel 17:44-46.)
Entonces David, investido con la armadura de Dios, tomó de la bolsa una piedra, y la tiró con su honda, hiriendo al filisteo en la frente que era una parte de su cuerpo que no estaba protegida, y Goliat cayó muerto.
El presidente Romney nos explicó lo que le sucedió a David después que llegó a ser Rey, por no continuar investido con la armadura de Dios. Debemos protegernos totalmente con ella, o seremos vulnerables a la tentación en aquellas cosas en las que somos débiles, y en donde fallamos por no usar la protección que tenemos a nuestro alcance cuando observamos los mandamientos de Dios.
En la vida de José, el que fue vendido en Egipto, encontramos otro ejemplo de la protección que se adquiere por cubrirse con la armadura de Dios.
Debido a que José era el favorito de su padre, sus hermanos tuvieron celos de él y conspiraron para matarlo. Pero uno de ellos llamado Rubén, persuadió a los demás para que le perdonaran la vida y le echaran dentro de una cisterna. De allí le sacaron más tarde para ser llevado a Egipto donde fue vendido a Potifar, capitán de la guardia del rey.
Potifar no tardó en reconocer los valores personales de José, y le hizo mayordomo de todas sus posesiones. Dice la Biblia:
«Y era Jos (le hermoso semblante y bella presencia.» (Gn. 39:6.)
De manera que la esposa de su amo quiso seducirle, mas él rehusó aceptar los favores que ella le ofrecía. Cuando José huía, ella le asió por su ropa; la cual quedó en sus manos y la utilizó más tarde como evidencia contra él.
Potifar, creyendo las mentiras de su esposa, puso a José en la cárcel, donde permaneció por dos años; al cabo de los cuales fue llamado a comparecer ante el rey Faraón.
Este había tenido un sueño que ninguno de sus sabios ni magos pudo interpretar, hasta que el copero del rey se acordó de que mientras estaba en la cárcel, José había interpretado sus sueños, y todo lo predicho por él se había verificado.
Por lo tanto Faraón mandó a buscarle y le relató sus sueños. José los interpretó, advirtiéndole que habría en Egipto siete años de abundancia seguidos de siete años de hambre.
Dándole consejos al Rey sobre lo que debía hacer, José le explicó claramente que la interpretación que él había dado del sueño provenía de Dios, quien se había valido del mencionado sueño para poder guiarle hasta él. Al saber Faraón que Dios estaba con José, le nombró gobernador sobre toda la tierra de Egipto. Más tarde mientras desempeñaba este cargo, pudo salvar a su propia familia de morir de inanición.
Pienso que todos vosotros conocéis la historia. José se había investido con toda la armadura de Dios, y Dios estuvo con él a través de todas las tribulaciones, las que venció, guardando constantemente los mandamientos, y rogando a Dios por auxilio y fortaleza. Así fue bendecido, y pudo hacer lo que el Señor le requería.
Es sumamente importante que temprano en nuestra vida decidamos cuáles son las cosas que haremos y cuáles no. Mucho antes de llegar al momento de encararnos con la tentación, deberíamos haber tomado la determinación de resistir a la Atracción de un cigarrillo, de una bebida alcohólica, o de un acto de inmoralidad en fin, de todo aquello que nos prive de la compañía del Espíritu del Señor.
Todos tenemos debilidades y tentaciones distintas, y deberíamos examinar nuestra vida para averiguar cuáles son y cuándo debemos ponernos una armadura extra a fin de poder hacer lo justo y no rendirnos a la tentación.
Ahora os daré otro ejemplo. Supongo que nadie ha tenido más o mayores experiencias que las que tuvo Daniel; esto nos demuestra la protección que viene de investirse con la armadura de Dios. Por mandato del rey Nabucodonosor, Daniel, con otros jóvenes escogidos de Israel, fue traído a vivir en el palacio real para recibir una cierta capacitación.
Habían de ser alimentados con sumo cuidado por el término de tres años, para luego ser presentados ante el rey. Aparentemente habían de comer únicamente los alimentos más selectos, inclusive la comida y el vino del mismo rey.
Daniel y sus tres amigos, a quienes conocemos con los nombres de Sadrac, Mesac, y Abed-nego, pidieron permiso para rechazar la comida y el vino del rey. La persona que se encargaba de ellos le dijo a Daniel que éste se enojaría mucho si los jóvenes se veían menos saludables y más pálidos que los demás por no haber comido la comida que él les había indicado.
Pero Daniel le rogó que les diera un plazo de diez días, durante el que sólo comerían legumbres y beberían agua, al cabo del cual podría compararlos con los jóvenes que se alimentaban con el menú del rey y bebían de su vino.
Transcurrido el plazo señalado, los cuatro jóvenes se veían más saludables que los demás, de manera que se les permitió continuar.
Al fin de los tres años, cuando fueron llevados ante el rey, se nos dice que éste no encontró entre todos los jóvenes, ninguno que igualara a Daniel y sus tres amigos; en todo lo concerniente a inteligencia y sabiduría, les halló diez veces mejores que todos los magos y astrólogos de su reino.
¡Qué semejanza más notable con la promesa que se nos ha dado en la Palabra de Sabiduría, la cual dice así:
«Y todos los santos que se acuerden de guardar y hacer estas cosas, rindiendo obediencia a los mandamientos, recibirán salud en sus ombligos, y médula en sus huesos;
Y hallarán sabiduría y grandes tesoros de conocimiento, aun tesoros escondidos;
Y correrán sin cansarse, y no desfallecerán al andar.
Y yo, el Señor, les hago una promesa, que el ángel destructor pasará de ellos como de los hijos de Israel, y no los matará.» (D. y C. 89:18-21.)
Cada una de estas promesas se cumplieron en la vida de Daniel y sus tres amigos, como veremos en el relato de sus experiencias más notables.
El rey Nabucodonosor tuvo un sueño que le inquietó mucho, pero el cual no podía recordar. Estaba a punto de mandar ejecutar a todos sus sabios y astrólogos, e inclusive a Daniel y sus amigos, porque nadie le podía decir ni el sueño ni su interpretación. Mas Daniel le pidió que le diera un poco de tiempo, y le diría entonces el sueño y su interpretación.
Después de suplicar Daniel al Señor, le fue revelado el secreto en una visión y pudo cumplir así la promesa dada al rey. Sin embargo, le explicó muy claramente que el secreto lo había revelado el Dios del cielo, y que su propósito era el de informar al rey sobre algunos de los acontecimientos que habían de suceder relacionados con su reino; y que en un tiempo futuro el Reino de Dios sería establecido sobre la tierra.
El rey quedó impresionado, y le dijo a Daniel:
» … Ciertamente el Dios vuestro es Dios de dioses, y Señor de los reyes, y el que revela los misterios, pues pudiste revelar este misterio.» (Dn. 2.47.)
Disfrutaba Daniel todavía del favor de los dos reyes sucesores de Nabucodonosor, cuando algunos de sus asesores que tenían celos, trataron de hallar un pretexto para desacreditarle. No pudiendo hallar ninguno, pero sabiendo que Daniel siempre oraba a su Dios, se les ocurrió la idea de que el rey decretara que cualquier persona que elevara petición a cualquier dios u hombre aparte del rey mismo, fuera echado en el foso de los leones.
Vosotros ya sabéis lo que sucedió. A pesar de esta orden, Daniel no dejó de hacerlo, y en una oportunidad cuando lo hallaron orando, lo llevaron ante el rey, quien, debido al amor que le tenía, se sintió arrepentido de haber emitido tal decreto y quiso libertarlo, pero le recordaron que la ley de los medos y los persas dice que ningún edicto u ordenanza que el rey confirme puede ser abrogado, sino que debe llevarse a cabo.
Cuando echaron a Daniel en el foso de los leones, el rey conmovido le dijo:
» … El Dios tuyo, a quien tú continuamente sirves, él te libre.» (Dn. 6:16. )
Pasó la noche sin dormir, y muy de mañana fue al foso de los leones; al llegar tuvo la alegría de encontrar vivo a Daniel, quien le dijo:
«Mi Dios envió su ángel, el cual cerró la boca de los leones, para que no me hiciesen daño, porque ante El fui hallado inocente; y aun delante de ti, oh rey, yo no he hecho nada malo.» (Dn. 6:22.)
El rey mandó entonces sacar a Daniel del foso de los leones y echar en él a los acusadores, quienes fueron muertos en el acto por las bestias hambrientas.
Daniel, habiendo obedecido todos los mandamientos, se había investido en verdad de toda la armadura de. Dios.
¿Estamos preparados en realidad para actuar como lo hicieron David, José, Daniel, y otros que sabemos fueron protegidos porque adoraron y sirvieron al verdadero Dios y guardaron sus mandamientos?
Consideremos las siguientes preguntas:
¿Estudiamos las escrituras a fin de aumentar nuestra fe y testimonio del evangelio? ¿Guardamos los mandamientos? ¿Cumplimos con la Palabra de Sabiduría? ¿Pagamos un diezmo completo? ¿Asistimos a nuestras reuniones? ¿Respondemos a los llamamientos que nos hacen nuestras autoridades? ¿Somos virtuosos, limpios y puros de corazón, mente y acciones?
¿Luchamos contra los males que nos rodean? ¿Contra la pornografía, el aborto, el tabaco, el alcohol y las drogas? ¿Tenemos valor para defender nuestras convicciones? ¿Podemos decir con sinceridad que no nos avergonzamos del Evangelio de Cristo? ¿Vivimos en paz con nuestros vecinos, evitando chismes, murmuraciones y rumores falsos? ¿Realmente amamos a nuestro prójimo como a nosotros mismos?
Si podemos contestar sí a todas estas preguntas, podremos decir entonces que nos hemos investido con toda la armadura de Dios, la cual nos protegerá del mal y nos preservará de nuestros enemigos.
Si tenemos que contestar no a cualquiera de estas preguntas, nuestra armadura es débil, hay una parte que no tiene defensa y puede ser el punto donde somos vulnerables al ataque, y estaremos sujetos a ser dañados o destruidos por Satanás, quien no cejará en su intento de encontrar nuestro punto débil.
Examine cada uno su armadura. Si hay una parte que no está protegida, tome la determinación de agregar ahora mismo la parte que falta. Por más anticuada o destartalada que sea vuestra armadura, acordaos siempre que tenéis el poder de hacer las modificaciones necesarias para completarla.
Mediante el gran principio de arrepentimiento, podéis cambiar vuestra vida y empezar ahora por medio del estudio, la oración, y una determinación de servir a Dios y guardar sus mandamientos, e investiros con la armadura de Dios.
Permitidme concluir con el juramento y el convenio del Sacerdocio, el cual si lo observamos y guardamos, nos proveerá un escudo y una protección, con todas las bendiciones prometidas a los fieles:
«Porque los que son fieles hasta obtener estos dos sacerdocios de los que he hablado, y magnifican sus llamamientos, son santificados por el Espíritu para la renovación de sus cuerpos.
Llegan a ser los hijos de Moisés y de Aarón y la simiente de Abraham, la iglesia y el reino, y los elegidos de Dios.
Y también todos los que reciben este sacerdocio, a mí me reciben, dice el Señor;
Porque el que recibe a mis siervos, me recibe a mí;
Y el que me recibe a mí, recibe a mi Padre;
Y el que recibe a mi Padre, recibe el reino de mi Padre; por tanto, todo lo que mi Padre tiene le será dado.
Y esto va de acuerdo con el juramento y el convenio que corresponden a este sacerdocio.
Así que, todos aquellos que reciben el sacerdocio reciben este juramento y convenio de mi Padre que no se puede quebrantar, ni tampoco puede ser traspasado.
Pero el que violare este convenio, después de haberío recibido, y lo abandonare totalmente, no logrará el perdón de sus pecados ni en este mundo ni en el venidero.» (D. y C. 84:33-41.)
Hermanos, somos sumamente bendecidos por saber que Dios vive y que somos sus hijos espirituales; que su Hijo, Jesucristo, dio su vida para que nosotros pudiéramos resucitar y gozar de la vida eterna.
Pertenecemos a la Iglesia de Jesucristo que fue restablecida mediante el profeta José Smith. Poseemos el Sacerdocio de Dios, y el proceso de la Iglesia depende de nosotros y del grado de fidelidad con que magnifiquemos nuestros llamamientos y obedezcamos las instruccio¬nes de nuestro Profeta actual, el presidente Spencer W. Kimball.
Os exhorto a todos vosotros a escuchar atentamente sus mensajes y seguirlos. En el nombre de Jesucristo. Amén.
























