Una familia real

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Una familia real
por el élder Royden G. Derrick
del Primer Quórum de los Setenta

Royden G. DerrickLos que creen en la Biblia, no deberían tener dificultad en aceptar la experiencia relatada por el profeta José Smith sobre la visita de Moroni, un antiguo profeta de este continente.  Sucedió la noche del 21 de septiembre de 1823 en Manchester, Nueva York.  José Smith lo relata con estas palabras:

«Encontrándome así en el acto de suplicar a Dios, vi que se aparecía una luz en mi cuarto y que siguió aumentándose hasta que el cuarto quedó más iluminado que al mediodía; cuando repentinamente se apareció un personaje al lado de mi cama, de pie en el aire, porque sus pies no tocaban el suelo.

Llevaba puesta una túnica suelta de una blancura exquisita… Sus manos estaban descubiertas así como sus brazos, un poco más arriba de las muñecas; igualmente tenía descubiertos los pies, así como sus piernas, poco más arriba de los tobillos.  También tenía descubiertos su cabeza y su cuello…

No sólo tenía su túnica esta blancura excesiva, sino que toda su persona brillaba más de lo que se puede describir, y su faz era como un vivo relámpago.  El cuarto estaba sumamente iluminado, pero no con la brillantez que había en torno de su persona.  Cuando lo vi por primera vez, tuve miedo; mas el temor pronto se apartó de mí.» (José Smith 2:30-32.)

Durante la conversación, Moroni instruyó a José Smith concerniente a unos registros que él había enterrado hacía catorce siglos.  Entre otras cosas, Moroni citó partes del libro de Malaquías, con algunos cambios:

«He aquí, yo os revelaré el sacerdocio por la mano de E lías el profeta, antes de la venida del grande y terrible día del Señor.

Y él plantará en los corazones de los hijos las promesas hechas a los padres, y los corazones de los hijos se volverán a sus padres.  De no ser así, toda la tierra sería destruida totalmente a su venida.» (José Smith 2:38-39.)

¿Cómo podríamos dar más énfasis a la gravedad de este importante mensaje?  No deberíamos desecharlo fácilmente, puesto que coloca una sagrada responsabilidad sobre nuestros hombros.

El 3 de abril de 1836, José Smith y Oliverio Cowdery tuvieron una manifestación gloriosa en el Templo de Kirtland: el Cristo resucitado se les apareció.  La descripción de Cristo, hecha por José Smith en esa ocasión, es una de las más preciosas de nuestras Escrituras.  Después, apareció Moisés y les dio las llaves del recogimiento de Israel; después, Elías, quien les entregó la dispensación del evangelio; y finalmente Elías, el profeta, quien anunció lo siguiente:

«He aquí, ha llegado el tiempo preciso anunciado por boca de Malaquías —quien testificó que él (Elías) sería enviado antes que viniera el día grande y terrible del Señor,

Para convertir los corazones de los padres a los hijos, y los hijos a los padres, para que no fuera herido el mundo entero con una maldición—» (D. y C. 110:14-15.)

¡Qué gloriosas experiencias debieron ser éstas, cuando profetas de la antigüedad vinieron y entregaron las llaves necesarias para efectuar la obra de salvación en estos últimos días!

Desde ese entonces los santos, siempre que las circunstancias lo permiten —y aun sin ellas—, edifican templos, buscan información de sus antepasados, preparan registros genealógicos y hacen las ordenanzas necesarias para su propia salvación y la de sus progenitores.  Esto es lo que significa tornar los corazones de los hijos a los padres, según lo que hablaron Elías y Malaquías.

El Señor nos ha dado la responsabilidad de hacer esta obra por todos los que han muerto.  Las restricciones legales son tales, que hoy podemos hacer la obra vicaria sólo por aquellos que han muerto hace más de 95 años, con excepción de las personas cuyos familiares mismos inicien los trámites.

Calculamos que existen registros de nombres y de información demográfica como de seis billones de personas que murieron antes del año 1900.  Casi todos esos nombres son de gente que vivió los años entre 1200 y 1900.  De éstos, hemos microfilmado los registros de cerca de un billón, y hemos hecho la obra en los templos por unos cincuenta y siete millones de personas.  Calculamos que hay dos billones y medio de registros de personas que se pueden obtener hoy, y otros dos billones y medio que creemos se podrán obtener, tan pronto como las puertas de muchas otras naciones se abran.  Por ahora estamos microfilmando y almacenando en nuestros depósitos cien millones de nombres cada año.  Considerando el costo y la vulnerabilidad de esos registros, esto es un servicio de gran valor, no sólo a la Iglesia, sino al mundo entero.

Por muchos años pusimos confianza principalmente en la investigación genealógica individual y de las familias, a fin de obtener nombres para la obra del templo.  Excepto por generaciones inmediatas, el buscar nombres mediante el proceso familiar es lento e ineficiente. Por ejemplo, en un caso reciente, el élder Fyans calculó que él tiene algo así como 2784 primos de tercer grado; todos ellos tienen el mismo segundo bisabuelo; si cada uno de ellos buscara información sobre ese mismo bisabuelo, habría una incalculable duplicación de esfuerzos.

Estamos agradecidos a todos aquellos que tan diligentemente han buscado datos de sus antepasados; vuestro esfuerzo, fe, y diligencia han establecido un firme cimiento para que esta obra continúe.  A esos esfuerzos se debe el hecho de que Salt Lake City sea una ciudad conocida como el centro mundial de genealogía.  Esa reputación que habéis establecido ha abierto para que la obra crezca, puertas que de otra manera hubieran permanecido cerradas.

No es posible que podamos efectuar la obra vicaria que deberíamos, si continuamos confiando en la investigación individual solamente.  Recientemente hemos entrado en la era de las computadoras, y la nueva tecnología progresa rápidamente; ha llegado el tiempo de que aprovechemos los maravillosos medios mecánicos que el Señor nos ha proporcionado.

El año pasado anunciamos el nuevo programa de extracción de nombres.  Las estacas han establecido unidades para extraer nombres de las micropelículas que provienen de nuestros depósitos, a fin de hacer por ellos la obra en los templos.  El progreso ha sido satisfactorio.  Confiamos en que la creciente tecnología dará como resultado una constante reducción de costo y esfuerzos, para que podamos hacer aún más.

Algunos miembros han preguntado cuál es su papel ahora, para cumplir esta tarea que el Señor nos ha dado por medio de sus profetas.  Nuestra contestación es ésta:

  1. Completad la hoja familiar de cuatro generaciones y la hoja del linaje. Comparad vuestros registros con los de vuestros hermanos, para confirmar su exactitud, y a continuación, que un solo miembro de la familia envíe el registro al Departamento de Genealogía, nombrando en la primera línea a todos los hermanos y hermanas; esto se puede hacer a partir del lo. de julio de 1979, y hasta el lo de julio de 1981.
  2. Haced obra en el templo regularmente.
  3. Participad en el programa de extracción de nombres de vuestra estaca cuando se os llame. Hay una cosa más a la cual ahora debemos prestar más atención que nunca:
  4. Escribir historias personales y de familia.

La reciente proyección en televisión de la película «Raíces familiares»*, ha despertado un gran interés en historias personales y de familia, que no disminuirá en el futuro.  Una de las redes televisoras lo cree así, y con nuestra ayuda ha filmado una documental sobre este tema.  En 1980, nuestra conferencia mundial sobre registros pondrá énfasis en historias personales y de familia.  Esto dará a los miembros de la Iglesia y a otras personas, la oportunidad de aprender a hacerlo bajo la instrucción de expertos mundiales.

¿Habéis pensado alguna vez en pertenecer a una familia real?  Una familia real tiene autoridad para serlo, recibida de alguien que tiene el derecho de conferir ese honor.  En vuestro hogar, vosotros tal vez contéis con ese honor.  El apóstol Pedro, dirigiéndose a los miembros de su tiempo, dijo:

«Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, gente santa, pueblo adquirido.» (1Pedro 2:9.)

¿Acaso no tenéis ese mismo real sacerdocio en vuestro hogar?

Una familia real es aquella cuyos miembros son honestos, verídicos, castos, benevolentes, virtuosos, templados, pacientes, caritativos, humildes, diligentes, instruidos, y obedientes a la ley.  El Señor ha amonestado:

«Pero yo os he mandado criar a vuestros hijos conforme a la luz y la verdad.» (D.y C. 93:40.)

También nos ha dicho:

«Y también han de enseñar a sus hijos a orar y a andar rectamente delante del Señor.» (D. y C. 68:28.)

«Buscad palabras de sabiduría de los mejores libros; buscad conocimiento tanto por el estudio como por la fe.» (D. y C. 88:118.)

Una familia real es una familia de padres disciplinados e hijos que controlan sus apetitos.  El Señor promete a los que le obedecen:

«Y todos los santos que se acuerden de guardar y hacer estas cosas, rindiendo obediencia a los mandamientos…

… hallarán sabiduría y grandes tesoros de conocimiento, aun tesoros escondidos.» (D. y C. 89:18-19.)

Una familia real es una familia ejemplar.  Esa familia marca el camino para que otros lo sigan.  El Señor ha dicho a los fieles:

«Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder.

Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa.

Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.» (Mateo 5:14-16.)

Una familia real tiene tradiciones.  Muchas de nuestras familias en la Iglesia tienen una tradición pionera, y hay muchas otras clases de tradiciones heredadas por otras familias en la Iglesia, e las cuales pueden estar orgullosas.  En nuestra cultura, las tradiciones se mantienen mejor en la historia de la familia.  Las nuevas generaciones deberían mantener al día la historia de la familia.  Además, cada uno de sus miembros debería llevar un diario, y de ahí se puede preparar una historia personal.  El presidente Kimball llevó un diario y de éste se escribió su historia personal, la que ha contribuido mucho a la literatura de nuestra Iglesia.

La historia personal se convierte en un tesoro familiar, que permite a los hijos conocer las virtudes y características personales de sus antepasados; y esos antepasados vienen a ser el David, el Sansón, el Moisés, y el Abraham de su linaje. El escribir historias personales y de familia se está haciendo costumbre.  La gente en todo el mundo se está interesando cada vez más en esto que para ellos es un pasatiempo, pero para nosotros es una responsabilidad sagrada.  Los corazones de los hijos en verdad, se están tornando a los padres.

Una familia real no se limita a la realeza monárquica; nosotros también podemos tener una familia real. Si todavía no habéis hecho lo necesario para lograrlo, comenzad hoy, para que las futuras generaciones en vuestro árbol genealógico, sean fieles a esos principios que caracterizan a la realeza en el reino de Dios.  La disciplina que demostréis, embellecerá vuestra vida y la vida de los miembros de la familia.  Que podáis aumentar así vuestro tesoro familiar, a fin de que continúe en futuras generaciones, para que seamos en verdad, un pueblo escogido, un real sacerdocio, sí, una familia real en el reino de Dios, para que «toda la tierra no sea destruida a su venida».  Lo pido en el nombre de Jesucristo.  Amén.

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*Traducción libre del título inglés «Roots».

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