El evangelio restaurado

Conferencia General Abril 1980logo pdf
El evangelio restaurado
por el élder Hugh W. Pinnock
del Primer Quórum de los Setenta

Hugh W. Pinnock¡Qué maravilloso ha sido este día y qué época increíble ésta! Por más de un año he estado pensando en este gran día: la dedicación de estos tres edificios, las muchas personas que lo han hecho posible, y la extraordinaria influencia que ha tenido en el mundo la restauración del evangelio.

Al estudiar la restauración y la base teológica de la Iglesia, pensaremos en las preguntas que tantas personas han hecho: ¿Qué explicación tienen el crecimiento y la asombrosa influencia de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días? ¿Qué hace diferentes a los mormones? Perplejos eruditos, críticos, teólogos y sociólogos han dado muchas respuestas diferentes. Estas han variado desde describir a la Iglesia como un fenómeno social que atrae a los perfeccionistas, hasta la idea simplista de que una iglesia conservadora siempre tiene un atractivo particular durante la época en que hay problemas.

Sin embargo, cuanto más profundamente reflexionamos sobre lo que nos diferencia de las personas que no son miembros de la Iglesia, más clara resulta la respuesta: el Redentor mismo y algunos mensajeros celestiales restauraron personalmente el evangelio sempiterno en la tierra. Es por eso que hoy estamos aquí.

El famoso dramaturgo Shakespeare escribió: «Una proposición honrada triunfa mejor exponiéndola sencillamente» (La tragedia de Ricardo III, acto IV, diálogo entre Ricardo e Isabel). Esa es mi opinión. El sencillo hecho es que creemos en los mismos principios que han sido revelados a los profetas desde que comenzó el mundo, y que empleamos los mismos conceptos que enseñó el Maestro hace casi dos mil años.

Al analizar la Iglesia llegamos a la conclusión de que ésta es la misma institución que hubo en la tierra hace muchos siglos; no hay ninguna otra explicación plausible. Por ese motivo, los eruditos que tratan de adjudicar el resurgimiento del Evangelio de Jesucristo a las tendencias populares de la época, a la casualidad u otras causas, no le encuentran sentido ni satisfacen ni siquiera los más simples anhelos de aquellos que buscan la verdad.

Quisiera dar un ejemplo de ello. Al hablar a sus discípulos en el Viejo Mundo, el Maestro les dijo: «También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor.» (Juan 10:16.)

Durante ciento cincuenta años hemos sabido que aquellas «otras ovejas» eran los hijos de nuestro Padre Celestial que vivían en América; a ellos visitó el Señor después de su resurrección; su vida y las pruebas que pasaron quedaron registradas en el Libro de Mormón. No hay ninguna otra explicación lógica de este pasaje de Juan, ni de muchos otros que han dejado perplejos a los eruditos bíblicos al tratar de descifrar el enigma.

La Iglesia es como un cuerpo extraño establecido en un medio bastante hostil. Como el Salvador nos aconsejó, debemos estar en el mundo, pero no formar parte de él; debemos ser soldados fieles en este mundo rebelde. Sí, somos diferentes y así debemos permanecer.

No puede haber otro motivo para que un grupo de personas tenga el valor de responder casi unánimemente al llamado de aquel a quien reconocemos como nuestro Profeta, Vidente y líder; quien recibe revelaciones a medida que las necesitamos.

Se encuentran similaridades en los tiempos del antiguo Israel y también en los días de Jesucristo. ¿Qué otra iglesia está estructurada con apóstoles y profetas, patriarcas, setentas, obispos y maestros? Esta Iglesia también responde a las palabras del Salvador: «Dejad a los niños venir a mí . . . porque de los tales es el reino de Dios» (Mar. 10:14). Los excelentes programas que tenemos para los niños les aseguran desde que tienen uso de razón que los amamos y que deseamos enseñarles la verdad.

Consideremos estos otros aspectos de la Iglesia restaurada: un extraordinario programa para mujeres, que incluye a más de 400.000 hermanas, quienes dirigen y enseñan en varias organizaciones; el Sacerdocio Aarónico, el de Melquisedec, en el que participan hombres y jóvenes en múltiples y edificantes tareas; servicios religiosos que se llevan a cabo el primer día de la semana; los santos templos para hacer ordenanzas sagradas, incluyendo el matrimonio eterno y el bautismo por los muertos; un sistema mundial de misioneros, en el cual sirven casi 31.000 hombres y mujeres; el bautismo por inmersión para la remisión de los pecados; un clero honorario («de gracia recibisteis, dad de gracia», Mat. 10:8); enseñanzas que resaltan el aspecto salvador y positivo de la vida; un extenso programa de bienestar para ayudar con dignidad y amor al pobre y al necesitado. La lista sería interminable.

Los acontecimientos del día de hoy testifican que lo sucedido hace quince décadas aquí, en el oeste del Estado de Nueva York, comenzó una revolución moral que, tal como profetizó Daniel, rodaría hasta cubrir finalmente todo el mundo (véase Daniel 2).

Además de éstos, hay otros aspectos que presentar. Para poder vivir en medio de las tremendas turbulencias de hoy, ¿dónde podemos encontrar seguridad espiritual, emocional y económica? El mundo está convulsionado e inclinado al egoísmo; el caos económico y la inestabilidad política también son parte de nuestro ambiente actual, causándonos inquietud, confusión e inseguridad. Afortunadamente, la restauración nos da la panacea que repara, dirige, corrige y sana; pero si no nos ajustamos a este sistema que Dios nos ha dado, seremos como aquellas vírgenes imprudentes que no prepararon sus lámparas m las llenaron de aceite. Los mormones nos inclinamos hacia la acción y el trabajo, y el sometimiento a este sistema eterno de consumo de energías provee las soluciones que el mundo necesita tan desesperadamente. ¡Ojalá que podamos ser sabios al aplicarlo!

Quizás los sensibles y agradecidos miembros de la Iglesia se pregunten: «¿Qué puedo hacer yo para expresar mi gratitud por todo lo que soy y tengo como consecuencia de mi afiliación con el reino de Dios?» A continuación hay algunas sugerencias al respecto:

Primero, usar el consejo de nuestro Profeta en formas que nos sean de ayuda personal. Una de nuestras características exclusivas como grupo es el hecho de que tenemos un líder divinamente llamado, investido por el cielo, con una autoridad que ha perdurado durante ciento cincuenta años y comenzó en este mismo lugar con el primer élder de la Iglesia, el profeta José Smith. Las palabras de un profeta tienen como objeto brindarnos gozo, a nosotros y a nuestros seres queridos, y una guía que intensificará nuestra capacidad para progresar eternamente.

Segundo, ser más comunicativos con nuestros amigos, familiares y vecinos con respecto a esta grandiosa restauración. En la revelación que se recibió, hace hoy un siglo y medio, Jesús expresó la necesidad de que fuéramos misioneros eficaces, cuando dijo:

«A fin de que cuantos creyesen y se bautizasen en su santo nombre, perseverando con fe hasta el fin, fuesen salvos.» (D. y C. 20:25.)

Tercero, servir en el reino cuando somos llamados. En aquella misma revelación del mes de abril de 1830, el Señor dijo:

«Todos los que . . .están listos para tomar sobre sí el nombre de Jesucristo, con la determinación de servirle hasta el fin, y verdaderamente manifiestan por sus obras que han recibido el Espíritu de Cristo . . .» (D. y C. 20:37)

Cuarto, andemos «en santidad delante del Señor» (D., y C. 20:69; 21:4). El Señor también nos dijo hace 150 años:

«Porque si hacéis estas cosas, no prevalecerán contra vosotros las puertas del infierno; sí, y el Señor Dios dispersará los poderes de las tinieblas de ante vosotros y hará sacudir los cielos para vuestro beneficio y para la gloria de su nombre.» (D. y C. 21:6)

Nuestros sermones más eficaces serán los predicados por medio de nuestras acciones.

Estos que he mencionado son cuatro pasos simples, pero de ellos pueden surgir la felicidad y una paz «que sobrepasa todo entendi-miento» (Filip. 4:7; cursiva agregada). Quisiera repetir:

Primero, sigamos el amoroso consejo de nuestro Profeta y demás líderes de la Iglesia.

Segundo, enseñemos el Evangelio de Jesucristo. El honor nos exige que proclamemos al mundo esta grandiosa restauración.

Tercero, sirvamos al Maestro, manifestando nuestro testimonio me¬diante nuestras palabras y obras.

Cuarto, andemos en santidad, obedeciendo los mandamientos. Que cada uno de nosotros, como parte de este gran aniversario y de esta celebración del sesquicentenario, pueda encaminar su vida edificando, amando y perdonando como modo de expresar su gratitud por todo lo que posee. Lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amen.

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1 Response to El evangelio restaurado

  1. Avatar de Desconocido valeria dice:

    No era lo que buscaba😒🙍

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