El nos enseña con el ejemplo

Conferencia General Abril 1980logo pdf
El nos enseña con el ejemplo
por el élder Marvin J. Ashton
del Consejo de los Doce

Marvin J. Ashton1El sonido del acero rechinando contra el piso y las paredes de hormigón y el sonido tan particular producido por las puertas de las celdas abriéndose y cerrándose automáticamente me resultaron familiares, ya que antes había visitado la cárcel varias veces. Ese día cuando entramos a la prisión del Estado de Utah, el presidente Kimball me acompañaba. Para él era una nueva experiencia.

Una vez que transpusimos la bien custodiada puerta de entrada, se nos condujo a la oficina del director de la cárcel ubicada casi al frente de una de las secciones de seguridad. Aun después de estar allí sentados a salvo, seguía preocupado; no quería que ocurriera nada que entorpeciera la visita del Profeta. Esperaba que todo se mantuviera bajo control. Yo era el responsable de que no le pasara nada durante ese viaje, y como sabía que el comportamiento de los prisioneros era difícil de predecir, me sentía agobiado por tal responsabilidad. Afortunadamente el director había hecho preparativos para nuestra visita, y tanto en la oficina como en las inmediaciones reinaba la calma. Me sentí aliviado al darme cuenta de que aparentemente la noticia no se había divulgado, y los prisioneros en general no sabían de la llegada del Presidente. Me preguntaba qué lo había traído allí, que interés tendría en la cárcel cuáles serían sus intenciones. ¿querría visitar a alguno de los prisioneros? Me preguntaba por qué corría el riesgo de venir a este lugar cuando había en su oficina muchísimos asuntos que necesitaban su atención.

Una vez que había terminado la visita y luego de tener unos días para reflexionar, me di cuenta que el presidente Kimball había ido por varias razones y por su interés en la gente. Estar a su lado y verlo conversar con esas personas fue para mí una experiencia que nunca olvidaré. Aprendí mucho; me encontraba con un profeta en un ambiente inseguro; y mi compañero mayor, si puedo llamarlo así, me enseñó muy bien. La cordialidad y sabiduría que observé en este gran hombre durante nuestro viaje de ida y vuelta y la visita a la cárcel renovaron en mí un sentimiento conmovedor de agradecimiento por su grandeza.

Permitidme hablaros, especialmente a vosotros, los del Sacerdocio Aarónico, de las cualidades propias de un gran líder, las que observé durante esta visita en que acompañé al presidente Kimball. Espero que al repasar y analizar estas cualidades podamos ponerlas en práctica en nuestra vida, ya que siguiendo el ejemplo del presidente Kimball podremos fortalecernos como individuos y lograr muchísimo más.

Luego de haber estado un momento en la oficina del director de la cárcel, éste pidió a dos prisioneros que pasaran y saludaran al presidente Kimball. Cuando entraron, titubeando un poco; el Presidente se puso de pie para darles la mano y los saludó. Yo observé con sumo interés al Profeta con los dos prisioneros ¿Qué iría a decir después del saludo? Entre otras cosas les preguntó de dónde eran, qué clase de trabajo hacían en la prisión, si estaban ayudando en la construcción de la nueva capilla; y se interesó por saber acerca de la familia de cada uno de ellos. No pude entrever en sus palabras ni un dejo de humillación o crítica. Tal vez otros en su lugar hubieran indagado qué crimen habían cometido, cuál era su sentencia y cuánto tiempo hacía que se encontraban allí, y dicho cosas como: «Vuestras familias deben sentirse avergonzadas de vosotros», «deberíais sentir vergüenza de estar desperdiciando vuestra vida en la cárcel» o «¿por qué no os reformáis de una vez por todas?»

E1 presidente Kimball nos dio el ejemplo cuando, con sinceridad y experiencia, tuvo una especie de entrevista personal con los prisioneros. En unos minutos y con pocas pero sabias palabras, les hizo saber que se encontraba allí porque estaba interesado en ellos.

Cuandohubo finalizado esta corta conversación con los dos prisioneros, salimos del edificio en que estábamos para dirigirnos a la capilla de la cárcel, que estaban construyendo. Eran alrededor de las 10:30 de la mañana y la temperatura sólo llegaba a los 5 grados centígrados. Le preguntaron al Presidente si deseaba caminar las dos cuadras o si prefería ir en automóvil, a lo que respondió que le gustaría caminar. Puesto que el presidente Kimball no tenía un abrigo, su secretario, D. Arthur Haycock, hizo ademán de sacarse el sobretodo para prestárselo, pero aquél le dijo: «No, gracias; déjatelo puesto. Si camino no lo necesitaré.» Para algunos quizás la actitud del presidente Kimball no fue nada más que un simple acto de cortesía pero para mí, p e una muestra de su gentileza natural.

Mientras el presidente Kimball caminaba hacia el lugar de la nueva capilla acompañado de los carceleros, prisioneros y algunos de nosotros, yo estaba lo suficientemente cerca como para oír las preguntas que demostraban su interés y observar con qué atención escuchaba las respuestas y comentarios de los demás. Me sentí otra vez emocionado al ver su preocupación por la gente y por la situación en que se encontraban. Una vez dentro de la capilla en construcción, les dio la mano a los obreros, algunos de los cuales eran prisioneros, y otros eran personas que se habían enterado de su presencia. Parecía tener tiempo para todos y la gente nunca parecía molestarlo. Vi a unos cuantos saltar desde los andamios para venir a estrechar su mano. Algunas veces él les extendía la suya sin darles tiempo a limpiarse las manos sucias de cemento y tierra. Tanto ellos como algunos ministros de otras iglesias le oyeron comentar: «Esta capilla para reuniones de todos los credos ayudará a los prisioneros a reformarse», y luego añadió: «a nuestra Iglesia y a sus miembros les complace ayudar a llevar a cabo cualquier obra civil destinada a mejorar la comunidad.» Una vez más quedé impresionado por la forma tan especial en que se relacionaba con todos.

Pero lo que más me impresionó durante la inspección de la capilla y durante toda la visita a la prisión fue el momento en que se invitó a dos de los prisioneros a sacarse una foto con el presidente Kimball. Estábamos en el vestíbulo de la sección de seguridad mínima, y el Profeta les hizo ademán de que se acercaran; y al rodear con sus brazos a los dos, les dijo: «Es un honor para mí fotografiarme con vosotros». Fue evidente que los prisioneros se sintieron emocionados y aún más evidente fue para nosotros la grandeza de este hombre al que tanto amamos. Pudimos presenciar una demostración de respeto y dignidad humana. Eficazmente nos enseñó que todos los hombres son dignos de ser tratados como seres humanos, no importa de dónde vengan ni en qué lugar se encuentren. Es obvio que el presidente Kimball, a pesar de ser enemigo acérrimo del cado, es amigo del pecador. La escritura que se encuentra en D. y C. 50:26 resonó en mi mente:

«El que es ordenado de Dios, y enviado, tal es nombrado para ser el mayor, a pesar de ser el menor y el siervo de todos.»

Casi al final de nuestra visita uno de los prisioneros se apresuró para alcanzarme y me dijo: «No tuve la oportunidad de dar la mano al presidente Kimball. ¿Podría decirle que lo quiero mucho?» Y otro añadió: «Yo no soy mormón pero reconozco que es un hombre muy especial.» Espero que algún día este muchacho llegue a saber que sí es muy especial.

Mientras caminábamos hacia el auto para regresar a Salt Lake City, esta magnifica experiencia que tuve con el Profeta me trajo a la mente lo que escribió Parley P. Pratt cuando él y el profeta José Smith estaban en la cárcel de Richmond, Missouri. La situación era muy distinta pero se pudo sentir el mismo espíritu de verdadera dignidad y majestad. (Parley P. Pratt, Jr., The Autobiography of Parley P. Pratt [Salt Lake City, Deseret Book, 1938 ], págs. 193200, 210-215, 230-240.) Yo también fui testigo de la verdadera grandeza cuando el visitante habló y actuó en la prisión con la autoridad de Dios, y sin ningún temor dedicó algún tiempo a los prisioneros. Unos segundos antes de alejarnos del conjunto de edificios que forma la cárcel, el presidente Kimball divisó el lugar donde mantienen a los prisioneros más peligrosos. A1 verlo aislado del lugar y los numerosos guardias y muros comentó: «Qué triste es cuando no se les puede dar a algunas personas la responsabilidad que trae consigo la libertad y hasta hay que privarlos del gozo del trabajo. Todos los hombres son buenos en el fondo, pero algunos se apartan del camino y es necesario guiarlos para que vuelvan a encontrar la senda correcta y retomar buenos hábitos».

E1 presidente Kimball le preguntó al director de la cárcel si el pro-grama de la noche de hogar daba buenos resultados allí. (El ayudó a que se implantara hace algunos años.) Se alegró mucho cuando le contestaron que tenía éxito. Le dijeron que todos los lunes, docenas de familias continúan yendo a la cárcel a reunirse con los prisioneros que han sido escogidos para participar en este programa. Estas buenas familias vienen a reemplazar a las de los prisioneros que no tienen su propia familia, y los vínculos de cariño que se forman, y que con gran frecuencia continúan aun después que el prisionero sale de la cárcel, influyen mucho en su rehabilitación. E1 presidente Kimball es un convencido de que todos tienen derecho de tener el cariño de una familia, y cuando supo que algunos prisioneros, por medio de este programa, han conocido por primera vez lo que significa pertenecer a una familia verdadera, se puso muy contento.

Mientras recorríamos la nueva capilla, y cuando caminábamos de un edificio al otro, teníamos siempre a nuestro alrededor personas de todas las edades, prontas para ayudar al Presidente y contestar sus preguntas. Un jovencito, luego de haber escuchado varias veces al presidente Kimball llamarme «Mary», dijo: «¡Qué fantástico que el Profeta lo llame así!», a lo que le contesté: «¡Ya lo creo! Y lo que es más lindo aún es saber que el presidente Spencer W. Kimball es un Profeta de Dios».

En el viaje de regreso a la ciudad de Salt Lake, el presidente Kimball nos agradeció una y otra vez por haberlo llevado a visitar la cárcel. Se sintió contento con la reacción de todos aquellos con los que había hablado, y dijo: «Espero que me vuelvan a llevar otra vez ya que esa gente necesita nuestro cariño y apoyo constantes».

Espero que todos nosotros, los poseedores del sacerdocio y los líderes, podamos aprender mucho de la visita del presidente Kimball a la cárcel. Brevemente me gustaría enumerar diez puntos importantes tomados de mis observaciones, los cuales pueden ayudarnos a ser más rectos y a actuar mejor siguiendo el ejemplo del Profeta.

  1. Nos demostró como entrevistar a los que podemos llamar «inactivos», con comentarios sinceros y cordiales. Sus preguntas no humillaban ni criticaban, ni ponían en ridículo al entrevistado. Pensemos, ¿qué palabras usaríamos para acercarnos a los que no hemos visto por un tiempo y queremos reactivar?
  2. Hizo que todos se sintieran cómodos en su presencia. Nunca les habló con un tono de superioridad. Los hacía sentir como si él fuera parte de ellos. ¿Sabemos cómo hacer sentir cómodos a los que visitamos, o les damos la impresión de que lo único que nos importa es aumentar nuestros porcentajes?
  3. Escuchó con atención lo que le decían. Los que lo rodeaban sabían que él tenía interés en escucharlos. Pensé en la escritura que se encuentra en Lucas 2:46, 47:

«Y aconteció que tres días después le hallaron en el templo, sentado en medio de los doctores de la ley, oyéndoles y preguntándoles.

Y todos los que le oían, se maravillaban de su inteligencia y de sus respuestas.»

En este caso, quizás podemos cambiar un poco esta cita para que diga: «Aconteció que lo hallaron en la cárcel sentado en medio de los prisioneros, oyéndoles y haciéndoles preguntas. Y todos los que le oían, se maravillaban de su capacidad para preguntar y escuchar.»

  1. Fue cortés y atento con todos. Sin duda alguna conoce muy bien la quinta ley de los Boy Scouts y ha estado poniéndola en práctica por más de 75 años.
  2. Trató a todos como si fueran sus amigos y parecía que los clasificaba en la categoría de los buenos. ¿Tenemos nosotros la capacidad de brindar amistad a los que desde nuestro limitado punto de vista no lo merecen?
  3. Expresó su agradecimiento a todos y no pasó por alto ningún favor ni ayuda recibidos.

«Y en nada ofende el hombre a Dios, o contra ninguno está encendido su enojo, sino aquellos que no confiesan su mano en todas las cosas» (D. y C. 59:21).

Algunos de los que no reciben afecto por encontrarse alejados de nosotros y de la asociación con los miembros de un quórum muchas veces están ansiosos de recibir palabras de aliento y aprecio.

  1. El mostraba una notable dignidad y serenidad. El gobernador Scott M. Matheson del Estado de

Utah también estaba allí cuando el presidente Kimball hizo su ira por la cárcel, y me llamó muchísimo la atención que el Profeta tratara al gobernador con el mismo respeto con que trataba a los prisioneros. ¿Tenemos nosotros la capacidad de amar al miembro inactivo al igual que al miembro fiel?

  1. El aborrece el pecado, pero ama al pecador. Me emocionó verlo poniendo los brazos alrededor de los hombros de los prisioneros. ¿Somos capaces de comportarnos de igual forma?
  2. Está a disposición de todos los hijos de Dios. Hizo sentir a los prisioneros que estaban haciéndole un favor al permitirle fotografiarse con ellos. Nunca lo vi eludir a las personas o esquivar situaciones que podrían resultar desagradables. Cuando alguien quería darle la mano o sacarse una fotografía con él, nunca se negó diciendo: «Estoy cansado» o «ahora no».
  3. Tomó la iniciativa para acercarse cuando alguno titubeaba. Parecía esforzarse por atraer a los que se mantenían distanciados. ¿Somos nosotros también perseverantes para poder atraer a los que se han apartado temporalmente?

Estoy contento porque fue posible que el presidente Kimball visitara la cárcel y por haber podido acompañarlo. Uno de los prisioneros que se sacó la fotografía con él está cumpliendo una sentencia por robo; el otro está preso por homicidio impremeditado. Uno de ellos era miembro de nuestra Iglesia, el otro, no. No puedo olvidar que lea dijo: «Es un honor para mí fotografiarme con vosotros.»

» . . estuve . . . en la cárcel, y vinisteis a mí.» (Mateo 25:36.) Este es otro buen ejemplo de cómo nuestro Presidente puede rodearnos a todos con su amor; en su corazón hay lugar para todos; él no abandonará a nadie.

Yo espero y ruego que tengamos el valor de animar, guiar y amar a los demás dondequiera que nos encontremos, tal como vi hacerlo al profeta en su visita a la cárcel. Esto lo pido humildemente en el nombre de Jesucristo. Amén.

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