Conferencia General Abril 1980
Enseñad con la ayuda del espíritu
por el élder W. Grant Bangerter
del Primer Quórum de los Setenta
El poder principal para llevar el evangelio a todas las personas, vivas o muertas, es el del Espíritu Santo. Mi experiencia indica que muchos de los que trabajan en los llamamientos del sacerdocio carecen de la perspicacia para comprender esta gran entidad y no pueden ser tan eficaces como deberían.
Ruego poder ser bendecido para dar algunas instrucciones que sean de ayuda acerca de esta influencia tan poderosa y sagrada.
La mayor parte de nuestro trabajo se hace por medio de la enseñanza. Esta se lleva a cabo en clases tales como quórumes del sacerdocio, Escuela Dominical y Seminario; muchas veces durante entrevistas; por medio de los misioneros cuando presentan el evangelio en sus charlas; por los maestros orientadores cuando enseñan a las familias de la Iglesia; y por supuesto, en sermones como éste.
Me dirijo a los presidentes de estaca, obispos y líderes de quórum; a los misioneros, líderes de las organizaciones auxiliares, maestros orientadores y de clase.
¿Cómo podemos enseñar por el Espíritu? Hermanos, tratad de percibir la influencia del Espíritu Santo en las experiencias que relataré.
Cuando servía como presidente de estaca, en una ocasión invitamos con mis consejeros a un hermano para tener una entrevista y comunicarle que había sido propuesto para cumplir con el llamamiento de presidente de los Hombres Jóvenes de la mutual de la estaca. Este hombre no había sido muy activo; le agradaba pasar los fines de semana, incluyendo los domingos, acampando y pescando; además sabíamos que él y su esposa no siempre obedecían la Palabra de Sabiduría. Habíamos tenido algunas dudas sobre si debíamos considerarlo para ocupar esa posición, pero luego de haber orado y tratado el asunto con los miembros de la presidencia y el sumo consejo, decidimos que debía ser llamado. Cuando le comunicamos la decisión, respondió que no tenía interés en aceptar la asignación y que no se sentía digno o calificado. Entonces le dijimos cómo era que lo habíamos elegido a él entre todos los miembros de la estaca; le explicamos que necesitábamos en nuestra estaca un líder de los jóvenes, fuerte y capaz, y que tanto la presidencia como el sumo consejo habían orado sinceramente pidiendo al Señor que les indicara la persona que debía ocupar esa posición. Le dijimos: «La respuesta fue clara. Usted es el hombre que el Señor ha elegido; ahora está en usted decidir; pero por supuesto, tiene la obligación de ir a su casa y hablar del asunto con su esposa. Lo único que le pedimos es que luego se arrodille con ella y le pregunte al Señor qué es lo que El quiere que haga».
Tres días después ese mismo hombre me llamó por teléfono; no parecía contento mientras con desgano me informó que aceptaría el cargo con todos los compromisos que implicaría. Cumplió con su llamamiento prestando un gran servicio, y cuando termino con su asignación pasó a ser miembro del sumo consejo; desde entonces ha sido feliz viviendo el evangelio.
Tuvimos una experiencia similar cuando llamamos a otro hermano para que fuera presidente de nuestra misión de estaca. Después de haber pasado por algunas experiencias desalentadoras mientras servía en la Iglesia, él se consideraba casi en el camino a la apostasía y no estaba del todo seguro de su testimonio. Se resistía firmemente a ese compromiso diciendo que le quitaría tiempo para hacer las cosas más gratas de la vida. Le explicamos que nuevamente habíamos buscado la guía del Señor para saber quién debía presidir la misión. También le dijimos que no estaba obligado a aceptar el llamamiento, pero que antes de rehusar, debía preguntar a su Padre Celestial si debía o no servir en esa posición. El Señor le dio la firme seguridad de que había sido llamado a la obra. Al año siguiente él y sus misioneros bautizaron casi el 10% de las personas que no eran miembros en nuestra estaca. Más tarde recibió el llamamiento para ser un obispo.
En algunas oportunidades me he acercado a jóvenes en edad de servir como misioneros y les he dicho que habían sido llamados para servir en una misión. A veces me han contestado que no tienen deseos de ir; entonces les he explicado que a mí no me afecta personalmente si ellos van o no a una misión, sino que solamente cumplo con el deber de comunicarles que el Señor ya les ha hecho un llamamiento y les explico cómo lo sé. Yo estaba presente el día en que el presidente Kimball anunció que todos los jóvenes debían ir a una misión, y el Espíritu Santo me hizo saber que ese principio es verdadero.
En otra oportunidad, cuando estaba hablando con un patriarca humilde pero inspirado, éste me dijo que no había sido entrenado ni educado para dar bendiciones patriarcales, y que podía decir solamente las cosas que el Señor le indicaba. Luego agregó: «A usted le interesaría saber a cuántos jóvenes que vienen a recibir su bendición patriarcal se les dice que irán a una misión». Con esa declaración nuevamente percibo la revelación y veo la luz, y sé que no es el presidente Kimball quien los ha llamado a una misión; él solamente los ha notificado. Aquel que los ha ordenado para la misión ha sido el Señor mismo y cada joven miembro de la Iglesia tiene la obligación de trabajar para edificar el reino. Por lo tanto, no ha sido difícil para mí decir a los jóvenes que yo sé que han sido llamados para ir a una misión, y cuando ellos me responden que no tienen interés, yo solamente digo: «No me lo digan a mí; díganselo al Señor. Vayan a orar y pregúntenle qué es lo que El quiere que hagan». Después de hacerlo, casi siempre vuelven diciendo: «Bueno, creo que es mejor que vaya a la misión». Para algunos es entonces el momento de decirles: «Ahora ambos en-tendemos que usted no está suficientemente preparado, de manera que vamos a dar los pasos necesarios por medio de los cuales podrá calificarse para ir a una misión».
A través de muchos años he observado a los misioneros mientras enseñan el evangelio, y he visto que algunos de sus mejores investigadores les dicen que han decidido no unirse a la Iglesia. Al llegar a este punto muchos de ellos se sienten desalentados y desilusionados; sin embargo, aquellos que entienden lo que es el poder del Espíritu Santo consideran ese momento como su gran oportunidad y hasta se alegran porque saben cómo deben proceder. Posiblemente digan: «Muy bien, si ese es su deseo. No obstante, permítanos un momento sólo para decirle todo lo que el evangelio significa para nosotros. ¿Recuerdan cuando José Smith se arrodilló una noche en su habitación y oró al Señor para saber cuál era su posición ante Dios? En contestación a su oración se le apareció un ángel y le dijo:
`José, he venido de la presencia de Dios para decirte que el Señor tiene una obra para ti, por causa de la cual tu nombre se tendrá por bien o mal entre todos los hombres’ (José Smith 2:33).
¿Qué es lo que dijo José? `Muchas gracias señor ángel, pero yo no quiero ir a una misión; yo sólo quería saber si el Señor me amaba.’ Por supuesto que él no podría haber dicho esto. Queremos decirle, que sabemos que esta obra es verdadera tal como si hubiésemos estado arrodillados al lado de José Smith, porque Dios nos lo ha revelado y también lo revelará a ustedes. Creemos que no deben tomar ninguna decisión sin antes haberse arrodillado y preguntado al Señor qué es lo que quiere que ustedes hagan.» Y los investigadores, mientras oran, contestan diciendo: «Por supuesto, el Señor quiere que nos unamos a la Iglesia». Naturalmente, el paso siguiente es ayudarlos a prepararse para el bautismo.
¿Qué es lo que ha sucedido en todos estos casos? Simplemente que el Espíritu Santo ha llegado a la presencia de los que están enseñando y de los que escuchan, y les ha dado un testimonio de la intención y voluntad del Señor. Experimentaron algo que nunca antes entendieron o conocieron. ¿Lo habéis notado? Mientras os relato estas experiencias, también vosotros, como yo, lo habéis percibido. Esto se explica en Doctrinas y Convenios:
«De manera que, el que la predica y el que la recibe se comprenden entre sí, y ambos son edificados, y se regocijan juntamente.» (D. y C. 50:22)
Además se nos dice:
«Y se os dará el Espíritu por la oración de fe; y si no recibiereis el Espíritu, no enseñaréis.» (D. y C. 42:14. )
La oración es el medio principal por el cual se obtiene y se siente este Espíritu.
Debemos prepararnos para obrar con la ayuda del Espíritu del Señor.
Nuestra enseñanza, mediante la influencia del Espíritu, debe ir acompañada de ciertos principios. Primero, debemos ser hombres dignos; luego necesitamos confiar en el Espíritu Santo, creer en E1 y contar con que su presencia esté con nosotros; entonces, es necesario que sepamos reconocerlo para poder ayudar a que otros sientan su influencia.
Uno de nuestros grandes misioneros dice: «Yo les doy mi testimonio; luego les hablo de su propio testimonio; y más tarde son ellos los que me están testificando». Ese es el método; Alma hizo lo mismo cuando explicó a la gente de la ciudad de Gedeón sobre la venida de Cristo y la redención que traería a aquellos que lo aceptaran y fueran bautizados. Dijo:
«Y ahora, amados hermanos míos, ¿creéis estas cosas? He aquí, os digo que sí; sé que las creéis; y sé que las creéis por la manifestación del Espíritu que hay en mí.» (Al. 7:17.) Después de las muchas experiencias maravillosas que he tenido de la influencia del Espíritu Santo, doy mi testimonio de estas cosas en el nombre de Jesucristo. Amén.
























