Conferencia General Abril 1980
Palabras de introducción a la dedicación
por el presidente Spencer W. Kimball
en la cabaña de Pedro Whitmer
Mis queridos hermanos, es una experiencia emocionante y maravillosa el estar hoy aquí, donde el profeta José Smith estuvo hace ciento cincuenta años. Llegamos anoche por avión desde Salt Lake City: el viaje nos llevó apenas seis horas, volando sobre esta hermosa tierra, la misma que hace mucho tiempo recorrieron trabajosamente nuestros antepasados en dirección al Oeste en busca de un lugar donde pudieran verse libres de persecuciones y pudieran adorar a Dios de acuerdo con los dictados de su propia conciencia.
Nos encontramos esta mañana de Pascua en la casa restaurada de la granja de Pedro Whitmer, la que fue fielmente renovada para esta oportunidad, a fin de ayudarnos a recordar los acontecimientos tan importantes y significativos que tuvieron lugar aquí hace siglo y medio. En los años venideros, este lugar será visitado por buenas gentes de todas partes del mundo, quienes vendrán con el deseo de estar aquí donde yo me encuentro hoy.
En este mismo lugar, el 6 de abril de 1830, se reunió un pequeño grupo de personas para formalizar la organización de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días. Ellos creían en el testimonio del profeta José Smith, de que en la arboleda que se encuentra a pocas millas de aquí, en un día de primavera del año 1820, él recibió la visita de Dios el Padre y su Hijo, el resucitado Señor Jesucristo ‘ En los años siguientes tuvieron lugar apariciones de otros seres celestiales resucitados. En el Cerro Cumora, a unas pocas millas al oeste de este lugar, José Smith obtuvo de manos del ángel Moroni el registro de un pueblo que antiguamente habitó esta tierra. Mediante el don y poder de Dios, él tradujo esos anales los cuales ahora se conocen como el Libro de Mormón. Una gran parte de la traducción de esta obra fue realizada en esta casa de los Whitmer.
En aquel histórico martes 6 de abril de1830, hace un siglo y medio, seis hombres de entre los reunidos en esta casa, organizaron la Iglesia como una sociedad religiosa. Tres de los descendientes de aquellos hombres se encuentran hoy con nosotros: la hermana Lorena Homer Normandeau, bisnieta de José Smith; Eldred G. Smith, tataranieto de Hyrum Smith, ‘Melvin Thomas Smith, bisnieto de Samuel Harrison Smith.
Aquí, en este sitio, repasamos mentalmente la poderosa fe y las obras de quienes, partiendo de estos humildes comienzos, dieron tanto para ayudar a que la Iglesia alcanzara la importancia que tiene ahora; y, lo que es más importante aún, observamos mediante nuestra fe la visión de su inminente y glorioso futuro.
Ahora, mis hermanos y hermanas, con el futuro por delante y comprendiendo en esta sagrada ocasión las grandes responsabilidades y la divina misión de la Iglesia restaurada, la Primera Presidencia y el Consejo de los Doce Apóstoles declaran al mundo una proclamación. Hemos considerado apropiado el emitir esta declaración (Oficial desde aquí, el lugar donde la Iglesia tuvo sus comienzos. Por lo tanto, le pediré al élder Gordon B. Hinckley, del Consejo de los Doce, que lea dicha proclamación, tanto en mi nombre como en el de los demás hermanos de las Autoridades Generales, para vosotros y para el mundo. Elder Hinckley tiene la palabra.
PROCLAMACIÓN
La Primera Presidencia y el Consejo de los Doce Apóstoles de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
6 de abril de 1980
La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días fue organizada hace hoy ciento cincuenta años. En este aniversario del sesquicentenario emitimos al mundo una proclamación concerniente a su progreso, a su doctrina, a su misión y a su mensaje.
El 6 de abril de 1830, un pequeño grupo de hombres se reunió en la granja de Pedro Whitmer en el pueblo de Fayette, Estado de Nueva York. Seis hombres participaron en el procedimiento formal de la organización, con José Smith como su líder. Desde sus modestos comienzos en una zona rural esta obra ha crecido constante y ampliamente al influjo de hombres y mujeres que en todas partes del mundo han abrazado su doctrina y entrado en las aguas del bautismo. Hay en la actualidad casi cuatro millones y medio de miembros, y la Iglesia es más fuerte y crece con más rapidez que en cualquier otro momento de su historia. En toda América, de Norte a Sur, en las naciones de Europa, en Asia, en Africa, en Australia y las Islas del Pacífico Sur y en otras partes del mundo se encuentran congregaciones de Santos de los Últimos Días.
El evangelio restaurado mediante José Smith actualmente se está enseñando en cuarenta y seis idiomas, y en ochenta y -una naciones. Desde aquella pequeña reunión celebrada en una granja hace un siglo medio, la Iglesia ha crecido hasta incluir hoy casi doce mil congregaciones organizadas.
Testificamos que este evangelio restaurado fue traído al mundo mediante la maravillosa aparición de Dios el Eterno Padre y de su Hijo resucitado, nuestro Señor Jesucristo. Esa manifestación tan gloriosa marcó el comienzo del cumplimiento de la promesa de Pedro, quien profetizó acerca de «los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que flan sido desde tiempo antiguo», para preparar la venida del Señor que vendría a reinar personalmente sobre la tierra (Hechos 3:19-21).
Afirmamos solemnemente que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es, de hecho, una restauración de la Iglesia establecida por el Hijo de Dios cuando en su vida mortal organizó su obra en la tierra; que lleva su sagrado nombre, el nombre de Jesucristo; que está edificado sobre el cimiento de apóstoles y profetas, siendo El mismo la piedra angular; que su sacerdocio, tanto el orden de Aarón como el de Melquisedec, fue restaurado por las manos de aquellos que lo poseyeron antiguamente: Juan el Bautista, en el caso del Sacerdocio Aarónico; y Pedro, Santiago y Juan, en el caso del Sacerdocio de Melquisedec.
Declaramos que el Libro de Mormón fue sacado a luz mediante el don y poder de Dios, y que junto con la Biblia sirve de testigo de Jesús el Cristo, el Salvador y Redentor de la humanidad. Ambos testifican juntos de su divina condición de Hijo de Dios.
Testificamos que la doctrina y las prácticas de la iglesia conducen a la salvación y exaltación, no sólo de aquellos que aún viven, sino también de los muertos; y que en sagrados templos edificados con estos fines se está llevando a cabo una gran obra vicaria en favor de aquellos que han muerto, para que todos los mortales puedan verse beneficiados por las ordenanzas de salvación del evangelio del Maestro. Esta grandiosa y abnegada obra es una de las características de ésta la Iglesia restaurada de Jesucristo.
Ratificamos la santidad de la familia, la cual es una creación divina, y declaramos que Dios, nuestro Padre Eterno, pedirá cuentas a los padres de la responsabilidad que El les da de criar a sus hijos en la luz y la verdad, enseñándoles a «orar y a andar rectamente delante del Señor». Enseñamos que la más sagrada de todas las relaciones, o sea a unión matrimonial y los vínculos entre padres e hijos, pueden continuar eternamente cuando el casamiento se solemniza por la autoridad del santo sacerdocio en templos dedicados para este propósito divino.
Testificamos que todos los seres humanos son hijos de Dios, y a El tendrán que rendirle cuentas; que nuestra vida aquí en la tierra es parte de un plan eterno; que la muerte no supone el fin de todas las cosas sino una transición desde ésta a otra esfera donde toda actividad tendrá propósito, lo cual fue hecho posible mediante la expiación del Redentor del mundo; y que allí tendremos la oportunidad de esforzarnos y progresar en pos de la perfección.
Testificamos que el espíritu de profecía y revelación está entre nosotros.
«Creemos todo lo que Dios ha revelado, todo lo que actualmente revela, y creemos que aún revelará muchos grandes e importantes asuntos pertenecientes al reino de Dios» (Artículo de Fe N° 9). Los cielos no están sellados; Dios continúa hablando a sus hijos como lo hizo en el pasado mediante un profeta revestido del poder necesario para declarar Su palabra.
La misión de la Iglesia hoy, como lo fue desde el comienzo, es enseñar el Evangelio de Jesucristo a todo el mundo en obediencia al mandamiento dado por el Salvador antes de su ascensión, y repetido en revelaciones contemporáneas:
«Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura, obrando mediante la autoridad que yo os he dado, bautizando en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.» (D. y C. 68:8.)
Mediante el profeta José Smith el Señor reveló esta solemne advertencia:
«… Escuchad, vosotros, pueblos lejanos; y vosotros, los que estáis sobre las islas del mar, escuchad juntamente.
Porque, de cierto, la voz del Señor se dirige a todo hombre y no hay quien escape; y no hay ojo que no verá, ni oído que no oirá, ni corazón que no será penetrado.
Y los rebeldes serán afligidos con mucho pesar; porque se pregonarán sus iniquidades desde los techos de las casas, y serán revelados sus hechos secretos.
Y la voz de amonestación irá a todo pueblo por las bocas de mis discípulos, a quienes he escogido en estos últimos días.» (D y C 1:1-4)
Es, por lo tanto, nuestra obligación enseñar la fe en nuestro Señor Jesucristo, exhortar a la gente de la tierra para que se arrepienta, administrar las sagradas ordenanzas del bautismo por inmersión para la remisión de los pecados y la imposición de manos para conferir el don del Espíritu Santo; y todo esto lo hacemos por la autoridad del Sacerdocio de Dios.
Es nuestra responsabilidad adoptar y seguir un inspirado programa de instrucción y actividades y edificar y mantener edificios e instalaciones apropiados para el logro de estas cosas, para que todos los que escuchen y acepten puedan progresar en el entendimiento de la doctrina y aumentar el servicio cristiano hacia su prójimo.
Al llegar hoy al punto culminante de estos ciento cincuenta años de progreso, contemplamos humildes y agradecidos los sacrificios de aquellos que nos antecedieron, muchos de los cuales dieron su vida como testimonio de esta verdad.
Estamos agradecidos por su fe, por su ejemplo, por sus magníficas obras y devota consagración hacia esta causa considerada por ellos más sagrada que la vida misma. Nos han dejado un legado extraordinario y estamos resueltos a edificar sobre él para bendición y beneficio de quienes nos sigan, los que constituirán las siempre crecientes filas de hombres y mujeres fieles en toda la tierra.
Esta es la obra de Dios; es su reino el que estamos edificando. En la antigüedad el Profeta Daniel se refirió a él como una piedra cortada del monte, no por manos humanas, que rodaría hasta llegar a los confines de la tierra. Invitamos a los honestos de corazón en todo el mundo a escuchar las enseñanzas de nuestros misioneros que son enviados como mensajeros de la verdad eterna, a estudiar, aprender y preguntar a Dios, nuestro Padre Eterno, en el nombre de su Hijo, el Señor Jesucristo, si estas cosas son verdaderas.
. «. . . y si pedís con un corazón sincero, con verdadera intención, teniendo fe en Cristo, él os manifestará la verdad de ellas por el poder del Espíritu Santo. Y por el poder del Espíritu Santo podréis conocer la verdad de todas las cosas.» (Moroni 10:4-5.)
Exhortamos a todas las personas a resistir el mal y a volverse a Dios; a trabajar juntas en pos de la hermandad que debemos reconocer y aceptar cuando en verdad llegamos a saber que Dios es nuestro Padre y que nosotros somos sus hijos; y a adorar a El y a su Hijo, el Señor Jesucristo, el Salvador de la humanidad. Con la autoridad del santo sacerdocio del que estamos investidos bendecimos a quienes buscan la verdad dondequiera que se encuentren, e invocamos la gracia del Todopoderoso sobre todas las naciones y todos los hombres cuyo Dios es el Señor. En el nombre de Jesucristo. Amén.
























