Conferencia General Octubre 1980
La decisión más importante
Elder Boyd K. Packer
del Consejo de los Doce
Tras la Conferencia General de abril pasado, tuvo lugar una actividad social para todas las Autoridades Generales y sus respectivas esposas. La parte culminante del programa consistió en abrir una caja de recuerdos que se abre el año del jubileo, la cual fue preparada por la Sociedad de Socorro de la Estaca de Box Elder, en Brigham City, (ciudad del norte de Utah), hace 50 años, cuando se celebro el centenario de la Iglesia.
En la caja había periódicos de la época, recuerdos y algunas cartas. Una de esas cartas fue escrita por mi abuela, Sarah Adeline Wight Packer, y en ella se leía:
«Nos mudamos a una granja en Corinne, Utah, en el año 1902. Puesto que allí no había una rama de la Iglesia. . . Hannah Bosley y yo visitamos a todas las hermanas de la localidad y sus inmediaciones para saber si había suficiente interés entre ellas para organizar una Sociedad de Socorro.
Gracias a nuestras visitas supimos que las hermanas estaban dispuestas a reunirse, y procedimos a hacer algo para que se organizara una rama. ‘
En nuestra actividad social había una segunda caja de recuerdos. Cada una de las parejas que asistió poso para un retrato y se nos dio una hoja en la cual debíamos escribir un mensaje que lo acompañaría. La caja habrá de cerrarse a la finalización de este año, para ser abierta en el año 2030.
Mi esposa y yo todavía no hemos entregado la hoja con el mensaje, pero no la hemos descuidado y espero incluir en ella algo de lo que compartió hoy con vosotros.
Quisiera dirigir mis palabras a mis hijos y a mis nietos. Os preguntareis por que habría de hablarles a ellos desde este púlpito, en vez de hacerlo en una reunión familiar. Para ello hay dos razones:
Primero, en estos momentos se esta llevando una detallada cuenta del curso de acción de esta conferencia, y mediante tal registro confío en hablar también a aquellos que aun no han nacido. En segundo Jugar, considero que lo que voy a decir puede ayudar a otras personas y espero que sea así.
El consejo que daré es muy difícil de enseñar y de aprender. Temo que una vez que lo haya pronunciado, alguien pueda decir: «Bueno, eso no es nada nuevo», y considerarlo prosaico, carente de imaginación, y hasta insulso. Lo que tengo para decir es tan común y tan trillado, que se hace muy difícil darle la importancia universal que merece.
Sin embargo, deseamos que nuestros hijos y nietos sepan, mas allá de la verdad fundamental de que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, que ha habido una restauración de Su evangelio por medio de profetas, que la plenitud del evangelio se encuentra sobre la tierra; mas allá de todo eso, y como parte esencial de estas verdades, hay un principio que deseo enseñar a mis hijos mas que ningún otro.
Hace tres semanas mi esposa y yo pasamos un día entero en la oficina del Registro Civil en Londres; estabamos buscando información acerca de Mary Haley. Al igual que los misioneros lo hacen de puerta en puerta, buscamos de pagina en pagina en viejos libros de registro. Estoy seguro de que algunos de ellos no habían sido abiertos en cien años.
Dedique la mayor parte del día a la lectura de las actas del supervisor del hospicio, lo cual, en realidad, era un asilo de caridad.
Una de las partidas hacia referencia a una mujer a quien habían enviado a prisión. El caso fue que no se le había permitido abandonar sus tareas para investigar en cuanto a una información que había recibido de que se estaba castigando severamente a su hijo en la escuela del hospicio. Presa de gran frustración rompió una ventana, y esa fue la causa por la cual la enviaron a la cárcel.
Otra partida hablaba de una inspección hecha a la escuela. El médico se quejaba de que una gran cantidad de estiércol bloqueaba los desagües a lo largo del borde del patio del colegio. Las aguas de las cloacas rebosaron e inundaron el patio hasta el punto en que el lodo llegaba a los tobillos. A causa del frío y del pésimo estado del calzado de los niños, muchos de ellos estaban enfermos.
En los registros se leía una y otra vez la palabra «muerto», o «murió», con una explicación de las causas: enfermedad, fiebre, tuberculosis, hidropesía.
¡Por fin encontramos el nombre de Mary Haley! Se caso con Edward Sayers y tuvieron once hijos. Seis de ellos murieron antes de llegar a los siete años de edad, uno de ellos a causa de quemaduras. Hasta donde sabemos, solo uno de los once alcanzo la madurez: Se trataba de Eleanor Sayers, la bisabuela de mi esposa, que nació en Pullham, Norfolk, en el Hospicio Depwade, y fue la primera de su familia en unirse a la Iglesia. Murió de cáncer en un lúgubre hospital de Londres.
La vida de esas personas, nuestros antepasados, estuvo caracterizada desde el comienzo hasta el fin tanto por la pobreza como por el anonimato.
Antes de morir, Eleanor Sayers Harman dejo, todas sus posesiones a su hija Edith, y le aconsejo que viajara a los Estados Unidos.
El esposo de Edith la había echado de la casa cuando ella se unió, a la Iglesia. Acompañada por su hija Nellie, de ocho años de edad, abandono Inglaterra con la endeble seguridad de que un misionero suponía que su familia en Idaho tal vez les diera hospedaje hasta que pudieran conseguir vivienda.
Nellie había de ser la madre de mi esposa; Edith, su abuela. Las conocí muy bien a ambas; eran mujeres de nobleza particular.
Nuestro linaje llega también a la majestuosidad de la realeza inglesa y la pomposidad de las cortes de los reyes, en donde la cultura y la abundancia eran evidentes.
Mas la dignidad y el valor de estos antepasado no supera, ni con mucho, a la de Eleanor Sayers.
Sara y Eleanor, Edith y Nellie eran mujeres de una nobleza muy especial: la realeza de la rectitud.
Deseamos que nuestros hijos recuerden que su linaje esta conectado con la casa de caridad en Pullham, Norfolk, y que recuerden esto:
La mayoría de la gente equivocadamente piensa que si uno es bueno, realmente bueno en lo que hace, sin duda alcanzara tanto renombre como una buena compensación.
La mayoría de la gente tiene el concepto de que para que el éxito sea completo, no puede prescindir de una generosa porción de fama y fortuna como ingredientes vitales. E1 mundo parece desplazarse dentro de tal creencia. La creencia es falsa, no es verdadera. El Señor nos enseñó otra cosa.
Deseo que vosotros, hijos míos, sepáis esta verdad:
No necesitáis ser ricos ni ocupar posiciones importantes para que vuestra vida se vea colmada de un éxito completo y de una felicidad plena.
De hecho, si adquirís estas cosas, y es posible que así sea, el verdadero éxito debe alcanzarse a pesar de ellas, y no a causa de ellas.
Es sumamente difícil enseñar esta verdad. Si una persona que no es muy conocida y que no recibe una buena remuneración, manifiesta que ha llegado a la conclusión de que ni la fama ni la fortuna son esenciales para el éxito, la sociedad tiende a rechazar tal aseveración y la toma como un pretexto. ¿Qué otra cosa podría decir tal persona sin tener que admitir que ha fracasado?
Si alguien que posee fama o fortuna asegura que ni una cosa ni la otra son esenciales para el éxito o la felicidad, también sospecharemos de que su manifestación supone una justificación, o una acción fatua.
Por lo tanto, no aceptaremos como entendidos en la materia ni a aquellos que tienen fama y fortuna, ni a los que no las tienen. Consideramos que ambas opiniones son por demás subjetivas.
Eso nos conduce a un solo curso de acción: El aprender por nosotros mismos, mediante la propia experiencia, acerca de la prominencia y las riquezas, o lo opuesto.
A partir de ese momento nos enfrentamos a las dificultades de la vida, viendo tal vez pasar a nuestro lado tanto la fama como la fortuna, para finalmente aprender que uno, por cierto, puede alcanzar el éxito sin poseer ninguna de las dos.
Por otro lado, es posible que un día contemos con ambas cosas y sepamos que ninguna de ellas nos ha hecho felices; que ninguna de ellas es básica para la obtención del verdadero éxito y para la felicidad plena. Esta es una forma sumamente lenta de aprender.
Benjamin Franklin dijo en una ocasión: «La experiencia constituye una educación demasiado cara, pero el necio no aprenderá en ninguna otra escuela.» (The Autobiography of Benjamin Franklin, Poor Richard’s Almanac, and Other Papers, New York: A. L. Burt Co., sin fecha, pág. 230.)
Llegamos a la vida mortal para recibir un cuerpo y para ser probados, y para aprender a escoger.
Deseamos que nuestros hijos y los hijos de ellos sepan que en la vida no se escoge entre la fama y el pasar inadvertido, ni tampoco entre la riqueza y la pobreza. La elección es entre el bien y el mal, lo cual es muy diferente.
Cuando por fin comprendemos esta lección, a partir de ese momento nuestra felicidad no estará determinada por las cosas materiales. Podemos ser felices sin ellas, o alcanzar el éxito a pesar de ellas.
Las riquezas y el renombre no siempre nos llegan porque las hayamos ganado. Nuestro valor personal no se mide por el renombre ni por nuestras posesiones.
Tal vez alguien diga que mi testimonio no puede ser valido a causa de la posición que ocupo como Autoridad General de la Iglesia, pero eso no es algo que se gana por nuestros esfuerzos, sino que es el resultado del llamamiento. Deseo que sepáis que ese tal testimonio supone mas un yugo sobre nuestros hombros que alas en nuestros pies.
Nuestra vida se compone de los miles de decisiones que tomamos a diario. A lo largo de los años estas pequeñas decisiones formaran una unidad y darán muestras claras de cuales son las cosas que valoremos.
La prueba crucial de esta vida, repito, no estriba en elegir entre la fama y el pasar inadvertidos, ni tampoco entre la riqueza y la pobreza. La mayor decisión de esta vida esta entre el bien y el mal.
Como producto de nuestra necedad podemos traer aparejados infelicidad y problemas, y aun sufrimientos sobre nosotros mismos. Estas cosas no siempre deben considerarse como castigos impuestos por un Creador disgustado, ya que son parte de las lecciones de la vida, parte de la prueba.
A algunas personas se les prueba mediante una salud muy precaria, a otras mediante un cuerpo deforme o desproporcionado. A otros se les prueba mediante cuerpos bien formados y saludables, a otros por conducto de la pasión de la juventud, a otros por medio de los achaques de la vejez.
Algunos sufren decepciones en el matrimonio o tienen problemas familiares; otros viven en la pobreza y el anonimato. Algunos (tal vez sea esta la prueba mas dura) se topan con una vida fácil y llena de lujos. Todas estas cosas forman parte de la prueba, y existe mas justicia en esta forma de probar al hombre de lo que a veces podemos llegar a suponer.
No descartamos la posibilidad de ser ricos y famosos y al mismo tiempo alcanzar el éxito espiritualmente. Mas el Señor nos advirtió en cuanto a la dificultad de estas cosas cuando nos hablo de «camellos y ojos de aguja». (Mateo 19:24.)
Este mensaje es habitual en las Escrituras. El Libro de Mormón nos dice: «. . . los hombres son suficientemente instruidos para discernir el bien del mal . . .» (2 Nefi 2:5).
También se nos enseña que «los hombres son libres según la carne; y les son dadas todas las cosas que para ellos son propias. Y son libres para escoger…»Escoger entre «la libertad y la vida eterna, por motivo de la gran mediación para todos los hombres», «la cautividad y la muerte, según la cautividad y el poder del diablo…» (2 Nefi 2:27).
En el Antiguo Testamento leemos:
«de mas estima es el buen nombre que las muchas riquezas.» (Proverbios 22:1.)
En el Nuevo Testamento dice:
«. . . Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.» (Mateo 6:33.)
Volviendo al Libro de Mormón, leemos:
«Pero antes de buscar riquezas, buscad el reino de Dios.
Y después de haber logrado una esperanza en Cristo obtendréis riquezas, si las buscáis; y las buscareis con el fin de hacer bien: para vestir al desnudo, alimentar al hambriento, libertar al cautivo y administrar consuelo al enfermo y al afligido.» (Jacob 2:18-19.)
En Doctrina y Convenios leemos:
«No busquéis riquezas sino sabiduría; y he aquí, los misterios de Dios os serán revelados, y entonces seréis ricos. He aquí, rico es el que tiene la vida eterna.» (D. y C. 6:7.)
Y entonces, ¿qué es lo que queremos que hagáis?
Simplemente esto:
¡Sed buenos!
Estudiad el evangelio; ¡vividlo!
Permaneced activos en la Iglesia.
Recibid las ordenanzas.
Guardad vuestros convenios.
No sé si en este momento estáis aprendiendo o no. Mas sé que lo que os estoy enseñando es verdadero.
Llegara el día en que cada uno de vosotros sabrá que algunas cosas son inalterables. El amor de vuestros padres es una de tales cosas. Los padres no aman a un hijo mas que a otro, ni tampoco menos. Cada uno recibe la plenitud de su amor.
La fama y la fortuna no son en esta vida elementos imprescindibles para el logro de la verdadera felicidad, como tampoco nos privaría de ella la ausencia de ellas.
Puedo vislumbrar el día, en generaciones futuras, en que vosotros y vuestros hijos, y los hijos de ellos, os enfrentareis a las encrucijadas de la vida.
Tal vez os veré transitar de un extremo a otro de esta vida mortal sin llegar a ser afamados ni potentados. Puedo imaginarme cayendo de rodillas para agradecer a un Dios generoso el haber contestado mis oraciones, el que pudierais alcanzar el éxito, y ser verdaderamente felices.
Nos estamos desplazando hacia un futuro inseguro, mas nosotros no lo estamos. Dad testimonio; edificad a Sión y ello os llevara a encontrar el verdadero éxito y la felicidad completa.
Sé que Dios vive, que Jesús es el Cristo y que en el evangelio podemos encontrar el verdadero éxito, y esto lo testifico en el nombre de Jesucristo. Amen.
























