El matrimonio, esperanza de la raza humana

Conferencia General Abril 1982logo pdf
El matrimonio, esperanza de la raza humana
por el élder Robert L. Simpson
del primer Quórum de los Setenta

Robert L. SimpsonHoy mis pensamientos se concentran en la común preocupación que todos tenemos con respecto a una creciente crisis del mundo actual; es como un cáncer incontenible que continúa erosionando a la unidad familiar, que fue ordenada por Dios.

» El divorcio, con todas sus consecuencias funestas, amenaza a los cimientos mismos de la sociedad.

El presidente Joseph F. Smith declaró:

«El matrimonio es la preservación de la raza humana.  Sin él, se frustrarían los propósitos de Dios, la virtud sería destruida para verse desplazada por el vicio y la corrupción, y la tierra quedaría desolación y vacía.» (Doctrina del Evangelio pág. 266.)

Cada profeta de esta dispensación ha expresado esencialmente lo mismo con sus propias palabras.

De acuerdo con datos recibido de estadísticas gubernamentales este año se encuentran en trámite en los Estados Unidos casi dos millones de divorcios.  Este es el mayor número registrado jamás, y representa el triple de los divorcios ocurridos veinte años atrás; en la mayoría de las naciones del mundo existe el mismo problema. En la actualidad, más de uno de cada tres matrimonios termina en divorcio, y lamentablemente, un alarmante porcentaje de las familias en la Iglesia siguen la misma tendencia del mundo cuando no debería ser así.

Una afamada revista de los Estados Unidos publicó recientemente un artículo de una reconocida autoridad en materia de divorcio y relaciones domésticas:

«El mayor incremento en el porcentaje de divorcios se encuentra en matrimonios de diez o más años, y no es nada raro ver separarse a parejas que han estado casadas por veinticinco o treinta años.»

Con respecto a la causa dice:

  1. «El principal problema es la falta de habilidad de las parejas de hablar sinceramente, de desnudar su alma el uno al otro y tratarse como los mejores amigos… Hablan de cosas superficiales, tan sólo buscando impresionarse mutuamente. Veo que demasiadas parejas hablan sin que el cónyuge escuche, en lugar de hacer un esfuerzo por comprenderse.  Esta falta de comunicación provoca la infidelidad, la bebida, y el maltrato físico y mental.  Para muchos, el motivo principal es la falta de tolerancia, la incapacidad de reconocer el hecho de que ellos no son perfectos, al igual que no lo es su cónyuge.» (U.S. News and World Report, julio 20 de 1981, págs. 53-54.)

Hay sólo una forma de asegurar la buena comunicación familiar, y es seguir la manera del Señor.  El aboga por el conocido método de consejo.  La Iglesia está formada por consejos. (El Consejo de la Primera Presidencia, el Consejo de los Doce, etc.) Indudablemente, uno de los consejos más importantes de la Iglesia debe ser el de la familia, presidido por el padre y la madre.  En éste, los padres deben ser igualmente responsables, del mismo modo que deben compartir la igualdad en toda bendición del sacerdocio relacionada con su círculo familiar.  El objetivo eterno del Señor a través de las eternidades es que los cónyuges lleguen a ser uno.

El Señor nos instruye para que «razonemos juntos» (D. y C. 50: 10).  Sin peleas, exhortaciones ni revanchas, sino razonando juntos con amor y dulzura. ¡Qué maravilloso ejemplo para los hijos! ¿Cómo podría fracasar una familia si toda decisión importante se midiera cuidadosamente de acuerdo con las enseñanzas del evangelio, y después de razonar juntos, se tomara la decisión de seguir adelante con confianza y en armonía con la ley divina?

El Salvador enseñó el principio de recorrer la segunda milla (Mateo 5:41), que es el de la generosidad.  Haciendo esto, casi toda relación matrimonial puede alcanzar el éxito.  Pero un esfuerzo en tan sólo un lado de la embarcación produce una falta de equilibrio que hace que el matrimonio sucumba.  La generosidad debe ser mutua.

Ya sea en el primer año o en el vigésimo primero del matrimonio, cada pareja debe descubrir el valor de las conversaciones que deben tener al retirarse a la cama al finalizar cada día.  Es el momento ideal para repasar lo hecho, hablar del mañana, y sobre todo, es el momento ideal en que el amor y aprecio mutuos pueden ser reafirmados. El fin de cada día es también el momento ideal para decir: «Mi amor, lamento mucho lo que pasó hoy; te ruego que me perdones».

Todos somos todavía imperfectos, y las diferencias sin resolverá permiten, día tras día, la acumulación de problemas que pueden hacer sucumbir la relación marital.  Todo por la necesidad de una comunicación mejor, y a menudo como consecuencia de un tonto orgullo.

La Iglesia siempre se opuso terminantemente a las dictaduras de cualquier índole.  Cualquier hombre que decida administrar su llamamiento del sacerdocio en el hogar, por métodos dictatoriales está fuera de tono y armonía con el evangelio y no habrá de disfrutar de las recompensas espirituales del razonamiento mutuo.

En sus conversaciones con su esposa cesará de existir una mutua comunicación y luego vendrá la rebelión.  Los dictadores se aprestaran a emitir ultimátums, y, dejadme deciros, por si todavía no lo habéis descubierto, que un ultimátum a la juventud actual es un fracaso casi garantizado.  Es como ondear una bandera roja, como declarar la guerra a los que amáis.  El Señor nos hace la siguiente advertencia:

«Ningún poder o influencia se, puede ni se debe mantener en virtud del sacerdocio, sino por la persuasión, por longanimidad, benignidad, mansedumbre y por amor sincero; por bondad y por conocimiento puro, lo cual ennoblecerá grandemente el alma sin hipocresía y sin malicia.» (D. y C. 121: 41-42.)

Me gusta mucho el consejo del presidente Joseph F. Smith a los padres:

«Es sólo cuando los hombres se apartan del espíritu recto, cuando se desvían de sus deberes, que desatienden o deshonran el alma que les ha sido confiada.  Tienen la obligación de honrar a sus esposas e hijos.» (Joseph F. Smith, Doctrina del Evangelio, pág. 278.)

Hay aún otro motivo de divorcio que debe tenerse en cuenta: la mala administración de los recursos familiares.  El pagar los diezmos y las ofrendas por una parte mientras que por la otra se pasa por alto el consejo de nuestro Padre Celestial, con respecto al buen juicio que debemos aplicar en la economía familiar, tal vez haga «cerrar un poco» las ventanas de los cielos.  Así, probablemente no recibiremos las bendiciones prometidas tal como lo esperamos.

Cada profeta de esta dispensación enseñó en términos totalmente claros que los santos debemos evitar meternos en deudas, que no debemos participar en operaciones que permitan adquisiciones aparentemente gratuitas. Nos aconsejan que seamos frugales, que ahorremos y nos ganemos el dinero «a la antigua», mediante el sudor de la frente.  Debemos también enseñar a nuestros hijos la ética del trabajo. Se nos alentó siempre a dar el buen ejemplo de industriosidad y frugalidad, al igual que ser generosos y constantes con nuestras ofrendas para los pobres y necesitados.

Durante esta época de problemas económicos, se hace imperativo que la familia viva dentro de estos límites.  Todo cónyuge debe razonar junto con el otro acerca del presupuesto familiar, en forma regular. Si tuvieran que hacerse ajustes en los hábitos de gastos de la familia, es mejor hacerlo inmediatamente en lugar de dejar que se acumulen residuos de una crisis económica imposible de soportar, crisis que a menudo lleva al matrimonio a los tribunales del divorcio.

Pocas cosas hay que sean tan destructoras como decir: «Mi amor, me hice socio (o socia)- del club social.  Sólo es. . . por año», citando una cantidad que puede desequilibrar el presupuesto familiar.  El intercambio social puede ser algo bueno, siempre que no sea una sorpresivo carga que afecte aún más a una economía ya maltrecho.  Antes de decidir un gasto así, los cónyuges deben consultarse y ponerse de acuerdo.  Como lo dijo el élder Maxwell: «Si uno de los cónyuges se va a encontrar con el otro en un aterrizaje forzoso, también debería dársele la oportunidad de estudiar el plan de vuelo.»

Rápidamente quisiera hablar de tres elementos fundamentales para un buen matrimonio: Primero, la fe, el primer principio del evangelio, que debe ser también el primer principio de vuestro matrimonio.  No sólo la fe en Dios y en su amado Hijo, no sólo en su Profeta, sino también una fe sincera y creciente de uno hacia el otro, y en vuestros hijos.

Segundo, obediencia, a la que a menudo nos referimos como la primera ley celestial.  Sin la obediencia a las leyes de Dios, no puede haber bendiciones.  La obediencia a nuestros convenios con el Señor es un requisito fundamental para la paz y el amor dentro del círculo familiar.

Tercero, lealtad.  La lealtad incondicional para con el cónyuge desarrollará un rasgo básico de carácter tan fuerte que la lealtad para con la Iglesia y sus principios será algo natural, tal como la noche que sigue al día.

La ley de castidad, uno de los Diez Mandamientos, demanda la lealtad en el matrimonio.  Hermanos, proteged este sagrado principio como si vuestra vida misma dependiera de él, porque la verdad del evangelio nos confirma el hecho de que nuestra vida eterna depende de la fidelidad en el matrimonio.

Las Escrituras confirman el hecho de que el «matrimonio es ordenarlo de Dios» (D. y C. 49:15).

«Pero en el Señor, ni el varón sin la mujer, ni la mujer sin el varón.  » (1 Corintios 11:1l.)

Y de acuerdo con un profeta de esta dispensación:

«… Dios no sólo recomienda, sino manda el matrimonio.  Mientras el hombre era todavía inmortal, antes que el pecado entrara en el mundo, nuestro Padre Celestial mismo efectuó el primer matrimonio.  Unió a nuestros primeros padres en los lazos del santo matrimonio, y les mandó fructificar y multiplicarse y llenar la tierra.  El jamás ha cambiado, ni ha anulado, ni abrogado dicho mandamiento; antes ha continuado en vigor por todas las generaciones de la raza humana.» (Joseph F. Smith, Doctrina del Evangelio, pág. 268.)

Marcos nos dice:

«Por tanto lo que Dios juntó, no lo separe el hombre.» (Marcos 10:9.)

Hermanos, cada divorcio que tiene lugar en la Iglesia afecta seriamente la obra del reino de Dios.  Tiene que haber un esfuerzo más grande por parte de cada uno de los cónyuges cuando amenaza el divorcio.  Tiene que haber más comunicación, no sólo del uno con el otro, sino también con los directores del sacerdocio.  Tiene que haber una comprensión más universal acerca de la naturaleza eterna del convenio del matrimonio.

El tiempo y las experiencias han comprobado que la generosidad es la clave para un matrimonio feliz, porque esta virtud abre la puerta al razonamiento mutuo.  La generosidad nos alienta a que caminemos la segunda milla, pavimenta el camino hacia la seguridad económica familiar y combate el divorcio.

Espero que estéis de acuerdo en que quizás las preguntas más importantes que tenga que contestar un divorciado en la eternidad sean:

¿Hizo usted todo lo posible por salvar su matrimonio? ¿Trató de aplicar al máximo las verdades del evangelio? ¿Procuró, escuchó y obedeció el consejo del sacerdocio?

Que el Señor nos bendiga para que consideremos a cada matrimonio como un acto ordenado de Dios, porque como lo dijo el presidente Joseph F. Smith: «Es la esperanza de la raza humana».

Estos pensamientos os dejo en el nombre de Jesucristo.  Amén.

Esta entrada fue publicada en Sin categoría y etiquetada , . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario