Conferencia General Abril 1982
El valor del trabajo
por el obispo J. Richard Clarke
Segundo Consejero en el Obispado Presidente
Pocos escritores en nuestra generación han escrito tantos libros que se han hecho populares, y de tan buena calidad como el escritor James A. Michener. No deja de causarme asombro la variedad de sus intereses y su dedicación a la excelencia. Su éxito no es accidental; no proviene solamente de un talento natural, de un don de la naturaleza, sino del desarrollo del buen hábito del trabajo.
Se crió en la pobreza; su madre era viuda. Desde la edad de once años, James trabajaba seis días por semana durante las vacaciones de verano, y repartía periódicos durante el invierno. A los catorce años, aprendió el oficio de plomero y trabajaba catorce horas por día durante el verano y cuatro horas durante el invierno.
Recordando esos días dice: «En lugar de odiar el trabajo, se arraigó en mí la actitud de que la gente inteligente trabaja mucho para obtener metas sensatas; todavía creo en esta filosofía.» (Readers Digest, enero de 1977.)
El trabajo es una bendición de Dios. Es un principio fundamental de la salvación, tanto espiritual como temporal. Cuando se echó a Adán del jardín que había sido su hogar, se le dijo que con el sudor de su rostro conseguiría el pan. Notad estas palabras: «… maldita será la tierra por tu causa. – – » (Moisés 4:23; énfasis agregado); en la versión del inglés «por tu causa» se traduce como, «por tu bien» lo que no sólo se puede interpretar por tu causa sino para tu beneficio. No sería fácil dominar la tierra; pero ese era a la vez, su problema y su bendición, al igual que para nosotros.
Somos copartícipes de la creación. Dios nos dio la capacidad de realizar el trabajo que El dejó sin terminar encauzar la energía, extraer el mineral, transformar las riquezas de la tierra para nuestro beneficio. Pero aún más importante es que el Señor sabía que del crisol del trabajo emerge la templanza de la personalidad.
El trabajo se ha transformado en un distintivo de los mormones. Somos conocidos en todo el mundo como una gente enérgica e industriosa. Tenemos fama de ser un pueblo próspero.
La dedicación al trabajo es una tradición para nosotros. La laboriosidad mormona dejó sus huellas en todas las tierras que ocupamos. Misuri, Nauvoo, el valle de Lago Salado, y todos los otros lugares donde los mormones se han establecido son monumentos famosos a la aplicación de los mormones.
El presidente J. Reuben Clark dijo de esa época: «Nos movilizábamos bajo nuestro propio poder, sin subsidio, sin préstamos, acompañados solamente por las maldiciones de los que nos expulsaron de nuestras propias casas, apropiándose detrás ellas y de las propiedades que nos n a dejar . . . y así luchamos contra la necesidad y la miseria; trabajos y dificultades nos acompañaban a diario. . . pero la Iglesia sobrevivió y la gente prosperó. Nuestro carácter no sufrió mella. Cuidamos de los pobres entre nosotros. En tiempos de escasez los vecinos se ayudaban entre sí. Una y otra vez tuvimos que pasar por el horno de fuego ardiendo; y cada vez que salíamos de él, lo hacíamos refinados y sin impurezas; más inspirados y santificados.» (Church Welfare Plan, folleto, 1939, págs. 8-9; énfasis agregado.)
En este cometido nuestros profetas nos han guiado por medio del ejemplo. Se dice que al presidente Wilfford Woodruff le gustaba mucho trabajar: «… para él era una bendición, un privilegio. . . la faena en los cañones, el sudor de la cosecha. . . eran parte de la economía divina. Sudar era un mandamiento divino tanto como orar.» (Matthias F. Cowley, Wilford Woodruff. History of His Life and Labors, Salt Lake City: Deseret News, 1909, págs. 644-45.)
En nuestros días, no conozco un mejor ejemplo de obediencia a la ley divina del trabajo que el presidente Kimball. Siguiendo su propia filosofía de «hazlo» está dedicado no sólo a la búsqueda de la felicidad, sino también a encontrar felicidad en la búsqueda. En una ocasión, cuando el médico se mostró preocupado por la salud del presidente Kimball y las demandas a las que estaba sometiendo su cuerpo, éste le dijo de buena manera: «Su tarea, hermano Wilkinson es mantener mi cuerpo trabajando al ritmo que yo voy a seguir.»
Esto me hace recordar del granjero que fue a ver al doctor porque se sentía bastante cansado. Después de examinarlo y enterarse de que el hombre trabajaba día y noche sin parar, le dijo que su problema era que había quemado los cartuchos antes de tiempo, a lo que el granjero le contestó: «¡Eso ya lo sabía! Vine a que me diera más pólvora».
La dedicación al trabajo del presidente Kimball es un gran ejemplo para nosotros. Tenemos una obligación moral de utilizar la capacidad de nuestra mente, nuestro Cuerpo y nuestro espíritu para que los frutos que resulten sean para el beneficio del Señor, nuestra familia y la sociedad. No hacerlo significa privarnos a nosotros mismos y a los que dependen de nosotros, de oportunidades y ventajas. Es cierto que trabajamos para ganarnos el sustento, pero mientras lo hacemos recordemos que estamos edificando nuestra propia vida y que el trabajo determina la clase de vida que tendremos.
Es honroso trabajar; es un remedio para la mayoría de los problemas; el antídoto para la preocupación; compensa las deficiencias de nuestro talento innato. Por medio del trabajo una persona común puede llegar a genio.
Podemos compensar con nuestro esfuerzo lo que nos falta en habilidad. El escritor Korsaren recomienda: «Si eres pobre, trabaja. Si eres feliz, trabaja. Si estás contento, trabaja. La haraganería da paso a las dudas y al temor. Si te desilusionan, sigue trabajando. Si las tristezas te agobian. . . trabaja . . . cuando se debilita la fe y falla la razón, trabaja. Cuando los sueños se esfuman y la esperanza parece morir, trabaja. Trabaja como si tu vida estuviera en peligro; realmente lo está. No importa qué es lo que te aflige, trabaja. Trabaja con dedicación. . . el trabajo es el mejor remedio para las aflicciones mentales y físicas.» (The Forbes Scrapbook of Thoughts on the Business of Life, New York: Forbes Inc., 1968, pág. 427.)
Voy a darles a continuación otros puntos que creo importantes en la ética del trabajo:
- Si somos fieles a nuestras ideas religiosas, debemos trabajar bien y con integridad. Todo lo que hacemos es el reflejo de lo que somos.
Estamos cada vez más preocupados por la falta de calidad del trabajo en nuestra sociedad. Por todos lados se ven objetos de mala calidad por los que los obreros esperan recibir una alta remuneración.
Debemos sentirnos motivados alcanzar un nivel más alto que el impuesto por una sociedad que ha permitido que el trabajo de inferior calidad sea aceptable. Esta no es la ética mormona. En tiempos de desempleo, los miembros de la Iglesia que practican estos principios de trabajo a los que se adhiere nuestra religión, deben estar en gran demanda.
- Esforcémonos por desempeñar nuestros trabajos como si fuéramos los dueños de la compañía. Y en realidad cada uno de nosotros trabaja para sí mismo, no importa quien sea el que nos pague. Sed honrados con vuestros jefes. Aseguraos de que «… el obrero es digno de su salario» (D. y C. 84:79) El que nos emplea debe recibir de nosotros una dedicación máxima, no sólo lo indispensable para alcanzar un nivel común. Cada uno debe fijarse un nivel personal basado en su propia habilidad. Seamos ejemplos del refrán pionero que dice: «Un día entero de trabajo por un día entero de sueldo».
- Continuemos dedicándonos progresar, expandiendo nuestros horizontes profesionales con el estudio constante. Usemos con sabiduría el tiempo libre. Si perdemos trece minutos todos los días, será equivalente a dos semanas por año sin goce de sueldo. Miremos el trabajo actual que tenemos como un escalón en nuestra carrera. Tomemos tiempo para pensar. Los límites de la mayoría de los trabajos los fija solamente la mente del obrero que no tiene inventiva. Un hombre de negocios dijo: «Si a la primera vez que intentas algo lo logras, busca algo más difícil.»
- Enseñar a los hijos a trabajar es una de las responsabilidades más importantes de los padres. Los hijos de muchas familias de esta época han crecido en la prosperidad obtenida por el arduo trabajo de padres que querían darles lo que ellos mismos no tuvieron cuando niños. Para ayudar en la salvación tanto temporal como espiritual de nuestros hijos, debemos enseñarles a trabajar. Deben aprender por medio del ejemplo que no es algo desagradable, sino una bendición.
Son afortunados los jóvenes que han aprendido a trabajar, y sabios son los padres que requieren que sus hijos aprendan a ser responsables y alcancen un nivel aceptable de rendimiento.
En el Día de la Madre, una joven miembro de la Iglesia, Beverly Graham, expresó su agradecimiento por las enseñanzas que había recibido en su hogar, con estas palabras:
«El amor de nuestra madre incluía la estricta disciplina, las reglas bien definidas y el cumplimiento de éstas firmemente implementado. Estas reglas nos hicieron fuertes.
«A mi madre le encantaba ser madre y mujer y le gustaba desempeñar las tareas que acompañan a estas responsabilidades. Mi hermana y yo heredamos esta vocación, con mucha paciencia nos enseñó a coser, a cocinar, a limpiar la casa, a Planchar, etc. ¿Puede considerarse una bendición planchar una y otra vez una camisa blanca hasta que quede perfecta? ¿O levantarse a lavar y planchar la ropa antes de ir a la escuela? ¿Puede considerarse una bendición pelar verdura y prepararla para envasar? ¿Es una bendición recoger fruta al amanecer para evitar el calor del sol? En aquel entonces nunca me pareció que fueran, pero ahora sé que es así. Estas cosas me enseñaron una gran lección acerca del valor del ahorro, el trabajo y la responsabilidad.»
Al enseñar a nuestros hijos estos valores, hagamos hincapié en el principio de la responsabilidad compartida. No os confundáis al tratar de clasificar las tareas como estrictamente masculinas o estrictamente femeninas. En general, todos los niños deben aprender a cocinar, a lavar la vajilla, a limpiar la casa, a cortar el césped, a cuidar a los bebés. Estas cosas les ayudarán a que cuando sean adultos lleguen a ser más felices y productivos.
¿Y nuestro tiempo libre? La manera en que lo empleamos es tan importante para nuestra felicidad como lo es nuestro trabajo. Se requiere buen juicio para utilizar apropiadamente nuestro tiempo de descanso. Las horas libres nos dan la oportunidad de renovarnos espiritual, intelectual y físicamente. Podemos emplearlo para adorar a Dios, para la familia, para servir al prójimo, estudiar, divertirnos sanamente; todo esto mantiene un equilibrio en nuestra vida.
Tener tiempo libre no quiere decir haraganear. El Señor condena la haraganería. El dijo:
«… no desperdiciarás tu tiempo, ni esconderás tu talento. . . » (D. y C. 60:13).
La haraganería de cualquier tipo produce aburrimiento, conflictos e infelicidad. No tiene amor propio, y es un almácigo en el que germinan las diabluras y la maldad. Es una enemiga del progreso y de la salvación.
El trabajo es una parte esencial del plan de bienestar del Señor; una clase especial de trabajo. El trabajo de los miembros santificado por el amor produce los artículos que satisfacen las necesidades temporales de nuestros pobres que son dignos. El que trabaja es bendecido por su servicio generoso y el miembro que lo necesita, acepta la ayuda con un espíritu de amor y gratitud, porque sabe que proviene del sacrificio y trabajo de los miembros de la Iglesia. Si le es posible, el miembro necesitado trabaja por lo que recibe, según la asignación del obispo, y así preserva su dignidad.
En el plan de Dios, cada uno de sus hijos tiene importancia. Cualquier sistema que no requiera iniciativa, autosuficiencia y trabajo por lo que se recibe, mientras sea posible, no preserva la integridad de la persona. El propósito del plan de bienestar de la Iglesia es acabar con la limosna, la cual es una plaga en cualquiera de estos sistemas y debe ser temida como se teme al cáncer en el cuerpo humano.
Brigham Young declaró: «No es de ningún beneficio el regalar. . . a hombres o a mujeres dinero, comida, ropa ni cualquier otra cosa, si son capaces de trabajar y ganar lo que precisan. . . está mal darle al haragán. Nunca se le debe dar nada. Poned a los pobres a trabajar. . .» (Discourses of Brigham Young, por John A. Widtsoe, Salt Lake City: Deseret Book Co., 1954, págs. 274-75.)
El presidente Clark agregó: «Haced lo posible para que los que consumen estén entre los que producen. Abrigar el concepto de que se nos debe mantener, sin que demos nada a cambio, daña la personalidad, destruye la iniciativa y degrada a la humanidad». (JRC, Reunión de Bienestar, 4 de abril de 1960.)
Dándole un sentido muy amplio, el trabajo es el medio por el cual se obtiene la felicidad, la prosperidad y la salvación. Una persona es mejor cuando combina el trabajo, la alegría y el sentido de la responsabilidad. Tagore escribió: «Dormí Y soñé que la vida era alegría; desperté y vi que la vida era trabajo; lo puse en práctica, y descubrí que el trabajo es la alegría».
El trabajo se instituyó desde el principio para que fuera el medio por el cual los hijos de Dios pudieran cumplir con sus mayordomías. El trabajo es nuestra herencia divina. El élder Stephen L. Richards enseñó que el trabajo hecho con fe es uno de los puntos cardinales de nuestra doctrina teológico y que Podernos ver nuestro estado futuro, en los cielos, como un lugar de pro eso eterno el cual se alcanza con una labor constante. . .» (Conference Report, oct., 1939, págs. 65, 68.)
Las palabras de Dios a esta generación son:
«He aquí, os digo que es mi voluntad que salgáis y no demoréis, ni que estéis ociosos, sino que obréis con vuestra fuerza. . .
«Así que, si sois fieles, seréis premiados con muchas gavillas y coronados con honor, gloria, inmortalidad v vida eterna.» (D. y C. 75: 3, 5.)
De esto testifico, en el nombre de Jesucristo. Amén.
























