Guías espirituales para los maestros de rectitud

Conferencia General Abril 1982logo pdf
Guías espirituales para los maestros de rectitud
por el élder Gene R. Cook
del Primer Quórum de los Setenta

Gene R. CookEl verano pasado, cuando viajaba con mi familia por el solitario tramo de una autopista a través de un desierto, vimos que delante de nuestro vehículo el camino parecía cubierto de agua. Mis hijos hubieran apostado todos sus ahorros a que aquello era efectivamente agua.  Pero al llegar en unos minutos al lugar, observamos que no había allí ni una sola gota: había sido un espejismo.

¡Cuántas cosas hay en esta vida que parecen ser de un modo y que, no obstante, repentinamente son todo lo contrario! (Alma 62:41.) Satanás labora de esa manera, ya que es el supremo maestro de la falsedad; él crea imágenes falsas o espejismos en su intento de distraer, debilitar y desviar el poder y la atención de los Santos de los Ultimos Días, apartándoles de la verdad pura de Dios.  Es especialmente eficaz en producir espejismos espirituales que crean una contrahechura de la espiritualidad, una inestabilidad espiritual, un autoengaño traducido en males espirituales que se van sembrando poco a poco en el corazón de los hombres hasta endurecérselo y conducirlos al pecado alejándoles de Dios. (1 Nefi 12:17; 3 Nefi 6:15.)

Quisiera mencionaras algunas de las imágenes falsas que astutamente crea Satanás, las cuales van destruyendo insidiosa y paulatinamente la espiritualidad.  Satanás, valiéndose de un espejismo, lleva al hombre a llenarse de orgullo hasta el punto de decir: «Yo no dependo de nadie.  Sé que el Señor vive, pero El confía en que yo me encargue de este asunto por mi propia cuenta, sin que le moleste con nimiedades». Luego, si esa persona no está familiarizada con las Escrituras, es probable que no esté enterada de que Satanás enseña a las gentes del mundo que Dios no existe, pero a los miembros de la Iglesia sencillamente les dice: «Sí, hay un Dios, pero apenas tiene que ver con tu vida en forma general; así que El no te va a ayudar especialmente a ti, y ahora».  Además, el maligno enseña al mundo a no orar, pero a los santos dice: «No ores en este momento; tú no tienes ganas de orar ahora». (2 Nefi 32:8-9.) El resultado que obtiene es el mismo.

Con otro espejismo de la vanidad, Satanás enseña al hombre que es espiritual y humilde de corazón, y éste, comenzando a creerlo, actúa a los ojos de los demás como si lo fuera; por motivo de las falsas imágenes que le presenta el maligno, principia a acumular dentro de si bien arraigadas creencias de que todavía se encuentra en el sendero recto y angosto.  De ese modo, llega a adoptar una actitud que le hace creerse más santo y más bueno que los demás, cuando lo cierto es que su corazón se ha endurecido, «ha dejado de sentir» (1 Nefi 17:45) y es arrogante.  El maestro de lo ilusorio enseña a los hombres a honrar al Señor con sus labios, pero a estar lejos de El con su corazón. (José Smith-Historia 1:19.)

A otros, les desfigura la verdad iguala la espiritualidad con el conocimiento, haciendo poco o ningún hincapié en la aplicación directa de la verdad en la vida personal.  Y el hombre sigue su camino por la vida con la imagen deformada de considerarse muy docto y versado, apoyándose en su propia prudencia (Proverbios 3:5, 2 Nefi 9:28), procurando conseguir las alabanzas y la estima de los hombres, y suponiendo que es suficiente enseñar sin practicar lo que enseña.  En esa forma, el conocimiento mismo se torna en un engaño y, por consiguiente, en una piedra de tropiezo para conservar el Espíritu del Señor.

Hay todavía otros a quienes el Señor otorga grandes bendiciones materiales.  Pero allí va Satanás a crear los espejismos de los cuales se vale para corromper el empleo de esas bendiciones: lleva a los hombres a poner el corazón en las cosas de este mundo. (D. y C. 121:35.) Y el hombre empieza por no estimar a sus hermanos como a sí mismo y a causar discordias, desigualdades (Alma 16:16) y divisiones sociales entre las personas.  Sí, desde el principio Satanás ha sido el mayor mentiroso, «él . . . es el autor de todo pecado propaga sus obras de tinieblas de acuerdo con el dominio que pueda lograr en el corazón de los hijos de los hombres» (Helamán 6:30).

En ese mundo de imágenes falsas, siembra en el corazón de las personas el egoísmo, la incredulidad, el temor, la duda, la codicia, la inestabilidad espiritual y un interés desmedido por el propio yo.  Es el autor de la desviación espiritual que conduce a malgastar el tiempo, así como a desviar la atención de lo que es bueno y disminuir, por ende, la receptividad espiritual. Satanás desea particularmente engañar a los Santos de los Ultimos Días, a aquellos que conocen la verdad acerca de él, a los que pueden en forma especialísima influir en otras personas con sus enseñanzas -y con su ejemplo de vivir el evangelio- en el hogar, en el salón de clase, en el púlpito y en el mundo. En estos tiempos en que vemos aumentar las supercherías, que, dicho sea de paso, se acrecentarán aún más, cada cual debe estar consciente de las artimañas espirituales de Satanás y estar seguro de que su propio discernimiento sea claro.

Quisiera proponer ocho normas conforme a las cuales cualquier persona puede juzgar su propia enseñanza del evangelio, así como las doctrinas que otros individuos enseñan, de manera que cada cual pueda reconocer y apartar de su alma las imágenes falsas y discernir la verdad.  A esas normas podríamos dar el título de: «Guías espirituales para los maestros».

  1. No sólo enseñará el maestro la verdad, sino que el Espíritu del Señor acompañará a dicha verdad así como al maestro. (D. y C. 50:17-22.) Tanto éste como lo que enseña deben estar constantemente sujetos a la confirmación del Espíritu. De ese modo, el maestro no enseñará sin autoridad, ni hablará por su propia cuenta, sabiendo que aun los escogidos pueden ser engañados. (Mateo 24:24.)
  2. Estará de acuerdo con las Autoridades Generales y con sus líderes locales, sabiendo que ellos le guían por terreno seguro. Sentirá deseos de seguir las enseñanzas y el ejemplo de ellos y de acatar lo que declaren, tanto en lo tocante al aspecto espiritual como al temporal, sabiendo que el Señor les concede el don del discernimiento. (D. y C. 46:27.) No se quejará, ni criticará, ni hablará malignamente de los ungidos del Señor, sabiendo que el proceder de esa manera es una de las primeras indicaciones de la apostasía.
  3. El maestro que enseña rectitud enseñará lo que contienen las Sagradas Escrituras y aquello que enseña y confirma el Espíritu Santo. (D. y C. 52:9.) No enseñará «… como doctrinas los mandamientos de hombres . . .» (José Smith-Historia 1:19.) No mezclará la historia y las opiniones de los hombres con las Escrituras ni empleará el tiempo dedicado a la instrucción religiosa enseñando teorías y filosofías del mundo, y exponiendo de ese modo los puntos de vista de Satanás. No enseñará «doctrinas» sobre las cuales el Profeta del Señor no ha hablado (D. y C. 28:2-3), y sabrá que las Escrituras llevan a la fe en el Señor y al arrepentimiento, y efectúan un cambio de corazón en las personas. (Helamán 15:7; Alma 37:8.)
  4. El maestro enseñará con sencillez -con miras a satisfacer las verdaderas necesidades de la gente- los principios básicos del evangelio, como la fe, el arrepentimiento y la oración, los cuales todos los hombres pueden aplicar. (D. y C. 19:31; Alma 26:22.) No se lanzará a profundidades dogmáticas insondables, tratando de abarcar más de lo que declaran las Escrituras, ni se irá a los extremos al enseñar cualquier principio, como oraciones excesivamente largas, doctrinas falsas referentes al Salvador o a Adán, ni promulgará de regímenes alimenticios extremos, ni inversiones dudosas o de mucho riesgo, ni hablará de política. Recordará en todo momento que Satanás labora yéndose a los extremos, y tendrá constantemente presente la exactitud de la doctrina del Señor, sabiendo que es preciso «tener moderación en todas las cosas» (D. y C. 12:8).
  5. El maestro hablará con claridad. (Moroni 7:15, 18-19.) No hablará de doctrinas secretas, ni de grupos especiales y selectos «que cuentan con información confidencial», ni de ordenaciones secretas (Jacob 4:13; D. y C. 42:11). Todo lo que haga lo hará a la vista de la gente, pues sabrá que toda la doctrina y las ordenaciones están sujetas al libre conocimiento y voto de los santos.
  6. El maestro considerará a todos los que enseñe como a sí mismo, sin estimarse en más que sus hermanos. (Jacob 2:17.) Procurará que su trabajo sea excelente, pero no pretenderá sobresalir entre sus compañeros en la obra. (D. y C. 58:40-41.) Sabe bien que «. . . nadie es acepto a Dios sino los mansos y humildes de corazón» (Moroni 7:44).
  7. El maestro que enseña rectitud estará siempre deseoso de glorificar al Señor. Se negará a atribuirse gloria alguna y rechazará todo pensamiento que le lleve a considerarse en su corazón como una luz ante los hombres. No incurrirá en supercherías sacerdotales, o sea, que no predicará para obtener lucro ni para atraerse las alabanzas del mundo. (2 Nefi 26:29; Mosíah 18:26.) Será un predicador de rectitud que hablará vigorosamente en contra del pecado, con la única mira de glorificar a Dios, desprovisto de todo afán de obtener ganancia personal, honor o popularidad entre los hombres.  Todo ello porque sabrá que las aspiraciones mundanas abren de par en par las puertas que conducen a la apostasía.
  8. El maestro mismo será diligente en el esfuerzo continuo del arrepentimiento personal. (Moroni 8:26.) Será un ejemplo de mansedumbre, caridad, intenciones puras y confianza en el Señor. No sólo enseñará la doctrina, sino que también la llevará a la práctica. (D. y C. 41:5; 52:15-16.) En conjunto, será para todos evidente a Quién representa.

En resumen, entonces, cabe preguntarse: ¿De qué modo evita el hombre incurrir, como han incurrido algunos, en el error de enseñar y vivir medias verdades? ¿No es, acaso, conservando su propia espiritualidad? ¿Y cuál es la verdadera espiritualidad? ¿Es conocimiento, intelecto, instrucción académica?  No, más que nada, la verdadera espiritualidad es una purificación continua del corazón; es tener como única mira el glorificar a Dios, es tener un corazón quebrantado y un espíritu contrito. (3 Nefi 9:20; D. y C. 136:32-33.) Es un «íntegro propósito de corazón».

A lo largo de los años, al tratar de cerca a los hermanos que constituyen las Autoridades Generales, he reparado en una característica que distingue a todos ellos, así como a otros líderes espirituales, la cual es su intenso deseo de tomar, sobre sí el Señor por encima de todo lo demás, cueste lo que cueste. (D. y C. 18:27, 28, 38.)

No debiera sorprender a nadie hecho de que los requisitos que pide el Señor para servirle en los llamamientos de la Iglesia tengan que ver con lo que el hombre es en su corazón (véase D. y C. 4; 12:8: 41:1l), pues El ha dicho:

«. . . yo, el Señor, juzgaré a todos los hombres según sus obra, según el deseo de sus corazones. (D. y C. 137:9.)

Mis hermanos, ningún Santo de los Ultimos Días errará el camino si sigue el consejo inspirado del Señor, y sus siervos. Os testifico que si conserváis vuestra propia espiritualidad, y esto lo hacéis orando sin cesar, estudiando constantemente las Escrituras y meditando en ellas, así como obedeciendo a vuestros líderes, y a la luz y verdad que al presente comprendáis, no seréis engañados.

Que el Señor nos bendiga a todos para que no seamos engañados por los espejismos o imágenes falsas que crea el diablo, para que nos conservemos espiritualmente entregando nuestro corazón a Dios, volviéndonos más y más firmes en la fe (Helamán 3:35), es mi oración en el nombre de Jesucristo.  Amén.

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