La historia futura de la Iglesia

Conferencia General Abril 1982logo pdf
La historia futura de la Iglesia
por el élder G. Homer Durham
del Primer Quórum de los Setenta

G. Homer DurhamSegún las palabras de los expertos facultativos que me han atendido, es un milagro que me encuentre aquí, ante vosotros, para dirigimos la palabra desde este púlpito.  Pienso que sería una ingratitud de mi parte si no reconociera en esta ocasión la intervención de mi Padre Celestial por mi vida, así como las bendiciones del Santo Sacerdocio, el apoyo v las oraciones de mi amada esposa, mis hermanos, familiares v muchos más que se encuentran presentes.

Con la ayuda del Espíritu Santo, quisiera dirigir vuestros pensamientos a lo que ha de ser la historia futura de la Iglesia, empleando a modo de preámbulo un ejemplo del pasado.

En la conferencia trimestral de la Estaca Parowan de Utah, en diciembre de 1879, fueron llamados a una nueva misión cuarenta y nueve hombres con sus respectivas familias. El llamamiento lo hicieron el presidente John Taylor y los Doce Apóstoles por medio del élder Erastus Snow. Ulteriormente, se les unieron otros hermanos de poblados cercanos. Y así se originó la expedición llamada «Hole-in-the-Rock» (de la hendedura en la roca), una de las epopeyas de la historia de la Iglesia. Doscientos cincuenta de nuestros hermanos, con ochenta carros y cientos de cabezas de ganado y caballos, se abrieron paso por el desconocido y escabroso sudeste de Utah, que todavía hoy sigue siendo una de las regiones menos conocidas del mundo. El destino de la colonia era el distrito de San Juan. Aparte de los precipicios y despeñaderos del desierto, les detenía el paso la profunda Y formidable garganta del río Colorado, donde no hubo puente alguno sino hasta 1934, ni ningún avión voló del estado de Utah al de Arizona pasando por ese lugar hasta 1959.

Buscando la ruta mas corta, los exploradores mormones hallaron una angosta hendidura en el canon Glen. El río Colorado corría seiscientos metros abajo. Ese lugar llamado «Hole-in-the-Rock» (hendedura en la roca) parecía ser el camino más corto.

La hendedura era tan sólo una grieta en el abrupto precipicio, tan angosta que era imposible que por allí pasaran las bestias y, en sitios, aun que pasara un hombre. Y si los escarpados barrancos de hasta veintitrés metros de profundidad hacían imposible el paso hasta para una cabra montañesa, cuanto más para los carros cargados.

En diciembre de 1879, tras el grupo que salió de Parowan y de los valles de Cedar en abril del mismo año, abrió en la roca un empinado y primitivo paso con pólvora y herramientas. El élder Platte D. Lyman, capitán del grupo, vio que, de hacer un camino, el nivel de este bajaría casi tres metros cada cinco metros de distancia en el primer tercio del camino al río.  De allí en adelante, había todavía muchos barrancos profundos.  Pero estaban preparados.  Con la fe que poseían iban equipados no sólo para abrirse paso a pólvora v cincel entre la roca, sino también para hacer una balsa capaz de transportar los carros cargados al otro lado del río.

Y aquellos pioneros se pusieron manos a la obra; camino y balsa estuvieron hechos para el 25 de enero de 1880.  A continuación tenían que bajar a las familias y los primeros cuarenta carros, acampados al borde del precipicio, haciéndolos descender hasta el río por la hendedura hecha en la roca.  Los demás les seguirían después.

Kumen Jones hizo una descripción del método de descenso que utilizaron: veinte hombres y muchachos sostenían con largas cuerdas los carros con las ruedas aseguradas con frenos, pues de no hacerlo así, la carga caía hacia adelante, sobre las bestias.  Un mes más tarde, Platte D. Lyman escribió en su diario, con fecha 26 de enero de 1880: «Hoy bajamos todos los carros por la grieta y transportamos veintiséis al otro lado del río.  Movemos la balsa con un par de remos y avanza muy bien.»

Joseph Stanford Smith con su esposa, Arabella, y sus hijos fueron los últimos en bajar su carro aquel día.  Uno de sus nietos, Raymond Smith Jones, describió la experiencia que pasaron.  Dudo de que una compañía cinematográfica moderna pudiera, con millones de dólares y todos los adelantos actuales, hacer una película de aquello.

Stanford Smith había ayudado a bajar los demás carros durante aquel largo día y, evidentemente, nadie se acordó del carro ni de la familia de él.  Muy conturbado, Stanford trepó los seiscientos metros por la pendiente y encontró a Arabella sentada sobre una manta, con el bebé en brazos, en paciente espera.  Todas sus pertenencias y sus otros dos hijos estaban en la carreta, la cual se encontraba tras una enorme peña.

Stanford la trasladó hasta el borde de la grieta, donde enganchó un tercer caballo al eje posterior.

Marido y mujer miraron barranco abajo, y él le dijo:

-No creo que podamos bajar.

Ella le contestó: -Tenemos que descender.

El le explicó: -Si contáramos con unos pocos hombres que sostuvieran el carro, bajaríamos.

La esposa replicó con determinación: -Yo lo sostendré.

Extendieron una manta en el suelo, y ella puso al bebé entre las piernecitas del pequeño Roy, de tres años de edad, diciéndole:

-Cuida de tu hermanito: sujétalo hasta que papá los venga a buscar.

Luego pusieron a Ada, la hijita mayor, delante de los pequeños.  Detrás del carro, Arabella tomó de las riendas al caballo que estaba atrás, mientras su marido comenzaba a dirigir el descenso.  El carro se tambaleó grieta abajo arrastrándola a ella y al caballo que trataba de sostener.  Recuperándose, se puso en pie y volvió a tirar de las riendas con todas las fuerzas que su valor le infundía.  La afilada saliente de una roca le hirió profundamente la pierna desde el talón hasta la cadera, el caballo cayó sobre las ancas, v medio muerto fue arrastrado cuesta abajo casi hasta el fondo del cañón.  La valiente mujer, con la ropa destrozada y herida de gravedad, se las arregló para seguir bajando.  Después comentó: «Bajé brincando en un pie

Al llegar abajo, oyeron el débil llamado de los niños, y Joseph Stanford Smith subió a buscarlos: estaban sanos y salvos en el mismo lugar donde los habían dejado.  Entonces, con el bebé en brazos v los Otros dos niños asidos a él e uno al otro, bajó por la rocosa grieta.  Cuando se acercaban a la orilla del río, a la distancia vieron a cinco hombres que avanzaban hacia ellos llevando cadenas v cuerdas.  Los habían echado de menos, e iban a ayudarles.  Stanford les gritó:

-No se preocupen, muchachos. . . mi esposa me basta. (David E. Miller, Hole-in-the-Rock: An Epic in the Colonization of’ the Great American  West.  Salt Lake City: University of Utah Press, 1959.)

La historia de la Iglesia está llena de emocionantes episodios semejantes a éste, que forman el patrimonio de todo converso, ya sea de Asia, de Africa o de cualquier lugar del mundo, pues como Pablo escribió a los gálatas:

«Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos

«Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa. » (Gálatas 3:27, 29.)

En la actualidad enfrentamos serios conflictos que suponen un reto a nuestra valentía. ¿Están los hogares de los Santos de los Ultimos Días en todo el mundo formando hombres y mujeres obedientes y valientes? ¿Permanecerán nuestros hijos en su sitio, sin caer en los peligrosos barrancos de la vida? ¿De qué modo los santos actuales hacemos la historia presente -y, por tanto, la historia futura- de la Iglesia?

Se han atravesado las llanuras v surcado los océanos.  Los pasos en las montañas han sido conquistados. ¿Cuáles son nuestras conquistas? ¿Qué es lo que estamos haciendo al respecto?

Todavía tenemos por delante grandes acontecimientos que precederán a la segunda venida de Cristo. ¿Cuál es el significado de tanto templos nuevos que se anuncian? ¿Qué supone para nosotros la revelación manifestada por medio del profeta José Smith en octubre de 1831?  Esta dice:

«Las llaves del reino de Dios han sido entregadas al hombre en la tierra, y de allí rodará el evangelio hasta los extremos de la misma. . .» (D. y C. 65:2.)

Sí, a nuestras espaldas hay una gran historia de la Iglesia, pero adelante yacen mayores obstáculos que vencer y una historia más grande que ha de hacer cada uno de los miembros y unidades del Reino.  La historia del futuro se hace día tras día, en alguna forma, en Corea en las Filipinas, a lo largo de la Cordillera de los Andes y en cada una de las estacas de Sión.

La visión de la Nueva Jerusalén ha conmovido a generaciones a través de la historia de la humanidad, y ha conmovido a nuestra gente.  Esperamos el día en que «Cristo reinará personalmente sobre la tierra». (Véase el décimo Artículo de Fe).

Pero hemos de tener siempre presente lo que dijo el profeta Malaquías:

»¿Y quien podrá soportar el tiempo de su venida? ¿o quien podrá estar en pie cuando el se manifieste? . . .» (Malaquías 3:2.)

Preparémonos para soportar el día de su venida edificando a Sión en nuestro corazón, en nuestra familia, al paso que vayamos haciendo la historia del futuro de la Iglesia. El presidente Kimball nos ha dicho repetidas veces que embellezcamos nuestras vidas y nuestros hogares, y que prestemos mas servicio cristiano.

Testifico que el Evangelio de Jesucristo, que ha sido restaurado por medio del profeta José Smith es el poder de Dios para la salvación; que Cristo es nuestro Salvador y Redentor; que Dios, el Padre, vive; y que el presidente Spencer W. Kimball es el Profeta del Señor hoy en día. Si respondemos a su dirección profética como los pioneros respondieron al presidente John Taylor, nos prepararemos para el tiempo cuando Cristo reinara como «REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES» (Apocalipsis 19:6, 16).

Hermanos, ahora debemos prepararnos para «soportar el tiempo de su venida». La historia del futuro de la Iglesia, entonces, podrá marcarla nuestra valentía al pasar con éxito por las grietas que representan los tiempos de prueba y adversidad. Que cada uno de nosotros haga la parte que le corresponde, amando al Señor y a nuestro prójimo, es mi oración en el nombre de Jesucristo. Amen.

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