Conferencia General Abril 1982
Lo que enseña el evangelio
por el élder LeGrand Richards
del Consejo de los Doce
Estoy orgulloso de ser miembro de la Iglesia, de esta Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. ¡Qué nombre tan apropiado para la Iglesia verdadera de Cristo en ésta la dispensación del cumplimiento de los tiempos! Amo la Iglesia por todas las cosas que me enseña.
Durante la guerra, hace ya algunos años, el élder John A. Widtsoe fue enviado a Gran Bretaña para presidir la Misión Europea. Cuando el oficial de inmigración examinó los documentos y se dio cuenta de quién era, le dijo:
-¡Imposible! Hemos permitido que sus misioneros entren al país, pero no deseamos a ninguno de sus directores aquí; siéntese y espere un momento. El hermano Widtsoe obedeció y se sentó. Habían pasado solamente unos minutos cuando el oficial lo llamó otra vez y le preguntó:
-¿Si te permito entrar al país, que es lo que enseñará a mis compatriotas?
El hermano Widtsoe contestó: -Les enseñaré de dónde vienen, por qué están aquí y adónde van. El hombre lo miró y le preguntó:
-¿Eso enseña su Iglesia?
-Así es -replicó el hermano Widtsoe.
-La mía no lo enseña -contestó el oficial.
Para mí ese conocimiento vale más que todas las riquezas de este mundo. Si no sabemos de dónde venimos, por qué estamos aquí, adónde vamos y cómo llegar allí, somos como un barco sin timón o sin velas en medio del océano, y sin alguien que lo guíe. Nos mantendremos a flote, pero nunca podremos llegar al puerto.
La Iglesia me enseña que soy un hijo de Dios el Eterno Padre, y por lo tanto, tengo todos los atributos para desarrollarme y poder llegar a ser como El es, así como mis hijos pueden llegar a ser como yo soy, y yo como fue mi padre terrenal.
Antes de que este mundo fuese creado el Señor se paró en medio de los espíritus y dijo que entre ellos había muchos de los nobles y los grandes. Por supuesto que no hubieran podido llegar a ser nobles y grandes si no hubieran hecho algo para lograr ese título antes de que nacieran en este mundo. El Señor les dijo a los que estaban con El:
«Descenderemos, pues hay espacio allá. . . y haremos una tierra sobre la cual éstos puedan morar;
«y con esto los probaremos, para ver si harán todas las cosas que el Señor su Dios les mandare;
«y a los que guarden su primer estado les será añadido; y aquellos que no guarden su primer estado no tendrán gloria en el mismo reino con los que guarden su primer estado; y, a quienes guarden su segundo estado, les será aumentada gloria sobre su cabeza para siempre jamás.» (Abraham 3:24-26.)
Agradezco al Señor que la Iglesia me enseña que guarde mi primer estado en el mundo de los espíritus; si no, hubiera sido arrojado a esta tierra con Satanás y la tercera parte de las huestes de los cielos. Cuando esto sucedió, se escuchó un clamor:
«… ¡Ay de los moradores de la tierra!. . . porque el diablo ha descendido a vosotros . . .» y él
«… anda alrededor buscando a quien devorar.» (Apocalipsis 12:12; 1 Pedro 5:8.)
Así pues, porque guardé mi primer estado se me otorgó el derecho de recibir de todas las bellezas gozos de este mundo que se han mencionado en esta reunión hoy; y también el derecho de recibir un cuerpo, y creo que no hay otra manera de apreciar mejor todas estas cosas que cuando leo las Escrituras.
En ellas leemos de cuando Jesús sacó a los espíritus inmundos del hombre que estaba poseído, el gadareno. El Salvador le pregunto al espíritu inmundo cuál era su nombre y éste le respondió «legión» porque ciertamente era una legión de espíritus que se había posesionado del gadareno. Tan ansiosos estaban estos demonios de poseer un cuerpo, que pidieron permiso para posesionarse de los cerdos que pastaban en el campo. Jesús le otorgó el permiso, y se posesionaron de los cerdos, y el hato entero se precipitó a la mar y se ahogó. Si bien recuerdo eran como dos mil. (Marcos 5:1-17.) Pensad cuán ansiosos estarían estos espíritus de obtener un cuerpo. nosotros estamos aquí, en nuestro segundo estado porque guardarnos el primero.
Me gusta la declaración en la Biblia donde nos habla de Enoc, el profeta de la antigüedad que fue trasladado a los cielos con todo su pueblo, después de haber obtenido un testimonio aquí en esta vida terrenal de que habían agradado al Señor (Hebreos 11:5). Pienso que si obedecemos todos Sus mandamientos, si hacemos, como El ha dicho, todas las cosas que Dios el Señor ha mandado (Deut. 12:33; Mateo 28:20), podremos obtener este testimonio que viene por medio del Espíritu Santo, de que nuestras obras agradan al Señor y lo hemos complacido.
Le agradezco al Señor por 1 muchas y hermosas verdades que desde este lugar se han proclamado hoy; por ejemplo, el principio del matrimonio eterno. No puedo ni siquiera imaginarme vivir para siempre, por toda la eternidad, después de salir de esta vida sin el compañerismo de mi dulce esposa v mis hijos. Oh, no os imagináis cuán agradecido estoy al Señor por ellos, por el conocimiento que tengo de que el matrimonio v la unidad familiar, así como su condición eterna, son parte de los designios del Señor, tal como lo indican las Santas Escrituras.
Después, pienso en mis hijos, uno por uno (cuento además con más de cien descendientes), y veo todo lo que ellos han logrado y la nobleza de su vida, v me es casi imposible comprender que yo sea su padre. Siento que esto es lo más cercano a llegar a ser un Dios aquí en la vida terrenal que ninguna otra cosa. He tratado de ser un ejemplo para todos mis hijos y mis demás descendientes, de tal manera que si desean caminar siguiendo mis huellas, puedan guardar este su segundo estado y prepararse para que les sea añadida mayor gloria sobre su cabeza para siempre jamás.
Además de éste hay otros principios muy hermosos del evangelio. Cuando estuve en mi primera misión nunca encontré a nadie que creyera en un Dios personal. ¡Qué maravilla saber que Cristo dio su vida por nosotros y tomó sobre si los pecados del mundo! Pablo nos dice:
«Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados». (1 Corintios 15:22.)
¡Qué privilegio saber que nuestro Padre Celestial es tan real como mi propio padre terrenal y que El y Jesucristo se manifestaron al profeta José Smith en esta dispensación, como dos Personajes glorificados, después que el mundo había estado en la obscuridad durante siglos! De acuerdo con el Libro de Mormón, el Señor había reservado a José Smith durante miles de años para que él fuera quien introdujera la verdad entre los habitantes de este mundo. Estas son grandes verdades como muchas otras que se pueden enseñar.
Cuando escribí el libro Una obra maravillosa y un prodigio como ayuda para la obra misional, escogí la declaración de Isaías que dice:
«… Porque este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un mandamiento de hombres que les ha sido enseñado;
«por tanto, he aquí que nuevamente excitaré yo la admiración de este pueblo con un prodigio grande y espantoso; porque perecerá la sabiduría de sus sabios, y se desvanecerá la inteligencia de sus entendidos». (Isaías 29:13-14.)
El mensaje de esta gran Iglesia es esa obra maravillosa y ese prodigio que Isaías vio que saldría cuando los hombres se encontraran enseñando como doctrina los preceptos de los hombres.
Quisiera hablaros de una o dos experiencias de la misión para explicar un poco mejor lo que dice Isaías de que se adoraría al Señor por «un mandamiento de hombres».
Casi al terminar mi misión en Amsterdam, hace ya más de setenta y cinco años, fui invitado a la casa de uno de los miembros para hablar con una de sus vecinas. Cuando mi compañero v yo llegamos allí, estaba la vecina acompañada de su ministro. Tuvimos una pequeña diferencia de opinión en lo que se refiere al sacerdocio y de pronto, allí mismo, me retó a un debate en su iglesia el próximo sábado por la noche.
Cuando llegamos la iglesia estaba llena; todos los feligreses estaban allí y también los miembros de nuestra Iglesia. Todavía no sé cómo supieron los miembros que habría ese debate, pero allí estaban. ¡Yo no les había dicho nada!
El ministro se paró y dijo:
-Ya que el señor Richards es un invitado, le concederemos el privilegio de dirigirnos la palabra primero; cada uno de nosotros hablará durante veinte minutos. ¿Está de acuerdo, señor Richards?
Yo le contesté que estaba de acuerdo; sin embargo, no le dije que si hubiera sido necesario hubiera quedado hasta sin camisa por privilegio de hablar primero, me daba esa oportunidad que me cayó como anillo al dedo. No sé hasta qué grado el Señor tuvo algo que ver en esto, pero me imagino que así fue.
Me levanté y dije:
-La última vez que hablé con mi amigo tuvimos una diferencia de opinión en lo que se relaciona al sacerdocio. Esta noche he venido preparado para analizar más tema; sin embargo, no me gustaría iniciar mi presentación con él. (Este era uno de mis puntos fuertes.) Supongamos que se va a edificar una casa; no se empezaría con el techo, sino que tendría que ponerse primero los cimientos.
Todos estuvieron de acuerdo conmigo, así que continué:
-Propongo que pongamos los cimientos del Evangelio de Jesucristo.
Para ello seleccioné el capítulo de Hebreos donde Pablo dice:
«Por tanto, dejando ya los rudimentos de la doctrina de Cristo, vamos adelante a la perfección; no echando otra vez el fundamento del arrepentimiento de obras muertas de la fe en Dios,
«de la doctrina de bautismos, la imposición de manos, de la resurrección de los muertos y del juicio eterno.» (Hebreos 6:1-2.)
Repasé rápidamente los principios de fe y arrepentimiento, pues estaba seguro de que creían en ellos. Les hablé luego del bautismo por inmersión para la remisión de los pecados hasta que todos estuvieron de acuerdo conmigo. Después, de la imposición de manos para comunicar el don del Espíritu Santo. Pero en este tema no creyeron.
Fuera de nuestra Iglesia no encontré otra que creyera en este principio de doctrina; parece que todas piensan que el Espíritu llega como la brisa que sopla sobre nuestra cabeza. Les cité los pasajes de Escritura donde los Apóstoles en Jerusalén escucharon que los habitantes de Samaria habían aceptado la palabra de Dios que Felipe les estaba predicando; entonces decidieron enviar a Pedro y a Juan, y cuando éstos llegaron allí, les confirieron el don del Espíritu Santo por medio de la imposición de manos. Cuando Simón, el mago, vio que los Apóstoles conferían el don del Espíritu Santo por medio de la imposición de manos, les ofreció dinero diciendo ‘Dadme también a mí este poder, para que cualquiera a quien yo impusiere las manos reciba el Espíritu Santo.
«Entonces Pedro le dijo: Tu dinero perezca contigo, porque has pensado que el don de Dios se obtiene con dinero». (Hechos 8:19-20.)
Después les cité otros pasajes referentes a la imposición de manos para conferir el Espíritu Santo y me senté.
Le tocó después el turno al ministro, quien se levantó y habló durante veinte minutos, pero nunca mencionó ni siquiera una palabra de lo que yo dije. Se refirió a algunos relatos que se oían sobre los mormones y que eran puras calumnias, y a la «Biblia Mormona» (el Libro de Mormón), y declaró que José Smith había admitido que había cometido muchos errores. Después, de una manera muy cortés dijo:
Estoy seguro de que si el señor Richards nos da más detalles sobre estos dos temas todos quedaremos muy satisfechos.
Me levanté como movido por un resorte. (Más tarde mi compañero me preguntó cómo había podido pensar tan rápidamente y yo le dije: «¿Qué has estado pidiendo en tus oraciones toda la semana?») Les dije:
-En los días del Salvador, sus enemigos trataron de engañarlo con artimañas y astucia. Creo que a ninguno de ustedes les gustaría que volviésemos a utilizar esa táctica. Si entiendo bien el significado de la palabra debate, quiere decir la presentación de un argumento y la respuesta a esa presentación. Ahora les hago una pregunta: ¿Ha contestado el ministro alguno de mis argumentos?
Todos contestaron que no. Proseguí: -Muy bien, amigo mío, ahora puede tener otra vez sus veinte minutos.
Estaba seguro de que no podría decir nada y así fue.
Su esposa se levantó y le dijo:
-Lo que el señor Richards te pide es justo. Le debes una respuesta.
Pero no pudo darnos una respuesta; entonces le dije a mi compañero:
-Levántate y dame el abrigo y el sombrero. -Y agregué-: Le daré otra oportunidad. Si es necesario me quedaré aquí hasta las diez de la mañana, hora que tendremos que estar en nuestra iglesia, siempre y cuando sigamos las reglas del debate que usted estableció. Si no es así, me retiraré y pediré tanto a mi compañero como a los miembros de nuestra congregación que me acompañen y los dejaremos solos para que pueda aclarar con su gente lo que hemos hablado aquí esta noche.
Muchas veces después de eso me lo encontré en la calle, pero él inclinaba la cabeza para no tener que hablarme.
Esto era lo que estaba diciendo Isaías cuando habló de que se enseñarían preceptos de acuerdo con las doctrinas de los hombres.
Quisiera narraros otra experiencia. Cuando me encontraba en Quitman, Georgia, como presidente de misión, recuerdo que en un sermón prediqué acerca de la duración eterna del convenio matrimonial y la unidad familiar. Como ayuda visual tenía un cartel con el nombre de las iglesias y sus doctrinas principales Y éstas eran declaraciones oficiales de sus líderes. Ninguna creía que la unidad familiar o el convenio matrimonial se prolongarían después de la muerte. Me paré en la puerta donde se había llevado a cabo la reunión y un hombre se me acercó y se presentó como ministro bautista; entonces le pregunté:
-¿Dije algo contrario a su doctrina?
-No, señor Richards, es como usted dijo, pero no todos creemos lo que nuestra iglesia enseña.
-Si tampoco usted cree lo que enseña su iglesia, ¿por qué no va y le predica a su gente la verdad? Por seguro que lo escucharán, pero no están listos para escuchar a los misioneros mormones.
Se retiró y me dijo:
-Lo veré después.
Y fue todo lo que pudo decirme esa noche.
Unos cuatro meses después, cuando regresé otra vez a ese lugar, el ministro había leído en el periódico que yo estaría allí y cuál no sería mi sorpresa al verlo. Lo saludé y le dije:
-Me gustaría saber qué fue lo que pensó de mi último discurso.
Señor Richards, desde que lo escuché he estado pensando en su discurso y creo todo lo que dijo, pero me hubiera gustado escuchar el resto.
(Siempre hay algo más por decir, por eso le pedí al hermano Benson que me diera unos golpecitos en la pierna para indicarme cuando se termine mi tiempo.)
Ahora me gustaría contaros otra experiencia si todavía tengo un Poco de tiempo. En Utrecht, Holanda, tenían un seminario donde las personas interesadas estudiaban y se Preparaban para ministros. Durante nuestras reuniones, estos jóvenes por lo general iban y se paraban a escuchar afuera del lugar donde efectuábamos los servicios. Cuando éstos se terminaban, entraban y discutían con nosotros.
Convencí a uno de estos jóvenes que el bautismo tenía que hacerse por inmersión para la remisión de pecados y que era necesaria la imposición de manos para comunicar el don del Espíritu Santo; como no se le había enseñado antes, le fue muy difícil de creer y me preguntó:
-Señor Richards, ¿cree que el Señor nos hará responsables si enseñamos algo que sabemos no está de acuerdo con lo que dicen las Sagradas Escrituras?
Le contesté:
-Mi amigo, prefiero que el apóstol Pablo conteste tu pregunta, él dijo:
«Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciará otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema.» (Gálatas 1:8.)
Desde ese entonces no volvimos a tener otra discusión.
Que el Señor os bendiga. Amo al Señor, a su Iglesia, y a todos los miembros; los quiero a todos. Oro para que el Señor os bendiga; y os dejo mi bendición en el nombre de Jesucristo. Amén.
El élder LeGrand Richards, del consejo de los Doce, que, a la edad de 96 años, es el miembro de las Autoridades Generales de más edad.
























