Conferencia General Abril 1982
No hay nada de malo
por el élder Marvin J. Ashton
del Consejo de los Doce
No es muy común que los estudiantes recuerden por muchas horas casi todas las palabras que les hablaron sus maestros. Pese a ello cincuenta años más tarde hay personas que recuerdan con sumo agradecimiento las palabras que una maestra hacía repetir a su clase al comienzo de cada día. Conocí una maestra que cada mañana implantaba en nuestra mente el significado de la honestidad haciéndonos recitar: «Una mentira es cualquier idea comunicada a otra persona con la intención de engañar.»
Cuando comparo esta definición con la que podemos encontrar en el diccionario en cuanto a la mentira v que dice, «discurso contrario a la verdad», más llego a apreciar la definición de aquella maestra. La mentira puede ser eficazmente comunicada sin que haya palabras de por medio. Hay veces en que un movimiento de cabeza o un silencio pueden engañar. El recomendar una inversión en un negocio dudoso, el anotar una cifra falsa en un libro de caja, los elogios vanos, o el no divulgar todos los hechos pertinentes a un caso, constituyen varias otras formas de comunicar una mentira.
Después de hacernos recitar aquella frase todos los días, esa maravillosa maestra, quien dicho sea de paso nunca se casó aunque sí, ejerció una influencia maternal en muchos de nosotros, nos enseñaba con pocas palabras la importancia de comunicar la verdad en todo momento. Simplemente nos decía: «No digan mentiras. No sean cómplices de mentiras. Ni siquiera piensen en mentir.»
¿Cuán serio es mentir? Las Escrituras nos dan una pista cuando nos dicen que Satanás es el padre de todas las mentiras. Su método de enseñar esta práctica diabólica queda ilustrado en la décima sección de Doctrina y Convenios donde dice:
«Sí, les dice: Engañad y acechad… he aquí, en esto no hay daño. Y así les dice que no es pecado mentir
«y así hace que caigan en su propio ardid.» (D. y C. 10:25-26.)
Sin embargo, no podemos esconder nuestra conducta detrás del padre de todas las mentiras y decir: «Satanás me hizo mentir». Lo único que él hace es decirnos «en esto no hay daño», y luego deja que caigamos en nuestro propio ardid.
En la mentira hay pecado. El ser víctimas de la mentira es una verdadera tragedia. El caer en las garras de la deshonestidad y las falsas interpretaciones no es cosa que suceda en forma instantánea Una pequeña mentira o acto deshonesto conduce a otro hasta que el infractor cae en las garras del engaño. Como escribió Samuel Johnson: «Las cadenas del hábito son demasiado livianas como para que las sintamos hasta que se transforman en demasiado fuertes como para romperlas». Aquellos que caen víctimas de esta trampa a menudo cargan sobre sus espaldas el pesado yugo por no estar dispuestos a reconocer su problema y a hacer un esfuerzo por cambiar. Muchos no están dispuestos a pagar el precio para librarse de las mentiras. Hay personas que pueden llegar a valorar la honestidad en toda su magnitud y aún así no se resuelven a ponerla en práctica en su vida.
Tal vez si analizáramos algunas de las razones por las que las personas mienten, podríamos evitar o superar este vicio.
Hay veces en que engañamos y mentimos para evitar el sentirnos avergonzados. Recientemente me enteré del caso de una joven mujer que había sido despedida de su empleo por causa de la deshonestidad. Cuando llenó una solicitud para otro trabajo, declaró que había perdido su trabajo anterior porque su ex patrón quería colocar a un miembro de su familia en el lugar de ella. Es posible que le haya dado a sus amigos y familiares la misma versión para no tener que reconocer su propia falta.
Hay circunstancias que se pretenden «cubrir» con pretextos inciertos. Dentro de ese contexto es común escuchar a alguien decir: «No pude terminar el trabajo porque estuve muy ocupado», cuando, en realidad, simplemente se olvidó o fue negligente. Hay personas que utilizan la deshonestidad para atrasar, para sacar ventaja, para impresionar a otras personas, para adular o para destruir.
Consciente o inconscientemente, algunas personas mienten para destruir a otras. Los celos o sentimientos de inferioridad pueden hacer que degrademos los hábitos o el carácter de otras personas. También nos encontramos con aquellos que son ambiciosos y que se valen de los halagos falsos para su propio provecho.
Las mentiras se usan a menudo para justificar la falta de valor. Hay veces en que las mentiras son apenas excusas para un rendimiento pobre. Por lo general, una mentira o un engaño tiene que ser cubierto con otro. Una mentira sin el respaldo de otra no tarda mucho en ser desenmascarada.
Hay quienes nos impulsarían a creer que no hay tal cosa como un proceder correcto o incorrecto, que todo es relativo. Jamás debemos permitirnos el suponer que la conducta intachable y las buenas decisiones pueden encontrarse, según convengan, en el trayecto entre lo correcto y lo que no lo es.
En esta sociedad moderna en la que el engaño es tan evidente en la publicidad, en la promoción y en las ventas, podría ayudarnos el ruego: «Ayúdame, oh Señor, no solamente a librarme del engaño personal, sino concédeme también la sabiduría para evitar a aquellos que nos dañarían a mí y a los míos valiéndose de medios engañosos.»
¿Cómo es que nos transformamos en víctimas de la deshonestidad? Por cierto que de muchas formas, pero analicemos algunas.
Una poderosa declaración de Isaías proporciona la explicación para una de tales razones:
«Y esos perros comilones son insaciables; y los pastores mismos no saben entender; todos ellos siguen sus propios caminos, cada uno busca su propio provecho, cada uno por su lado.» (Isaías 56:11.)
La codicia puede transformar a una persona tanto en deshonesta como en ingenua. De tales cosas se habla en Doctrina y Convenios:
«. . . sus ojos están llenos de avaricia.
«Estas cosas no deben ser y deben de ser desechadas de entre ellos . . .» (D. y C. 68:31-33.)
En la sección 9 de Doctrina y Convenios, versículo 13, encontrarnos un buen consejo para aquellos que desean evitar proposiciones deshonestas: «Sé fiel y no cedas a ninguna tentación».
Un amigo mío me confesó recientemente que había perdido una gran cantidad de dinero en uno de esos negocios que prometen a uno hacerse rico de la noche a la mañana, simplemente por no haber podido controlar la válvula de la codicia. El querer cada día más -el vivir por encima de lo que nos permiten nuestros ingresos- hace que muchos de nosotros seamos susceptibles a propuestas deshonestas. Por todos los medios posibles debemos evitar todo plan o programa que nos ofrezca ganancias exorbitantes de ésas que se obtienen tan sólo una vez en 1a vida.
La mención de nombres importantes o conocidos, o el hacer referencia indebida a ciertas afiliaciones sociales o religiosas, se utilizará a menudo como carnada para generar confianza y obtener provechos malsanos.
Evitad a aquellas personas que demandan decisiones inmediatas o dinero en efectivo. Todas las oportunidades de inversión que realmente valgan la pena requieren deliberación y buen juicio. Es imperioso que tengamos conocimiento de todos los hechos y que consideremos detenidamente todos los antecedentes antes de adoptar decisiones que influyan en nuestro futuro de una manera u otra. Cuando nos enfrentamos con las encrucijadas que la vida nos ofrece, la integridad personal debe constituir el más importante de los elementos en cualquier decisión. Cuando no tenemos muy en claro nuestro curso de acción, el principio de la honestidad nos guiará a descubrir hechos relevantes de los cuales otras personas tal vez no se percaten. Una persona que posea integridad ayudará a otras a ser honestas. Una persona de integridad formulará preguntas y responderá de una manera exacta. La integridad nos permite trazarnos un curso de conducta personal mucho antes de que llegue el momento de seguirlo.
Una persona sabia jamás caerá en la trampa de lo inescrupuloso como producto de un falso orgullo. Hay personas que a menudo fracasan en alguna empresa porque su falso orgullo les impide hacer preguntas o buscar información adicional. Por miedo a pasar vergüenza o ser catalogadas de ignorantes, afirman haber entendido algo cuando en realidad no tienen ni idea de lo que se les explicó. Preguntas tales como: «¿Qué quiere decir eso?» «¿Cuáles son los riesgos?» «¿Por qué razón se hace así?» «¿Cuáles son los antecedentes de la compañía?» «¿Qué clase de referencias tiene usted?» son dignas de formularse. Cuando se trata de envolvernos con retórica, con términos rebuscados, que tengan la apariencia de un gran dominio de la materia por parte de quien los usa, pero que no lleguemos a comprender en su significado, mejor es que nos pongamos en guardia.
Si no podemos alcanzar una decisión prudente sobre la base de nuestra propia experiencia, debemos buscar el asesoramiento de personas preparadas en el asunto, en quienes podamos confiar. Es mejor que desechemos toda oferta que no nos otorgue tiempo para meditarla o que no esté muy clara.
Abraham Lincoln declaró en una oportunidad: «Relacionaos con aquel que es recto. Permaneced junto a él mientras sea recto y apartaos de él cuando tome el camino equivocado.»
Vivimos en una época en que «el cuento», «la mentira piadosa», «la mentira por conveniencia», «el negocio redondo», «la oportunidad para contadas personas» se defienden y promueven vigorosamente. Los oportunistas y los inescrupulosos siempre han acechado y continuarán acechando a los ingenuos.
Afortunada, o lamentablemente, el clima comercial es siempre propicio para aquellos que tienen algo que promover. En épocas de recesión o depresión se incita a la obtención de ciertos bienes a pagar en cuotas sujetas a un interés desmedido. Durante los períodos de prosperidad y abundancia, hay quienes tratan de convencernos de que ése es el momento de pedir prestado, de especular y de mejorar nuestra posición social en virtud, según dicen, de la prosperidad que el futuro nos depara. Cuán común es escuchar: «Lo que me arruinó el negocio fue la economía del país». La historia debería habernos enseñado que hay suficientes riesgos e incertidumbre en las inversiones que se califican de «más seguras», como para hacer que los cautos se rebelen ante las ganancias exorbitantes ofrecidas por aquellos que pretenden que demos un paso a ciegas.
Es lamentable que, precisamente aquellos que menos están en condiciones de caer en deuda para proporcionar fondos a negocios un tanto turbios sean los que se ven a la larga más perjudicados cuando llega el momento de recoger las supuestas ganancias. Por cierto que el caer en deuda supone un riesgo que no tenemos necesidad de correr.
Samuel Johnson también dijo:
«No os acostumbréis a considerar la deuda tan sólo como un inconveniente; tarde o temprano os daréis cuenta de que es una calamidad.» Nuestro consejo es que evitéis caer en deuda con propósitos de especulación. «. . . raíz de todos los males es el amor al dinero . . . » (1 Timoteo 6: 10.) Un aspecto importante a incluir en la tarea de administrar nuestros ingresos debería ser el objetivo de librarnos de toda atadura económica.
El presidente N. Eldon Tanner nos sugirió atinadamente:
«La sabia elección de servir a Dios no le niega a ninguna familia el derecho a tener un ingreso suficiente, ni las cosas de este mundo que proporcionan dicha y prosperidad; pero sí nos exige que no nos apartemos de Dios ni de las enseñanzas de Jesucristo mientras nos esforzamos por satisfacer nuestras necesidades temporales.»
Debe estar en la mira de todo Santo de los Ultimos Días el llegar a ser la clase de persona de quien pueda ser dicho: «Su palabra es una garantía». Cada vez que empeñemos nuestra palabra debemos preguntarnos a nosotros mismos: «¿Es correcto? ¿Es cierto?» En vez de «¿Me conviene? ¿Me dará alguna ganancia?» Lo único que debemos preguntarnos es si es correcto. El sabio considerará lo que es correcto; el codicioso pensará únicamente en lo que le dejará de provecho.
Hay veces en que quienes promocionan inversiones, a causa de las presiones económicas que padecen, enredan y se valen de tácticas para demorar los procesos mientras ellos luchan por sobrevivir. Siempre encontraremos a nuestro paso a aquellos que sacrifican la honestidad cuando huelen el fracaso. Quienes tienen integridad permanecerán firmes tanto ante el éxito como ante el desastre.
La honestidad es un elemento básico. Es muy cierto que la mentira es cómplice del 50 por ciento de los vicios o, como lo expresó alguien: «El pecado cuenta con muchas herramientas, pero la mentira es el mango que se adapta a cualquiera de ellas». El engaño, la falta de sinceridad, el juego sucio son todas formas de mentir, y, jóvenes, tened en cuenta que cuando hablamos de jugar sucio, no nos referimos tan sólo a las trampas en los exámenes.
La mentira no nos daña sólo a nosotros, sino que sutilmente nos permite destruirnos al tiempo que nos enredamos y resquebrajamos nuestra imagen y credibilidad ante otras personas. Cuando nos libramos del engaño y de la mentira, los resultados son los opuestos, y producen en consecuencia una conciencia tranquila.
No hace mucho tiempo, un perturbado amigo mío, que ha venido sufriendo y todavía sufre los pesares típicos de una víctima del enredo en sus propias mentiras, me comentó: «He estado viviendo en medio de la mentira por tanto tiempo y he dicho tantas con el correr de los años, que francamente, ya no puedo saber cuándo estoy mintiendo y cuándo digo la verdad». Al escucharle decir esto, me sentí conmovido y lleno de compasión, pero al pensarlo nuevamente me preguntaba si ésta no sería otra de sus mentiras. Las mentiras se han apoderado totalmente de la vida de este hombre. No habrá quien pueda convencerle de que en el engaño no hay nada de malo.
El mentiroso es esclavo de la mentira. Aquel que miente debe vivir con el resultado de sus acciones. Tanto los diáconos como las abejitas deben ser instruidos en cuanto a la maldad del engaño. Los maestros y las damitas deben conocer la virtud de la verdad. A los presbíteros y a las laureles se debe enseñar en cuanto a las consecuencias que arroja la deshonestidad. A fin de que los misioneros puedan tener éxito y ser felices, deben vivir conforme a principios correctos. Los niños de la Primaria pueden aprender que no es bueno mentir. En el hogar, los niños tienen el derecho a percibir la importancia de la honestidad mediante el ejemplo. Cuán desafortunado es el caso de una persona o familia a quien se le enseña que la honestidad es una norma en vez del debido modo de vida.
Vivimos en un mundo rodeado de leyes. Sabemos que hay personas que se salen con la suya y hacen la.-, leyes a un lado; pero las leyes de los cielos tienen un efecto irrevocable sobre nosotros, hoy, mañana y siempre.
«Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.» (Juan 8:32.) Nadie que viva en medio de la mentira será jamás del todo libre.
Solamente aquel que haya cargado o cargue el yugo continuo del engaño puede captar debidamente el significado de tal declaración. Debemos siempre tener presente que algo que está mal no pasa de pronto a estar bien simplemente porque muchos lo practiquen. Un hecho erróneo no pasa de pronto a ser correcto simplemente porque nadie lo haya descubierto.
Ruego que nuestro Padre Celestial nos ayude a obtener el valor de reconocer y apartar de nosotros la mentira y el engaño. La honestidad es mucho más que una norma. Se trata de un modo de vida que nos permite ser felices en nuestro trato con el prójimo y particularmente en nuestro trato para con nosotros mismos.
Ya sea que seamos como la maestra que mencioné al comienzo de mis palabras, ya sea en nuestro trato con amigos, con vecinos o con miembros de la familia, vivamos y enseñemos los principios de la honestidad. Tanto en el salón de clase como en la vida misma, las virtudes de la honestidad deben ser recalcadas por todos aquellos que afirman que «la gloria de Dios es la inteligencia, o en otras palabras, luz y verdad» (D. y C. 93:36). La luz y la verdad nos ayudarán a apartarnos del mal y a obtener la victoria. «No hay nada de malo en ello» constituye la declaración de nuestro enemigo mortal, cuyo único fin es conducirnos a la autodestrucción.
Si una mentira es cualquier idea comunicada a otra persona con la intención de engañar, bien haríamos en procurar la ayuda constante de Dios que nos permitiera entender y encontrar la verdad. Las personas de integridad jamás ampararán, nutrirán, abrazarán, ni compartirán la mentira. Las personas que tienen sabiduría no permitirán que la codicia, el miedo ni el deseo desmedido por fortunas repentinas les lleven a las garras de lo deshonesto y lo inescrupuloso que acecha constantemente a los ingenuos a fin de privarles de sus posesiones más valiosas.
Que podamos continuamente recordarnos a nosotros mismos lo siguiente:
«No busques riquezas sino sabiduría; y he aquí, los misterios de Dios te serán revelados, v entonces serás rico. He aquí, rico es el que tiene la vida eterna.» (D. y C. 11:7.)
Que Dios nos permita obtener el poder y la fuerza que nos distingan como gente de integridad y nos otorgue la sabiduría necesaria que nos prive de ser guiados a la voracidad de la deshonestidad, lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.
























