Conferencia General Octubre 1982
Preparémonos para Su venida
por el presidente Spencer W. Kimball
Mis queridos hermanos, al iniciarse esta conferencia deseo en forma pública agradecer al Señor por preservarme una vez más, tal como lo ha hecho tantas veces en el pasado. Recibid mi amor y mi gratitud por las muchas oraciones que habéis ofrecido por mí.
Estoy agradecido por los leales, devotos y capaces consejeros en la Primera Presidencia, el presidente Tanner, el presidente Romney y el presidente Hinckley. También agradezco al presidente Benson, a los miembros del Consejo de los Doce, y a las otras Autoridades Generales. Estos fieles y maravillosos hermanos están a la cabeza para llevar adelante la obra del Señor. Esta es Su obra y El la dirige.
A pesar de que mi fortaleza física no me permite hacer todo lo que desearía en este momento, sé que soy bendecido y continúo haciendo mi parte para que El me bendiga con la capacidad que necesito. Desearía tener más fortaleza física, pero mientras me quede algo de ella, continuaré expresando mi testimonio de la verdad de esta gran obra de los últimos días, y orando para que las bendiciones del Señor y su guía descansen sobre todos nosotros.
Estoy muy agradecido por estar aquí con vosotros en esta conferencia general. Tengo sentimientos de gratitud hacia mi Padre Celestial por dejarme participar mientras su reino continúa avanzando hacia su destino eterno.
Ha pasado exactamente un año desde la última vez que asistí a una conferencia general, aquí, en el Tabernáculo. Como sabréis, durante la conferencia de octubre de 1981, yo me encontraba en el hospital. El último mes de abril declaré que la misión de la Iglesia está dividida en tres aspectos:
Primero, proclamar el Evangelio del Señor Jesucristo a toda nación, tribu, lengua y pueblo;
Segundo, perfeccionar a los santos, preparándolos para recibir las ordenanzas del evangelio para que, por medio de la instrucción y la disciplina, puedan ganar la exaltación;
Tercero, redimir a los muertos, realizando vicariamente ordenanzas del evangelio por todos los que han vivido en la tierra.
Los tres son parte de una obra: la de ayudar a nuestro Padre Celestial y a su Hijo Jesucristo en su grande y gloriosa misión de «llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre» (Moisés 1:39). En el día de hoy, reitero esta declaración.
Mantengamos vivos estos principios sagrados y hagámoslos una parte integral de nuestra vida, esto es: proclamemos el evangelio, perfeccionemos a los santos y redimamos a los muertos.
Estamos agradecidos por el crecimiento de la Iglesia en todo el mundo; como sabemos, el número de miembros ha sobrepasado los cinco millones. Tal como lo he dicho antes, si hacemos nuestra parte, habrá un crecimiento aún mayor, no solamente en número, sino en la dignidad de nuestros santos.
Con el anuncio que se acaba de hacer acerca de los planes de construir cuatro templos más, en Boise, Idaho; Denver, Colorado; en Taipei, Taiwán; y Guayaquil, Ecuador, continuamos con el período más intenso de construcción de templos en la historia de la Iglesia. Una vez que estén finalizados estos cuatro, el número de templos en todo el mundo será de cuarenta y uno. La construcción de estos templos debe estar acompañada por una dedicación aún más intensa en la investigación genealógica por parte de todos los miembros de la Iglesia. Además, con la construcción de los templos está implícito el principio de la asistencia regular de los santos a ellos. No hay nada que edifique más nuestra espiritualidad e ilumine mejor nuestro entendimiento de los principios del evangelio que asistir regularmente al templo.
Ahora, mis queridos hermanos, al enterarnos de los problemas que están enfrentando nuestros hermanos en distintas partes del mundo, debo recordamos que el Señor sabía que éstos surgirían, y a pesar de ellos, El ha previsto el crecimiento de la Iglesia y de su pueblo. Alegraos, porque el Señor está guiando su Iglesia. Lo he visto guiarla por casi cuarenta años en que he sido Autoridad General. Me maravilla la manera en que El obra para cumplir con sus propósitos, utilizándonos aun en nuestras debilidades.
¡Amaos los unos a los otros, hermanos y hermanas! Tened amor en vuestros hogares y en vuestros corazones. Sed pacificadores, aun cuando vivamos en un mundo lleno de guerras y rumores de guerras. Seguid el consejo que recibiréis en esta conferencia general y yo haré lo mismo. Confiad en el Señor y en sus propósitos que se están dando a conocer, aun cuando en un primer momento no siempre nos parezcan completamente claros.
Mis hermanos, sed buenos miembros misioneros; seguid el consejo de las autoridades; estudiad las nuevas publicaciones de las Escrituras. Plantad vuestros huertos, limpiad, pintad y mantened en orden vuestras casas jardines; vivid y de acuerdo con lo que ganáis. Sed buenos vecinos, sed buenos ciudadanos, cualquiera que sea el país en que viváis. Santificad el día de reposo; llevad a cabo en forma regular las noches de hogar. Estas son mis palabras de consejo a vosotros ahora, como lo han sido en el pasado.
Hermanos, orad por aquellos que critican a la Iglesia; amad a vuestros enemigos. Utilizad la sabiduría y el juicio en lo que digáis y hagáis para no dar motivo a que otras personas desprestigien a la Iglesia o a sus miembros. Esta obra, la cual Satanás intenta en vano destruir, es la que el Señor ha puesto sobre la tierra para elevar a la humanidad.
Una vez que haya terminado esta conferencia, regresemos a nuestros hogares, a nuestras estacas, a nuestros barrios y ramas con la renovada determinación de obrar mejor y ser mejores. Si os mantenéis cerca del Señor, El estará con vosotros en vuestras tribulaciones y dificultades. Puedo testificar de ello porque yo mismo he pasado por algunas de esas tribulaciones.
El Señor no nos ha prometido que estaríamos libres de la adversidad y la aflicción; en cambio, nos ha dado el medio de comunicación conocido como oración, por medio del cual podemos humillarnos para buscar su ayuda y guía divinas. En otra oportunidad he dicho que aquellos que han llegado a las profundidades de su alma, donde, en la calma y en la quietud han oído la voz de Dios, tienen el poder estabilizador que los lleva aplomados N’ serenos por el huracán de las dificultades.
He vivido más de la mitad de los ciento cincuenta y dos años en que la Iglesia restaurada ha estado sobre la tierra en esta dispensación v he sido testigo de su maravilloso crecimiento hasta ahora, que está establecida en los cuatro extremos de la tierra. Tal como lo dijo el profeta José:
«Nuestros misioneros están yendo a diferentes naciones, y se han establecido las normas de la verdad en Alemania, Palestina, Holanda, Australia, Indias Orientales y otros lugares. Ninguna mano impía puede detener el progreso de la obra; las persecuciones se encarnizarán, el populacho podrá conspirar, los ejércitos podrán juntarse, la calumnia podrá difamar, mas la verdad de Dios seguirá adelante valerosamente, noble e independientemente hasta que haya penetrado en todo continente, visitado toda región, abarcado todo país y resonado en todo oído, hasta que se cumplan los propósitos de Dios, y el gran Jehová diga que la obra está concluida.» (History of the Church, 4:540.)
Entonces completemos con confianza la obra del Señor mientras esperamos ansiosos los gloriosos años de la promesa. Todo lo que el Señor ha prometido se cumplirá por medio de nuestra fidelidad.
Nuevamente, expreso mi amor por el Señor, por mi esposa y mi familia, por las Autoridades Generales y por cada uno de vosotros. Siento vuestro amor y espero que también vosotros sintáis el mío; os dejo mis bendiciones.
Dios, nuestro Padre Celestial, vive; Jesús es el Cristo, el Unigénito del Padre en la carne. El vive y es nuestro Hermano Mayor, nuestro Salvador y Redentor. Este es mi solemne testimonio que os dejo, mis amados hermanos y hermanas, y lo expreso con amor, con gratitud y humildad, en el nombre de Jesucristo. Amén.
























