Conferencia General Octubre 1981
Recordad quiénes sois
por el presidente N. Eldon Tanner
Primer Consejero en la Primera Presidencia
Me siento muy feliz de estar con vosotros esta tarde, y considero que ésta ha sido una de las conferencias más sobresalientes a las que he asistido jamás. Tal vez necesitábamos el Espíritu del Señor más fuertemente con nosotros en esta ocasión, ante la ausencia de nuestro Presidente, y por cierto que nos ha acompañado.
Quisiera felicitar a los que han hecho uso de la palabra y expresar mi agradecimiento a quienes nos han deleitado con la música.
En el transcurso de las diferentes sesiones de esta conferencia se nos ha informado, asesorado y aconsejado en cuanto a nuestros deberes como miembros de la Iglesia.
Cuando servía como consejero del presidente David O. McKay y él no estaba en condiciones de asistir a la conferencia, solía decirme: «Presidente Tanner, recuérdeles a los hermanos que siempre deben actuar de acuerdo con quiénes son.» Ese consejo ha sido siempre muy importante para mí.
Cuando les recuerdo a las personas quiénes son, me valgo de algunos de nuestros Artículos de Fe. Primeramente: «Nosotros creemos en Dios el Eterno Padre, y en su Hijo Jesucristo, y en el Espíritu Santo.» (Primer Artículo de Fe) No cabe duda de que creemos tal cosa; sin embargo, me pregunto cuál sería nuestro proceder diario si en todo momento tuviéramos presente que somos hijos espirituales de Dios y que Jesucristo es nuestro Salvador. ¿Haríamos acaso algunas de las cosas que hacemos? ¿Las haríamos más de ex profeso, o dejaríamos por completo de hacerlas? En lo que me es particular, quisiera decir que el aspecto que hallo de más importancia en el evangelio es que vivamos diariamente conforme a las enseñanzas del Señor. Tened a bien recordar a nuestros miembros quiénes son y pedirles que actúen en una forma apropiada con ello. Si así lo hacemos, estaremos dando cumplimiento a los mandamientos de Dios.
Decimos que «creemos en Dios el Eterno Padre». ¿Creemos realmente que El es el Padre de nuestros espíritus y actuamos en la forma correspondiente?
Aseguramos creer en «su Hijo Jesucristo». ¿Creemos realmente que Jesucristo es nuestro Salvador, y actuamos en la manera correspondiente? ¿Viviríamos acaso de la forma en que lo hacemos si en verdad fuéramos conscientes de lo que testificamos creer?
También decimos que «creemos en ser honrados, verídicos, castos, benevolentes, virtuosos v en hacer bien a todos los hombres (Decimotercer Artículo de Fe.) ¿Somos honrados todos los días? ¿Somos verídicos, castos, benevolentes y virtuosos en todo momento? ¿Estamos, hermanos, hermanas de la Iglesia, viviendo conforme a tales principios en nuestros respectivos hogares, con nuestros hijos, con nuestros vecinos y en nuestras ocupaciones diarias? ¡Cuán maravilloso sería que así lo estuviéramos haciendo en todo momento y a conciencia!
Quisiera daros un ejemplo de lo que os estoy diciendo. (Es posible que no sea tan oportuno como otros que he utilizado antes.) Cuando desempeñaba el cargo de oficial gubernamental en Alberta, Canadá, fui invitado para hablarle a un de ejecutivos de la industria petrolera en Dallas, Texas. Una vez allí, me presentó el mismo Gobernador de Texas, y al hacerlo, dijo que yo había sido obispo en la Iglesia Mormona y que era presidente de la Rama de Edmonton, en Canadá. Y agregó: «Quisiera deciros, caballeros, que una persona que sea digna de ser obispo en esa Iglesia no necesita, a mi juicio, ninguna presentación.» No lo tomé como un reconocimiento hacia mi persona en particular, sino hacia todos aquellos que él conocía, que eran miembros de la Iglesia y ocupaban posiciones de responsabilidad en la comunidad.
En ese momento pensé: «¡Cuán maravilloso sería que todo misionero que regresara del servicio pudiera decir: ‘Soy un misionero que acaba de cumplir un servicio en forma digna’, y que pudiera decirse de él: ‘No necesita otra presentación’.»!
¡Cuán maravilloso sería que todo poseedor del sacerdocio que el Señor puede contar con él debido a la forma en que conduce su vida! Quisiera deciros en esta ocasión que, como miembros de esta Iglesia, tenemos la tremenda responsabilidad de vivir en forma tal que otros, al ver nuestras buenas obras, puedan llegar a glorificar el nombre del Señor. Con tal fin, debemos esforzarnos todos los días. Si esta Iglesia, estos más de cuatro millones y medio de miembros -todos aquellos que viven el evangelio o sus principios- fueran sinceros, honrados y rectos en sus acciones y dignos de confianza en todo sentido, ésa sería toda la presentación que necesitaríamos.
Al terminar esta conferencia, ruego que cada uno de nosotros que haya sentido el deseo de hacer las cosas de una forma mejor que hasta ahora pueda transformar ese deseo en acción; que cada uno de nosotros sea honesto y pague su diezmo fielmente; que nos preparemos para ir al templo, para ser casados por esta vida y la eternidad y ser sellados a nuestra familia.
Mi súplica en esta ocasión, mis hermanos y hermanas, es que aquellos que sintamos el deseo de ser mejores retornemos a nuestro hogar con la determinación de hacerlo, y que la conservemos por el resto de nuestra vida; que seamos siempre un ejemplo positivo, una buena influencia y una gran fuente de fortaleza para la Iglesia. Esta es mi oración en el nombre de Jesucristo. Amén.
























