Valientes en el testimonio de Jesús

Conferencia General Abril 1982logo pdf
Valientes en el testimonio de Jesús
por el presidente Ezra Taft Benson
del Consejo de los Doce

Ezra Taft BensonMis queridos hermanos, me dirijo a vosotros con gratitud en mi corazón por la vida en sí y por todas sus bendiciones.

Os hablaré acerca de lo que significa ser valiente en el testimonio de Cristo.

Una de las bendiciones más invalorables que está al alcance de todos los miembros de la Iglesia es el testimonio de la divinidad de Jesucristo y de su Iglesia, el cual es una de las pocas posesiones que podemos llevar con nosotros al dejar esta vida.

Tener un testimonio de Jesús es poseer el conocimiento, por medio del Espíritu Santo, de la divina misión de Jesucristo; es tener la certeza de la naturaleza divina del nacimiento de nuestro Señor: que El es, de hecho, «el Hijo Unigénito de Dios».

Tener testimonio de Jesús es saber que El fue el Mesías prometido y que mientras vivió entre los hombres, llevó a cabo muchos y muy grandes milagros.

Tener un testimonio de Jesús es saber que las leyes que El ha prescrito como Su doctrina son verdaderas y con ese conocimiento, vivir de acuerdo con esas leyes y ordenanzas.

Tener un testimonio de Jesús es saber que El, en el Jardín de Getsemaní, tomó voluntariamente sobre sí los pecados de todos los hombres, lo que le hizo sufrir, tanto física como espiritualmente, y sangrar por cada poro.  El hizo todo eso para que nosotros no tuviéramos que padecer si nos arrepentíamos. (Véase D. y C. 19:16, 18.)

Poseer un testimonio de Jesús es saber que El se levantó triunfante de la tumba con su cuerpo físico y resucitado.  Y precisamente porque El vive, vivirá también toda la humanidad.

Tener un testimonio de Jesús es saber que Dios el Padre y Jesucristo en verdad aparecieron al profeta José Smith para establecer una nueva dispensación de Su evangelio, a fin de que pudiera predicarse la salvación a todas las naciones antes de que El vuelva.

Tener un testimonio de Jesús es saber que la Iglesia que El estableció en el meridiano de los tiempos y que El restauró en los tiempos modernos es «la única Iglesia verdadera y viviente.» (D. y C. 1:30.)

Tener un testimonio de Jesús es aceptar la palabra de sus siervos los profetas, porque El ha dicho:

«. . . sea por mi propia voz o por la voz de mis siervos, es lo mismo.» (D. y C. 1:38.)

Poseer un testimonio de Jesús significa aceptar la divina misión de Jesucristo, aceptar su evangelio y hacer su obra; significa aceptar la misión profética de José Smith y sus sucesores.

Refiriéndose a aquellos que recibirán las bendiciones del reino celestial, el Señor dijo a José Smith:

«Estos son los que recibieron el testimonio de Jesús, y creyeron en su nombre, y fueron bautizados según la manera de su sepultura, siendo sepultados en el agua en su nombre; y esto de acuerdo con el mandamiento que él ha dado.» (D. y C. 76:51.)

Estos son aquellos que son valientes en su testimonio de Jesús,    Y son quienes vencen por la fe, v son sellados por el Santo Espíritu de la promesa, que el Padre derrama sobre todos los que son justos y fieles» (D. y C. 76:53).

¡Aquellos que son justos v fieles! ¡Qué expresión tan apropiada para los valientes en el testimonio de Jesús!  Ellos tienen la intrepidez de defender la verdad y la justicia; son miembros de la Iglesia que honran sus llamamientos, pagan sus diezmos y ofrendas, viven vidas moralmente limpias, apoyan a los líderes de la Iglesia en palabra y acción, santifican el día de reposo y obedecen todos los mandamientos de Dios.  A estos valientes el Señor ha prometido lo siguiente:

«Todos los tronos y dominios, principados y potestades, serán revelados y señalados a todos los que valientemente hayan padecido por el evangelio de Jesucristo.  » (D. y C. 121:29.)

Con respecto a aquellos que recibirán el reino terrestre, el Señor dice:

«Estos son aquellos que no son valientes en el testimonio de Jesús; así que, no obtienen la corona en el reino de nuestro Dios.» (D. y C. 76:79; cursiva agregada.)

El no ser valiente en el testimonio que se posee es una tragedia de trascendencia eterna.  Estos son los miembros de la Iglesia que saben que esta obra de los últimos días es verdadera, pero que, a pesar de ello, no perseveran hasta el fin.  Es probable que muchos hasta tengan la recomendación para entrar en el templo, pero aun así, no honran sus llamamientos en la Iglesia.  Sin valerosidad, no toman una posición firme por el reino de Dios.  Algunos buscan las alabanzas, la adulación y los honores de los hombres; otros intentan ocultar sus pecados; y no faltan los que critican a quienes presiden sobre ellos.

Al reflexionar sobre algunos de los problemas que la Iglesia enfrenta en la actualidad y que continuará enfrentando en lo futuro, han acudido a mi mente las declaraciones de tres líderes de la Iglesia en el pasado:

El presidente Joseph F. Smith dijo:

«Hay por lo menos tres peligros que amenazan a la Iglesia por dentro . . . la adulación de los hombres prominentes del mundo, los falsos conceptos educativos y la impureza sexual.» (Doctrina del Evangelio, pág. 306.)

Estos tres peligros causan más preocupación ahora que cuando los mencionó el presidente Smith.

Una segunda declaración es la profecía de Heber C. Kimball, consejero del presidente Brigham Young.  Dirigiéndose a los miembros de la Iglesia que habían ido al Valle del Lago Salado, él declaró:

«Para sobrellevar las dificultades que se avecindan, será necesario que obtengáis vosotros mismos un conocimiento de la verdad de esta obra.  Las dificultades serán de tal magnitud que el hombre o la mujer que no posea este conocimiento o testimonio personal no prevalecerá. Si no habéis logrado un testimonio, vivid dignamente y dirigíos al Señor y no ceséis hasta que lo obtengáis.  De lo contrario, pereceréis . . .

«Llegará el día en que ninguna persona podrá permanecer con luz prestada.  Cada uno debe ser guiado por su propia luz.  Si no la tenéis, ¿cómo podréis prevalecer? por lo tanto, esforzaos por adquirir un testimonio de Jesús y sedle leales, para que cuando lleguen los momentos de probación no os tambaleéis y caigáis.» (Orson F. Whitney, Life of Heber C. Kimball, págs. 448-450.)

La tercera declaración es del presidente Harold B. Lee, mi compañero y amigo de la niñez, y undécimo Presidente de la Iglesia.

«Tenemos que ir a algunos lugares difíciles antes de que el Señor termine con esta Iglesia y el mundo en esta dispensación, la cual es la última dispensación, e introducirá la venida del Señor.  El evangelio fue restaurado para preparar a un pueblo para recibirlo.  El poder de Satanás aumentará; lo veremos invadir la Iglesia misma. . . Veremos que hay quienes profesan ser miembros de la Iglesia, pero que secretamente están tramando y tratando de guiar a la gente por sendas ajenas al liderato establecido por el Señor para que presida esta Iglesia.

«La única seguridad que tenemos ahora como miembros de esta iglesia es hacer exactamente lo que el Señor dijo aquel día en que ésta fue organizada.  Debemos aprender a prestar atención a las palabras y mandamientos que el Señor dará por medio de su profeta, ‘según los reciba, andando delante de mí con toda santidad. . . con toda fe y paciencia como si viniera de mi propia boca’ (D. y C. 21:4-5). Habrá algunas cosas que requieran fe y paciencia.  Podrá no gustaros lo que hagan las autoridades de la Iglesia. . . pero si prestáis atención a estas cosas como si provinieran de la boca misma del Señor, con paciencia y fe, tenéis la promesa de que las puertas del infierno no prevalecerán contra vosotros; sí, y Dios el Señor dispersará los poderes de las tinieblas de ante vosotros, y hará sacudir los cielos para vuestro bien y para la gloria de su nombre’ (D. y C. 21:6).» (Presidentes de la Iglesia, Curso 14, Manual del maestro, pág. 8. Revisado.)

Me parece que en estas tres declaraciones proféticas tenemos todo el consejo necesario para ser valientes en nuestro testimonio de Jesús y de la obra de su Iglesia en estos tiempos difíciles.

La persona que da una explicación racional de que tiene un testimonio de Jesucristo, pero no acepta la dirección y el consejo de los líderes de su Iglesia, está en una Posición fundamentalmente inestable y completamente errada, y en un gran peligro de perder la exaltación.

Hay quienes desean exponer la debilidad de los líderes de la Iglesia con la intención de demostrar que ellos también están sujetos a las debilidades y los errores humanos.  Permitidme ilustramos el peligro de esta discutible filosofía.

El presidente Brigham Young dijo que en una ocasión él tuvo la tentación de criticar al profeta José Smith concerniente a un asunto financiero, y en seguida aclaró que ese sentimiento no le duró más de quizás unos treinta segundos y que fue muy grande el pesar que ello le causó.  La lección que Brigham Young dio a los miembros de la Iglesia en su época ha aumentado en importancia en la actualidad

«Por el espíritu de revelación que se me manifestó, vi y entendí claramente que si yo iba a albergar el pensamiento en mi corazón de que José podía estar equivocado en algo, comenzaría a perder confianza en él, y ese sentimiento crecería, paso a paso, y de un nivel a otro, hasta que por fin habría de perder la seguridad de que él era un portavoz del Todopoderoso. . .

«Muy rápidamente me arrepentí de mi incredulidad; me arrepentí tan pronto como cometí el error, porque no me correspondía a mí dudar si José Smith tenía o no, en todo momento y bajo toda circunstancia, la guía del Señor. . .

«No tenía yo la prerrogativa de dudar de él concerniente a cualquiera de sus actitudes en la vida.  El era el siervo del Señor y no el mío.  El no pertenecía a la gente sino al Señor y estaba haciendo la obra del Señor.» (Journal of Discourses, 4:297.)

Desde mi juventud he valorado el testimonio de la verdad de la obra en la cual estamos embarcados.  Quiero que sepáis que amo al presidente Spencer W. Kimball, a sus consejeros y a los hermanos del Consejo de los Doce, del Primer Quórum de los Setenta y del Obispado Presidente.  Sé que ellos han sido asignados por nuestro Padre Celestial, apoyo sus inspiradas palabras y consejos, y os testifico de la unión que todos nosotros sentimos.

Os amo, mis hermanos de la Iglesia; amo a todos los hijos de mi Padre Celestial y deseo que todos se den cuenta de las bendiciones de la vida eterna.

Mi súplica a todos los miembros de la Iglesia es que sean valientes, verídicos y leales.

«Fi es creced en la fe que guardamos,
por la verdad y justicia luchamos;
a Dios honrad, por El luchad,
y por su causa siempre velad.»
(Himnos de Sión, 59.)

Testifico que ésta es la Iglesia de Jesucristo; que El la preside y que está cerca de Sus siervos.  Que Dios nos bendiga a todos para que seamos valientes en nuestro testimonio de El, ruego en el nombre de Jesucristo.  Amén.

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