Venid, y subamos al monte de Jehová. . .

Conferencia General Abril 1982logo pdf
Venid y subamos al monte de Jehová
por el élder L. Tom Perry
del Consejo de los Doce

L. Tom PerryLa asignación que recibimos para las sesiones del sábado por la noche de las conferencias de estaca para los primeros seis meses del año 1982 está basada directamente en el pasaje de escritura: «Venid, y subamos al monte de Jehová, a la casa del Dios de Jacob» (Isaías 2:3).  El objetivo de estas reuniones es el de inspirar a los miembros a recibir las bendiciones del templo: Asistir al templo no sólo para llevar a cabo la obra por sus familiares fallecidos, sino también por otras personas; completar los registros de la cuarta generación; hacer investigación genealógica de sus ascendientes y organizar y fortalecer la organización de la familia.  La primera instrucción que recibió el profeta José Smith para restaurar el Evangelio de Jesucristo fue concerniente a la unidad familiar eterna.

Los registros nos dicen lo siguiente:

«Encontrándome así, en el acto de suplicar a Dios, vi que se aparecía una luz en medio de mi cuarto, y que siguió aumentando hasta que la pieza quedó más iluminada que al mediodía; cuando repentinamente se apareció un personaje al lado de mi cama. . .

«Me llamó por mi nombre, y me dijo que era un mensajero enviado de la presencia de Dios, y que se llamaba Moroni; que Dios tenía una obra para mí. . .

» ‘… Después de decirme estas cosas, empezó a repetir las profecías del Antiguo Testamento…

… He aquí, yo os revelaré el sacerdocio por la mano de Elías el profeta, antes de la venida del grande y terrible día del Señor.

«Y él plantará en el corazón de los hijos las promesas hechas a los padres, y el corazón de los hijos se volverá a sus padres.  De no ser así, toda la tierra sería totalmente asolada en su venida.’ » (José Smith-Historia 30, 33, 36, 38, 39.)

El prepararme todos los fines de semana para estas sesiones de las conferencias de estaca ha despertado en mí el interés por mis antepasados.  Me impresionó mucho el hecho de que a menos que las familias estén unidas para siempre, y que el corazón de los hijos se vuelva a los padres, la tierra estaría totalmente asolada en la venida del Salvador.

Mi renovado interés por mi familia nos impulsó a realizar noches de hogar especiales todos los domingos, a las cuales invitamos a los hijos que viven cerca a que asistan con su familia.  Como parte de la lección de esas noches de hogar, he tratado de hablar a mi familia de uno de nuestros antepasados cada vez.  De todos ellos, el más viejo que yo recuerdo es mi abuelo Henry Morgan Perry.  Mientras preparaba la lección acerca de su vida, me entusiasmé mucho acerca de las cosas que había logrado.  Mi abuelo escribió lo siguiente:

«Por lo que recuerdo, fuimos siempre pobres y tuvimos que trabajar mucho para ganarnos la vida.  Mi padre murió cuando yo era un jovencito.  Era el mayor de la familia y me ocupé de las responsabilidades del hombre de la casa.  Nuestra familia consistía de mi madre, mis siete hermanas y yo.  Siempre tuve una buena relación con mi madre, y solíamos hablar, planear y trabajar para superarnos.  Cuando los otros hijos varones crecieron, poco a poco se fueron encargando de la administración de la pequeña granja que teníamos.»

Mi abuelo se casó, y cuando tenían tres hijos, decidió que había llegado el momento de obtener más tierra para la familia.  Entonces se mudó para Idaho y utilizó el derecho de posesión de tierras que otorgaba el país, y se estableció en un predio de sesenta y cinco hectáreas.  Construyó una cabaña, un corral y un cobertizo con los abundantes álamos que crecían a orillas del río, y luego regresó a su hogar.  Al año siguiente, enganchó el tiro de mulas a una carreta donde puso todas sus pertenencias, y con un cariñoso adiós, emprendió viaje con su familia para establecerse en Idaho.

No fue una tarea fácil limpiar el terreno cubierto de artemisa, proveerse del agua necesaria y vivir de la granja.  En una oportunidad, mi padre escribió este tributo a mi abuelo:

«Mi padre era una persona conservadora; nunca se metió en deudas.  Cuando no teníamos algo nos arreglábamos sin ello.  Nunca hipotecó la granja, y era muy reacio a poner cualquier tipo de gravamen sobre su tierra.  A menudo le oía decir que únicamente aquellos que económicamente tenían solvencia eran los que no hipotecaban su granja.  A él le gustaba ocupar cargos relacionados con la comunidad.  Recuerdo cuatro posiciones importantes que ocupó.  Fue juez de paz, miembro del directorio de una escuela, miembro de un obispado y trabajó en la excavación del gran canal tributario de riego.  Además, fue pionero en el desarrollo de la irrigación en el fértil valle llamado Snake River.»

Lo que mi padre escribió acerca de mi abuelo describe la ternura con que él enseñaba a su familia.  Mi padre siempre deseaba obtener una educación, y se esforzaba vehementemente por hacerlo de la mejor manera posible de acuerdo con los medios que tenía.  Cuando su padre veía los tremendos esfuerzos que hacía, le hablaba diciéndole: «Hijo, sé humilde en tus estudios y recuerda tus oraciones; y en tus oraciones, recuerda tus estudios.»

Según mi padre, hubo una época en que se puso un poquito orgulloso por el conocimiento que había adquirido.  Un día retó a su padre a participar en un debate que se iba a llevar a cabo después de los servicios de la Iglesia.  El tema era: «Está decidido: La ciencia ha hecho más por el bienestar de la familia humana que la religión.» Toda la congregación se quedó para escuchar el debate.  Cada uno de los oradores tenía derecho a hablar quince minutos, y luego tres para rebatir la tesis del contrincante.  Mi padre habló primero, y lo hizo acerca del progreso que la ciencia había adquirido y la manera en que había mejorado el sistema de vida de todos.  Luego se refirió a los muchos fracasos que la religión había tenido en el pasado.

Papá era miembro del grupo de oratoria de la escuela v tenía un verdadero talento para expresarse.  El sabía cómo hacer vibrar una audiencia.

Una vez que hubo finalizado, pensó que había convencido a la gente de que substituyera su Biblia por los libros de aritmética.

Entonces mi abuelo se puso de pie.  El nunca había tenido el privilegio de recibir una buena educación, pero era un ávido lector; habló de cómo muchas religiones habían tenido una buena influencia en la humanidad; explicó sus méritos, sus cualidades y su valor.  Luego se sentó.

Entonces mi padre se puso de pie para tomar sus últimos tres minutos, dedicando la mayor parte del tiempo para decir: «He probado mi teoría, la he probado», pero cuando pensaba en la sinceridad del mensaje de su padre, cada una de sus «la he probado» parecía tener menos fuerza que la anterior.  Cuando se dio cuenta de esto, se sentó y entonces se levantó el abuelo; no dijo mucho, sino que solamente agregó lo siguiente: «Le doy a la ciencia todos los méritos que pueda tener por lo que ha hecho: Ha cambiado nuestro modo de vida, y en cierta manera nuestra manera de pensar.  Nos ha servido Para aclarar ideas y formar nuevos conceptos; y no hay nadie de nosotros que desee volver al pasado cuando el presente tiene tanto que ofrecer y el mañana aún más.  Pero con todos los méritos de su progreso y con toda la gloria de sus logros, los científicos no han descubierto nada que se compare con la ternura del corazón humano.»

Mi abuelo había ganado el debate y hasta había convencido a mi padre, quien se dirigió rápidamente hacia él para abrazarlo y felicitarlo.  Entonces él le dijo: «Hijo, recuerda esto: Hay mucho más satisfacción en la humilde enseñanza del Maestro, que en todo el encanto de un ideal falso.» (Albert Z. Perry, «They Carne», 1955.)

Al conocer estas experiencias de mi abuelo, podréis comprender la razón por la cual he llegado a quererlo tanto.  Es por esto que, después de su muerte, comencé a prestar más atención a sus descendientes.  Henry Morgan Perry y su esposa Fannie Young fueron bendecidos con diez hijos, por cuarenta y ocho nietos, ciento sesenta y un bisnietos, doscientos cuarenta y un tataranietos y ahora veintidós hijos de estos últimos, lo cual hace un total de cuatrocientos ochenta y dos personas.  Incluyendo sus respectivos cónyuges llegan a seiscientos treinta y nueve.  Si comparamos la posteridad de mis abuelos con un barrio, ¡estaría casi listo para ser dividido!

Pero al conocerlos mejor, he descubierto que no todos los miembros de la familia han sido bendecidos con el conocimiento de las enseñanzas de sus abuelos; no todos han abrazado el evangelio.  Entonces, en forma casi repentina, me di cuenta de que tenía algo para hacer.  Algunas de esas personas no formarán parte de la unión familiar eterna porque no han recibido el testimonio de lo que tienen que hacer para lograrlo.

He llegado a la conclusión de que, en verdad, si hay un hombre que esté calificado para heredar el reino celestial, ése es mi abuelo, Henry Morgan Perry.  Me emociona el hecho de pensar que si me lo merezco, podré estar con él en la eternidad.  Cuando pienso en esto, no puedo hacer menos que preocuparme por nuestro encuentro, y preguntarme la manera en que me saludará.  Y entonces vuelvo a darme cuenta de la gran obra que tengo que realizar.  Y debido a esta preocupación, he investigado los nombres de todos los descendientes de mi abuelo que todavía no han tenido el glorioso privilegio de ser parte de la unidad familiar eterna.  Les he enviado cartas invitándoles a que me escuchen en el día de hoy, y por esa razón, para terminar mi discurso, me gustaría dirigirme a esos miembros de nuestra familia.

El Señor ha declarado:

«Porque he aquí, esta vida es cuando el hombre debe prepararse para comparecer ante Dios.» (Alma 34:32.)

En el plan del Señor para la salvación de sus hijos, El ha puesto en claro: Primero, que el de Jesucristo es el único nombre bajo el cielo con autoridad para salvar al hombre (Hechos 4:11-12).  Y segundo, que toda persona debe aceptar el evangelio y recibir sus ordenanzas por medio de la debida autoridad, o de lo contrario no serán salvas (Juan 3:5).

Los profetas nos han enseñado concerniente a la eternidad de la organización familiar.  El presidente Joseph F. Smith ha dicho:

«Nuestros vínculos familiares no tienen por objeto ser exclusivamente por el tiempo de esta vida, como le llamamos para distinguirlo de la eternidad.  Vivimos por el tiempo terrenal v por la eternidad; establecemos vínculos y relaciones por esta vida y por toda la eternidad. . . . Un hombre y una mujer que han aceptado el Evangelio de Jesucristo y han empezado la vida juntos deben ser capaces, mediante su fuerza, ejemplo e influencia, de hacer que sus hijos los emulen llevando vidas de virtud, de honor y de integridad al reino de Dios, lo cual redundará en su propio beneficio y salvación.  Ninguno puede aconsejar a mis hijos mejor que yo, con mayor sinceridad y solicitud por su felicidad y salvación; nadie tiene mayor interés que yo en el bienestar de mis propios hijos.  No puedo estar satisfecho sin ellos; son parte de mí; son míos, Dios me los ha dado, y quiero que sean humildes y sumisos a los requisitos del evangelio.» (Presidente Joseph F. Smith, Doctrina del Evangelio, págs. 271-72.  Corregido.)

Ahora, ¿de qué ordenanzas debemos participar para lograrlo?  Nuestra fe nos ha enseñado que los principios y ordenanzas del evangelio son: Primero, fe en el Señor Jesucristo; segundo, arrepentimiento; tercero, bautismo para la remisión de los pecados; y cuarto, la imposición de manos para recibir el don del Espíritu Santo.  Después de aceptar los primeros cuatro principios del evangelio y de someternos a un razonable período de tiempo para probarnos a nosotros mismos, conduciendo nuestra vida en armonía con dichas enseñanzas, es posible entrar en el templo del Señor y recibir la investidura.

El élder James E. Talmage ha escrito acerca de ello:

«Las ordenanzas de la investidura comprenden ciertas obligaciones por parte del individuo, tales como el convenio y la promesa de observar la ley de absoluta virtud y castidad, ser caritativo, benevolente, tolerante y puro; consagrar su talento y medios a la propagación de la verdad y el ennoblecimiento de la raza humana; mantener su devoción a la causa de la verdad, y procurar en toda forma contribuir a la gran preparación, a fin de que la tierra quede lista para recibir a su Rey, el Señor Jesucristo.  Con la aceptación de cada convenio v la asunción de cada obligación, se ‘pronuncia una bendición prometida, basada en la fiel observancia de las condiciones expuestas.» (James E. Talmage, La Casa del Señor, pág. 9o.)

Después que recibimos nuestra investidura, podemos unirnos con nuestro compañero y sellarnos en matrimonio por tiempo y eternidad.  El Señor ha dicho:

«…Todos los convenios, contratos, vínculos, compromisos, juramentos, votos, efectuaciones, uniones, asociaciones o aspiraciones que no son hechos, ni concertados, ni sellados por el Santo Espíritu de la promesa, así por tiempo como por toda la eternidad, mediante el que ha sido ungido. . . ninguna eficacia, virtud o fuerza tienen en la resurrección de los muertos, ni después; porque todo contrato que no se hace con este fin termina cuando mueren los hombres.» (D. y C. 132:7.)

Con respecto a nuestro vínculo eterno del matrimonio en el templo, el presidente Ezra Taft Benson nos ha dicho:

«La familia es la organización más importante de esta vida y de la eternidad.  La preservación de la vida familiar por esta vida y la eternidad tiene preferencia sobre todas las cosas.  Debido a la seguridad que tenemos de la perpetuación del hogar v la familia en la eternidad, construimos nuestros más elaborados y costosos edificios: los templos del Señor, para que los hombres v las mujeres, y también sus hijos ‘puedan por medio de los convenios unirse eternamente e ir más allá de todas las limitaciones de esta esfera mortal.» (America’s Strenth, The Family, National Family Night Program, Seattle World’s Fair Coliseum, 23 de nov. de 1976.)

Las enseñanzas del Señor a sus hijos son tan gloriosas, que en una eterna organización familiar puede haber vínculos entre abuelos, padres, hijos y nietos.

Ahora, mis queridos familiares que aún no hayáis cumplido con todos los requisitos que el Señor demanda de vosotros para poder llegar a ser parte de esta gran organización de la familia eterna, debo confesaros que hay momentos en que, cuando nos concentramos demasiado en el impacto mundial de los programas misionales y la extracción de registros genealógicos, así como en la preparación necesaria para enseñar una clase de la Escuela Dominical, etc., fracasamos al no estar al alcance de vosotros para ayudaros a comprender las bendiciones que están esperándoos como parte de la organización familiar eterna.  Quiero que sepáis que estoy a vuestra disposición, que he reorganizado mis prioridades, y que deseo hacer todo lo que esté a mi alcance para asegurarme de que nuestro vínculo familiar eterno esté completo.  Dejadnos por favor enseñaros la doctrina necesaria para que podáis estar junto a nosotros por esta vida y por la eternidad.

Yo os testifico que Dios es nuestro Padre Eterno, que nosotros somos sus hijos, que El ha proveído la manera de que podamos tener una familia eterna que perdure más allá de la tumba.  Yo os testifico que, este don, el don de la vida eterna, es el más grande don de Dios para sus hijos.

Que el Señor os bendiga para que podamos encontrar el gozo y la satisfacción que se reciben al aprender los principios del evangelio que nos llevarán a la vida eterna, es mi humilde oración en el nombre de Jesucristo.  Amén.

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