Cómo lo sabe?

Conferencia General Octubre 1983logo pdf
¿Cómo lo sabe?
élder William R. Bradford
Del Primer Quórum de los Setenta

William R. BradfordEl Libro de Mormón nos ayuda a comprender de qué debemos ser salvos y el papel y la necesidad de un Salvador.

Os testifico que sé que hay un Dios en los cielos.  Es nuestro Padre, nosotros somos sus hijos, creados a su propia imagen y semejanza.  Somos su simiente y tenemos el potencial de llegar a ser como El es.

A fin de que esto se pueda realizar, nuestro Padre Celestial preparó un plan.  Crearía una tierra sobre la cual nuestros espíritus pudieran nacer en cuerpos físicos.  Un lugar donde pudiésemos tener experiencias que nos servirán para aprender y para probarnos.  Un lugar donde pudiésemos desarrollar las cualidades divinas.  Aquí, nosotros, como la simiente de Dios, podemos madurar hasta llegar a convertirnos en el producto de la cosecha que el Padre desea, y esto es: «Llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre».

El plan nos provee de los recursos necesarios y de la instrucción para llegar a ser como El es. Por medio de la obediencia podemos ser herederos legítimos de la calidad de vida que El vive y de la plenitud que El posee.

En la vida preterrenal nuestro Padre nos enseñó el plan y nos dio el libre albedrío para que erigiésemos si íbamos a aceptar el plan o no.  El hecho de que estemos aquí en la tierra con nuestros cuerpos físicos es evidencia suficiente y clara que lo aceptamos.

Sin embargo, hay otros hijos de Dios que no aceptaron el plan.  Guiados por Lucifer, se rebelaron contra nuestro Padre y quisieron obtener el poder y la gloria por medio de la fuerza; pero fueron derrotados y expulsados de la presencia del Padre.  Están aquí sobre la tierra sin cuerpo físico, y todavía son guiados por Lucifer, quien se convirtió en Satanás, el diablo.  Ellos no están interesados en desarrollar cualidades divinas; al contrario, continuamente se están esforzando por influenciar al hombre a usarlas erróneamente y a desobedecer las instrucciones de nuestro Padre.  Aún más pérfidos son sus esfuerzos para engañar al hombre para que no haga nada con los recursos que tiene e ignore las instrucciones que recibe.  Por medio de esta influencia llega el pecado y la transgresión: pecados de comisión y omisión.

Al hablar de instrucciones, nos referimos a los mandamientos que el Padre nos ha dado.  Es debido al pecado y a la transgresión de estos mandamientos que el hombre se vuelve sensual y diabólico y llega a ser hombre caído (véase D. y C. 20:20).

La expresión «hombre caído» significa que el hombre está sujeto a la muerte y a la separación de Dios.  Cuando la muerte llega al cuerpo físico, el cuerpo espiritual sigue viviendo, separado de la presencia de Dios.  Por lo tanto, la condición del hombre caído es la muerte y la separación.

Declaro con toda solemnidad, que lo que he dicho es verdad.  Lo testifico al oído receptivo, a todos aquellos que también saben que es verdad.  Lo digo sin vacilación a todos los que duden, a los que puedan mofarse y burlarse, como lo hicieron aquellos en los días de Noé cuando escucharon esta misma declaración de los labios del profeta y le exigieron una respuesta a la pregunta: «¿Cómo lo sabes? ¿Cómo lo sabes?» Testifico a todos los que estén adormecidos y debido a su ignorancia sobre el plan de Dios y a su obscuridad mental sólo piensen en la pregunta, «¿Cómo lo sabes? ¿Cómo lo sabes?»

Tengo en mi mano el Libro de Mormón, otro testamento de Jesucristo.  Este libro costó muchos sacrificios, aun la vida de miles de personas, para preservarlo y traerlo a la luz.  Que lo tengamos es parte de la restauración maravillosa de los dones e instrucciones que Dios da a sus hijos.

Ahora que tenemos el Libro de Mormón, que ha sido inspirado, protegido y puesto en nuestras manos por medio de poderes divinos, podemos leerlo; y para nuestro asombro encontramos que uno de los dos mensajes más importantes que contiene para nosotros es la historia de un pueblo caído,

En este libro, página tras página, historia tras historia, personaje tras personaje, se nos enseña que hay un Dios en los cielos; que constituyó los cielos y la tierra; que somos sus hijos y que El es nuestro Padre; que fuimos creados a su propia imagen y semejanza y que existe un plan para que podamos llegar a ser como El es.  También se nos dice que aquel que se rebeló contra el Padre y que más tarde fue expulsado a la tierra y se convirtió en Satanás, el diablo, el padre de las mentiras y la transgresión, rechazó ese plan.  Aprendemos que nuestro Padre permitió que nuestro cuerpo espiritual viniera a esta tierra para tomar un cuerpo físico; que aquí en la tierra, si ése es nuestro deseo, podemos obedecer los mandamientos del Padre que nos califican para regresar a Su presencia y vivir el glorioso estilo de vida que El vive.  «Pero por transgredir estas santas leyes, el hombre se volvió sensual y diabólico, y llegó a ser hombre caído» (D. y C. 20:20).

Sí, es con verdadero asombro que descubrimos que uno de los dos mensajes más importantes en el Libro de Mormón es el registro de un pueblo caído; pero este asombro se convierte en gratitud cuando comprendemos que Dios está explicando el axioma: «No se puede saber la solución si primeramente no se comprende el problema».

El problema es que el hombre ha violado los sagrados mandamientos de Dios y se ha convertido en un hombre caído, por lo tanto sufrirá la muerte y la separación eterna de la presencia de Dios.

Este mismo Libro de Mormón contiene un segundo mensaje, que viene a ser una solución.  En él se encuentra la plenitud del evangelio de Jesucristo.  Así como la doctrina del hombre caído despliega ante nosotros la clara visión de nuestra condición caída, así también el Evangelio de Jesucristo despliega ante nosotros en toda su plenitud la vía para vencer esa condición.  Esa es la solución.

La fuerza motora del Evangelio de Jesucristo es el plan de redención.  Dios dio a sus hijos mandamientos para que «lo amaran y lo sirvieran a él, el único Dios verdadero y viviente, y que él fuese el único ser a quien debían adorar» (D. y C. 20:19).

El hombre cayó por haber transgredido estas leyes sagradas, «por tanto, el Dios Omnipotente dio a su Hijo Unigénito . . .» (D. y C. 20:21).

El vino a esta tierra y llevó a cabo una obra; cumplió los requisitos del plan de redención.  Debido a ella tenemos la resurrección, que significa que nuestro cuerpo espiritual se volverá a unir con nuestro cuerpo físico.

La obra que llevó a cabo fue una expiación que nos abre otra vez la senda para que podamos alcanzar nuestro potencial como progenie de Dios.  Ahora, aunque nos hayamos convertido en hombres caídos, si nos arrepentimos y obedecemos los mandamientos, podemos regresar a la presencia de nuestro Padre.

«Y en vista de que el hombre-había caído, éste no podía merecer nada de sí mismo; mas los padecimientos y muerte de Cristo expían sus pecados mediante la fe y el arrepentimiento, etcétera; y que él quebranta las ligaduras de la muerte, para arrebatarle la victoria a la tumba, y que el aguijón de la muerte sea sorbido en la esperanza de gloria; . . .» (Alma 22:14.)

Si tuvierais un hijo, vuestra propia progenie, ¿no os gustaría que creciera hasta alcanzar la plenitud de su potencial?  Durante los años de su niñez y su juventud, ¿no le daríais enseñanzas, instrucción y aun mandamientos? ¿Acaso estos mandamientos no serían para protegerlo del mal y aun de la muerte?

Si debido a la desobediencia a estas enseñanzas y mandamientos cayera en una situación de donde no tuviera ningún poder para salvarse, una situación en la cual sin duda perecería, y de la cual, sin ayuda, no podría regresar para estar otra vez en vuestra presencia, ¿no haríais todo lo que estuviera de vuestra parte para que este obtuviera su salvación?

Dios es nuestro Padre, nosotros somos sus hijos.  En nuestro estado de hombres caídos nos envió un Salvador, Jesucristo.

Debido a que todos hemos pecado, no existe hombre alguno que pueda regresar a la presencia del Padre, excepto por medio de Jesucristo.  Es el único de los hijos del Padre que no ha transgredido las leyes sagradas.  Si lo hubiera hecho, El también sería un hombre caído.  Si así hubiera sucedido, ¿quién habría sido nuestro Salvador?  Pero Cristo es sin pecado y nos ha dado la Expiación con la condición de que nos arrepintamos y seamos obedientes.

Sus propias palabras nos llegan como vía de mandamiento:

«Por lo que, te mando que te arrepientas y guardes los mandamientos que en mi nombre has recibido de las manos de mi siervo José Smith…
«y es por mi omnipotencia que los has recibido.» (D. y C. 19:13-14.)

¿No nos dio el Señor el Libro de Mormón por medio de José Smith, el poderoso Profeta de la Restauración?

Cristo, al hablar a la nación nefita, así como nos fue revelado en el Libro de Mormón, nos da más instrucciones con respecto a los pasos que debemos tomar para superar esta condición de hombres caídos, El dijo: «Yo testifico que el Padre manda a todos los hombres, en todo lugar, que se arrepientan y crean en mí.

«Y cualquiera que crea en mí, y sea bautizado, éste será salvo; y son ellos los que heredarán el reino de Dios.
«Y quien no crea en mí, ni sea bautizado, será condenado.» (3 Nefi 11:32-34.)

El ser condenado significa sencillamente que no se puede progresar, quiere decir permanecer en la condición de hombre caído.

Cristo sigue diciendo: «De cierto, de cierto os digo que ésta es mi doctrina, y del Padre yo doy testimonio de ella; y quien en mí cree, también cree en el Padre; y el Padre le testificará a él de mí, porque lo visitará… con el Espíritu Santo.» (3 Nefi 11:35.)

Os pido que meditéis la siguiente pregunta: ¿En qué manera puede una persona comprender el papel o la necesidad de un Salvador si primeramente no sabe por qué tiene que ser salvo?

El Libro de Mormón contiene la historia de un pueblo caído.  Nos bosqueja cómo llegó el hombre a tener esta condición que lo hace estar sujeto a la muerte y a la separación de Dios.

El Libro de Mormón también contiene la plenitud del Evangelio de Jesucristo.  Nos muestra con toda claridad lo que se ha hecho en nuestro favor y lo que nosotros tenemos que hacer para salir de esta condición de hombres caídos y poder regresar a la presencia de Dios.

Ahora os pregunto a vosotros, hombres caídos, ante este gran testigo, ¿todavía os atreveríais a preguntar «Cómo lo sabes?  ¿Cómo lo sabes?»

El Libro de Mormón pone a nuestro alcance el conocimiento de aquello de lo cual debemos ser salvos.  Nos ayuda a comprender plenamente el papel y la necesidad de un Salvador.  Ciertamente es otro testamento de Jesucristo.

De esto proclamo y testifico en el sagrado nombre de Jesucristo.  Amén.

Esta entrada fue publicada en Sin categoría y etiquetada , . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario