La frescura de la vejez

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La frescura de la vejez
Élder Paul H. Dunn
Del Primer Quórum de los Setenta

Paul H. Dunn«Hagamos con los ancianos lo que quisiéramos que se hiciera con nosotros.»

En una oportunidad, cuando celebrábamos el cumpleaños de una de mis nietas, la tenía sentada sobre mi falda mientras hablábamos sobre la edad, la sabiduría, la experiencia, etc. De pronto, me miró y me preguntó:

—Abuelito, ¿naciste tú antes de que se inventara el agua?

Una de esas preguntas que le hacen a uno pensar.

Hablando de la edad, se dice que existe una clave para reconocer cuando una persona se está poniendo vieja. He aquí algunos ejemplos:

  • Cuando camina apresurada, sabiendo que va a llegar tarde, pero no recuerda a dónde tenía que ir.
  • Cuando se fatiga al cepillarse los dientes.
  • Cuando tiene una respuesta para todo pero nadie le pregunta nada.
  • Cuando las patas de gallo requieren zapatos ortopédicos.
  • Cuando la cicatriz del apéndice le llega a la rodilla.
  • Cuando en vez de cosméticos considera la posibilidad de un trabajo de retoque y pintura.
  • Cuando se sienta en una mecedora y tiene dificultad para arrancar.
  • Cuando sale de la ducha y se alegra de que el espejo del baño esté empañado.
  • Cuando está sentada en el borde de la cama con un zapato puesto y el otro en la mano, y no recuerda si se estaba levantando o acostando.

Bueno, vosotros tendréis otros síntomas, pero por más que nos esforcemos, el proceso de envejecimiento es algo por lo que la mayoría de nosotros tendrá que pasar, y de cada uno depende la manera en que lo pasemos.

Aquellos que se encuentran en la plenitud de su madurez, deben resentir el envejecer únicamente sí ocasiona la interrupción del progreso espiritual, el desvanecimiento de los sueños, y el callar de los sentimientos. Mas la posesión de estas cualidades, después de todo, no tiene nada que ver con el estado cronológico, sino con el mental. Como lo declaró el general Douglas McArthur: «¡Vivamos con entusiasmo! El envejecer no implica el abandono de los ideales.

«El paso de los años arruga la piel, pero el abandonar el entusiasmo arruga el alma. Uno es tan joven como su fe, y tan viejo como su duda; tan joven como la confianza en sí mismo, y tan viejo como sus temores; tan joven como su esperanza, y tan viejo como su desesperación.»

La historia está repleta de ejemplos de personas para quienes la vejez significó progreso. Miguel Ángel comenzó a pintar el monumental mural de la capilla Sixtina cuando tenía 69 años. En el momento de su muerte, a los 90, estaba todavía entregado a sus poesías, a la pintura y a la escultura.

Goethe, el genio alemán de la literatura, culminó su obra clásica «Fausto» a los 81 años de edad. La había comenzado 40 años antes, mas para cuando retomó contacto con ella, había magnificado su percepción y su imaginación como producto de su madurez.

Herbert Hoover, ex presidente de los Estados Unidos, asumió la responsabilidad de coordinar el abastecimiento de alimentos a 38 países, a la edad de 72 años. A los 84, fue nombrado embajador de los Estados Unidos ante el gobierno de Bélgica.

Tomás Edison se encontraba todavía sumido en sus inventos a la edad de 90. Benjamín Franklin, a los 75 años de edad, era una figura política clave y un sabio diplomático de los Estados Unidos.

Mi propia madre, quien ya ha pasado los 85, todavía pinta y trabaja la tierra. De hecho, sus pinturas son considerablemente cotizadas.

Moisés tenía más de 80 años cuando dirigió el éxodo de los israelitas. Meditemos también en cuanto a las enormes contribuciones espirituales de nuestros profetas de la antigüedad y aun las del presidente Kimball en esta época.

Winston Churchill tenía 65 años cuando le prometió a los ingleses su sangre, su dedicación, sus lágrimas y su sudor durante la Segunda Guerra Mundial.

Albert Schweitzer tenía más de 80 años cuando realizó sus viajes por África atendiendo a enfermos, trabajando en sus manuscritos e interpretando a Bach en su piano.

Pero, puede que uno se diga que tales personas fueron y son casos extraordinarios, dotadas de talentos que exceden lo común y corriente. Sin embargo, es mi firme opinión que el talento más extraordinario que cada una de ellas poseía era el entusiasmo; la habilidad natural de disfrutar cada día en forma plena, y de no permitirle a los desechos del alma destruirles la vida. Como lo dijo Ralph Waldo Emerson: «No se tienen en cuenta los años de una persona, hasta que ésta deja de crear.»

Aquellos de vosotros que habéis tenido o tenéis el privilegio de tener cerca a padres o abuelos ancianos, pensad en las innumerables formas en que ellos son una bendición. Recordemos la admonición del Señor cuando dijo:

Primero, en Proverbios:

«La gloria de los jóvenes es su fuerza, y la hermosura de los ancianos es su vejez.» (Proverbios 20:29.)

Después en Job:

«En los ancianos está la ciencia, y en la larga edad la inteligencia.» (Job 12:12.)

Y también encontramos esta súplica en Salmos:

«No me deseches en el tiempo de la vejez; cuando mi fuerza se acabare, no me desampares.» (Salmos 71:9.)

Muchos han sido los casos en mi actual posición en que tuve que acudir al llamado de ancianos carentes de toda demostración de interés por parte de los suyos. En un artículo que encontré en una vieja revista recuerdo haber leído una experiencia de ese tipo la que quisiera compartir con vosotros. No se menciona el nombre del autor, aparentemente, un triste observador:

«En la casa vecina vive un estupendo anciano, todavía alerto y activo. En la mañana de un día especial despertó más temprano que de costumbre, se bañó, se afeitó y se vistió con su mejor ropa. `Seguramente vendrán hoy’, pensó.

«No fue caminando como lo hacía a diario hasta la estación de servicio para conversar un rato con sus viejos amigos, pues quería estar en casa cuando ellos llegaran.

«Se sentó en el frente de la casa con la vista puesta en el camino a fin de verles llegar. Seguramente vendrían ese día.

«Decidió no dormir la siesta pues quería estar despierto cuando llegaran. «Tenía seis hijos. Dos de sus hijas y sus nietos casados vivían a corta distancia. No le habían ido a visitar por mucho tiempo. Pero ese era un día especial, y de seguro vendrían.

«A la hora de la cena no quiso cortar el pastel y no sacó el helado del congelador. Quería esperar a comer el postre cuando ellos llegaran.

«Cerca de las nueve de la noche fue a su cuarto y se aprontó para acostarse. Sus últimas palabras antes de apagar la luz fueron: `Espero que me despierten cuando lleguen.’

«Era el día de su cumpleaños, y cumplía 91.»

En esta era moderna de tremendos adelantos, me perturba que el antiguo concepto de que la madurez siempre prevalece sobre la juventud y su belleza parece estar invirtiéndose. Jamás se había hecho tanto hincapié en ser joven y apuesto. Aun cuando estos son atributos atesorados, la edad y la sabiduría pueden ofrecer tremendas ventajas. A pesar de que esta era de avanzada tecnología contribuye enormemente al enriquecimiento de la vida de nuestros mayores, dudo que haya reemplazado o superado al toque personal. De las Escrituras que mencioné anteriormente, se extraen tres conclusiones importantes:

Primero: que la vejez tiene sus ventajas.

Segundo: que podemos aprender de la sabiduría y la inteligencia que ofrece la vejez, y

Tercero: que la gente mayor es capaz, productiva y útil y no debe ser archivada en un rincón.

Aquellos que se preguntan si tienen la obligación de poner en práctica estas conclusiones, la respuesta que el Señor le dio a Caín cuando éste preguntó «¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?»(Génesis 4:9), constituye una rotunda afirmación.

«Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» (Mateo 19:19.)

La pregunta más importante entonces debe ser: «¿Cómo lo lograremos?» Aquellos que tengamos amigos y familiares ancianos:

  1. Busquemos su consejo.
  2. Visitémosles regularmente.
  3. Incluyámosles en nuestras actividades.
  4. Escuchémosles cuando nos cuentan de su vida.
  5. Asegurémonos de que tienen las cosas necesarias.
  6. Cuidémosles cuando están enfermos. 7 Tratémosles como a dignos seres humanos, y no como a obras de caridad.

Saquemos provecho del tener padres, abuelos, amigos y vecinos ancianos a nuestro alrededor. Alleguémonos a ellos -no con lástima, sino con amor. Reparemos en la admonición del Señor: «Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra.» (Éxodo 20:12.)

Por último, hagamos con los ancianos lo que quisiéramos que se hiciera con nosotros. Recordemos también que a cada uno nos llegará el turno. En el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Amén.

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