Llamado como si fuera de los cielos

Conferencia General Octubre 1983logo pdf
Llamado como si fuera de los cielos
élder Vaughn J. Featherstone
del Primer Quórum de los Setenta

Vaughn J. Featherstone«Vosotros sois maravillosos hermanos que presidís y dirigís en el Sacerdocio Aarónico significáis mucho más para la Iglesia de lo que jamás os podáis imaginar.»

Benjamín Franklin dijo:

«Creo que los talentos para la educación de la juventud son dones de Dios; y cuando los usa aquel a quien le fueron conferidos, cumple con un llamamiento tan claro como si lo hubiera directamente recibido por una voz celestial».

El presidente Harold B. Lee relató lo siguiente:

«Alguien le preguntó a una famosa cantante de ópera que tenía una familia numerosa, cuál de sus hijos era su favorito.  Su respuesta puso de manifiesto la profundidad de la verdadera maternidad: ‘Mi hijo favorito es aquel que está enfermo, hasta que se mejora, o es el que se encuentra ausente, hasta que regresa’.» (En Church News, 13 de junio de 1964, pág. 14.)

Este mismo interés profundo debe ser la fuerza que motive a cada obispo y a cada asesor.

John Sonnenberg, un gran Representante Regional, relató esta experiencia que tuvo cuando apenas se había recibido de dentista: Tenían siete hijos, todos pequeños.  Un día su esposa y sus siete niños esperaban el autobús para ir al centro.  Cuando éste paró, la hermana Sonnenberg y sus niños subieron.  Pagó su pasaje y el de cada uno de los niños.  El asombrado chofer, al ver tantos niños, le preguntó: «Señora, ¿son todos hijos suyos o lleva algunos otros a divertirse?» Ella respondió: «Todos son míos, y ¿sabe? no son una diversión».

No es una diversión para un jovencito crecer en esta generación; requiere estabilidad, normas elevadas de conducta, oración y padres y asesores del Sacerdocio Aarónico que en verdad se preocupen.

Henry Eyring, científico destacado y gran maestro recientemente fallecido, tenía competencias con sus alumnos.  Teniendo más de sesenta años podía impulsarse de manera que de un brinco quedaba parado sobre su escritorio; también desafiaba a los universitarios a carreras de 25 a 35 metros.

Un día, pocos años antes de morir, estando en el edificio de administración de la Iglesia, su cuñado, el presidente Spencer W. Kimball, al verlo parado con un bastón, le dijo: «Henry, ¿para qué es ese bastón?», a lo cual Henry replicó: «Distinción, Presidente, distinción».

No debe extrañarnos por qué tenía tanta influencia en la mente de los jóvenes de la Iglesia: simplemente por su «distinción».

Este verano en el campamento del Sacerdocio Aarónico en Nauvoo se llevaron a cabo reuniones especiales sobre la obra misional.  Los obispos dirigieron las reuniones, y cada joven recibió su propio libro para la preparación misional.  Dos mil jóvenes participaron en dicha actividad.

Un obispo nos comentó que un jovencito no quería tomar parte.  Se tiró en el césped a pocos metros del grupo, y de vez en cuando se reía o parecía burlarse sin desear participar, puesto que no tenía intenciones de servir en una misión.  Pero esa noche, alrededor de la fogata durante una reunión de testimonios, el joven se paró, comenzó a hablar y dijo: «En la mañana no participé en las reuniones para la preparación misional, pero estuve escuchando, en verdad escuché; y he estado pensando, pensándolo mucho».  Luego, con mucha emoción dijo: «He decidido ir en una misión».

Hace un año en la ciudad de Flagstaff, Arizona, se ofreció un banquete especial para los jóvenes Scouts que habían logrado el rango más alto dentro del programa de logros del Escultismo. Había 1.150 de estos jóvenes.  John Warnick, el Director de Relaciones para asuntos de la Iglesia, pidió que se pararan todos aquellos que se comprometían a ir a una misión.  Los 1.150 se pusieron de pie.

Posteriormente uno de los jóvenes, un muchacho católico fue a hablar con un obispo y le dijo: «No soy mormón, pero me comprometí a ir a una misión., ¿Qué debo hacer?».

El obispo le contestó: «Hablemos con tus padres».  Durante la visita se decidió que la familia escucharía las charlas misionales.  La familia entera, incluyendo al joven Scout, son ahora miembros de la Iglesia.

Una Mutual de un barrio estaba efectuando una fiesta en una piscina, a la cual asistieron los miembros del obispado vestidos de traje.  A pesar de que muchos de los jóvenes ya habían estado nadando, todos se quedaron quietos mientras un destacado viejecito, sumo sacerdote, ofrecía la primera oración.  Durante la misma se oyó un chapaleo en la piscina.  El consejero del obispado dijo: «Creo que siempre he sido muy práctico, por lo que abrí un ojo para ver quién era el irreverente que estaba nadando durante la oración.  Un jovencito, que no sabía nadar, de alguna manera se había ido a la parte honda de la piscina y se estaba ahogando.  En sus ojos se reflejaban el miedo y el temor.  Di dos pasos y me lancé a la piscina con traje, zapatos y todo, llevé al jovencito a la orilla y le ayudé a salir.  Se sentó en el borde de la piscina, y esperé dentro mientras el buen sumo sacerdote continuaba orando y orando.»

El consejero siguió diciendo: «Creo que el jovencito se hubiera ahogado si hubiéramos esperado que la oración terminara para salvarlo».  Y concluyó diciendo: «Pienso que debemos mantener un ojo abierto y estar listos para hacer lo que sea necesario a fin de salvar a nuestra juventud.  Dicho sea de paso, el obispo nunca abrió los ojos, ni siquiera cuando yo me lancé».

Obispos, mantened los ojos abiertos, con la oración constante en vuestros corazones para que el Señor os permita saber cuándo es que vuestros jóvenes se encuentran en problemas.

Un vendedor se acercó a la puerta de una casa, mientras adentro se encontraba un jovencito practicando afanosamente el piano.  El vendedor le preguntó: «Jovencito, ¿está tu madre en casa?» a lo cual él le contestó: «¡Seguro, por qué piensa que estoy estudiando el piano!»

De la misma manera que esa madre supervisaba la práctica de piano de su hijo, agradecemos a los grandes hombres que supervisan, se preocupan y aman a la juventud.

Hace algunos años, un diácono llamado Terry se encontraba en un campamento.  Era una noche de luna llena.  El asesor se acercó a Terry, lo tomó del brazo y le dijo: «Vamos a caminar». Caminaron hasta alejarse de las cabañas y luego le hizo esta invitación: «Terry, arrodillémonos aquí y hagamos una oración».  Se arrodillaron y oraron. Cuando terminaron el asesor le dijo al jovencito: «Terry, ¿oras siempre?» y Terry le contestó que no lo hacía.  Entonces, el asesor le preguntó: «Terry, ¿te vas a comprometer a orar cada día por el resto de tu vida?»

El muchacho contestó: «Nunca hago un compromiso a menos que piense cumplirlo».  Meditó en cuanto a la oración y decidió que estaba bien, que era algo bueno.  Y le contestó a su asesor: «Sí, oraré por el resto de mi vida».

Posteriormente Terry asistió a la escuela secundaria, luego se destacó como jugador de fútbol americano para la Universidad de Utah y más tarde jugó para un equipo profesional en este mismo deporte. Con el tiempo dijo lo siguiente: «He cumplido con ese compromiso y he orado cada mañana y cada noche durante todos estos años».

Terry nos acompaña esta noche.

Uno de los actos más cristianos que cualquier líder puede efectuar es el de cuidar el rebaño.  El presidente Lee dijo lo siguiente: «El amor de uno queda determinado por cuanto da y no por cuanto recibe». (Extractos de un discurso por el élder Harold B. Lee, Venturer—Explorer Department, folleto, 1969, n. p.)

Un científico francés, René de Chardan, dijo: «Algún día después de que hayamos dominado los vientos y las olas, las mareas y la gravedad, aprovecharemos en favor de Dios las energías de amor, y entonces por segunda vez en la historia del mundo el hombre habrá descubierto el fuego».  Así es el amor de un gran hombre que ha influido en mi vida: Bruford Reynolds.

Cuando tenía once años, iba al antiguo Barrio Richards todos los martes por la noche. Los Scouts tenían su reunión de tropa y yo me tiraba en el piso para observarlos a través de la ventana del sótano. Los Scouts tenían concurso de patrullas, hacían fuego con piedras y trozos de acero, practicaban primeros auxilios, se adiestraban y jugaban.  Apenas podía esperar para llegar a ser Scout.

Cuando me ordenaron como diácono también me inscribí en el Escultismo.  El maestro Scout, Bruford Reynolds, fue también por algún tiempo el asesor del quórum de diáconos.

Dos meses después de unirme a la tropa, fui a su casa para pasar los requisitos de segunda clase. Después de hacerlo, Bruford Reynolds me dijo: «Vaughn, tienes mucha habilidad para el liderato, pero no podemos contar contigo porque haces mucho desorden en las reuniones de la tropa. Cuando te comportes mejor, nos ayudarás».

Yo venía de una familia numerosa, pobre e inactiva en la que carecíamos de mucha atención personal.  Mi padre nunca me dijo que yo podía llegar a ser alguien.  Medité mucho sobre mi conducta y decidí cambiar. Él martes siguiente casi ni moví los ojos.  Me comporté con toda la perfección posible.

Bruford Reynolds fue fiel a sus palabras.  Llegué a ser ayudante del jefe de patrulla, jefe de patrulla, ayudante al líder mayor de patrulla, y luego líder mayor de patrulla.  El creía en mí y ejercía un impacto profundo en mi vida.

Hace casi cinco años llamé por teléfono a Bruford Reynolds, quien para ese entonces era obispo, y le pregunté:

¿Querría invitarme próximamente a dar un discurso en una reunión sacramental de su barrio?» A lo que él me contestó: «Se supone que no debemos pedir a las Autoridades Generales . . . «No es usted el que me lo pide», le dije; «yo se lo pido».  Entonces me contestó: «Me encantaría que vinieras para la Pascua».  Entonces preparé un discurso sobre la vida del Salvador.

Cuando empecé a hablar lo primero que les dije a los miembros de su barrio fue lo maravilloso que su obispo había sido en mi vida.  Les conté cómo solía ir a tirarme al suelo para ver por la ventana.  Compartí con ellos algunos ejemplos de las grandes lecciones que él me enseñó.  Les hablé acerca de la influencia que él había tenido en mi vida y de cómo me había dicho que yo tenía habilidades de líder.  Luego, les expresé lo mucho que lo quería.  Después de unos breves comentarios sobre el obispo, hablé acerca del Salvador.

Al terminar mi discurso, el obispo Reynolds se puso de pie.  «No debemos hablar después de las Autoridades Generales», comentó, «pero quiero compartir esta parte adicional del relato, que desconoce el élder Featherstone».

«Durante parte del tiempo que fui asesor de los diáconos y maestro Scout, también era líder de otro grupo de jóvenes, y ambos se reunían el martes los Scouts a las 7:30, y el otro grupo a las 8:00.  Daba comienzo a la reunión de los Scouts y luego me iba al Barrio Lincoln, donde se reunía el otro grupo. A las 8:30 regresaba para terminar con la última media hora de la reunión Scout. El élder Feathestone era el jefe de patrulla y lo dejaba a cargo de la tropa.  El no era el único que se ‘tiraba al piso para observar a través de la ventana del sótano. Yo también hacía lo mismo cuando regresaba del Barrio Lincoln.  Quería ver lo que acontecía, «Una noche debido a un problema, no pude regresar a la reunión de la tropa sino hasta después de las 9:00 de la noche.  No me detuve a ver por la ventana, sino que bajé apresurado por las escaleras hasta llegar al cuarto donde se reunían los Scouts.  Se puede aprender mucho de lo que sucede en una reunión de jóvenes escuchando por la puerta, y así lo hice.  El élder Featherstone llamó a la tropa para leer las minutas del maestro Scout, mientras yo escuchaba lo que decían.

«De pronto oí algunos pasos detrás de mí.  Miré hacia atrás y vi a cuatro comisionados del distrito que habían ido a visitar a nuestra tropa.  Me pregunté lo que estarían pensado al ver al maestro Scout parado fuera del cuarto Scout escuchando por la puerta.  No sabía qué decir, y me puse el dedo en los labios haciéndoles una señal de silencio, luego les hice otra señal para que se pusieran a escuchar a través de la puerta.  Todos se inclinaron y escucharon.  Después de un minuto uno de ellos dijo: «Algún día ese joven será un buen líder en el mundo».  Yo les dije: ‘No, un día dirigirá en posiciones importantes de esta Iglesia’ «.

Hace dos años decidimos tener una reunión para rendir tributo a Bruford Reynolds y a los otros maestros Scouts que nos guiaron en el Barrio Richards entre los años 1940 y 1950.  La capilla estaba totalmente llena con ex Scouts.  Habíamos recolectado dinero para comprar algunos regalos para obsequiárselos; y con el uso de un retroproyector mostramos fotografías de actividades y de los Scouts durante esos años.  Alabamos efusivamente a Bruford Reynolds y a los otros grandes hombres.

Y luego les cedimos la palabra.  Bruford Reynolds se puso de pie y con grandes lágrimas que se le acumulaban en los ojos nos dijo: «Creo que éste es el día más grande de mi vida».  Medité sobre esa aseveración, y miré en derredor a ese grupo de diáconos-scouts ya crecidos.  El grupo incluía a tres ex presidentes de estaca, a dos ex presidentes de misión, muchos de ellos servían en presidencias de estaca, 33 habían sido obispos y uno que era Autoridad General.  Luego pensé, a lo mejor éste es el propósito de la vida: poder mirar retrospectivamente y ver a dónde han llegado los jóvenes en quienes hemos influido, convirtiéndose en líderes del reino.

Poco tiempo después de esa reunión, Bruford Reynolds, hijo, quien también era obispo, me llamó y me dijo: «¿Sabe que mi padre se encuentra en el hospital?» Tuvo un serio ataque al corazón; le aviso por si no se había enterado. No sabía; le dije que me gustaría verlo, pero que tenía que tomar un avión en aproximadamente una hora.  Me resultaba casi imposible ir al hospital antes de partir.  Me contestó: «No se preocupe; de todas maneras le van a dar de alta mañana y podrá regresar a casa».

Entonces le dije: «Dígale que lo quiero mucho y que lo iré a visitar tan pronto como regrese».

Colgué el teléfono, pensé por unos segundos y decidí que todo lo demás podía esperar.  Tomé mi maleta, los boletos del avión y me dirigí al hospital a ver a Bruford Reynolds.  Al entrar a su cuarto, nuestros ojos se encontraron. y el amor entre un gran hombre y un muchacho nos unió enterrando los años.  Fui a donde estaba; nos sentamos y conversamos.  Luego le dije: «Ya sé que lo han ungido, pero, ¿le gustaría que me arrodillara al lado de su cama y ofreciera una oración?» Me arrodillé y oramos juntos. Al terminar, tanto mis ojos como los suyos estaban llenos de lágrimas.  Luego me incliné, lo besé en la frente y partí.

Una hora más tarde Bruford Reynolds murió.  Fue la última despedida de uno de sus muchachos a un gran asesor.

Mi testimonio para todos vosotros maravillosos hermanos que presidís y dirigís en el Sacerdocio Aarónico es que significáis mucho más para la Iglesia de lo que jamás os podáis imaginar.

En Isaías, el profeta pregunta: «Guarda ¿qué de la noche?» Esta generación de jóvenes será la portadora de antorchas del futuro, posiblemente en los períodos más nebulosos del mundo; por lo tanto, recordad:

El Dios del altísimo me dio una antorcha a portar.
La levanté en lo alto en la obscura noche sin poder mirar.
Inmediatamente y con hosanas la multitud clamó s resplandor,
y me siguió al, llevar mi antorcha en aquella negra noche sin fulgor.
Hasta que embrutecido con elogios y ebrio con vanidad,
olvidé que era la antorcha a quien seguía, pues creía que era a mí.
Los brazos me dolieron y desfallecieron con la carga, resplandeciente.
Y mis pies ya cansados tropezaron por difícil pendiente.
Caí encima de la antorcha; instantes más tarde su llama se apagó.
Mas he aquí de la multitud un joven se abalanzó y poderosamente gritó,
Tomó la antorcha humeante y la alzó a las cumbres,
hasta que avivada por vientos celestiales, encendió las almas de los hombres.
Al quedarme solo en la obscuridad, el ido del gentío me dejó,
Sobre mí pasaron dejándome atrás, alabanzas de nuevo la gente exclamó,
y en la penumbra profunda de la noche aprendí esta verdad de gran valor:
Que es la antorcha la que el pueblo sigue, sea quien fuere el portador.
(«El portador de antorchas», anónimo.)

Una gran verdad; ellos serán los portadores de antorchas; seamos nosotros los guardas.  En el nombre de Jesucristo.  Amén.

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