Conferencia General Abril 1983
«No tengáis miedo… de hacer lo bueno»
Por el Presidente Gordon B. Hinckley
Segundo Consejero en la Primera Presidencia
«Los hermanos del Consejo de los Doce aconsejan que leamos un capítulo por día de los Evangelios, eso es, Mateo, Marcos, Lucas y Juan, y Tercer Nefi en el Libro de Mormón.»
Hermanos y hermanas, por lo general el presidente Spencer W. Kimball sería nuestro último discursante. Estoy consciente de que muchos de vosotros os sintáis desilusionados porque no tuvisteis la oportunidad de verlo o escucharlo en esta ocasión. Pero como lo indiqué ayer en la mañana, él esta sufriendo el peso de su avanzada edad y de la vida tan intensa que ha llevado. Sin embargo, aún así se levanta cada mañana, se viste y con mucha frecuencia nos estamos comunicando con él. Al no encontrarse aquí, sería el presidente Romney el que debería tomar la palabra, pero tampoco él está, y como nos dijo en la última conferencia de octubre durante la reunión del sacerdocio, «parece que ya todo se ha dejado para que los niños lo hagan . . .»
Pronto regresaréis a vuestros hogares. Muchos de vosotros volveréis a las naciones de Europa, África, y a muchas naciones de Sudamérica. Otros a Australia, a Nueva Zelanda, a las Islas del Pacífico, a México, Centro América y a las naciones de Asia. Y muchos lo haréis a vuestros hogares en Canadá y los Estados Unidos.
Nunca deja de asombrarme el milagro de esta obra a medida que se extiende sobre la tierra. Hace unos momentos me tomé unos minutos para volver a leer el testimonio de José Smith acerca de las palabras que le fueron dadas cuando era un jovencito de diecisiete años de edad. Sobre la noche en que to visitó el ángel Moroni, nos dice: «Me llamó por mi nombre, y me dijo que era un mensajero enviado de la presencia de Dios, y que se llamaba Moroni; que Dios tenía una obra para mí, y que entre todas las naciones, tribus y lenguas se tomaría mi nombre para bien y mal, o que se iba a hablar bien y mal de mí entre todo el pueblo.» (José Smith – Historia 33.)
Vemos en esta congregación el cumplimento de esta asombrosa profecía. Esta ha llegado a ser una gran Iglesia cosmopolita. Estamos muy agradecidos por vuestra gran fe y fidelidad. Todos nos vemos como hermanos y hermanas, sin importarnos aquella nación que llamamos nuestra patria. Pertenecemos a lo que podría llamarse la sociedad más grandiosa de amigos sobre la faz de la tierra.
Cuando el emperador de Japón visitó los Estados Unidos hace algunos años, fui a una comida que se hizo en su honor en San Francisco. Nos sentamos en una mesa con otras tres parejas que habían vivido en el Japón por razones de negocios, de gobierno, o como personal docente. Uno de los caballeros me dijo: «Nunca he visto gente como la suya. Conocimos a muchos estadounidenses mientras vivíamos en Japón, y la mayoría de ellos pasaba por un difícil ajuste cultural y extrañaba mucho su país natal; pero cuando iba una familia mormona, instantáneamente se hacían de muchos amigos. Los miembros de su Iglesia en Japón siempre sabían cuando iban a llegar y estaban allí para darles la bienvenida. Tanto los adultos como los niños se integraban inmediatamente en el ambiente social y en la comunidad religiosa. Parecían no sufrir el cambio de cultura y no sentirse solos. Mi esposa y yo hablamos de esto muchas veces.»
Así es como debe ser. Debemos ser todos amigos. Debemos amar, honrar, respetar y ayudarnos los unos a los otros. A donde vayan los miembros de la Iglesia, siempre deben ser bienvenidos, ya que todos somos creyentes en la divinidad del Señor Jesucristo y estamos todos abocados en Su gran obra. Me estoy refiriendo a la hermandad de los santos. Esto es y deberá ser una realidad. Nunca debemos permitir que este espíritu de hermandad se debilite. Constantemente debemos cultivarlo, ya que es uno de los aspectos más importantes del evangelio.
Ahora, mis hermanos y hermanas, hemos tenido una hermosa conferencia, una fantástica conferencia. Todos los que dirigieron la palabra lo hicieron bajo la inspiración del Espíritu Santo. La música ha sido maravillosa. Nos sentimos muy agradecidos a todos los que han participado: a los oradores, a los que han dado las oraciones, y a los que han elevado nuestro espíritu por medio de la música.
Al regresar a nuestros hogares meditemos acerca de lo que hemos oído. Y tomemos la determinación de vivir con más dedicación el evangelio.
«Creemos en ser honrados, verídicos, castos, benevolentes, virtuosos y en hacer bien a todos los hombres; en verdad, podemos decir que seguimos la admonición de Pablo: Todo lo creemos, todo lo esperamos; hemos sufrido muchas cosas, y esperamos poder sufrir todas las cosas. Si hay algo virtuoso, o bello, o de buena reputación, o digno de alabanza, a esto aspiramos.» (Artículo de Fe No. 13.)
Este artículo de nuestra fe es una de las declaraciones básicas de nuestra teología. Durante esta grandiosa conferencia se nos han recordado muchas de las virtudes que se encuentran en esa breve declaración, las cuales deberíamos meditar una y otra vez. Quisiera que todas las familias en la Iglesia escribieran ese artículo de fe y lo colocaran sobre un espejo donde todos los miembros de la familia pudieran verlo todos los días. De esa forma cuando seamos tentados a hacer algo incorrecto, deshonesto 0 inmoral, acudirá a nuestra mente con intensidad esta gran y breve declaración que abarca toda la ética de nuestro comportamiento. Y así habría menos racionalización acerca de algunos aspectos de nuestra conducta que tratamos de justificar con una excusa u otra.
Algunos quieren hacernos creer que la zona entre el bien y el mal es casi toda gris, ni blanca ni negra, y que es difícil determinar lo bueno y lo malo. Para cualquiera que crea esto, le recomiendo leer la hermosa declaración de Moroni que se encuentra en el Libro de Mormón:
«Pues he aquí, a todo hombre se da el Espíritu de Cristo para que pueda distinguir el bien del mal; por tanto, os muestro la manera de juzgar; porque toda cosa que invita a hacer lo bueno, y persuade a creer en Cristo, es enviada por el poder y el don de Cristo, por lo que podréis saber, con un conocimiento perfecto, que es de Dios.» (Moroni 7:16.)
Establezcamos en nuestra vida la costumbre de leer sólo lo que fortalece la fe en nuestro Señor Jesucristo, el Salvador del mundo. El es la figura central de nuestra teología y nuestra fe. Todos los Santos de los Últimos Días tienen la responsabilidad de llegar a saber por sí mismos y con certeza, sin lugar a dudas, que Jesús es el Hijo resucitado y viviente del Dios viviente. Los hermanos del Consejo de los Doce aconsejan que leamos un capítulo por día de los Evangelios, eso es, Mateo, Marcos, Lucas y Juan, y Tercer Nefi en el Libro de Mormón, especialmente comenzando con el capítulo 11, donde se encuentra el relato de la visita de Jesucristo a los nefitas en este hemisferio. Quisiera recomendaros que siguierais este plan e instaros a que cumpláis con él.
Hermanos y hermanas, no tenemos nada que temer si nos mantenemos del lado del Señor. Si oramos y buscamos sabiduría de Dios, que es la fuente de la verdadera sabiduría, y si cultivamos un espíritu de paz y de armonía en nuestro hogar, si cumplimos con entusiasmo y fidelidad las responsabilidades en la Iglesia que se nos han asignado, si tratamos de acercarnos a nuestros vecinos y demás semejantes con un espíritu de aprecio y amor cristiano, ayudando a los que están pasando dificultades dondequiera que se encuentren, si somos honrados con el Señor en el pago de nuestros diezmos y ofrendas, seremos bendecidos como Dios nos ha prometido. Nuestro Padre Celestial ha hecho convenios con su pueblo, y El tiene el poder para cumplir esos convenios; yo os testifico que así lo hace.
Antes de finalizar, permitidme leeros estas tranquilizadoras palabras dadas por el Señor a su pueblo:
«No tengáis miedo, hijos míos, de hacer lo bueno, porque lo que sembréis, eso mismo cosecharéis. Por tanto si sembráis lo bueno, también cosecharéis lo bueno como vuestro galardón . . . no temáis, rebañito; haced lo bueno; dejad que se combinen en contra de vosotros la tierra y el infierno, pues si estáis edificados sobre mi roca, no pueden prevalecer.
Elevad hacia mí todo pensamiento; no dudéis; no temáis.» (D. y C. 6:33-34, 36.)
Y ahora para finalizar, os comunico el amor y las bendiciones que os envía el presidente Kimball, y de su primer consejero el presidente Romney, y de todos mis hermanos de las Autoridades Generales. A esto agrego mi propia gratitud por vuestro constante apoyo, por vuestro devoto servicio y vuestras demostraciones de fe. Que el Señor os bendiga generosamente, como sé que El lo hará si andáis en la fe. Es mi humilde oración, a la vez que os doy mi testimonio de que sé que Dios nuestro Padre Eterno vive, que Jesús es el Cristo, que es el Salvador resucitado de la humanidad, y que esta Iglesia en la que tenemos el honor de servir es su Iglesia restaurada en la tierra para la bendición de todos los hijos de nuestro Padre Celestial que obedezcan su mensaje. Dios os bendiga. Que El siempre vele por vosotros en todas las cosas. Ruego, humildemente, en el nombre de Jesucristo. Amén.
























