Conferencia General Octubre 1983
Por nuestros frutos nos conocerán
presidente Gordon B. Hinckley
Segundo Consejero en la Primera Presidencia
«Que resolvamos esforzarnos un poco más por vivir de acuerdo con las normas del evangelio,… por cultivar en nuestro corazón el amor de los unos por los otros tanto los miembros de la Iglesia como los que no lo son.»
Mis hermanos y hermanas, ha sido la costumbre del presidente Kimball hablarnos al finalizar la conferencia, pero a causa de su avanzada edad y de su mala salud no le es posible hacerlo hoy. Sé que os hubiera gustado escucharlo, como también sé que soy un pobre substituto de él. Es maravilloso haber podido tenerlos con nosotros a él y al presidente Romney; el sólo verlos ha levantado el ánimo a muchísimas personas.
Durante el almuerzo, estábamos sentados junto a un hombre, que es abuelo, y contó que su nietecito de cuatro años fue a verlo el otro día, y le dijo:
—Abuelo, ¿sabes por qué trinan los pájaros?
El abuelo respondió:
—No. ¿Por qué?
Y el niñito le dijo:
—Porque no saben la letra de las canciones.
No es probable que recordemos la letra de todo lo que hemos escuchado en las reuniones de esta conferencia, pero espero que seamos capaces de conservar el Espíritu que ha estado presente en ellas y que, por nuestra participación, llevemos con nosotros la certeza de haber sido elevados espiritualmente. Hemos tenido una gloriosa conferencia. El Espíritu del Señor ha estado con nosotros. Tenemos toda razón para estar agradecidos. Nuestro testimonio se ha visto renovado y nuestra fe fortalecida.
Hemos escuchado sabios consejos de los hermanos que nos han hablado. Habiéndolos oído, espero que los leamos cuando los discursos de esta conferencia se publiquen, y así volvamos a disfrutar de sus palabras.
Ellos nos han testificado de nuestro Padre Celestial y de su amado Hijo, y lo han hecho por el poder del Espíritu Santo. Por este mismo poder nos han hablado del profeta José Smith y del resultado de su fe y laboriosidad, así como de su llamamiento como siervo del Señor.
Nos han aconsejado con relación a nuestra vida, nuestra familia, nuestras preocupaciones. Todos nosotros seremos más fuertes si aplicamos en nuestra vida y en nuestro hogar los consejos que hemos escuchado.
No temáis con respecto a la Iglesia. En esta conferencia se han mencionado algunos de nuestros críticos; sabemos que los tenemos. Ellos se burlan de lo que es más sagrado para nosotros; se mofan y ridiculizan aquello que hemos recibido por revelación del Todopoderoso. Cualquiera que trate de encontrar comicidad en lo que para otro es sagrado tiene graves problemas de carácter. Vergüenza debieran tener los que se rebajan a tales actos en nombre del humor, y también aquellos que los festejan. La más elemental cortesía exige un poco de respeto hacia lo que es sagrado para nuestros vecinos y relaciones en nuestra sociedad. El Señor mismo, ha dicho:
«Recordad que lo que viene de arriba es sagrado, y debe expresarse con cuidado y por constreñimiento del Espíritu.» (D. y C. 63:64.)
Como ya se ha dicho, hay algunos que han tomado sobre sí la misión de rebajar, disminuir y destruir la fe de los débiles, con’ el pésimo argumento de que no somos cristianos. Para todos ellos tenemos una doble respuesta, y la damos con toda serenidad. La primera es una pregunta: «¿Podría un verdadero seguidor de Cristo, un seguidor de Aquel que fue el epítome del amor, la misericordia y la consideración, tratar así de dañar a otra persona?»
Lo segundo es: Pedimos solamente que se nos juzgue de acuerdo con nuestros frutos. El Maestro dijo:
«Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos?
«Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos.
«No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos.
«Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego.
«Así que, por sus frutos los conoceréis.» (Mateo 7:16-20.)
Estamos deseosos de que se nos juzgue de acuerdo con esa norma.
En una época en que estábamos enfrentando problemas mucho mayores de los que tenemos ahora, el presidente Joseph F. Smith dijo desde este púlpito del Tabernáculo:
«Agradecemos a Dios su misericordia y sus bendiciones, y creo que, en pequeño grado, debemos cierta gratitud a aquellos que se han opuesto amargamente a la obra del Señor; porque con toda su oposición y su encarnizado esfuerzo contra nuestra gente, el Señor ha manifestado su poder y sabiduría y ha hecho a su pueblo más conocido y favorecido entre los inteligentes de la tierra. El ha hecho que los mismos medios que han utilizado los que se oponen a la obra de Dios sirvieran para llevar el bien a Sión. No obstante, está escrito, y yo creo que es verdad que aunque es necesario que haya tropiezos, ¡ay de aquel que los provoca! (véase Mateo 7:18). Pero ellos están en las manos del Señor, al igual que nosotros. No tenemos contra ellos severas acusaciones, sino que estarnos dispuestos a dejarlos en las manos del Todopoderoso para que El haga con ellos lo que bien le parezca. Nuestra obligación consiste en establecer la rectitud en la tierra, buscar que se extienda el conocimiento de la voluntad de Dios, de sus vías, y de las grandes y gloriosas verdades que El ha revelado por medio del profeta José Smith, no sólo para la salvación de los que viven, sino también para la redención y salvación de los que han muerto.» (Conference Report, abril de 1908, pág. 2.)
Y con esto damos fin a dicho asunto.
Que tanto aquellos que han viajado para asistir a la conferencia, como los que la hemos presenciado y los que han, participado de ella por medio de la transmisión de satélite, televisión y radio, tomemos la firme resolución de esforzarnos un poco más por vivir (le acuerdo con las normas del evangelio, de las que hemos estado oyendo hablar estos días; por bajar las voces de crítica y de pesimismo y buscar todo lo bueno que hay en el mundo. Que como empleados seamos honrados con nuestros empleadores al dedicar nuestro tiempo y talento al trabajo; que cultivemos en nuestro corazón el amor de los unos por los otros, tanto los miembros de la Iglesia como los que no lo son; que como cónyuges seamos fieles el uno al otro en todos los aspectos, y que todo esposo y poseedor del sacerdocio trate a su esposa e hijos con amor y deferencia; que en nuestro hogar cultivemos la oración familiar, convirtiéndola en un hábito diario de nuestra vida; que seamos honrados en nuestros tratos con todos, y que vivamos con humildad y obediencia ante Dios nuestro Eterno Padre. Oro humildemente porque esto suceda.
Recuerdo cuando, siendo un muchacho, estaba sentado en este Tabernáculo oyendo al presidente Heber J. Grant, con la voz resonante por la convicción, leer lo siguiente:
«¿Hasta cuándo pueden permanecer impuras las aguas que corren? ¿Qué poder hay que detenga los cielos? Tan inútil le sería al hombre extender su débil brazo para contener el río Missouri en su curso decretado, o devolverlo hacia atrás, como evitar que el Todopoderoso derrame conocimiento desde el cielo sobre la cabeza de los Santos de los Últimos Días.» (D. y C. 121:33.)
Creí esas palabras cuando se las escuché al presidente Grant aquel día, y las sigo creyendo ahora. Creo sin ninguna duda, mis hermanos, que esta es la obra de Dios, que El está derramando bendiciones sobre su pueblo en una forma maravillosa, extraordinaria y milagrosa.
Hace una semana, tuvimos aquí en el Tabernáculo, el sábado por la noche, una reunión de las mujeres de la Iglesia. Y además, había decenas de miles de mujeres reunidas en otros seiscientos edificios, a las cuales llegó esa reunión vía satélite. Me puse a pensar en ese milagro, esa maravilla, esa gran hermandad de mujeres; en que hay más de un millón de extraordinarias mujeres, dedicadas al Evangelio de Jesucristo, que llevan la fe en el corazón; en las madres, cuyo mayor deseo es criar otra generación de hijos fieles que aman al Señor y están dispuestos a obedecer los mandamientos del Maestro. Y anoche nos reunimos aquí los hombres, el sacerdocio de la Iglesia, cientos de miles acá y en todas partes del mundo, en más de mil ciento cincuenta y tres lugares, aparte de los seiscientos centros de estaca, a los que llegó la conferencia. Y entonces pensé: «¡Cuántas cosas maravillosas ha hecho el Dios de los ciclos en beneficio de su pueblo! Seamos agradecidos, recordemos la gratitud, andemos sin temor. Me vienen a la memoria las grandiosas palabras de una de las epístolas de Pablo a Timoteo:
«Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio.
«Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor. (2 Timoteo 1:8.)
Deseo recalcar estas maravillosas palabras. «No nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio . . . no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor.»
Al terminar esta conferencia, quisiera leer este desafío que nos hizo Moroni y que se encuentra entre las últimas palabras que escribió, después de andar solitario durante un largo período; al contemplar nuestros días, la época en que saldrían sus registros a luz, dio este cometido a los de nuestra generación:
“¡Y despierta y levántate del polvo, oh Jerusalén; sí, y vístete tus ropas hermosas, oh hija de Sión; y fortalece tus estacas, y extiende tus linderos para siempre, a fin de que ya no seas más confundida, y se cumplan los convenios que el Padre Eterno te ha hecho, oh casa de Israel!
«Sí, venid a Cristo, y perfeccionaos en él, y absteneos de toda impiedad…» (Moroni 10:31-32.)
Al cantar juntos hoy ese hermoso himno, mi corazón se elevó en una ola de emoción concerniente a la fe de nuestro pueblo cuando cantamos estas palabras:
Y fuerza y vida y paz os daré,
y salvos de males vosotros seréis.
(«¡Qué Firmes Cimientos!», Himnos de Sión, No. 144.)
Os dejo mi testimonio e invoco las bendiciones del cielo sobre cada uno de vosotros. Sé que Dios, nuestro Eterno Padre, vive. Sé que Jesús es el Cristo, el Salvador y Redentor de la humanidad. Sé que ésta es la obra del Señor, que su Iglesia está establecida sobre el fundamento de apóstoles y profetas, siendo Jesucristo la principal piedra del ángulo (véase Efesios 2:20). Yo sé todo esto, y sé que vosotros también lo sabéis. Que con ese conocimiento podamos seguir adelante en la vida, viviendo con integridad, alegría y fe. Lo ruego humildemente en el nombre de Jesucristo. Amén.
























