Que Dios nos otorgue fe

Conferencia General Octubre 1983logo pdf
Que Dios nos otorgue fe
presidente Gordon B. Hinckley
Segundo Consejero en la Primera Presidencia

Gordon B. Hinckley«No hay ningún obstáculo por más grande que sea, ni ningún problema que sea demasiado difícil, que no podamos sobrellevar por medio del fe».

El Coro del Tabernáculo acaba de cantar «Fulgura la Aurora» y quisiera utilizar como tema estas palabras escritas por Parley P. Pratt:

El alba rompe de verdad
y en Sión se deja ver.
Tras noche de oscuridad,
bendito día a renacer.

De ante la divina luz
huyen las sombras del error.
La gloria del gran rey Jesús
ya resplandece con fulgor.»
(Himnos de Sión, No. l).

Os expreso mi agradecimiento por el amor que tenéis por el Señor y por la lealtad con que apoyáis su gran causa. Veo los frutos de vuestra fe y me siento agradecido.  Os agradezco la energía que empleáis en esta obra.  Sé que a veces se torna muy difícil y parte de ella parece ser innecesaria.  Pero del esfuerzo y del trabajo resulta la fortaleza, y la alegría es el producto del servicio.

Os agradezco vuestra fidelidad en el pago de los diezmos y las ofrendas.  Vosotros estáis haciendo posible el crecimiento y el fortalecimiento de esta obra por todo el mundo.  Pero no es necesario que os agradezca, porque todas las personas que pagan un diezmo íntegro tienen un testimonio de las bendiciones que de ello resultan.  Ellos pueden testificar que el Señor abre las ventanas de los cielos y derrama bendiciones como ha prometido. (Malaquías 3:10.)

Quiero aseguramos, queridos hermanos, que la obra está progresando.  Dondequiera que está establecida, en más de ochenta naciones, está progresando y fortaleciéndose.  La fe de la gente está aumentando tal como lo refleja el incremento de actividad.  La obra misional continúa floreciendo.  Nuestros jóvenes siguen partiendo del hogar para ir al mundo a dar su testimonio del Salvador y de la restauración del evangelio eterno en ésta, la dispensación del cumplimiento de los tiempos. (D. y C. 124:41.) La obra de salvación por los muertos, llevada a cabo por medio del extensísimo programa genealógico de la Iglesia, y la generosa obra de amor que se realiza en los templos, está avanzando a una velocidad antes desconocida.

Nuestra gente se ha vuelto más fiel en su asistencia a las reuniones, y desde la última conferencia, una gran cantidad de miembros ha tenido la oportunidad de demostrar amor por sus semejantes lo mismo que por Dios. Durante las inundaciones que hemos experimentado en esta zona, se ha manifestado una inigualable demostración del ser buenos vecinos y del servicio cristiano. En un reportaje en televisión, una señora que no es miembro de la Iglesia, dijo: «Yo no soy mormona, pero ahora sé quién es mi obispo». Y continuó hablando espontáneamente, de la gratitud que sentía por sus vecinos que, siendo casi todos Santos de los Últimos Días, habían sido tan generosos con su ayuda hacia ella como lo habían sido en ayudarse los unos a los otros.  Hay una estaca no muy lejos de aquí en la cual los mismos miembros de cada uno de los barrios hicieron las reparaciones necesarias en las casas que habían sido dañadas o destruidas completamente por las inundaciones.  Nuestra gente llenó cientos de miles de bolsas de arena y las colocó donde era necesario.  Por supuesto, también los que no son miembros de la Iglesia hicieron lo mismo, pero todos ellos han hablado con admiración de la organización de la Iglesia que les facilitó que se pudieran concentrar con tanta rapidez y eficacia.

Fue mucho lo que envió la Iglesia al pueblo de Tonga, después del paso de un tifón que demolió casas y destruyó granjas.  Tanto los miembros como los que no lo son se beneficiaron con tal ayuda.

Los miembros de la Iglesia en Brasil acudieron a ayudar a sus coterráneos, tanto a mormones como a los que no lo eran, que habían sufrido la pérdida de sus casas y de sus cosechas, cuando imponentes inundaciones arrasaron la extensa zona sur de dicha nación.

Además, por medio del Programa de Bienestar y la cooperación de la compañía de aluminio Kaiser, que proveyó el transporte, pudimos enviar grandes cantidades de artículos alimenticios y medicinas para socorrer a la gente que pasa hambre en Ghana, África, gracias a lo cual se pudieron salvar muchas vidas.

No menciono estas cosas con un deseo de vanagloria, sino solamente para expresar gratitud al Señor por los recursos con que contamos y la buena voluntad con que nuestra gente ayuda en momentos de crisis.

El dinero con que se realizaron estos actos de caridad provino en su mayoría del fondo de ofrendas de ayuno.  A pesar de que las necesidades son mayores, y los problemas de la economía actual son más graves, las contribuciones de ofrendas de ayuno han aumentado en forma paralela.  Os agradezco la expresión de gran fe que habéis demostrado al ayunar para ayudar a los que pasan momentos difíciles.

También quisiera informaros sobre la dedicación de cuatro templos nuevos desde junio de este año.  A quienes nos escuchan que no son miembros de la Iglesia, quisiera explicaros que los templos ocupan un lugar muy particular dentro de nuestra doctrina.  No son edificios a los que puede asistir el público en general, como las capillas, de las cuales hay miles por todo el mundo actualmente.  Los templos se dedican como casas especiales del Señor en las cuales se llevan a cabo algunas de las más sagradas ordenanzas del Evangelio de Jesucristo.

En junio dedicamos un nuevo templo en Atlanta, Georgia.  Esto fue la realización de un sueño que comenzó hace más de 100 años cuando en los días en que nuestro pueblo era pobre, se mandaron misioneros por primera vez a los estados del sur de los Estados Unidos.  Algunas personas aceptaron su testimonio, pero muchísimas se levantaron en contra de ellos con encarecimiento.  Estos primeros misioneros soportaron una gran persecución.  A algunos les quitaron la ropa y los apalearon; a otros los asesinaron.  Sin embargo, ellos perseveraron con fe.  Con el tiempo, miles y miles se unieron a la Iglesia y en la actualidad la obra está creciendo con fuerza en esa hermosa parte de la nación norteamericana donde ahora hay cientos de fieles congregaciones de Santos de los Últimos Días.

Con motivo de la dedicación del Templo de Atlanta, los testimonios de los hermanos, tanto los expresados verbalmente como los demostrados con lágrimas de gratitud, sumados a sus canciones de agradecimiento, dieron testimonio de la grandeza de su fe y de su amor por Dios.

En agosto fuimos a Samoa y Tonga para dedicar otros templos.  Otra vez se colmaron nuestros corazones al presenciar y experimentar el gran amor cristiano que se siente entre los maravillosos santos de la Polinesia.  Por medio de sus profetas de la antigüedad, el Señor prometió que en los últimos días se acordaría de los pueblos de las islas del mar. Hemos sido testigos del maravilloso cumplimiento de estas promesas en la actualidad, al ver que entre este pueblo afable y afectuoso, tenemos gran cantidad de congregaciones, escuelas fuertes y progresivas para bendecirlos con los beneficios de la educación, y ahora hermosos templos dedicados al Señor en los cuales pueden recibir las bendiciones que sólo allí se otorgan.

Hace sólo dos semanas nos encontrábamos en Santiago, Chile para la dedicación de otro magnífico templo.  Para mí fue un milagro encontrarme con 15.000 Santos de los Últimos Días, los cuales se reunieron para los servicios dedicatorias que se extendieron por un período de tres días.  Chile tiene 4.300 kilómetros de extensión, y nuestros fieles miembros acudieron de ciudades distantes, como Arica al norte del país y Punta Arenas en el extremo sur, para disfrutar juntos de la maravillosa bendición que habían recibido por medio de la erección y dedicación de esta sagrada casa de Dios.

Entre ellos se encontraban el hermano Ricardo García y su esposa, las primeras personas que se bautizaron cuando los misioneros llegaron a Chile en 1956.  Veintisiete años más tarde, hay más de 140.000 miembros de la Iglesia en ese país.

Nosotros que tuvimos el privilegio de asistir a esos servicios dedicatorias, salimos de allí con nuestra fe renovada y sintiendo que había aumentado nuestro afecto por los hermanos y hermanas que aman al Señor y le son leales a El y a sus mandamientos.

Recientemente tuve la oportunidad de reunirme con 14.000 estudiantes de Seminarios e Institutos reunidos en un centro de convenciones de Long Beach, California. Provenían de varios puntos de la parte sur de California; eran jóvenes de buena presencia y hermosas señoritas.  La mayoría de ellos son estudiantes de la escuela secundaria que se reúnen cuatro días por semana en una clase de seminario a las 6:15 de la mañana, llevada a cabo en un centro de reuniones cerca de la escuela, bajo la dirección de un maestro capaz y dedicado.

De regreso de Chile me reuní en Detroit, Michigan, con otro grupo de estudiantes a las 6:15 de la mañana. Estos jóvenes eran también inteligentes, capaces y atractivos.  Al mirar sus rostros uno se convence del gran futuro que tiene esta obra.  Ellos forman parte de una generación maravillosa, cuya cantidad aumenta día a día y cuya fe es contagiosa.

Se encuentran no sólo en las zonas que he mencionado, sino que en todos los lugares donde la Iglesia está establecida. Son la inmensa figura del futuro de la Iglesia, del incremento de su fortaleza y del cumplimiento de su misión.  Aún más, ellos serán motivo de bendiciones para las naciones en las cuales viven, porque son jóvenes y señoritas que desean adquirir una educación.  Creen en cultivar la mente, en desarrollar su capacidad, en ayudar al progreso de la tecnología y servir en la fuerza trabajadora de la cual formarán parte.  Son jóvenes y señoritas virtuosos y sensatos que han sido criados con la creencia de que sus cuerpos son templos del Espíritu de Dios y de que no pueden corromperlos sin causarle una afrenta a nuestro Creador.

Son jóvenes que tienen fe y a los que se les ha enseñado las Escrituras.  Ellos conocen el Antiguo Testamento y a los personajes descritos en sus páginas.  Están familiarizados con el Nuevo Testamento y ha nacido en ellos un gran amor por el Hijo de Dios, el Señor Jesucristo.  Su fe en El se ha reafirmado y fortalecido al estudiar el maravilloso Testamento del nuevo mundo, llamado el Libro de Mormón.  También están al tanto de la palabra de Dios revelada por medio de profetas actuales.  Son estudiantes que están adquiriendo educación tanto secular como religiosa, y que aprenden por medio del estudio y de la fe.  Ejemplifican el poder del primer principio del evangelio, fe en el Señor Jesucristo.

La historia de la Iglesia es la expresión de dicha fe.  Todo comenzó cuando un joven campesino en el año de 1820 leyó la gran promesa que se encuentra en la Epístola de Santiago:

«Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada.

«Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra» (Santiago 1:5-6).

Fue la fe, la sencilla fe de ese joven de 14 años que lo motivó a ir al bosque a orar aquella mañana de primavera.  Fue la fe que lo llevó a arrodillarse y a pedir entendimiento.  El grandioso fruto de esa fe fue una visión gloriosa, a partir de la cual se desarrolló esta gran obra.

Fue por causa de esa fe que se mantuvo digno de las asombrosas manifestaciones que se produjeron después, las que trajeron a la tierra las llaves, la autoridad y el poder para reestablecer la Iglesia de Jesucristo en estos últimos días.  Fue por medio de la fe que este registro de los pueblos antiguos, este testamento que llamamos el Libro de Mormón, salió a luz por el don y el poder de Dios «para convencer al judío y al gentil de que Jesús es el Cristo».  Fue por medio de la fe que un pequeño grupo de conversos, desafiando los poderes del infierno desatados en contra de ellos, y fortaleciéndose y apoyándose mutuamente, dejaron sus hogares y familias para predicar el evangelio, se mudaron de Nueva York a Ohio, de Ohio a Missouri y de Missouri a Illinois, buscando la paz y la libertad de adorar a Dios de acuerdo con los dictados de su conciencia.

Fue con los ojos de la fe que vieron una hermosa ciudad cuando pasaron por primera vez por los pantanos de Commerce, Illinois.  Con la convicción de que la fe sin obras es muerta, desaguaron los pantanos, construyeron casas, capillas y escuelas, y como punto culminante un templo magnífico, que en ese entonces fue el más hermoso edificio de todo Illinois.

Otra vez los persiguieron chusmas profanas y asesinas.  Mataron a su profeta.  Destruyeron sus sueños.  Y otra vez, por medio de la fe se pusieron de pie, y con el mismo impulso característico, se organizaron para otro éxodo.

Con lágrimas en los ojos y corazones doloridos, dejaron sus confortables hogares y sus talleres.  Volvieron la cabeza para mirar el sagrado templo, y otra vez con fe fijaron sus ojos en el oeste, tierra virgen casi desconocida, y mientras caían las nevadas del invierno, cruzaron el Río Misisipí en febrero de 1846 y dejaron sus huellas en los caminos embarcados de las praderas de Iowa.

Con fe establecieron Winter Quarters sobre el río Missouri.  Cientos murieron atacados por enfermedades como las epidemias y la disentería.  Pero la fe sostuvo a los que sobrevivieron.  Enterraron a sus queridos familiares muertos en una barranca al lado del río, y en la primavera de 1847 emprendieron camino hacia el oeste, con gran fe, por las orillas de los ríos Elkhorn y Platte hacia las montañas occidentales.

Fue por medio de la fe que Brigham Young miró este valle, en ese entonces tórrido y desierto, y declaró: «Este es el lugar».  También por medio de la fe, cuatro días más tarde, clavó su bastón en el suelo, unos 100 metros al este de donde nos encontramos, y dijo: «Aquí estará el templo de Dios».  La grandiosa casa del Señor que se encuentra al este de este tabernáculo es un testimonio de fe, no sólo de la fe de los que la construyeron, sino también de la fe de los que ahora la utilizan para llevar a cabo una grande y generosa obra de amor.

Pablo escribió a los hebreos: «Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve» (Hebreos 11:1).

Todos los grandes logros que he mencionado fueron una vez la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.  Pero con esperanza, con trabajo y confianza en el poder de Dios que se manifestaba en ellos, transformaron su fe en una realidad.

Detrás de nosotros tenemos una gloriosa historia; hay numerosas muestras de heroísmo, de adherencia tenaz a un principio, de incansable fidelidad, que son producto de la fe.  Ante nosotros se extiende un gran futuro, el cual comienza hoy mismo.  No podemos hacer una pausa, ni aminorar nuestra marcha, ni acortar nuestros pasos.

En un período sombrío de nuestra historia, cuando los enemigos acusaban falsamente a la Iglesia, la Primera Presidencia dio una proclamación al mundo en la cual planteaba el alcance de esta obra.  Decía así:

«Nuestros objetivos no son egoístas; nuestras metas no son insignificantes ni terrenales; consideramos que la raza humana, pasada, presente y futura, es inmortal, y nuestra misión y obra está dedicada a su salvación; y a esta obra, de dimensiones eternas y tan profundas como el amor de Dios, nos dedicamos ahora y para siempre.» (The First Presidency, 26 de marzo de 1907.)

Con fe debemos avanzar hacia el cumplimiento de ese cometido, manteniendo los ojos puestos en el panorama completo, aunque sin descuidar los detalles.  Y ese panorama comprende la misión de la Iglesia en toda su extensión, pero se lleva a cabo paso a paso con la ayuda de todos los miembros; el conjunto de actividades viene a ser la Iglesia puesta en práctica.

Cada uno de nosotros, por lo tanto, es importante.  Cada uno es una pincelada en el mural de este vasto panorama que es el reino de Dios.  Si hay partes despintadas, partes borrosas, o colores mal combinados, todos los que lo miren lo encontrarán defectuoso. ¿Estamos de acuerdo en que por medio de la fe podríamos progresar aún más?

No hay ningún obstáculo por más grande que sea, ni ningún problema que sea demasiado difícil, que no podamos sobrellevar por medio de la fe.  Vivimos en un mundo en el que las normas de la Iglesia son motivo de debates y del ridículo, las cosas sagradas son objeto de burla. ¿Debemos hacer concesiones? ¿O devolver el ataque de los que hablan mal de nosotros?

En días más difíciles que éstos, el  Señor le dijo a Thomas B. Marsh:

«Ten paciencia en las tribulaciones; no ultrajes a los que te ultrajan.  Gobierna tu casa con mansedumbre y sé constante…

«Sigue tu camino, doquier que sea mi voluntad, y el Consolador te indicará lo que has de hacer y a dónde has de ir…

«Sé fiel hasta el fin y he aquí, estoy contigo.  Estas palabras no son de hombre ni de hombres, sino mías, sí, de Jesucristo, tu Redentor, por la voluntad del Padre.» (D. y C. 31:9, 11, 13.)

El Salvador les dijo a sus discípulos: «Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.» (Mateo 5:48.)

Este es el mandamiento que se nos dio, aunque lamentablemente todavía no hemos alcanzado la perfección.  Tenemos un gran trecho que recorrer.  Debemos cultivar nuestra fe para reformar nuestra vida, comenzando con nuestras debilidades y siguiendo a partir de ese punto con nuestro perfeccionamiento, gradualmente y con constancia, y adquiriendo la fortaleza para vivir más como debemos.

Con fe podemos superar los elementos negativos de nuestra vida que constantemente nos arrastran.  Con un poco de esfuerzo podemos desarrollar la capacidad de controlar los impulsos que nos llevan a cometer actos malos y degradantes.

Con fe podemos dominar nuestros instintos.

Podemos tratar de acercarnos a aquellos cuya fe ha disminuido, y con el fuego de nuestra propia fe, reanimar la de los demás.

Nunca olvidemos, mis hermanos y hermanas, que cada uno de nosotros es parte de un todo y que lo que hacemos desfigura o hermosea el magnífico panorama del reino de Dios.

Tal como nuestros padres obraron con fe manteniendo presente el destino de esta obra, también nosotros podemos hacerlo.  Hay tanto que hacer, tanto que mejorar, pero podemos lograrlo, por medio de la fe.

… Si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible.» (Mateo 17:20.)

Así lo declaró el Señor.  Que Dios nos dé la fe necesaria, humildemente lo ruego en el nombre de Jesucristo.  Amén.

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