Conferencia General Octubre 1983
Seamos pacificadores
élder Franklin D. Richards
Del Primer Quórum de los Setenta
Que cada uno de nosotros en nuestra vida diaria asumamos el papel de pacificadores para que así podamos gozar de la paz que sobrepasa todo entendimiento.
Mis amados hermanos y hermanas, sí, todos somos hermanos y hermanas. El consejo de las Autoridades Generales, la hermosa música y la oración han hecho de ésta una reunión muy inspiradora.
Hace 23 años, cuando fui llamado como Autoridad General, mis palabras en este hermoso Tabernáculo fueron: «Siento en mi corazón amor por usted, presidente McKay, y por las Autoridades Generales que presiden los asuntos del Reino de Dios. También amo a mi prójimo y sinceramente puedo decir que no siento enemistad ni odio hacia nadie. Oro para que el Señor me sostenga en este cargo.»
Sí, realmente el Señor me ha sostenido en este cargo, por lo cual estoy sinceramente agradecido.
Durante la Conferencia General en octubre de 1976, la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce reorganizaron el Primer Quórum de los Setenta. He servido como miembro de la presidencia de este quórum durante los últimos siete años. Esta ha sido una experiencia muy especial al ver que los cuarenta y siete miembros del quórum han servido en diferentes cargos tanto en las Oficinas generales de la Iglesia como en todo el mundo. Los felicito por la dedicación que han demostrado y el servicio tan eficaz que han prestado.
Como se ha anunciado en esta conferencia, he sido llamado como presidente del Templo en Washington, D. C., y mi esposa Helen fue llamada para servir como mentora en ese mismo templo.
Estamos agradecidos por la confianza que nuestro Padre Celestial, la Primera Presidencia y las Autoridades Generales han depositado en nosotros.
Aceptamos esta asignación con humildad en nuestro corazón y con el cometido de que pondremos todo lo que esté de nuestra parte para la edificación del Reino de Dios.
Vivimos en una época de guerras y rumores de guerras entre las naciones y de gran odio, conflicto y contención entre la gente.
Me parece que lo que más necesitamos en el mundo, hoy día, es la paz no sólo entre las naciones, sino también dentro del círculo familiar, y en nuestras relaciones sociales y de negocios.
De la celebración de la Pascua, de hace diecinueve siglos, nos llega el grandioso mensaje de promesa y exhortación que dio nuestro Señor y Salvador Jesucristo: «La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo» (Juan 14:27)’
Jesucristo es llamado «Príncipe de Paz» (Isaías 9:6) y Su mensaje es un mensaje de paz, tanto al individuo como al mundo. El Evangelio de Jesucristo es el plan de vida que restaurará la paz en el mundo, erradicará tensiones internas y problemas y le dará felicidad al alma humana. Es la filosofía más grandiosa que se ha dado al hombre.
Una de las misiones de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es la de establecer la paz y felicidad en el corazón y en el hogar de la gente.
Ciertamente uno de los mensajes más maravillosos que Jesús dio al hombre es conocido como El Sermón del Monte.
Prácticamente todos los principios básicos de las relaciones humanas se encuentran en este gran sermón.
Parte de este sermón es conocido como las bienaventuranzas, las cuales comienzan con la palabra
«Bienaventurados». Las bienaventuranzas bosquejan condiciones que dan paz y felicidad. En este gran sermón, el Salvador nos exhortó que fuésemos pacificadores. El declaró:
«Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mateo 5:9). Bienaventurado significa feliz, favorecido y glorificado.
Si en alguna época hubo necesidad de pacificadores, es hoy, y si el mundo no tuviera necesidad de ellos, nuestro Señor y Salvador jamás habría dicho: «Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mateo 5:9).
Este me parece es el momento más apropiado para analizar lo que podemos hacer para establecer la paz, cuando menos con aquellos con quienes más nos asociamos.
¿Alguna vez os habéis puesto a pensar en qué manera podríais ser pacificadores? Me gustaría mencionar algunas de estas posibilidades. Ciertamente nuestras oportunidades son ilimitadas.
Por supuesto que podemos ser pacificadores en nuestro hogar, y en otros lugares, mostrando amor y buena voluntad, y así desplazar la contención, la envidia y los celos. Cuando existen malos entendidos entre padres e hijos, podemos instarles a que se hagan ajustes en las dos partes. Podemos orar juntos para obtener el espíritu de paz.
Los hogares seriamente se pueden dañar debido a las contiendas. A veces los esposos destruyen, en un ambiente de contención, su propia felicidad y la de sus hijos.
Los divorcios parecen aumentar continuamente. Sin duda que muchos de estos divorcios se habrían evitado si hubieran participado pacificadores durante los períodos de contención.
Un ejemplo muy interesante, del cual estuve al tanto, y ya me he referido a él antes, es el de varios jóvenes que se convirtieron en pacificadores en su hogar.
Un obispo muy sabio los llamó a su oficina y les dijo: «Me gustaría que me ayudaran en un experimento. Quiero comprobar el impacto y la influencia de un miembro en el espíritu de la familia. Durante un mes deseo que cada uno de ustedes sea el pacificador en su hogar. No quiero que su familia sepa nada al respecto. Deseo que sean cariñosos, bondadosos y considerados. Sean un ejemplo, y cuando haya peleas o disputas entre los miembros de la familia, hagan lo que sea necesario para vencer estas faltas y crear un ambiente de amor y armonía y un espíritu de servicio.
«Cuando se enojen, y el enojo se presenta en la mayoría de las familias, contrólense y ayuden a los demás a controlarse. Me gustaría ver que cada hogar en el barrio fuese un ‘pedacito de cielo en la tierra’. Al finalizar el mes, deseo que se reúnan otra vez conmigo y me den su informe».
Fue una gran prueba para estos jóvenes, pero cumplieron en una forma maravillosa.
Cuando le informaron al obispo, se hicieron comentarios como el siguiente. Un joven dijo: «No tenía idea de que podía tener tanta influencia en mi hogar. Ciertamente ha sido muy diferente todo este mes. Me he puesto a pensar seriamente si la mayor parte del problema y contienda era causada por mí y mis actitudes.»
Una señorita mencionó: «Creo que somos la familia típica, que con nuestro egoísmo causamos pequeños conflictos todos los días, pero a medida que he estado trabajando con mis hermanos, mucho de esto se ha podido eliminar y ha reinado un espíritu más dulce en nuestro hogar. Sinceramente creo que debemos esforzarnos para que el espíritu de paz more en nuestro hogar.»
Otra señorita informó: «Sí, hemos tenido un espíritu mucho más positivo, de cooperación y sin egoísmo en nuestro hogar desde que empezamos con el experimento; sin embargo, la gran diferencia ha surgido en mí. Me he esforzado mucho para poder ser un buen ejemplo y una pacificadora y me siento mucho mejor acerca de mí misma de lo que jamás me había sentido. Me ha inundado un hermoso sentimiento de paz.
¿Os gustaría poner en práctica el experimento de este obispo en nuestro hogar y ser pacificadores durante un mes? Tal como dijo el obispo: «Cuando haya peleas o disputas entre los miembros de la familia, hagan lo que sea necesario para vencer estas faltas y crear un ambiente de amor y armonía y un espíritu de servicio. Cuando se enojen, contrólense y ayuden a los demás a controlarse.»
Os prometo que a medida que hagáis este experimento de ser pacificadores en vuestro hogar, las recompensas que recibiréis serán muy valiosas.
Otra manera de ser pacificadores tanto en el hogar como en nuestras relaciones sociales o de negocios es evitar la crítica.
¿Os habéis puesto a pensar que cada vez que criticamos estamos juzgando?
Jesús, en el Sermón del Monte, declaró: «No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido» (Mateo 7:1-2).
También podemos ser pacificadores si practicamos y enseñamos el perdón. A Jesús se le preguntó cuántas veces hay que perdonar, y El respondió que deberíamos perdonar sin límite. Perdonar «hasta setenta veces siete» (Mateo 18:22).
En la revelación moderna, el Señor dijo:
«… por cuanto os habéis perdonado el uno al otro vuestras transgresiones, así también yo, el Señor, os perdono.» (D. y C. 82:1.)
Una parte importante del perdón es olvidar. En algunas maneras, el ser capaz de olvidar es casi tan valioso como el ser capaz de recordar.
Cuando uno analiza las diferentes perspectivas de las actividades de la vida y llega a reconocer las muchas debilidades humanas, ve el gran valor de la paciencia como una parte importante de ser un pacificador.
Algunas veces somos mal entendidos, aun por aquellos que están más cerca a nosotros. Bajo esas circunstancias, la paciencia desarrollará dentro de nosotros la capacidad para aceptar la crítica, la merezcamos o no. Esta habilidad para ejercer la paciencia aun cuando otros nos provoquen significa que estamos siguiendo las enseñanzas del Salvador, de hacer bien a los que nos aborrecen y de poner también la otra mejilla. (Mateo 5:44, 39.)
La paciencia es verdaderamente una virtud muy poderosa que se puede desarrollar a medida que nos convirtamos en pacificadores y tomemos la decisión de ser pacientes en nuestra propia vida y la vida de los demás.
Estoy agradecido que el evangelio restaurado de Jesucristo incluya el principio tan sobresaliente de la paciencia.
Estoy muy agradecido por la paciencia que nuestro Padre Celestial ha puesto en evidencia en mi vida.
En la dedicación del centro de reuniones en Hyde Park, en Londres, entre otras cosas, el presidente McKay dijo: «Si deseáis la paz, es vuestra la responsabilidad de encontrarla». (Church News, 11 de marzo de 1961, pág. 15.)
Hermanos, es importante reconocer que el evangelio se tiene que vivir a fin de que podamos recibir todo lo que éste ofrece.
Testifico que como individuos, familias y la sociedad en general, así como todas las naciones, podemos gozar de la paz si vivimos los principios del evangelio restaurado de Jesucristo.
Estoy agradecido de que se haya reservado mi espíritu para venir en esta época en la historia del mundo, cuando el espíritu del Señor se ha derramado en gran abundancia por sobre toda la tierra, en esta la dispensación del cumplimiento de los tiempos.
Me regocijo en el conocimiento de que Dios el Padre y su Hijo Jesucristo viven y que aparecieron al profeta José Smith, y que por medio de él, la plenitud del evangelio de Jesucristo y el poder para obrar en el nombre de Dios se han restaurado a esta tierra. Testifico que el presidente Spencer W. Kimball es un profeta viviente. Ruego que las bendiciones más especiales estén con él y que nosotros podamos tener el valor y el buen sentido común de seguir sus consejos y amonestaciones.
Que cada uno de nosotros en nuestra vida diaria asumamos el papel de pacificadores para que así podamos gozar de la paz que sobrepasa todo entendimiento. Ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.























