El camino del Sacerdocio Aarónico

Conferencia General Octubre 1984logo 4

El camino del Sacerdocio Aarónico

élder Thomas S. Monson
del Quórum de los Doce Apóstoles

Thomas S. Monson«Esta es nuestra asignación: salvar a todo muchacho, asegurando así un esposo digno para cada una de nuestras jóvenes, fuertes quórumes del Sacerdocio de Melquisedec y un cuerpo misional apto y capacitado para cumplir con lo que el Señor espera de ellos.»

Todo misionero de la Iglesia conoce el pasaje de escritura del libro de Amós, que dice: «Porque no hará nada Jehová el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas.» (Amós 3:7.) Y todo miembro de la Iglesia canta de corazón las palabras del conocido himno:

Te damos, Señor, nuestras gracias
que mandas de nuevo venir
profetas con tu evangelio
guiándonos como vivir.
(Himnos de Sión, núm. 178.)

¿Que secretos ha revelado el Señor a su profeta, nuestro amado presidente Spencer W. Kimball? ¿Que consejos nos daría esta noche si estuviera aquí, para guiarnos en «cómo vivir»‘? ¿Lo escucharíamos’? ¿Le obedeceríamos? ¿Seríamos hacedores de la palabra, y no sólo oidores que se engañan a sí mismos? (Véase Santiago 1:22.)

Hace tiempo, al reunirnos las Autoridades Generales en un cuarto del templo, el presidente Kimball se puso de pie y nos dio instrucciones, diciendo:

«Hermanos, últimamente he estado preocupado por el hecho de que no tenemos suficientes misioneros para proclamar el mensaje de la Restauración. He oído a algunos padres que dicen: ‘Dejamos que nuestro hijo decida solo con respecto a salir en una misión’, o, ‘Esperamos que nuestro hijo vaya en una misión porque sería una buena experiencia para él’. También he oído a algunos jóvenes que dicen: ‘ Creo que solo iré en misión si siento fuertes deseos de hacerlo’.»

El Presidente entonces levantó la voz y, poniéndose de puntillas. lo que hace cuando quiere comunicar con fervor una idea, agregó:

«Realmente, no importa que mamá o papá piensen que será bueno para el hijo ir en una misión. No importa si Juan, Tito o Paco quieren o no quieren ir. ¡Tienen que ir!»

Después, procedió a señalar la obligación misional que cada uno de nosotros tiene de agradecer el sacrificio y el servicio de aquellos misioneros que, dejando hogar y familia, llevaron el evangelio a nuestros padres o abuelos en tierras cercanas y lejanas.

Me gusta leer el diario misional de mi abuelo. Sus primeras anotaciones son dignas de mención. Una dice: «Hoy me case en el Templo de Salt Lake con la chica de mis sueños.» La anotación hecha la noche siguiente en el diario dice:

«Esta noche vino el obispo a visitarnos, y me pidió que volviera a Escandinavia en una misión de dos años. Por supuesto, iré, y mi dulce esposa se quedara acá y me sostendrá.»

¡Cuan agradecido estoy por tener una herencia misional. Los del Consejo de los Doce hemos oído al presidente Ezra Taft Benson contar de cuando su padre fue llamado a la misión. Tuvo que dejar a su esposa, sus siete hijos, la granja y todo lo que tenía. ¿Perdió algo? El presidente Benson cuenta cómo su madre reunía a la familia alrededor de la mesa de la cocina y allí a la temblorosa luz de una lámpara de queroseno, leía las cartas de su esposo. Durante la lectura, hacía varias pausas para limpiarse las lágrimas. ¿Y cuál fue el resultado? Cada uno de los hijos salió, a su vez, en una misión.

Al esforzarnos por responder al potente llamado del presidente Kimball al servicio misional, quizás debiéramos examinar el camino del Sacerdocio Aarónico, el cual capacita, despierta el deseo de servir y conduce al joven que lo recorre, no sólo al llamamiento misional, sino también a casarse en el templo y, al fin de su jornada, incluso a la exaltación en el reino celestial de Dios.

Es esencial, hasta imprescindible, que estudiemos ese camino, puesto que son demasiados los muchachos que tropiezan, se tambalean y luego caen sin llegar a cruzar la línea de llegada que los lleva a los quórumes del Sacerdocio de Melquisedec. Mas aun, por primera vez en la historia de la Iglesia, el número de candidatos a élder es mayor que el de poseedores del Sacerdocio de Melquisedec, deteriorando así la base activa del sacerdocio de la Iglesia y limitando la actividad de buenas esposas y preciosos hijos.

¿Qué podemos hacer los líderes para cambiar esta situación? ¿Cómo podemos asegurarnos de que todo joven llegue a la meta? Debemos comenzar en la fuente donde nace la corriente del Sacerdocio Aarónico. Hay una antigua costumbre china que tiene como objeto determinar la cordura de una persona: se le muestra una corriente cuyas aguas desembocan en un charco de agua estancada, y se le da un balde, diciéndole que vacíe el charco; si lo primero que hace es embalsar la corriente que fluye en el pozo, se le juzga cuerdo; pero, si en lugar de prestar atención a la corriente trata de vaciar el pozo sacando el agua con el balde, entonces lo juzgan demente.

La mejor manera para que podamos resolver el problema del aumento de los candidatos a élder es concentrarnos en el Sacerdocio Aarónico.

Por revelación, el obispo es el presidente del Sacerdocio Aarónico y de los presbíteros en su barrio. (D. y C. 107:87-88.) Esa responsabilidad que Dios le ha dado no la puede delegar; pero puede hacer responsables a sus consejeros y nombrar como asesores de los quórumes a hombres que tengan influencia sobre los muchachos, que sean un modelo para ellos. Si yo fuera obispo, hablaría con mi segundo consejero y le diría: ‘Hermano López, usted tiene el deber de cuidar de nuestros diáconos; asegúrese de que sean dignos y de que cada uno sea ordenado maestro al llegar a los catorce años.’ Después, le diría a mi primer consejero: «Hermano Saldivar, usted tiene la responsabilidad de que cada uno de los maestros sea digno y que sea ordenado presbítero al cumplir dieciséis años. Y yo, como obispo, me encargare de trabajar con los jóvenes presbíteros en tal forma que puedan mantenerse limpios y ser ordenados élderes al acercarse la época de salir en una misión.»

Por lo tanto, esta es nuestra asignación: salvar a todo muchacho, asegurando así un esposo digno para cada una de nuestras jóvenes, fuertes quórumes del Sacerdocio de Melquisedec y un cuerpo misional apto y capacitado para cumplir con lo que el Señor espera de ellos.

Un buen paso para empezar es despertar en el diácono la comprensión espiritual de lo sagrado de su oficio. Yo llegue a lograr ese conocimiento el día que el obispado me pidió que llevara la Santa Cena a un hermano que estaba confinado en su casa, a un kilómetro y medio de la capilla. En aquella mañana especial de domingo, después de golpear la puerta del hermano Wright y oír su débil voz que me dijo ‘ Pase», entre no sólo en una humilde casa sino también en un cuarto lleno del Espíritu del Señor. Me arrime a la cama y con mucho cuidado le acerqué un trozo de pan a la boca; luego, le acerqué la copa de agua para que bebiera. Antes de irme, me sonrió y me dijo: »Que Dios te bendiga, hijo». Y Dios me ha bendecido hasta hoy con aprecio y gratitud por los sagrados emblemas.

¿Se le da a todo maestro la asignación de enseñar en la orientación familiar? ¡Que gran oportunidad de prepararse para una misión! Y que gran privilegio de aprender a disciplinarse en el deber. Automáticamente, el joven deja de preocuparse de sí mismo cuando se le encarga cuidar de otras personas.

¿Y que de los presbíteros? Estos jóvenes tienen la oportunidad de bendecir la Santa Cena, continuar en la orientación familiar y participar en la sagrada ordenanza del bautismo. Recuerdo cuando de diácono los observaba al oficiar en la mesa sacramental. Había uno que tenía una hermosa voz y leía las oraciones sacramentales con excelente dicción casi como si estuviera en un concurso de oratoria. Los mayores del barrio lo felicitaban por su «voz de oro», y creo que le entró cierto orgullo. Había otro presbítero que era sordo, lo que hacia que su voz tuviera un tono extraño. A veces, cuando él bendecía la Santa Cena, los diáconos ahogábamos risitas. No comprendo cómo nos atrevíamos; Jack tenía unas manazas de oso con las que hubiera podido aplastarnos.

En una ocasión se asignaron en la mesa sacramental a Barry, el de la voz hermosa, y Jack, el que le costaba tanto hacerlo. Cantamos el himno y ambos presbíteros partieron el pan. Barry se arrodilló, y todos bajamos la cabeza. Silencio. Los diáconos empezamos a abrir los ojos para ver la causa de la demora. Jamas olvidare la imagen de Barry, buscando frenéticamente la tarjeta impresa con las oraciones sacramentales; pero no la encontró. ¿Qué haría? Primero empalideció y luego se puso rojo como la grana al ver que los de la congregación lo miraban. Entonces Jack extendió su manaza de oso y de un tirón suave lo hizo sentar en el banco; luego, se arrodilló en el reclinatorio y se puso a orar: «Oh Dios, Padre Eterno, en el nombre de Jesucristo, tu Hijo, te pedimos que bendigas y santifiques este pan para las almas de todos los que participen de él . . .» Terminó la oración y pasamos el pan. Luego bendijo el agua, y la repartimos. Ese día, los diáconos adquirimos gran respeto por Jack, que, a pesar de su impedimento, había memorizado las oraciones sagradas. También Barry sintió nueva estima por él. Entre ambos se estableció un duradero lazo de amistad.

Mas allá de la influencia del obispado y los asesores de los quórumes esta la del hogar. Cuando se pide debidamente el apoyo de los padres, en este se basa a menudo el éxito o el fracaso. Las estadísticas recientes nos revelan que la influencia del hogar sobrepasa cualquier otro factor en determinar si el joven rendirá servicio misional y se casara en el templo.

No debemos pasar por alto la fuerza y la influencia de los dedicados miembros de las presidencias de quórum en el Sacerdocio Aarónico. Las revelaciones no pueden ser mas claras:

«Y además, de cierto os digo, el deber de un presidente del oficio de diácono es presidir a doce diáconos, sentarse en concilio con ellos y enseñarles sus deberes, edificándose el uno al otro conforme a lo indicado en los convenios. . .»(D. y C. 107:85.)

Al presidente del quórum de maestros y al obispo, como presidente del quórum de presbíteros, se da una responsabilidad semejante. (D. y C. 107:86-88.)

El comité del Sacerdocio Aarónico de la estaca también es de gran ayuda. Presidentes de estaca,  ¿os aseguráis de que los miembros del sumo consejo que integran este importante comité visitan continua y regularmente los quórumes del Sacerdocio Aarónico’? ¿Saben esos hermanos el nombre de cada uno de los chicos que lo poseen en la estaca? Las generalidades no sirven; si tratamos en estos términos, jamas obtendremos el éxito; pero si tratamos con lo especifico, rara vez fracasaremos.

Recuerdo el barrio que presidía nuestro hermano Joseph B Wirthlin, él tenía un quórum de 45 presbíteros. Los 45 fueron ordenados élderes y todos fueron misioneros. El hermano Alvin R. Dyer presidía un quórum de 48 presbíteros; 4ó de ellos salieron en una misión y 47 se casaron en la Casa del Señor. Esto en verdad puede hacerse. Debemos salvar a cada muchacho.

Cuando yo era obispo, un domingo de mañana note que faltaba uno de los presbíteros en la reunión del sacerdocio. Deje el quórum con el asesor, y me fui a la casa de Richard. Su madre me dijo que estaba trabajando en el taller mecánico de una gasolinera cercana. Me fui al taller en su busca y mire por dondequiera, pero no lo pude encontrar. De pronto tuve la inspiración de mirar dentro del pozo de engrase; desde la oscuridad me miraron dos ojos brillantes. Luego oí su voz, que decía: «¿Cómo me encontró, obispo? ¡Ya subo!» Richard jamas faltó a otra reunión del sacerdocio.

Después, se mudo con su familia. Como un año mas tarde, el obispo Arthur Spencer, de la Estaca Wells, me llamó y me dijo que Richard había aceptado un llamamiento misional a México y deseaba saber si yo estaría dispuesto a hablar en su reunión de despedida, a invitación de su familia. En la reunión, cuando le tocó hablar al joven misionero, dijo que el momento crucial en su determinación de cumplir una misión había ocurrido una mañana de domingo-no en la capilla, sino al levantar la vista desde la oscuridad de un pozo de engrase, y encontrarse con la mano extendida del presidente de su quórum.

John Barrie, el poeta escocés. dijo: «Dios nos ha dado la memoria, para que podamos tener flores de verano en el invierno de nuestra vida.» Por experiencia propia sé que algunas de las flores más fragantes y hermosas que se puedan encontrar florecen en profusión en el camino del Sacerdocio Aarónico. En ese camino hay pies que enderezar, manos que tomar, mentes que cultivar, espíritus que inspirar y almas que salvar.

Os invito a cada uno de vosotros, los hombres, a caminar conmigo, hombro a hombro, junto con todos los poseedores del Sacerdocio Aarónico de la Iglesia, por este camino del sacerdocio que conduce adelante, hacia arriba, hasta la perfección. En el nombre de Jesucristo. Amén.

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