El evangelio y la Iglesia

Conferencia General Octubre 1984logo 4

El evangelio y la Iglesia

élder Ronald E. Poelman
del Primer Quórum de los Setenta

Ronald E. Poelman«Cuando veamos en nuestra vida la armonía que existe entre el evangelio y la Iglesia, es mucho más probable que hagamos lo correcto por la razón correcta.»

Tanto el evangelio de Jesucristo como la Iglesia de Jesucristo son verdaderos y divinos, y existe entre ellos una relación esencial que es sumamente importante. Si comprendemos la relación que existe entre el evangelio y la Iglesia, esto evitara que tengamos confusión, que pongamos mal nuestras prioridades y que esperemos cosas que no son realistas; también nos llevara a alcanzar nuestras metas justas al participar feliz y satisfactoriamente en la Iglesia, evitara el descontento y nos proporcionara grandes bendiciones personales.

Al tratar de describir y hacer comentarios con respecto a la relación esencial que existe entre el evangelio y la Iglesia, ruego que podamos desarrollar una perspectiva que alcance a realzar la influencia que en nuestra vida personal ejercen tanto el evangelio como la Iglesia.

El evangelio de Jesucristo es un plan divino y perfecto. Esta compuesto de principios, leyes y ordenanzas eternos e inmutables que se aplican universalmente a las personas de todas las épocas, lugares y circunstancias, y sus principios nunca cambian.

La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días es el reino de Dios sobre la tierra, y es administrada por el sacerdocio de Dios. La Iglesia tiene la autoridad para enseñar correctamente los principios y la doctrina del evangelio y para administrar sus ordenanzas esenciales.

El evangelio es el plan divino para alcanzar la salvación y la exaltación personal e individual, mientras que la Iglesia cumple el mandato divino de proporcionar los medios y los recursos necesarios para poner en vigor este plan en la vida de cada persona.

Dentro de la Iglesia se elaboran normas, procedimientos y programas para ayudarnos a alcanzar las bendiciones del evangelio de acuerdo con nuestra capacidad y circunstancias individuales. Bajo la dirección divina, en ocasiones se hacen cambios a estas normas, programas y procedimientos, cuando esto es necesario para cumplir con los propósitos del evangelio.

Los principios eternos revelados que contienen las Escrituras son la base de cada aspecto de la administración y actividad de la Iglesia. Y al aumentar individual y colectivamente nuestro conocimiento, aceptación y aplicación de los principios del evangelio, podemos utilizar la Iglesia con mayor eficacia para ayudarnos a centrar cada vez mas nuestra vida en el evangelio.

Los principios eternos del evangelio, puestos en practica a través de la Iglesia divinamente inspirada, se aplican a una gran diversidad de personas en muchas culturas diferentes. Por lo tanto, al vivir el evangelio y participar en la Iglesia, el cumplimiento que requiramos de nosotros mismos y de otros debe estar sujeto a las normas de Dios. La ortodoxia en la que insistamos debe estar basada en los principios fundamentales, las leyes eternas y la dirección que dan aquellos que tienen autoridad en la Iglesia.

A través del estudio y la meditación de las Escrituras, obtenemos la perspectiva correcta, pues al leerlas, aprendemos el evangelio tal como lo enseñaron varios profetas en una diversidad de circunstancias, épocas y lugares. Vemos las consecuencias que sufrieron muchas personas diferentes al aceptarlo o rechazarlo, y al aplicar o no sus principios. En las Escrituras descubrimos que se han utilizado diferentes formas, procedimientos, reglamentos y ceremonias institucionales, todos los cuales fueron divinamente establecidos con el fin de implantar los principios eternos. Las practicas y los procedimientos cambian, pero los principios no.

Por medio de nuestro estudio de las Escrituras, podemos aprender los principios eternos y la manera de relacionarlos con los recursos institucionales. Al aplicar las Escrituras a nosotros mismos, podremos utilizar mejor la Iglesia restaurada con el fin de aprender, vivir y compartir el evangelio de Jesucristo.

Una de mis fuentes favoritas de las Escrituras es el libro de Levítico, en el Antiguo Testamento. Básicamente es un manual de instrucciones para los sacerdotes hebreos y contiene muchos reglamentos, ritos y ceremonias que a nosotros nos parecen extraños e inaplicables, pero también contiene principios eternos del evangelio que son familiares para nosotros y se aplican a todos.

Es interesante e instructivo leer el capítulo 19 de Levítico y notar los principios y también las reglas y practicas que contiene.

En los primeros dos versículos leemos lo siguiente: «Habló Jehová a Moisés, diciendo: Habla a toda la congregación de los hijos de Israel» (Lev. 19:12). Este es el principio de la revelación: Dios habla a sus hijos por medio de los profetas. Y así lo hace en la actualidad.

Continuando, el Señor le dijo a Moisés: «Y diles: Santos seréis, porque santo soy yo Jehová vuestro Dios» (Lev. 19:2). En el Sermón del Monte. Jesús dijo: «Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que esta en los cielos es perfecto» (Mat. 5:48). Este es un principio eterno del evangelio.

Y siguen a estos otros principios eternos, algunos tomados de los Diez Mandamientos. También se incluyen reglas y programas que tenían como fin inculcar estos principios entre los antiguos hebreos, bajo las circunstancias de su época.

Por ejemplo, se enseña la responsabilidad divinamente ordenada de cuidar de los pobres, y se presenta un programa para poner en practica este principio, que es, proporcionarles alimento dejando las espigas de la cosecha y no segando el ultimo rincón del campo. (Lev. 19:9-10.) En la actualidad son muy diferentes los programas establecidos para el cuidado de los pobres, pero la ley divina es la misma. Hay otro principio que se aplica a ambos programas, tanto al antiguo como al moderno, y es que los que reciben ayuda deben tener también la oportunidad de ayudarse a sí mismos hasta donde sea posible.

El versículo 13 habla del principio de la honradez, y lo acompaña una regla que requiere que los patrones paguen a sus empleados al final de cada día. Generalmente, en la actualidad esa regla ya no es necesaria, pues el principio eterno de la honradez se implanta mediante otras reglas y prácticas.

El versículo 27 contiene una regla con respecto al aseo personal, y esta claramente no se aplica a nosotros; sin embargo, tenemos nuestras propias normas de aseo personal. Ninguno de estos dos casos se trata de un principio eterno, y, sin embargo, ambos tienen el propósito de ayudarnos a poner en practica y compartir los principios del evangelio.

El versículo 18 del mismo capitulo nos habla del principio del perdón, y concluye con el segundo gran mandamiento, «Amaras a tu prójimo como a ti mismo», y después termina con el sello de aprobación del Señor: «Yo Jehová».

Todo miembro de la Iglesia tiene la oportunidad, el derecho y el privilegio de recibir un testimonio personal con respecto a los principios del evangelio y las practicas de la Iglesia, sin el cual podemos sentirnos confusos o quizás agobiados por lo que nos parecen ser tan sólo requisitos institucionales de la Iglesia.

Debemos obedecer los mandamientos y seguir los consejos de los lideres de la Iglesia, pero también debemos buscar y obtener un testimonio personal e individual de que algún principio o consejo es correcto y divinamente inspirado, mediante el estudio, la oración y la influencia del Espíritu Santo. Entonces podremos obedecer con comprensión y entusiasmo, utilizando la Iglesia como un conducto por medio del cual podemos dar de nuestra lealtad, tiempo, talentos y otros recursos sin renuencia ni resentimiento.

Podremos participar felizmente en la Iglesia y sentirnos complacidos con los resultados cuando relacionemos sus metas, programas y normas como organización con los principios del evangelio y con nuestras metas personales y eternas. Cuando veamos en nuestra vida la armonía que existe entre el evangelio y la Iglesia, es mucho más probable que hagamos lo correcto por la razón correcta. Pondremos en practica la autodisciplina y la iniciativa justa, guiados por los líderes de la Iglesia y el sentido de nuestra responsabilidad divina.

La Iglesia nos ayuda en nuestro esfuerzo por utilizar con ingenio nuestro libre albedrío, no para inventar valores, principios e interpretaciones propios, sino para aprender y vivir las verdades eternas del evangelio. El vivir el evangelio es un proceso continuo de renovación y superación individual que sigue hasta que la persona este preparada y capacitada para entrar cómoda y confiadamente a la presencia de Dios.

Mis hermanos y hermanas, por preferencia personal y a través de mi formación y experiencia, durante la mayor parte de mi vida he buscado comprender las cosas mediante los datos y la aplicación del razonamiento. Y continuo haciéndolo. No obstante, aquello que sé con mas certeza y que más ha afectado mi vida no lo he sabido por estos medios solamente, sino por la confirmación consoladora del Espíritu Santo.

Y por medio de ese mismo Espíritu testifico que Dios es nuestro Padre, que Jesús de Nazaret es el Unigénito del Padre en la carne y que es el Salvador y Redentor de toda la humanidad y de cada uno de nosotros. Por medio de su sacrificio expiatorio, todos aquellos que lo acepten con fe y arrepentimiento y guarden sus convenios sagrados tendrán la posibilidad de recibir el don de la redención y la exaltación.

Ruego que cada uno de nosotros podamos continuar aprendiendo y aplicando los principios eternos del evangelio, utilizando plena y apropiadamente los recursos de esta divina Iglesia restaurada.

En las palabras del líder nefita Pahorán: «Regocijémonos en el gran privilegio de nuestra iglesia y en la causa de nuestro Redentor y nuestro Dios» (Alma 61:14). En el nombre de Jesucristo. Amén.

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