Conferencia General Octubre 1984
El gozo de la luz eterna
élder F. Enzio Busche
del Primer Quórum de los Setenta
«¿Hasta qué punto estamos permitiendo que el poder de esta voz gobierne nuestra vida?»
¡Cuán maravilloso es estar en la presencia de un profeta viviente! En una de las grandes ciudades de este mundo, un hombre se encuentra parado junto a la ventana de su apartamento mirando el día gris y lluvioso. «Este no es un día cualquiera», piensa dentro de sí mientras ve desaparecer en sus bicicletas al final de la calle a los dos jóvenes que acaban de visitarlo. Él se está dando cuenta de la manera tan grande en que su vida se ha bendecido desde que comenzó a escuchar a estos dos humildes embajadores del Señor enviados por La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. En verdad, este no es un día cualquiera, pues hoy, a petición de los jóvenes misioneros, se le había permitido hacer un convenio con su Padre Celestial para la remisión de sus pecados por medio del bautismo, y recibir el Espíritu Santo.
«Nunca me consideré un gran pecador», reflexionó. «Siempre he mantenido a mi familia, y fui un buen padre y un buen marido para mi querida esposa, ya fallecida.»
Él recuerda como su vida adquirió una nueva perspectiva cuando por primera vez él aprendió, por medio de estos dos jóvenes, a orar correctamente; no solo a decir unas cuantas palabras placenteras, sino a abrir su corazón en sagrada comunicación con su Padre Celestial. ¡Que gozo sintió cuando se enteró, por conducto de los misioneros, de que él también era hijo literal de un amoroso Padre Celestial! Como si tuviera una luz cada vez mayor dentro si, ahora puede comprender el verdadero propósito del dolor, las frustraciones y la lucha de su vida anterior que lo indujeron a pensar, a investigar y a buscar con ahínco la verdad, por lo que estaba listo para escuchar cuando estos dos jóvenes llamaron a su puerta.
¡Cuánto ha aprendido desde aquella primera sagrada experiencia en la que abrió su corazón y hablo con su Padre Celestial! Súbitamente comprende el profundo y significativo propósito de su vida, y ahora puede reconocer con profunda gratitud las muchas preciosas bendiciones que recibe cada día con las oportunidades para servir y ayudar a otros. Cada vez más sensible a la necesidad de un arrepentimiento, puede llenar todas las horas de su vida con la presencia de ese Espíritu, y por tanto, con gran gozo. Con cada nuevo día, él siente como si el sol de una hermosa mañana de primavera está despertando y renovando su alma después de una larga y obscura noche invernal.
A la luz de este Espíritu que lo acompaña, ahora ve a la gente del mundo tal come es: dan(lo vueltas en torno a su vanidad, con sus vanas ambiciones, y una falta de sensibilidad a la grandeza de Dios y a su plan de salvación. Está comenzando a entender que la única carga, el único dolor y la única frustración del ser humano es la carga de las malas acciones, el peso del pecado. ¡Qué experiencia más sagrada», piensa, «poder aprender más acerca de mí mismo y del divino mandato del Espíritu de ser, mas honrado, de tener más amor puro de Cristo, de poder perdonar, de tener paciencia, de comprender y de vencer la holgazanería y la desidia y otros deseos de la mente carnal!»
Comprende que Dios siempre estuvo allí, pero que él estaba ciego, cegado por las tradiciones de su ambiente. Reflexiona la verdad que encierran las palabras del profeta Isaías:
«He aquí que no se ha acortado la mano de Jehová para salvar, ni se ha agravado su oído para oír;
«pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír. » (Is. 59:12. )
Ahora puede ver que no importa cuán numerosos sean los pecados de un ser humano, todos parecen proceder de la misma fuente: la pereza, la complacencia y la ceguera que nos impide buscar a nuestro Dios y Rey en cada una de las etapas de nuestra vida y convertirnos enteramente en sus discípulos. Por primera vez entiende las palabras del Señor Jesucristo, cuando dijo:
«Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame.
«Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará. ‘‘ (Mat. 16:24-26.)
Comprende que el Señor sabía que no podríamos aceptarlo a medias. Cuando no estamos totalmente dedicados, no podemos gozar de su luz y ser sus discípulos.
Entonces también dijo otro: Te seguiré, Señor: pero déjame que me despida primero de los que están en mi casa.
»Y Jesús le dijo: Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios. ‘‘ (Lu. 9: 61-62.)
A la luz de este Espíritu que lo acompaña, el ya no siente miedo de lo que sus parientes y amigos puedan pensar de él, ahora que ha tomado sobre sí el nombre de Cristo. Quizás no puedan entenderlo y tal vez se mofen de él, pero ahora se da cuenta de cuan fácil la será amarlos de todas maneras, porque ahora los entiende mejor que nunca; y hará todo lo posible dentro de su corazón por interesarse verdaderamente por ellos, para que los llene la luz para que pueda penetrar la obscuridad de sus vidas.
Comprende, en la luz y el poder del Espíritu Santo, cuán grande privilegio nos concede y nos manda el Señor de pagar un diezmo integro y nos invita a servir para que nuestras acciones diarias puedan mostrar lo mucho que amamos a nuestro Padre Celestial.
No, no es difícil despedirse del mundo con sus ansias de lujurias, su sed de placer y su búsqueda de poder que deja al mundo andando a tientas dentro del lodazal del egoísmo. Entiende que, al poner su vida en las manos de nuestro Padre Celestial, él ahora se ha convertido en un discípulo de Cristo y ha experimentado en su plenitud la dulzura de la luz divina-la luz y el poder del Espíritu Santo. Nunca más podrá sentirse satisfecho con la luz que puede encontrar en éste mundo. ¡No, nunca más podrá olvidar a su Salvador y Maestro!
A tal grado aprecia cl el privilegio especial de ser invitado todos los domingos a renovar sus convenios en el sagrado ambiente de la Santa Cena. El poder de ésta le da el conocimiento de que siempre escuchará a ese Espíritu que enseña al hombre a orar acerca del cual Nefi, el profeta del cual recién aprendió, testificó
«Porque si escuchaseis al Espíritu que enseña al hombre a orar, sabríais que os es menester orar.» (2 Ne. 32:8.)
Ahora comprende que mediante la autoridad de dicho Espíritu se ha vuelto más reverente, que las palabras de sus oraciones han ido disminuyendo cada vez más hasta quedarse totalmente callado, y se cambió de alguien que habla en alguien que escucha que escucha la voz apacible, suave y dulce, cuya palabra viva y eficaz, y «más cortante que una espada de dos filos.» (D. y C. 6:2.)
Mis queridos hermanos y hermanas en el convenio, ¡qué bendecidos somos de que nuestros ojos se han abierto y nuestros corazones han sido tocados con el conocimiento de esta verdad!
Y ahora, al apartarnos de este nuevo converso con su maravillosa experiencia de una nueva vida, os invito, con el espíritu del amor de Dios, a reflexionar: ¿Hasta qué punto estáis permitiendo que el poder de esta voz gobierne vuestra vida? Consideremos las palabras del profeta Alma:
»Y ahora os pregunto, hermanos míos de la iglesia: ¿Habéis nacido espiritualmente de Dios? ¿Habéis recibido su imagen en vuestros rostros? ¿Habéis experimentado este gran cambio en vuestros corazones? . . .
«¿Habéis caminado, conservándoos inocentes delante de Dios? Si os tocase morir en este momento, ¿podríais decir, dentro de vosotros, que habéis sido suficientemente humildes? ¿qué vuestros vestidos han sido lavados y blanqueados mediante la sangre de Cristo, que vendrá para redimir a su pueblo de sus pecados?
«He aquí, él invita a todos los hombres, pues a todos ellos se extienden los brazos de misericordia, y él dice: Arrepentíos, y os recibiré.» (Alma 5:14-15, 27, 33.)
Mis queridos hermanos y hermanas, aprendamos a vivir siempre alumbrados por la potente comprensión de la necesidad que tenemos de cambiar constantemente nuestro corazón, para que la luz y el poder del Espíritu Santo pueda penetrarnos siempre, para que seamos mejores padres y madres, esposos y esposas, hijos e hijas, y obreros más diligentes, con el sueño y la visión de tocar la vida de todos los hijos de nuestro Padre Celestial y llevar a cabo la revolución final entre todos los pueblos de esta tierra, una revolución dirigida por el único director de la verdad, sin cl cual no habrá paz ni salvación, a saber, el Señor, Jesucristo. Lo digo humildemente en Su nombre. Amén.
























