Las obras de Dios

Conferencia General Octubre 1984logo 4

Las obras de Dios

élder James E. Faust
del Quórum de los Doce Apóstoles

James E. Faust«El cuidar de los desvalidos y el ayudar a los descarriados es una manifestación del amor puro de Cristo.»

Rogando que me podáis comprender, y con cierta timidez, os hablaré con respecto a los padres y a los hijos con problemas especiales. Lo haré porque estoy convencido de que estos problemas extraordinarios existen, como lo dijo el Salvador, «para que las obras de Dios se manifiesten». (Jn. 9:3) La forma en que se encaren dichos problemas puede ser la expresión de la esencia misma del evangelio de Cristo.

Es común ver en nuestras congregaciones pequeños grupos de hermanos cerca del púlpito que se comunican por senas así como por el Espíritu. Son los que padecen sordera. No falta un alma bondadosa y talentosa que se siente enfrente del grupo y que con amor exprese con movimientos de las manos los sonidos y las sílabas.

Hace poco, en una concurrida reunión, observe conmovido a los miembros privados del oído cantar himnos en partes por senas con las manos. En las partes de los bajos y los tenores, las hermanas no movían las manos: en las partes de las sopranos y las contraltos, los hermanos no se movían. Ver aquello me emocionó mucho.

Los que no pueden oír se cuentan entre las personas especiales entre nosotros, como lo son los privados de la vista y los que padecen otras limitaciones físicas o mentales.

Quisiera expresar mi aprecio por aquellos que sirven a los que tienen impedimentos y a la vez impartir un mensaje de consuelo a sus familias, particularmente a los padres. ¿Hay acaso en el mundo hija o hijo de Dios sin ninguna imperfección? ¿Acaso la vida no vale vivirse si no es perfecta? ¿Acaso los impedidos no brindan también sus dones especiales a la vida y a las demás personas de una manera que no puede expresarse en ninguna otra forma’? Es difícil que en una familia no haya nadie sin alguna imperfección física o intelectual. Siento gran estimación por los padres que sobrellevan y superan estoicamente su angustia y su dolor por un hijo que ha nacido con una seria debilidad física o mental, o que la ha adquirido después, angustia y dolor que muchas veces se prolongan a lo largo de toda la vida de los padres o del hijo. A menudo, los padres tienen que prestar, día y noche, constante y sobrehumana atención. Los brazos y el corazón de muchas madres han dolido sin cesar por arios, dando consuelo y aliviando el sufrimiento de su hijo especial.

La aflicción de los padres al enterarse de que su hijo no se desarrolla en forma normal a veces no se puede describir. Las lagrimas, las preguntas sobre lo que el niño podrá o no podrá hacer son conmovedoras: «Doctor, ¿podrá nuestro hijo hablar, caminar, bastarse a sí mismo?» Muchas veces no hay mas que una respuesta cierta: «Tendrán que sentirse agradecidos de cualquier nivel de desarrollo que el niño logre.»

La mayor preocupación es siempre la que atañe al cuidado de la persona impedida; y cl proyectarlo en lo futuro puede parecer abrumador. El pensar en los inciertos años venideros o aun en toda una vida de cuidado constante y doloroso puede parecer mas de lo que se puede soportar. A veces pasan muchos años antes de que se reconozca que hay un impedimento. Padres y familiares pueden entonces empezar por aceptar el problema y sobrellevarlo un día a la vez.

La madre de un niño gravemente impedido dijo: «Gradualmente empece a vivir sólo al día y las cosas no me parecieron tan difíciles. De hecho, al fin de cada día daba gracias al Señor por las fuerzas que había tenido en ese día y le rogaba por el siguiente. Así aprendí a amarlo y a apreciar su lugar en nuestro hogar.»

En una carta a sus padres, un misionero decía acerca de su hermano menor seriamente impedido: «Mama, besa a Billy todos los días por mí. En una de nuestras lecciones aprendí que mi hermanito ira automáticamente al reino de Dios. Sólo ruego poder llegar a ser como él y vivir con mi Padre Celestial y estar con mi hermanito y conversar con él. Él es una dádiva especial, por lo que somos muy bendecidos.»

La tarea que supone el tener entre nosotros a una persona impedida no es nada nuevo. Muchos se han preguntado por que existen tales limitaciones, como se lo preguntaron en el tiempo de Jesús:

«Al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento.
«Y le preguntaron sus discípulos, diciendo: Rabí, ¿quien pecó, este o sus padres, para que haya nacido ciego?
«Respondió Jesús: No es que pecó este, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él.» (Jn. 9:1-3.)

¿Cómo se manifiestan las obras de Dios en estos impedidos hermanos nuestros’? Sin duda se manifiestan grandemente en el cuidado amoroso de los padres, de los demás familiares, amigos y conocidos. Los impedidos no están en probación; los que no tenemos impedimentos somos los que estamos en probación. Si bien los inhabilitados no pueden medirse al igual que los demás, muchos se benefician considerablemente con cada logro, por pequeño que este sea.

La obra de Dios con respecto al impedido se manifiesta de muchas maneras. Se demuestra de un modo milagroso en el hecho de que muchos con impedimentos mentales y físicos son capaces de adaptarse y contrabalancear sus limitaciones. A veces, se les agudizan otros sentidos en forma admirable. Una jovencita con gran retardo del habla y de movimiento arregló un complicado reloj aunque nunca había aprendido nada de ello ni tenia experiencia al respecto.

Muchas de estas personas especiales son superiores en muchos aspectos. También van progresando en la vida y nuevas cosas se despliegan ante ellas cada día, lo mismo que para nosotros. Pueden ser extraordinarias en su fe y espíritu. Algunas pueden, por medio de sus oraciones, comunicarse con Dios de un modo asombroso. Muchas tienen una fe pura en los demás y una creencia poderosa en Dios; pueden infundir su fortaleza espiritual a los que les rodean.

Para el impedido, el procurar hacer frente a la vida es en muchos casos como tratar de alcanzar lo inalcanzable. Pero recordemos las palabras del profeta José Smith: «Todas las mentes y espíritus que Dios ha enviado al mundo están capacitados para progresar.» (Enseñanzas del profeta José Smith, pág. 438-439.) Ciertamente, en la infinita misericordia de Dios, los que padecen de limitaciones físicas y mentales no serán así después de la resurrección. De ello, Alma dice: «El espíritu y el cuerpo serán reunidos otra vez en su perfecta forma; los miembros así como las coyunturas serán restaurados a su propia forma.» (Al. 11:43.) Las aflicciones, como la vida mortal, son temporarias.

Por cierto, la ayuda ajena servirá emocionalmente de bálsamo a la persona que tiene el deber de cuidar del desvalido; aunque sea una hora, de vez en cuando, esta se agradecerá. La madre de un niño inhabilitado dijo: «No podría sonar jamas con ir de vacaciones a Hawaii; todo lo que anhelo es pasar una tarde fuera de casa.»

La enseñanza del Salvador de que los impedimentos no son castigos por pecados impuestos ni a los que los padecen ni a sus padres también se puede entender y aplicar en la actualidad. ¿Podría alguien decir que se esta castigando a un niño inocente porque haya nacido con un problema especial? ¿Por que suponen aquellos padres, que se han conservado limpios de enfermedades sociales y de substancias nocivas que producen adicción y que pueden afectar la descendencia, que el nacimiento de un niño impedido es alguna forma de reprensión divina? Por lo general, ambos padres y los hijos están libres de culpa. El Salvador del mundo nos recuerda que el Padre Celestial «hace salir su sol sobre malos y buenos, y . . . hace llover sobre justos e injustos» (Mat. 5:45).

Reciban mi agradecimiento y reconocimiento los muchos que con bondad y destreza atienden a nuestros impedidos. Encomio en particular a los padres y a los familiares que han cuidado de sus hijos con necesidades especiales en el ambiente de amor de su propia casa. El cuidar de ellos es un servicio especial que se presta al Maestro mismo, puesto que Él dijo: «En cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.»

A veces a los padres de niños impedidos les abochornan u ofenden personas que con palabras torpes les expresan compasión sin tener en cuenta la intensidad del amor de los padres por aquel niño. Se puede afirmar que no hay menos amor en las familias por el bebe desvalido al cual hay que alimentar, bañar y vestir, que por el desvalido ya mayor. Amamos a los que servimos y que nos necesitan.

¿Por que no mirar mas allá del bastón, de la silla de ruedas, de los aparatos ortopédicos y de las muletas y ver el corazón de quienes los usan? Ellos son seres humanos y solo quieren que se les trate como al resto de la gente; si bien su apariencia puede ser diferente, que se muevan con dificultad o hablen con vacilación, aun así tienen los mismos sentimientos que los demás: ríen, lloran, conocen el desaliento y la esperanza, y no desean que se les esquive. Quieren ser amados por lo que son en su interior sin ningún prejuicio por su invalidez. ¿Por que no puede haber mas tolerancia por las diferencias en la capacidad física y mental?

Quienes conocen de cerca a impedidos pueden percibir la nobleza de los espíritus aprisionados en cuerpos o mentes lisiados.

También quisiera dar una palabra de consuelo a los afligidos padres de hijos que se han extraviado en el camino y prestan oídos sordos a sus enseñanzas y ruegos. Si bien la mayoría de las veces los hijos siguen los pasos de los padres, obedecen sus enseñanzas y corresponden a su cariño, algunos les vuelven la espalda como el hijo pródigo y desperdician sus vidas. El gran principio del libre albedrío es fundamental para que haya desarrollo y progreso, pero también da lugar para escoger libremente el desenfreno, el derroche y la degradación. Los hijos tienen su libre albedrío, el cual muchas veces ponen de manifiesto a muy tierna edad, por lo que pueden observar las enseñanzas y anhelos de sus padres o no hacerlo, Muchos padres que hacen lo mejor que pueden comprenden bien las palabras de Nefi: «Escuchad las palabras de un padre tembloroso.» (2Ne. 1:14.)

Debemos al élder Howard W. Hunter el sabio consejo que ahora cito: «Los padres que han tenido éxito son los que han amado, los que se han sacrificado, los que se han preocupado, han enseñado y atendido a las necesidades de sus hijos. Si habéis hecho todo eso y aun vuestro hijo es desobediente, contencioso o mundano, puede muy bien ser que, a pesar de ello, hayáis sido buenos padres. Es posible que entre los jóvenes que han venido al mundo haya hijos que serian un problema para cualquier pareja de padres, bajo cualquier circunstancia. En la misma manera, quizás haya otros que serian una bendición y un gozo para cualquier padre o madre.» (Liahona, enero de 1984, pág. 115.)

Como buenos padres, hacemos lo mejor que podemos. Tengo la esperanza de que Dios juzgara a los padres al menos en parte por el deseo de sus corazones. Los hijos tienen tanto que aprender. Los padres precisan enseñar a estos tantas cosas; se les ha mandado explícitamente enseñar a sus hijos «la doctrina del arrepentimiento, de la fe en Cristo, el Hijo del Dios viviente, de bautismo v del don del Espíritu Santo por la imposición de manos, al llegar a la edad de ocho años.» (D. y C. 68:25.) Sin embargo, pese a haber vivido y enseñado esas verdades en su hogar, los padres no siempre pueden asegurar el buen proceder de sus hijos. Ezequiel dijo: «El hijo no llevara el pecado del padre, ni el padre llevara el pecado del hijo.» (Ez. 18:20.)

Los padres tienen el deber de enseñar y no de forzar, y tras haber enseñado con oración y a conciencia a sus hijos no pueden siempre ser responsables de todo lo que estos hagan. Los hijos obedientes son el orgullo de sus padres, pero es una injusticia juzgar a padres fieles por los actos de hijos que no les escuchan ni obedecen. Los padres tienen la obligación de instruir, pero los hijos tienen la responsabilidad de escuchar, ser obedientes y hacer lo que se les enseña. Los padres son padres y por lo general sirven a sus hijos mas de lo que estos les sirven a ellos. Para los padres que se preocupan de sus hijos, parafraseo el consejo de Winston Churchill: «Nunca os deis por vencidos; no cejéis nunca, nunca, nunca, nunca.»

No cuento con ninguna formula infalible para la crianza de los hijos. Además de ser un buen ejemplo y de enseñar la fe, es primordial dar a los hijos amor incondicional, una adecuada disciplina, y procurar inculcarles el autodominio. Una madre maravillosa que trabajaba lavando pisos para educar a sus hijos dijo: «He enseñado a mis hijos a orar, a ser corteses, a trabajar.» El Señor nos recuerda que debemos enseñar continuamente del arrepentimiento, de la fe en Cristo, del bautismo y el don del Espíritu Santo. (D. y C. 68:25.)

Las obras de Dios se manifiestan en variadísimas formas en la relación de padres e hijos, especialmente para con los impedidos y los que se han extraviado en el camino. Para quienes se hayan preguntado: «¿Por que me ha sucedido esto a mí?», ó «¿Por qué ha sucedido esto a mi hijo?», existe la seguridad de que la dificultad no será para siempre. La vida en esta tierra no es larga. El cuidar de los desvalidos y el ayudar a los descarriados es una manifestación del amor puro de Cristo y a los que esto hacen Dios mismo les da una respuesta, la cual es paciencia y fortaleza para resistir. Se basa, como lo testifican Pablo y Job, «en la esperanza de la vida eterna, la cual Dios . . . prometio desde antes del principio de los siglos» (Tito 1:2) «cuando alababan todas las estrellas del alba, y se regocijaban todos los hijos de Dios» (Job 38:7).

Testifico que Jesús es el Cristo, el Salvador del mundo y el Redentor de la humanidad. Testifico que si obedecemos Sus mandamientos podemos contar con la fortaleza de triunfar ante cualquier problema de esta vida. Que Dios conceda ese poder sustentador a todos y en particular a los que más lo necesiten, ruego en el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.

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