Quién sigue al Señor?

Conferencia General Abril 1984logo pdf
¿Quién sigue al Señor?
Élder J. Thomas Fyans
Del Primer Quórum de los Setenta

J. Thomas Fyans«Os invitamos para que corráis espiritualmente cada día.  Haced que vuestra preparación en el sacerdocio tenga prioridad.  Aplicad la constante dedicación de un deportista profesional hasta que ésta consuma nuestras vidas.»

Los equipos principales de las ligas deportivas emplean reclutadores cuyo trabajo es observar continuamente a los futuros jugadores. Su ojo clínico siempre está al acecho  de estrellas que constantemente dan una actuación sobresaliente. No es una coincidencia que estos jóvenes se distingan de los demás. Es mucha la preparación que se requiere para conseguir la excelencia.

Un deportista de esta naturaleza pasa muchos años entrenándose, tratando de perfeccionar cada parte de su actuación. Hace ejercicios durante largas horas; ingiere alimentos nutritivos que fortalecen los músculos; reconoce que todo lo que coma afectará su condición física; descansa adecuadamente y observa otras leyes de salud. El obtener la excelencia física en su vida ha tenido prioridad. Se ha fijado metas diarias, semanales y,  anuales a las cuales se ha dedicado con esmero. Escucha atentamente a su entrenador; éste observa cada uno de sus movimientos y sabe mejor que él su actuación. Juntos estudian cintas de video de sus jugadas y hasta analizan los detalles más minuciosos de sus habilidades por medio de las gráficas de un computador. Cuando llega la noche y es tiempo de descansar, vuelve a pensar en su actuación con la meta siempre constante del día cuando recibirá una invitación para ser miembro de uno de los equipos principales que componen el mundo de los deportistas profesionales.

Cantamos el himno «¿Quién sigue al Señor?» ¿Qué significa la palabra seguir? La definición es: «Ir en pos de una persona o cosa»; aquí la palabra se podría aplicar a un grupo de jugadores que siguen a su equipo.

Basados en esa definición, la pregunta «¿Quién sigue al Señor?» muy bien se podría parafrasear, «¿Quién pertenece al equipo del Señor?» Algunas de las palabras del himno que se podrían aplicar al sacerdocio son:

¿Quién sigue al Señor? En su equipo real,
Formemos sin temor, la parte integral.
Seguimos al Señor, para poder mostrar,
Firmeza y valor ¿quién sigue al Señor?
Marchamos a ganar, sin miedo de perder,
Pues lucha Dios con nos; ¿quién sigue al Seño?
(Véase Himnos de Sión, núm 127.)

Ser partícipes en el equipo del Señor no es una coincidencia. El presidente Spencer W. Kimball ha dicho: «Esto es algo a lo que somos herederos; para ello nacimos y lo único que necesitamos es ser merecedores para obtener esta bendición». (Sacerdocio, Salt Lake City: Deseret Book Company, 1982, pág. 2.)

En Alma 13:1 aprendemos que «el Señor ordenó sacerdotes, según su santo orden». En los versículos tres y cuatro se nos dice que «esta es la manera conforme a la cual fueron ordenados, habiendo sido llamados y preparados desde la fundación del mundo de acuerdo con la presciencia de Dios, por causa de su gran fe y buenas obras, habiéndoseles concedido primeramente escoger el bien o el mal; por lo que, habiendo escogido el bien y ejercido una fe sumamente grande, son llamados con una santa vocación.

«Y así, por motivo de su fe, han sido llamados a esta santa vocación, mientras que otros rechazaban el Espíritu de Dios a causa de la dureza de sus corazones y la ceguedad de su entendimiento, cuando de no haber sido por esto, habrían tenido tan grande privilegio como sus hermanos.»

En Alma 13:9 leemos: «Por tanto llegan a ser sumos sacerdotes para siempre».

Cuando sois miembros de un equipo de baloncesto, o formáis parte de una presentación dramática, cantáis en un cuarteto u os unís a una tropa Scout, sabéis que el ser miembro de esos grupos, por lo general, dura solamente unos cuantos meses, o cuando mucho varios años. Así como hay un principio en estos grupos, también existe un fin; sin embargo, Alma nos enseñó que somos sumos sacerdotes para siempre. El sacerdocio es eterno.

Ahora, jóvenes, examinemos cuidadosamente algunos ejemplos de las vidas de nuestros profetas conforme ellos se prepararon espiritualmente para el sacerdocio. El presidente, Joseph Fielding Smith comparte sus sentimientos con las siguientes palabras: «‘Cuando era pequeño, demasiado pequeño como para poseer el Sacerdocio Aarónico, mi padre colocó en mis manos un Libro de Mormón y me pidió que lo leyera. Recibí estos registros nefitas con gran agradecimiento y me dediqué con todas mis fuerzas a la tarea que se me había dado. Hay ciertos pasajes que se han grabado en mi mente y nunca los he olvidado. Para cuando cumplió los diez años de edad ya había leído el Libro de Mormón, no sólo una vez sino dos. Sus hermanos recuerdan que se apresuraba para terminar sus tareas del hogar lo más rápido posible y algunas veces hasta no participaba en un juego de pelota, se retiraba al granero o bajo la sombra de algún árbol para continuar con la lectura del libro.» (The Life of Joseph Fielding Smith, Smith and Steward, Salt Lake City: Deseret Book Co., 1972, pág. 57.)

El presidente David O. McKay, dijo: «Recuerdo que cuando era diácono, los sábados por la tarde cortaba leña para las viudas. Nos reuníamos unos nueve chicos, efectuábamos una corta reunión, después recogíamos las hachas y nos íbamos a las casas de las viudas para cortarles leña suficiente para toda una semana.»

El presidente McKay continúa: «Recuerdo que cuando era presbítero fracasé cuando bendije la Santa Cena por primera vez. En ese tiempo no teníamos la oración escrita ante nosotros, como lo acostumbramos a hacer ahora. ‘Teníamos que memorizarla. La mesa de la Santa Cena estaba enfrente del púlpito, y mi padre, que en aquel entonces era el obispo, siempre se paraba detrás del que iba a ofrecer la oración del pan y del agua. Yo pensé que me sabía bien la oración; pero la había memorizado solo, y cuando me hinqué y vi la congregación frente a mí, me aturdí.» (Cherished Experiences, comp. Clare Middlemiss, Salt Lake City: Deseret Book Co., 1976, pág. 190.) Esto no causó que el hermano McKay se desanimara. Se preparó mejor y, se elevó a sí mismo hasta un nivel de excelencia.

El presidente Kimball relata la siguiente experiencia acerca de una meta que se propuso alcanzar cuando todavía era jovencito: «Al oír a una de las autoridades de la Iglesia decirnos que debíamos leer las Escrituras, reconocí que yo nunca había leído la Biblia; esa misma noche, a la conclusión del sermón, me fui a casa, subí a mi cuarto en la buhardilla, encendí una pequeña lámpara de petróleo que se hallaba sobre la mesita y leí los primeros capítulos del Génesis. Un año más tarde cerré la Biblia, después de haber leído cada uno de los capítulos de ese libro grande y glorioso.

«Descubrí que esa Biblia que estaba leyendo contenía 66 libros; estuve a punto de desanimarme cuando vi que contenía 1.189 capítulos comprendidos en 1.519 páginas. Era una tarea formidable, pero sabía que si otros lo habían hecho, yo también podría hacerlo.

Comprobé que había ciertas partes que eran difíciles de comprender para un, joven de 14 años, y algunas páginas no me eran de interés particular; pero después de haber leído los 66 libros y los 1.189 capítulos y las 1.519 páginas, sentí la agradable satisfacción de saber que me había impuesto una meta y la había logrado.

«No os relato esto para jactarme; sólo lo estoy usando como un ejemplo para decir que si yo pude hacerlo a la luz de la lámpara de petróleo, vosotros podéis hacerlo con la luz eléctrica. Siempre he sentido gozo por haber leído la Biblia de tapa a tapa.» (Ensign, mayo de 1974, pág. 88.)

Casi cada semana asisto a una conferencia de estaca en alguna parte del mundo, y por eso que no puedo participar en la clase de Doctrina del Evangelio en un barrio en donde se está estudiando el Libro de Mormón este año. Me dolió mucho perder este privilegio de captar el espíritu tan sagrado de este otro testigo de que Jesús es el Cristo. Por lo tanto, mi esposa y yo nos fijamos la meta de estudiar el Libro de Mormón en nuestra casa. Nos propusimos que íbamos a terminar el curso de estudio de Doctrina del Evangelio para 1984, antes de la conferencia general en abril. Empezamos en enero, y el lunes 12 de marzo estudiamos la última de las 46 lecciones del curso del Libro de Mormón. Nos sentimos muy bien por haber logrado esta meta. Vosotros, jóvenes de todas partes del mundo, os estáis preparando para ser miembros de un equipo. Habéis esperado anhelosamente que llegue este día. Os han puesto las manos sobre la cabeza para conferiros el sacerdocio de Dios, en el nombre de Jesucristo, a fin de que podáis obrar en Su lugar al administrar las sagradas ordenanzas a los hijos de los hombres. Pensad en ello por un minuto.

Compañeros en el sacerdocio, os quiero con todo mi corazón; todas las Autoridades Generales también os aman. Os invitamos para que corráis espiritualmente cada día. Esto lo haréis al nivel que vosotros seleccionéis. Por ejemplo, leed el Libro de Mormón, unos cuantos versículos cada día, o un capítulo diario; quince minutos o treinta. Vosotros mismos sabréis la cantidad de fortaleza espiritual que necesitáis obtener. Podéis aceptar este desafío, ¿verdad?

Habéis sido seleccionados como miembros del equipo, el equipo del Señor, debido a vuestra actuación y dedicación. ¡Qué privilegio tan grande tenéis de poder ejercer con servicio y amor, de fortalecer vuestra resistencia a medida que os enfrentáis con los problemas de la vida por medio de la oración, de nutriros con alimento espiritual cuando leáis y meditéis en las Escrituras para edificar y mantener vuestro vigor espiritual y fortaleza muscular! Haced que vuestra preparación en el sacerdocio tenga prioridad. Aplicad la constante dedicación de un deportista profesional hasta que ésta consuma vuestras vidas, hasta que os fluya con nervios y mente preparados.

Y cuando os retiréis en la noche para descansan, volveréis a sentir con todo vuestro ser el gran deseo de perfeccionar vuestra actuación en el equipo tan grandioso del sacerdocio del Señor. En el nombre de Jesucristo. Amén.

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