Sostenidos por las oraciones de la Iglesia

Conferencia General Abril 1984logo pdf
Sostenidos por las oraciones de la Iglesia
Élder John K. Carmack
Del Primer Quórum de los Setenta

John K. Carmack«El Señor Jesucristo tiene un interés especial en cada uno de nosotros, y si lo buscamos, El nos da una paz que sobrepasa todo entendimiento.»

Creo que lo que facilita el estar, en vuestra presencia es que to- dos sois grandes amigos.

En la revelación especial sobre el gobierno de la Iglesia, el Señor dice que lo que sostiene a la Primera Presidencia es la confianza, la fe y las oraciones de la Iglesia. (D. y C. 107:22.) En nombre de los seis que acabamos de ser llamados, quisiera expresar a la Primera Presidencia que pueden contar con nuestra confianza, fe y oraciones. Amamos a la Primera Presidencia y agradecemos la confianza que tienen en nosotros. También quisiera agradecer la confianza que algunos de vosotros habéis manifestado en nosotros porque es la única forma en que podremos desempeñar esta obra. Hemos sentido vuestro amor, lo cual ha sido una gran experiencia.

Quiero que sepáis que también hemos sentido el amor de los santos de toda la Iglesia. Yo especialmente siento el amor de mis hermanos nativos de California, gran número de los cuales están presentes, y de los miembros especiales de Idaho y, si se me permite el privilegio, incluiré el amor de los grandes misioneros de la Misión Idaho—Boise, de los cuales siento apoyo. Por supuesto, nuestras familias son la piedra angular de este apoyo y amor. ¿Es grandioso pertenecer a esta Iglesia?

Ahora, en cuanto al llamamiento, los Setenta son llamados para predicar el evangelio y para ser testigos especiales ante los gentiles y todo el mundo. Al meditar, me he dado cuenta de que la única cualidad que se me ocurre, y creo que hablo en nombre de mis hermanos que también han sido llamados—que nos hace merecedores de este llamamiento es que tenemos un testimonio particularmente fuerte de esta obra.

Testifico dos cosas: Una es que Jesús el Cristo es un personaje real y que tiene un interés especial en cada uno de nosotros. Y la otra es que si buscamos a Dios El nos da una paz que sobrepasa todo entendimiento.

En octubre del año pasado, en un viaje por la misión, cerca de un pueblito llamado Fairfield en Idaho, me encontraba repasando la historia de la Primera Visión, la cual había pedido a los misioneros que memorizaran y que se encuentra en la Perla de Gran Precio. Al repasar ese hermoso relato de memoria, tuve una experiencia singular.

Sentí un testimonio muy fuerte de que lo que José Smith relató en la Perla de Gran Precio fue exactamente lo que sucedió. Se puede decir que fue como si yo mismo experimentara la Primera Visión, y ahora soy un testigo, un testigo personal del poder del Espíritu Santo. Os testifico que el Padre y el Hijo se aparecieron a José Smith, el Profeta.

Me imagino que mi experiencia fue similar a la que muchos de vosotros habéis tenido.

Cuando el presidente Hinckley nos llamó el jueves de tarde (ahí fue el primer indicio de que nuestra vida iba a cambiar), dijo: «Hermano John, quisiera entrevistarlo a usted y a su esposa. Quisiera que mañana tomara el primer vuelo y se encontrara conmigo en mi oficina.» Después agregó que no me preocupara, pero no nos valió de mucho: la receta no surtió efecto y nos preocupamos igual. Pero durante las horas de la madrugada el Santo Espíritu del Señor vino a nosotros y nos dio consuelo. Sentimos su paz y pudimos descansar.

Quisiera sugerir a todos los miembros, y especialmente a los jóvenes y a los misioneros de todo el mundo, que no descuidéis las oraciones a nuestro Padre Celestial temprano por la mañana. Por medio de esas oraciones podéis acercaros a El y obtener la paz, «porque no tenemos un sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado» (Heb. 4:15).

Pienso que fue C. S. Lewis quien citaba a George McDonald, el que dijo que éramos como una casa, y que al entrar Cristo en ella nos sentimos avergonzados porque sabemos que tanto el techo como los canales de agua necesitan ser reparados; y sin embargo, de pronto encontramos que él está edificando un piso adicional y agregando una extensión en la sala. Sabíamos que la cabañita necesitaba ser reparada, pero ¿qué está sucediendo con ella ahora? (Mere Christianity, New York: MacMillan Publishing Co., 1943, pág. 174.)

Pues bien, el amor de Cristo puede ser penoso y ¿qué está tratando él de hacer con nosotros? En su libro de gran éxito, «El camino menos transitado», el Doctor Peck dijo que no importa cuánto tratemos de evitar la pregunta en cuanto a dónde nos está llevando el amor de Cristo, siempre llegaremos a la aterradora conclusión: Dios desea que seamos como El. Se nos está preparando para ser dioses, y es penoso. Es terriblemente penoso, y sin embargo encontramos paz. En aquellas horas de la madrugada recordé el tema de Ralph Rodgers de su obra Tercer Nefi:

De mi Señor su amor, doquier que voy yo siento, y todo cuanto hay, gran ánimo me trae. Sus pasos yo seguiré, mi vida le daré y del Señor tendré su amor que El me brinda. («Siento de mi Señor su amor», El Libro para coros, págs. 36-37.)

En nombre de estos hermanos que han sido llamados junto conmigo, nos comprometemos a usar toda nuestra energía, nuestro amor, oraciones, y nuestra fe en humilde obediencia a un llamamiento al cual no aspirábamos, en el nombre de Jesucristo. Amén.

Esta entrada fue publicada en Sin categoría y etiquetada , . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario