El libre albedrio y la responsabilidad individual

Conferencia General Abril 1985logo 4
El libre albedrío y la responsabilidad individual
élder Victor L. Brown
del Primer Quórum de los Setenta

Victor L. Brown«Las consecuencias, buenas o malas, son el resultado de nuestras decisiones personales que resultan del ejercicio del libre albedrío.»

Hace veinticuatro años, este próximo mes de octubre, recibí una llamada de larga distancia en mi casa en Chicago. La persona que llamaba me pregunto si asistiría a la conferencia general, que habría de comenzar al día siguiente. Le conteste que «no», y prosiguió a preguntarme si podría hacerlo. Le respondí: «Creo que podría si usted lo desea». El que llamaba dijo: «El Presidente de la Iglesia desea hablar con usted mañana a las 8:00, en su oficina. Bueno, espero que descanse muy bien esta noche, porque seguramente será la ultima vez». Después de unos 24 años, parece ser que por fin tendré esa noche de descanso, quizás.

Estos años han sido los mas interesantes y compensadores de mi vida. He tenido la indescriptible bendición de haber recibido enseñanzas, cada semana, con escasas excepciones, de cuatro Presidentes de la Iglesia y ocho consejeros diferentes de la Primera Presidencia, y, por supuesto, durante once de esos años, de un maravilloso Obispo Presidente John H Vandenberg. Fue una gran bendición servir con el élder Robert L. Simpson como consejeros del obispo Vandenberg. Me es imposible expresar en forma adecuada mi amor y aprecio por mis propios fieles consejeros, el élder Vaughn 1. Featherstone, el obispo H. Burke Peterson y el obispo J. Richard Clarke, por su lealtad hacia mi y por su tremenda contribución a la Iglesia durante estos trece años. Hemos sido abundantemente bendecidos por hombres y mujeres de gran fe y dedicación, tanto aquí como en todas partes del mundo, quienes se unieron a nosotros para responder ante las asignaciones de la Primera Presidencia para llevar a cabo la obra temporal del Reino en estos últimos días. Expreso mi profundo aprecio y gratitud a todos ellos, dondequiera que estén, y mi agradecimiento por la bendición de haber trabajado con ellos.

Estas asociaciones han fortalecido los principios básicos que aprendí en mi juventud. Hoy me gustaría mencionar dos o tres de ellos. Hay algunas cosas que son comunes para toda la humanidad. Dos de las mas obvias son el nacimiento y la muerte. Al morir nos llevamos no mas de lo que trajimos cuando nacimos, en lo que concierne a cosas materiales. Cuanto mas se aproxima este tiempo de dejar esta vida, mas me preocupo por las cosas que llevare conmigo.

Un principio común, quizá uno de los mas importantes, es el don del libre albedrío. Este gran don de Dios a todos sus hijos fue parte del plan de salvación que se explico en el gran concilio en los cielos. De las Escrituras leemos:

«Y el Mesías vendrá en la plenitud de los tiempos, a fin de poder redimir a los hijos de los hombres de la caída. Y porque son redimidos de la caída, han llegado a quedar libres para siempre, distinguiendo el bien del mal, para obrar por si mismos. . .

«Así pues, los hombres son libres según la carne; y les son dadas todas las cosas que para ellos son propias. Y son libres para escoger la libertad y la vida eterna, por motivo de la gran mediación para todos los hombres, o escoger la cautividad y la muerte, según la cautividad y el poder del diablo; pues lo que el busca es que todos los hombres sean miserables como el.» (2 Ne. 2:2S27.)

El presidente Brigham Young dijo:

«Si el hermano Brigham llegase a desviarse del camino y es expulsado del reino de los cielos, ningún hermano será culpable sino el hermano Brigham. Soy la única persona en el cielo, la tierra o el infierno que puede ser culpable.

«Esto se aplica en igual manera a todos los Santos de los Ultimos Días. La salvación es un asunto individual. Soy la única persona que podrá salvarme. Cuando se me envíe la salvación, la podré rechazar o aceptar. El recibirla implica obediencia y sumisión total a este gran Creador durante toda mi vida y a aquellos que El asigne para instruirme; al rechazarla, sigo los dictados de mi propia conciencia en vez de la voluntad de mi Creador.» (Discourses of Brigham Young, sel. John A. Widtsoe [Salt Lake City: Deseret Book Co., 1941], pág. 390.)

Así vemos que el libre albedrío va ligado a la responsabilidad, y que las consecuencias, buenas o malas, son el resultado de nuestras decisiones personales que resultan del ejercicio del libre albedrío. Este es otro principio, la obediencia.

El Señor, comprendiendo nuestra debilidad como seres humanos y reconociendo la influencia que Satanás ejercería, nos proporcionó normas por las cuales podemos vivir y distinguir el bien del mal. Estas normas se encuentran en las Santas Escrituras. Me gustaría mencionar algunos de estos pasajes que para mi han adquirido mayor significado a medida que pasan los años. El primero, tal vez, seria el fundamento sobre el cual se pueden basar los demás.

En el capitulo ocho de Juan, el Salvador dijo: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (Juan 8:12). Si aceptamos esta declaración del Señor, otras encajaran automáticamente en su debido lugar. ¿Que significa tener «la luz de la vida» y no andar «en tinieblas»? El joven rico tal vez pensara en esto cuando le preguntó a Jesús lo que debía hacer para heredar la vida eterna, que es el don mas grande de Dios a los hombres. El Salvador respondió:

«Los mandamientos sabes: no adulteraras; no mataras; no hurtaras; no dirás falso testimonio; honra a tu padre y a tu madre.
«El dijo: Todo esto lo he guardado desde mi juventud.
«Jesús, oyendo esto, le dijo: Aun te falta una cosa: vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme.
«Entonces el, oyendo esto, se puso muy triste, porque era muy rico.
«Al ver Jesús que se había entristecido mucho, dijo: ¡Cuán difícilmente entraran en el reino de Dios los que tienen riquezas !
«Porque es mas fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios.» (Luc. 18;20-25.)

Permitidme volver a mencionar parte de la cita del presidente Young: «Cuando se envíe la salvación, la podré rechazar o aceptar. El recibirla implica obediencia y sumisión total a este gran Creador durante toda mi vida».

Una de las grandes lecciones sobre la obediencia se encuentra en el relato de Naamán. Naamán era «general del ejercito del rey de Siria, . . . [y] hombre valeroso en extremo, pero leproso» (2 Re . 5:1 ) .

Una de las doncellas de su esposa, una joven israelita de gran fe que se preocupó por la condición de Naamán, «dijo a su señora: Si rogase mi señor al profeta que esta en Samaria, el lo sanaría de su lepra» (2 Re. 5:3).

Cuando el rey se enteró de esto, envió a Naamán al rey de Israel, con una carta y regalos para solicitarle que sanara a Naamán de la lepra. El rey había mal interpretado los comentarios de la doncella y pensó que el rey de Israel era el que podría sanarlo. El rey israelita se enojó en extremo por la solicitud ya que no tenia poder para hacer tal cosa. Sin embargo, sabia que si no lo hacia, podría significar la guerra con los sirios. Eliseo, el profeta, se enteró de las preocupaciones del rey y sugirió: «Venga ahora a mi, y sabrá que hay profeta en Israel.

«Y vino Naamán con sus caballos y con su carro, y se paró a las puertas de la casa de Eliseo.
«Entonces Eliseo le envió un mensajero, diciendo; Ve y lávate siete veces en el Jordán, y tu carne se te restaurara, y serás limpio» (2 Re. 5:8-10).

Naamán, siendo un hombre prominente, se sintió insultado de que Eliseo mandara un mensajero y no le demostrara respeto presentándose el mismo. Además, la naturaleza simple del mensaje en si le ofendió.

«Y Naamán se fue enojado, diciendo: He aquí yo decía para mi: Saldrá el luego y estando en pie invocara el nombre de Jehová su Dios, y alzara su mano y tocará el lugar, y sanará la lepra.
«Abana y Farfar, ríos de Damasco, ¿no son mejores que todas las aguas de Israel’? Si me lavare en ellos, ¿no seré también limpio? Y se volvió, y se fue enojado.
«Mas sus criados se le acercaron y le hablaron diciendo: Padre mío, si el profeta te mandara alguna gran cosa, ¿no la harías? ¿Cuanto mas, diciéndote: Lávate, y serás limpio?
«El entonces descendió, y se zambulló siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del varón de Dios; y su carne se volvió como la carne de un niño, y quedó limpio.» (2 Re. 5: 14-)

Naamán necesitaba la fe y la obediencia de un niño antes de que su carne fuese limpia como la de un niño.

El ultimo principio que he observado en la vida de hombres y mujeres eficientes es el de actuar pronta y decisivamente una vez que se haya determinado la voluntad de Señor. En la parábola de las diez vírgenes se nos enseña la insensatez de la desidia y el dejar demorar nuestra preparación para el día cuando el Salvador venga de nuevo, pero queda a nuestra elección. «Son libres para escoger la libertad y la vida eterna . . . o escoger la cautividad y la muerte» (2 Ne. 2:27).

«Entonces el reino de los cielos será semejante a diez vírgenes que tomando sus lamparas, salieron a recibir al esposo», que es el Salvador durante su segunda venida. «Cinco de ellas eran prudentes y cinco insensatas.
«Las insensatas, tomando sus lamparas, no tomaron consigo aceite;
«mas las prudentes tomaron aceite en sus vasijas, juntamente con sus lámparas.
«Y a la medianoche se oyó un clamor: ¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle!
«Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron, y arreglaron sus lámparas.
«Y las insensatas dijeron a las prudentes: Dadnos de vuestro aceite; porque nuestras lamparas se apagan.»Mas las prudentes respondieron diciendo: Para que no nos falte a nosotras y a vosotras, id mas bien a los que venden, y comprad para vosotras mismas.
«Pero mientras ellas iban a comprar, vino el esposo; y las que estaban preparadas entraron con el a las bodas; y se cerró la puerta.
«Después vinieron también las otras vírgenes, diciendo: ¡Señor, señor, ábrenos!
«Mas el, respondiendo, dijo: De cierto os digo, que no os conozco.
«Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir.» (Mat. 25:1-4, 6-13.)

Las vírgenes insensatas esperaban pedir aceite a las otras. Para su consternación, aprendieron que individualmente eran responsables de sus circunstancias y no se habían preparado. Al concluir esta parte de mi servicio en la Iglesia, ruego que cada uno de nosotros sea lo suficientemente sabio para vivir de tal manera que nos encontremos entre aquellos a quienes se refiere el siguiente pasaje:

«Y en aquel día, cuando yo venga en mi gloria, se cumplirá la parábola que hable acerca de las diez vírgenes.
«Porque aquellos que son prudentes y han recibido la verdad, y han tomado al Espíritu Santo por guía, y no han sido engañados, de cierto os digo que estos no serán talados ni echados al fuego, sino que aguantaran el día.
«Y les será dada la tierra por herencia; y se multiplicaran y se harán fuertes, y sus hijos crecerán sin pecado hasta salvarse.
«Porque el Señor estará en medio de ellos y su gloria estará sobre ellos, y el será su rey y su legislador» (D. y C. 45:58-59)

En el nombre de Jesucristo. Amén.

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