Conferencia General Abril 1985
La preparación para el servicio misional
presidente Ezra Taft Benson
del Quórum de los Doce Apóstoles
«Jóvenes, del Sacerdocio Aarónico tiene como fin prepararos para servir a nuestro Padre Celestial durante toda la vida.»
Mis muy queridos hermanos, esta es una reunión memorable. Me complace muchísimo estar con vosotros. Me siento agradecido de ver a tantos padres con sus hijos aquí en el Tabernáculo, y de estar seguro de que esta escena se repite en las congregaciones que nos escuchan en muchas partes del mundo.
Padres, la influencia mas grande que podáis ejercer sobre vuestros hijos la lograreis por medio del ejemplo. Si queréis que vuestros hijos se den cuenta de lo que el evangelio puede hacer para beneficiarlos, hacedles ver cómo os ha favorecido a vosotros.
Quisiera decir unas palabras a los jóvenes que os encontráis aquí porque tenéis el sacerdocio. El Sacerdocio Aarónico tiene como fin prepararos para servir a nuestro Padre Celestial durante toda la vida. La mayoría de los jóvenes que me escuchan están preparándose para ir en una misión. Permitidme sugeriros cuatro maneras en que podéis prepararos ahora mismo para ser misioneros.
Primero: Preparaos físicamente. Una misión de dos años requiere que se goce de buena salud. Demanda que mantengáis vuestro organismo limpio. Durante los primeros años de la adolescencia, cuando os enfrentáis a las tentaciones de fumar, o ingerir otras sustancias perniciosas, tened el valor de resistirlas. Obedeced la Palabra de Sabiduría: no fuméis, no toméis bebidas alcohólicas o drogas. Mantened vuestro cuerpo puro para servir al Señor.
Manteneos también moralmente puros, lo que incluye tener una mente limpia. Los pensamientos que tengáis determinaran vuestras acciones; por lo tanto, debéis controlarlos. Es difícil controlar los pensamientos si os exponéis voluntariamente a las tentaciones, así que debéis elegir muy bien lo que leáis, las películas que veáis y los entretenimientos en que paséis vuestro tiempo libre, para que podáis tener buenos pensamientos en lugar de deseos impuros.
Segundo: Preparaos mentalmente. Una misión requiere que os preparéis mental e intelectualmente en forma intensiva. Tendréis que memorizar las charlas de los misioneros, memorizar pasajes de las Escrituras y, muchas veces, hasta aprender otro idioma. La disciplina que esto demanda se aprende en los años de la juventud.
Acostumbraos desde ahora a leer las Escrituras de diez a quince minutos todos los días. Si lo hacéis, para cuando lleguéis al campo misional, habréis leído los cuatro libros canónicos. Os pido que leáis en particular el Libro de Mormón para que podáis testificar de que es verdadero, como el Señor nos lo indicó.
Tercero: Preparaos socialmente. Una misión requiere que os llevéis bien con otras personas. Allí vais a tener que convivir con un compañero que estará con vosotros las veinticuatro horas del día. y tendréis que llevaros bien con el. Tendréis que aprender a entablar conversación con gente que no conocéis, ser amables y bien educados. Una de las grandes virtudes que puede una persona tener en esta vida es la habilidad para hacer amigos. Una vez que os hacéis amigos de una persona, podéis enseñarle el evangelio con mas eficacia.
Cuarto: Preparaos espiritualmente. Una persona espiritual tiene tres características: Obedece los mandamientos del Señor, ora a nuestro Padre Celestial y sirve al prójimo.
Permitidme hablaros de la obediencia. Vosotros estáis aprendiendo ahora a cumplir con los mandamientos del Señor. Mientras que lo hacéis, tendréis el derecho a la inspiración del Espíritu Santo. Por la misma razón, os sentiréis satisfechos con vosotros mismos. Es imposible hacer algo malo y sentirse bien. Una de las grandes lecciones que aprendí en mi primera misión fue el principio de la obediencia absoluta.
En 1923 me encontraba sirviendo en la misión de Gran Bretaña. En esa época, había allí mucha gente en contra de la Iglesia. La oposición había empezado con los ministros de otras iglesias y se había difundido a la prensa. Los diarios publicaban muchos artículos antimormones. Se proyectaban películas de la misma naturaleza y se presentaban obras de teatro que ponían por el suelo a la Iglesia. El tema general de todos era el mismo: los misioneros mormones estaban en Inglaterra para encandilar a las jóvenes inglesas y llevárselas como esclavas a los establecimientos agrícolas de Utah. Hoy en día esto parece ridículo, pero en ese entonces a ellos les parecía muy real. En algunos lugares hasta tuvimos que dejar de repartir folletos debido a esos malentendidos.
Una vez recibimos una carta de la casa de misión diciéndonos que ya no tuviéramos ninguna reunión en la calle. En ese tiempo yo era lo que ahora vendría a ser el presidente de distrito y mi compañero, el secretario. Cuando recibimos esas órdenes, ya teníamos una reunión planeada para el próximo domingo por la noche, así que pensamos que tendríamos esa ultima reunión y que después dejaríamos de tenerlas. Y ese fue nuestro gran error!
La noche del siguiente domingo tuvimos nuestra reunión en la calle, cerca de la estación del ferrocarril, tal como habíamos planeado. Había allí una multitud inquieta. Para lograr predicarles mejor, mi compañero y yo nos paramos dándonos la espalda. El hablaba en una dirección y yo daba la cara a la otra mitad del gentío.
Cuando cerraron los bares, hombres sumamente vulgares se volcaron a la calle, muchos de los cuales se encontraban borrachos. La multitud se volvió ruidosa y los que estaban mas lejos no oían lo que decíamos.
Alguien gritó: «¿A que se debe tanta conmoción?»
Otro le contestó a gritos: » ¡Son esos pesados mormones!»
Se oyó la voz de otros que decían: «Echémoslos al río».
Muy pronto se nos acercaron con la intención de echarnos al suelo para pisotearnos y humillarnos. Para evitar que pudieran lograr su objetivo aprovechamos la ventaja de que los dos éramos mas altos que la mayoría de ellos; pusimos nuestras manos en sus hombros, de modo que no pudieron echarnos abajo.
Durante el revuelo, consiguieron separarnos el uno del otro. A el lo llevaron al otro lado de la estación y a mi me llevaron al frente. Las cosas empezaron a empeorar.
Entonces un hombre alto y fornido se me acercó mientras otros me rodeaban formando un circulo de unos tres metros de diámetro. El hombre me miró fijamente a los ojos y dijo: «Jovencito, yo creo absolutamente todo lo que dijo esta noche».
Para ese entonces, un policía británico que se había hecho paso entre la multitud, me tomó del brazo y dijo: «Joven, venga conmigo. Tiene suerte de estar todavía con vida». Me llevó con el unas calles y después me ordenó: «Ahora váyase a su alojamiento y no vuelva a salir esta noche».
Cuando llegue al lugar en donde nos alojábamos, mi compañero no estaba allí. Me angustie mucho y me puse a orar y a esperar. Era tan grande mi preocupación que decidí cambiar un poco mi apariencia, me puse una gorra vieja y me saque el abrigo, y luego salí a buscarlo.
Al acercarme al lugar donde habíamos tenido la reunión, un hombre me reconoció y me preguntó: «¿Ha visto a su compañero?»
Le contesté: «No. ¿Dónde esta?»
Me respondió: «Esta del otro lado de la estación, con la cabeza rota.»
Me dio tal susto lo que me dijo que corrí a mas no poder hacia el lugar que me había indicado. Antes de llegar a la estación, sin embargo, me volví a encontrar con el policía, el cual me dijo: «¿No le dije que se quedara adentro y no volviera a salir esta noche?»
Le respondí «Sí, señor, pero estoy muy preocupado por mi compañero. ¿Sabe usted dónde esta?»
Me contestó: «Si, tiene muy golpeado un lado de la cabeza, pero ya se fue a la casa en donde se hospedan. Yo lo encamine varias calles, tal como lo hice con usted. Ahora váyase de una vez y no vuelva a salir esta noche.»
Entonces me fui a casa y encontré a mi compañero tratando de disfrazarse para poder salir a buscarme sin que lo reconocieran. Nos dimos un fuerte abrazo y nos arrodillamos a orar. Esta experiencia me sirvió para aprender a obedecer siempre las órdenes que me dan, y no la he olvidado nunca.
Si, jovencitos, preparaos ahora. Preparaos física, mental, social y espiritualmente. Abrid una cuenta de ahorros para la misión, si aun no lo habéis hecho. Pagad vuestros diezmos y obtened un testimonio del evangelio por medio del estudio y la oración.
Ruego, mis jóvenes hermanos, que nuestro Padre Celestial os bendiga para que os deis cuenta de lo mucho que El os necesita hoy día para que le sirváis en su obra.
Que Dios os bendiga para que os preparéis para servir en la Iglesia en el futuro; en el nombre de Jesucristo. Amén.
























