Conferencia General Octubre 1984
¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?
élder L. Tom Perry
del Quórum de los Doce Apóstoles
«Con la planificación adecuada, seremos capaces de emplear el día del Señor en la forma en que Él quiere, pues nos enseñó: ‘No juegues con las cosas sagradas’.»
Deseo felicitar al élder Hanks, de cuyo talento todos estamos al tanto, y también a los élderes Sonnenberg, Kay y Wilcox. Esperamos que disfruten de sus respectivos llamamientos.
En el Evangelio según Lucas, encontramos esta enseñanza del Salvador:
«El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca.
«¿Por que me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo’?» (Lucas 6:45-46.)
Desde el principio el Señor enseñó a sus hijos la importancia de la obediencia. Adán y Eva oraron al Señor después de que fueron echados del Jardín de Edén.
«Y Adán y Eva, su esposa, invocaron el nombre del Señor, y oyeron la voz del Señor que les hablaba en dirección del Jardín de Edén, y no lo vieron, porque se encontraban excluidos de su presencia.
«Y les mandó que adorasen al Señor su Dios y ofreciesen las primicias de sus rebaños como ofrenda al Señor. Y Adán fue obediente a los mandamientos del Señor.» (Moisés 5:4 5.)
Después de muchos días, un ángel probó a Adán y le preguntó por que of recia sacrificios Le contestó que sólo sabia que el Señor se lo había mandado. Entonces el ángel le explicó el sacrificio del Unigénito y la posibilidad que da a los humanos de recibir la redención de los muertos y, si obedecen, de gozar de la vida eterna.
«Y Adán bendijo a Dios ese día y fue lleno, y empezó a profetizar concerniente a todas las familias de la tierra, diciendo: Bendito sea el nombre de Dios, pues a causa de mi transgresión se han abierto mis ojos, y tendré gozo en esta vida, y en la carne de nuevo veré a Dios.
«Y Eva, su esposa, oyó todas estas cosas y se regocijó, diciendo: De no haber sido por nuestra transgresión, nunca habríamos tenido posteridad, ni hubiéramos conocido jamas el bien y el mal, ni el gozo de nuestra redención, ni la vida eterna que Dios concede a todos los que son obedientes.» (Moisés 5:10-11.)
Después, ambos perpetuaron ese principio enseñándoselo a sus hijos. Y los profetas, en toda época, nos han hablado de las bendiciones que se reciben al obedecer la voluntad del Señor. El presidente Joseph F. Smith dijo:
«Todo don bueno y perfecto viene del Padre de Luz, que no hace acepción de personas, y en quien no hay alteraciones, ni sombras, ni cambios. Para complacerlo, no sólo debemos adorarlo con gratitud y alabanza, sino también estar dispuestos a obedecer sus mandamientos. Si lo hacemos, El se compromete a concedernos sus bendiciones, porque todas ellas se basan sobre el principio de la obediencia a la ley. (Improvement Era, vol. 21, dic. de 1917.)
El evangelio es muy sencillo si lo entendemos debidamente. Siempre es correcto, siempre es bueno, siempre nos eleva; y la obediencia a sus principios nos trae gozo y felicidad. Por otra parte, invariablemente hay que rendir cuentas de la desobediencia, la que s6 lo nos trae dolor, angustia, lucha e infelicidad.
La historia de la humanidad nos da testimonio de las bendiciones que recibe el hombre cuando se somete a la voluntad del Señor. Sin embargo, mucho del sufrimiento que vemos en el mundo se debe a que no estamos dispuestos a obedecer.
Uno de Sus mandamientos básicos que vemos violar tan frecuentemente en el mundo es la observancia del día de reposo. En mis viajes, veo que la desobediencia a esa ley esta sumamente extendida en el mundo. Las instrucciones del Señor al antiguo Israel fueron:
«Acuérdate del día de reposo para santificarlo.
«Seis días trabajarás, y harás toda tu obra;
«mas el séptimo día es reposo para Jehová tu Dios; no hagas en él obra alguna, tu, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas.
«Porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día: por tanto. Jehová bendijo el día de reposo y lo santifico. (Exodo 20:8-1 1.)
El Señor no ha dejado a sus santos sin consejos en nuestros días, sino que ha dado instrucciones especificas sobre lo que debemos hacer en su día santo. En Doctrina y Convenios leemos:
«Y para que más íntegramente puedas conservarte sin mancha del mundo, irás a la casa de oración y ofrecerás tus sacramentos en mi día santo;
«porque, en verdad, este es un día que se te ha señalado para descansar de tus obras y rendir tus devociones al Altísimo;
«sin embargo, tus votos se ofrecerán en justicia todos los días y a todo tiempo;
«pero recuerda que en este, el día del Señor, ofrecerás tus ofrendas y tus sacramentos al Altísimo, confesando tus pecados a tus hermanos, y ante el Señor.
«Y en este día no harás ninguna otra cosa sino preparar tus alimentos con sencillez de corazón, a fin de que tus ayunos sean perfectos, o en otras palabras, que tu gozo sea cabal. (D. y C. 59:9-13.)
Hay tres cosas que el Señor requiere de nosotros para que mantengamos santo su día. La primera es mantenernos sin mancha del mundo; la segunda, ir a la casa de oración y participar de la Santa Cena; y la tercera, descansar de nuestras labores.
Al decirnos que nos mantengamos sin mancha del mundo, creo que El no sólo espera que no concurramos a lugares mundanos ese día, sino también que nos vistamos en forma apropiada. A menudo pienso en la vieja expresión ropa dominguera; y en que nuestras acciones tienden a concordar con la ropa que usemos. Por supuesto, no pretenderíamos que los niños usen sus mejores prendas todo el día, pero tampoco queremos que se vistan en forma inapropiada el domingo.
Ir a la Iglesia y recibir la Santa Cena son acciones básicas para observar el día del Señor. Antes de que Jesús instituyera ese sacramento, enseñó a sus discípulos sobre el amor; a fin de que comprendieran la ordenanza, debían primero entender ese principio. En aquel momento crucial, Su principal interés era Sus amigos.
Podemos comparar nuestra participación semanal de los sagrados emblemas del pan y el agua con aquella primera Santa Cena. Por cierto, es un privilegio participar de esta sagrada ordenanza y pensar sobre las palabras del Salvador a sus Apóstoles: «Siempre que hagáis esto, recordaréis esta hora en que estaba con vosotros.»
Al participar de la Santa Cena, todo miembro de la Iglesia hace convenio de recordar siempre al Salvador. Semanalmente, debemos tratar de tener esa experiencia de acercarnos a nuestro Señor y Salvador, y el recordarla continuamente nos ayudará a asemejarnos más a Él al tener su ejemplo ante nosotros.
Pero debido a las debilidades humanas, cometemos errores aun después de bautizarnos. Por lo tanto, el Señor nos ha dado una manera de renovar todas las semanas el convenio del bautismo mediante la Santa Cena. Al participar de ella digna y reverentemente, testificamos de nuevo que tomaremos sobre nosotros el nombre de Cristo, lo recordaremos siempre y obedeceremos sus mandamientos. Es el momento de recordar su expiación, su amor, lo que sufrió en Getsemaní, el Calvario y la Resurrección. El élder Melvin J. Ballard dijo:
»Queremos que todo Santo de los Ultimos Días se acerque a la mesa sacramental porque es el lugar para indagar e inspeccionar nuestro yo intimo, para saber cómo rectificar nuestro curso y corregir nuestra vida poniéndonos en armonía con las enseñanzas de la Iglesia y con nuestros hermanos.» (Bryant S. Hinckley, Sermons and Missionary Service of Melvin J. Ballard, Salt Lake City, Utah, 1949 , pág. 150.)
Siempre me ha impresionado la forma en que se renuevan nuestra fortaleza y dedicación al tomar la Santa Cena todas las semanas.
El Señor nos ha mandado descansar de nuestras labores en Su día. Eso significa que la siembra no se cosechará el domingo, que el negocio familiar tendrá un letrero de «Cerrado», que la caja registradora no marcara nuestra compra ese día. Es, en verdad, un día de reposo.
Hace un tiempo, al asistir a una conferencia de estaca, conocí a una familia especial. Todos me testificaron de lo que el día de reposo ha llegado a ser para ellos. Años atrás, el padre perdió el empleo al cerrarse la fabrica donde trabajaba. En lugar de mudarse para encontrar trabajo en otra ciudad, propuso a su familia que abrieran un restaurante. El negocio tuvo éxito por unos años, hasta que una gran cadena de restaurantes inauguró, frente al de ellos, uno que abría los domingos. En un consejo familiar, decidieron que, debido a la competencia, también abrirían los domingos y se turnarían para ir a la Iglesia. Después de un año de hacerlo, se dieron cuenta de que estaban exhaustos, impacientes unos con otros, y se quejaban por cualquier insignificancia.
Entonces, volvieron a reunirse y resolvieron cerrar los domingos para ver si podían recobrar el buen espíritu familiar de antaño. Pronto se dieron cuenta de que el sistema del Señor funciona bien. Aunque las ventas disminuyeron, las ganancias aumentaron.
¿Que debemos hacer los domingos? Conozco la anécdota de una hermana que iba a la Iglesia fielmente todas las semanas, aunque su esposo no lo hacía. Semana a semana ella lo invitaba, pero el se negaba. Al fin, cansado de su insistencia, un día le dijo:
-Dime la razón por la que vas a la Iglesia.
-Sólo te puedo decir-le respondió ella-que antes de ir siento un vacío, pero luego salgo llena del Espíritu. (Stories for Mormons, Salt Lake City: Bookcraft, 1983, pág. 112.)
Con la planificación adecuada, seremos capaces de emplear el día del Señor en la forma en que Él quiere. Recordemos lo que dicen las Escrituras: «El día de reposo fue hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del d(a de reposo.» (Marcos 2:27.) Y también nos enseñó: «No juegues con las cosas sagradas» (D. y C. 6: 1 2).
Os doy mi testimonio de que el mayor gozo que podemos sentir en esta vida mortal es ser obedientes a la voluntad del Señor. Que podamos siempre esforzarnos por guardar sus mandamientos y mantener sagrado su día, es mi oración en el nombre de Jesucristo. Amén.
























