Conferencia General Octubre 1985
Allegaos a mí por medio de la obediencia
Barbara W. Winder
Presidenta General de la Sociedad de Socorro
«Todas podemos llegar a sentir confianza y paz interior al obedecer los principios del evangelio.»
Mis queridas hermanas de todo el mundo, ¡que regocijo es reunirme con vosotras, unidas en espíritu, para aprender a acercamos a nuestro Padre Celestial y a su Hijo Jesucristo!
Hemos oído esta noche como podemos lograr eso por medio de la oración y del uso de las Escrituras. También se nos ha recordado que al participar de la Santa Cena cada domingo, nuestra mente y corazón deben llenarse con el anhelo de «recordarle» y «guardar sus mandamientos ‘ (D. y C 20:77). Mas adelante en esa oración, tenemos la promesa: «para que siempre puedan tener su Espíritu consigo» (D. y C. 20:77).
Desde el principio mismo, Dios ha enseñado a sus hijos que las bendiciones son el fruto de la obediencia. Cuando dio sus estatutos en el monte Sinaí para guiar a Israel, el Señor dijo que El hace misericordia a los que guardan sus mandamientos (véase Exodo 20:6). En Deuteronomio se nos dice que el Señor nos da mandamientos «para que nos vaya bien todos los días». (Deut. 6:24; cursiva agregada. )
El rey Benjamin, en su discurso de despedida tras una larga vida de servicio y experiencia, dijo: «Si guardáis sus mandamientos, el os bendice» (Mosíah 2:22).
Todas podemos llegar a sentir confianza y paz interior al obedecer los principios del evangelio.
Hace varios años, nuestra hija recién casada y su marido iniciaron una serie de traslados por estudios posgraduados, primer trabajo, etcétera. Esos traslados fueron a diversos puntos del país. Aunque en cada sitio el clima y las condiciones del terreno eran diferentes, ellos tomaron la resolución de seguir los consejos del Profeta y cultivar un huerto. Sus primeras tentativas fueron desalentadoras, ya que las hierbas prosperaban mucho mas que las hortalizas, pero lo hacían por obediencia. Con constancia y esfuerzo, cada año el huerto mejoraba mas; aprendieron nuevas técnicas y se volvieron mas diestros. Al llegar los hijos a su hogar, les enseñaban a trabajar y a cumplir deberes en el cuidado del huerto, el cual es ahora un bonito proyecto de «supervivencia» que bien vale la pena, y cuyos productos la familia disfruta y comparte con los demás; conservan el excedente para uso ulterior. Además de las lecciones practicas aprendidas, hallaron paz y seguridad al guardar los mandamientos. Sin duda, para ellos se cumplió la promesa: la exhortación del Profeta ha sido «para que les vaya bien todos los días» (Deut 6:24).
A veces pensamos que por causa de nuestras circunstancias no es practico cumplir todos los mandamientos del Señor. Por ejemplo, hay quienes piensan que no les alcanza para pagar el diezmo; pero al obedecer los mandamientos, tenemos la evidencia de las bendiciones, sentimientos de realización y paz interior.
Una buena hermana y su marido que hace poco se unieron a la Iglesia tenían una indigente vivienda, sin cuarto de baño, ni horno ni fregadero. Por sus escasos ingresos, no podían alimentar a su hijo de ocho años, el que tenia que vivir con los abuelos. Para ese matrimonio, el pago del diezmo fue un principio muy difícil de obedecer.
A los cinco meses de haberse unido a la Iglesia, la joven madre decidió cumplir el mandamiento del diezmo, para lo que dio al obispo todo el dinero que tenían a mediados del mes, tras lo cual se preguntó que seria de ella, de su marido y de su hijita de tres años en los restantes quince días del mes. No tenían dinero ahorrado y muy pocos alimentos.
«Las ventanas de los cielos» de que habla Malaquías (Malaquías 3:10) si se abrieron y ellos sobrevivieron. Esa semana, una buena hermana de la Sociedad de Socorro les llevó pan fresco, su alimento básico. Además, al marido se le pagó una deuda atrasada, y sólo tres meses después el recibió un buen aumento de sueldo.
El Padre Celestial en verdad satisfizo sus necesidades al ejercer ellos la gran fe de ser obedientes.
En 1 Nefi, leemos: «Y si los hijos de los hombres guardan los mandamientos de Dios, el los alimenta y los fortifica, y provee los medios por los cuales pueden cumplir lo que les ha mandado». (1 Nefi 17:3 .)
Escuchemos otra vez las palabras del rey Benjamin: «Y además, quisiera que consideraseis el bendito y feliz estado de aquellos que guardan los mandamientos de Dios. Porque he aquí, ellos son bendecidos en todas las cosas, tanto temporales como espirituales; y si continúan fieles hasta el fin, son recibidos en el cielo, para que allí puedan morar con Dios en un estado de interminable felicidad, ¡Oh recordad, recordad que estas cosas son verdaderas!» (Mosíah 2:41).
La obediencia acarrea bendiciones aquí y ahora. Jesús dijo: «Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis». (Juan 13: 17; cursiva agregada.) Hallamos felicidad y paz cuando estamos en armonía con nosotras mismas, con Dios y con nuestros semejantes.
Por la obediencia se obtiene la fortaleza espiritual que nos sostiene en los momentos de adversidad. Mi amiga y consejera, Joy Evans, me contó de una etapa de su vida. Tenia cuatro hijos pequeños y esperaba el quinto. El tan esperado día del nacimiento llegó unas seis semanas antes de la fecha. Esperaban tener «un» bebe pero fueron mellizos: Michael y Amy, prematuros y muy pequeños.
Ya habían perdido un hijo, y Joy, que es enfermera, tenia la certeza de que los mellizos también iban a morir; la asaltaba aun el temor de que su propia falta de fe contribuyera a la muerte de los niños. ¡Deseaba desesperadamente que vivieran!
Ella dijo: «Creo que fue la primera vez que no pudo decir ‘Que se haga tu voluntad’. No pude, no pude decirlo».
Cuando su marido se fue a casa el segundo día después del nacimiento de los mellizos, elevó una oración, no por los bebes, sino por su esposa. Entonces ella sintió la serena seguridad de que todo saldría bien: que pasara lo que pasara, era la voluntad del Señor. Las criaturas murieron, una a los dos días, y la otra, a los tres, pero la madre retuvo su sentimiento de paz; pudo echar mano de la gran reserva de fortaleza que había reunido al guardar los mandamientos a través de los años.
Ella deseaba que sus hijitos fueran debidamente vestidos a su sepultura, pero estos eran tan pequeñitos que no encontraban ropa para ellos.
Cuando la presidenta de la Sociedad de Socorro fue a verla después de morir el segundo bebe, percibió la desilusión de esa madre de no poder vestir a los niños como deseaba. La presidenta se fue a casa y se puso a coser con afán. Al volver a la mañana siguiente, el día en que sepultarían a los bebes, llevaba un precioso trajecito blanco para Michael y un delicado vestidito blanco para Amy.
La paz llega al alma del que da y del que recibe, al seguir la inspiración del Espíritu de servirnos unos o otros.
El Señor dijo: «Guarda mis mandamientos y ayuda a que salga a luz mi obra»(D. y C. 11:9).
Hermanas, como mujeres de la Iglesia, cada una tiene una importante función que cumplir en la edificación del reino de Dios en la tierra. El modo de hacerlo es claro. Se nos ha mandado santificarnos para que nuestra mente se dirija solo a Dios y permanezcamos firmes en la fe, sin vacilar, hasta terminar nuestra obra. Al dedicar una hora especifica para el estudio regular de las Escrituras y momentos de calma para las oraciones, recibimos conocimiento e inspiración, lo cual, por la obediencia, ponemos en acción. Nos santificamos un paso a la vez al aceptar la responsabilidad personal de nuestros actos y honrar los convenios hechos en el bautismo, en el templo y al tomar la Santa Cena los domingos. Progresamos al vivir dignas de recibir las bendiciones prometidas, al seguir la inspiración que nos lleva a servir al prójimo, al amarnos unos a otros y al procurar obedecer la voz del Profeta en todo.
El presidente Heber J. Grant dijo: «Si nos esforzamos, si trabajamos, si tratamos, lo mejor que podemos, de mejorar día tras día. entonces estamos cumpliendo con nuestro deber». (En Conference Report, abril de 1909, pág. 111.)
De un campo de refugiados tailandeses, Mary Ellen expresó elocuentemente el sentir de todos al decir: «Me siento mas cerca del Salvador cuando hago en pequeña medida por otras personas lo que El haría si estuviera aquí. Tal vez eso es lo que significa ser un instrumento en sus manos. . . hacer posible que Su amor llegue a mas de sus hijos».
Hermanas, nosotras somos esos instrumentos. El nos necesita y nosotras le necesitamos a El. Instrumentos afinados tocan bellas melodías. Sed obedientes; orad; recordad al Señor; guardad sus mandamientos. Allegaos a El y sentid el regocijo y la paz que resultaran al acercarse El a vosotras. (D. y C. 88:63 .)
Se que estas cosas son verdaderas y las digo en el nombre de Jesucristo. Amén.
























