Conferencia General Octubre 1985
Hagamos avanzar esta obra
Presidente Gordon B. Hinckley
Segundo Consejero en la Primera Presidencia
«Regresemos ahora a nuestro hogar con la determinación de vivir el evangelio mas plenamente. No hay nada que el Señor espere de nosotros que no podamos hacer. Sus requisitos son básicamente fáciles.»
Mis hermanos y hermanas, ponemos ahora fin a esta Conferencia General semestral numero 155 de la Iglesia. Hemos disfrutado de dos días de gran provecho para todos, en los cuales hemos sido iluminados y bendecidos por aquellos que nos han hablado. Nuestro corazón se ha enaltecido con la hermosa música que hemos escuchado, y las oraciones han sido inspiradas e inspiradoras.
Hemos disfrutado la presencia del presidente Spencer W. Kimball en todas las sesiones generales; aun cuando no le fue posible hablarnos, pudimos ver su rostro, y eso nos ha servido de inspiración.
Ruego que al regresar a nuestros hogares podamos hacerlo con una determinación mas fuerte de vivir el evangelio y enseñar a nuestros hijos por medio del precepto y del ejemplo que también lo hagan. A menudo citamos entre nosotros las grandiosas palabras de Nefi a su padre que regresaran a Jerusalén en procura de los anales de sus antepasados. A pesar de que nos son tan familiares, quisiera reiterarlas con la sugerencia de que todos regresemos a nuestro hogar con estas palabras como lema para los meses futuros: «Iré y haré lo que el Señor ha mandado, porque se que el nunca da mandamientos a los hijos de los hombres sin prepararles la vía para que puedan cumplir lo que les ha mandado» (1 Nefi 3:7).
En los dos últimos días se nos han recordado frecuentemente los mandamientos del Señor. Se ha puesto delante de nosotros el consejo de sus profetas. Todos esos consejos habrán sido en vano si aquellos que los hemos escuchado no cobramos una nueva resolución en el corazón de partir con un robustecido espíritu de obediencia a la voluntad del Señor.
Se que a menudo no resulta fácil cumplir con lo que se espera de nosotros. Muchos piensan que no pueden hacerlo. Debemos tener un poco mas de fe. Debemos saber que el Señor no nos dará mandamientos que superen nuestra capacidad de obedecerlos. No nos pedirá que hagamos cosas que no estamos en condiciones de hacer. El problema yace en nuestros temores y apetitos.
Dentro de poco extenderemos llamamientos a mas de sesenta hombres para servir como presidentes de misión. Les daremos mas tiempo del que se les daba en el pasado, cuando simplemente se leían sus nombres en conferencias como estas. Aquellos con quienes hablaremos en el correr de los próximos dos o tres meses no saldrán como presidentes hasta julio del año entrante. Vivimos en una sociedad muy compleja, y reconocemos que los hombres necesitan tiempo para poner sus asuntos en orden
Durante los últimos años he tenido la responsabilidad de extender llamamientos a un grupo numeroso de hombres para que junto a sus respectivas esposas e hijos dejen todo y vayan al campo misional. Aquellos con quienes hablaremos en los próximos meses, responderán de la misma manera en que han respondido otros en el pasado. Dirán: «Claro que si, estoy pronto para ir cuando y a dónde me llame el Señor.»
Ellos y sus esposas reunirán a sus hijos a su alrededor. Habrá lagrimas cuando sus hijos se den cuenta de que tienen que dejar la escuela y sus amigos. La familia se arrodillara en oración, y cuando se pongan nuevamente de pie, aun cuando sus ojos estén húmedos, dirán todos al unísono: «Iremos doquier nos mandes, Señor, y lo que nos mandes seremos». (Himnos de Sión, pág. 93.)
Confieso que hay veces que me cuesta pedirle a la gente que haga cosas en la Iglesia, puesto que se que responderán que sí sin vacilar, y se que en ello habrá implicados grandes sacrificios. Pero también se que en el caso de los presidentes de misión y sus familias, derramaran mas lagrimas cuando llegue el momento de regresar al hogar que cuando partan hacia el campo misional. Lo mismo sucede con los presidentes de templos y muchos otros que son llamados por la Iglesia para dejar su hogar y servir en el mundo.
En todos los años que he tenido de experiencia nunca nadie ha rechazado un llamamiento de esa naturaleza. Ha habido algunos casos de personas que al preguntarles en cuanto a sus circunstancias, sentí que no debían ser llamados, al menos en ese momento. Pero aun en esos casos, sucede algo extraño; Una vez que se le habla a un hombre concerniente a una asignación tal, aun cuando no se le extiende un llamamiento, jamas parece olvidarlo. Al poco tiempo escribe una carta o llama por teléfono para decir que esta pronto para ir.
De vez en cuando alguien dice que en los primeros días de la Iglesia se hacían sacrificios enormes, pero que en esta época ya no existen; que en los días de los pioneros la gente estaba dispuesta a ofrecer sus fortunas y hasta su vida misma en el altar. «¿Dónde ha ido a parar el espíritu de consagración?» se preguntan algunos. Quisiera recalcar el hecho de que ese espíritu sigue latente entre nosotros. He descubierto que no hay sacrificio demasiado grande para un fiel Santo de los Ultimos Días.
Hace apenas una semana se recomendó a un hermano para un cargo en el extranjero. Tras constatar su dignidad y su capacidad, lo llame para hablar con el. Quería averiguar tocante a sus circunstancias personales. Le pregunte cuanto le faltaba para jubilarse de su empleo, y me indicó que le quedaban cinco años. Entonces le pregunte cómo afectaría su jubilación si dejaba el empleo en ese momento, y me respondió que equivaldría a una reducción bastante grande. Después de tratar este y otros asuntos, sentí que debía desistir de considerarlo para el cargo.
A la mañana siguiente me llamó para decirme que junto a su esposa habían estado hablando al respecto y que estaban listos para partir en cualquier momento. Me dijo que no les preocupaba el futuro, que tenían fe en que se les presentarían oportunidades para satisfacer sus necesidades si estaban dispuestos a hacer lo que el Señor les pedía. Entonces comentó que el Señor habla sido muy bueno y generoso tanto con ellos como con sus hijos, que estaban dispuestos a hacer cualquier cosa para poner de manifiesto su agradecimiento. No tenían gran abundancia de cosas materiales, pero contaban con lo suficiente para sus necesidades básicas; y lo que era mas importante, tenían el evangelio de Jesucristo y todas las bendiciones que de el derivan.
A la mayoría de vosotros, hermanos y hermanas, no se os pedirá que hagáis tales sacrificios ni que respondáis a llamamientos de esa naturaleza. Pero lo que hagáis con vuestras vidas día a día no es de menor importancia.
Regresemos ahora a nuestro hogar con la determinación de vivir el evangelio mas plenamente. No hay nada que el Señor espere de nosotros que no podamos hacer. Sus requisitos son básicamente fáciles. Por ejemplo, concerniente a la Palabra de Sabiduría, dijo que se trata de «un principio con promesa, adaptada a la capacidad del débil y del mas débil de todos los santos, que son o que pueden ser llamados santos» (D. y C. 89:3).
Podemos observar esa Palabra de Sabiduría. Recibimos numerosas cartas que desean averiguar si esto o aquello esta permitido por la Palabra de Sabiduría. Si evitamos aquellas cosas que son específicamente definidas, y además observamos el espíritu de esa gran revelación, jamas significara una carga. Mas bien, resultara en bendiciones. No olvidemos que es el Señor quien ha hecho la promesa.
Podemos pagar el diezmo. No es tanto una cuestión de dinero sino de fe. Todavía no encuentro a un fiel pagador de diezmos que no pueda testificar que las ventanas de los cielos le fueron abiertas en la forma mas literal y maravillosa y bendiciones fueron derramadas sobre el.
Os insto, mis hermanos y hermanas, a todos vosotros, a aceptar la palabra del Señor en este importante asunto. Es El quien ha dado el mandamiento y hecho la promesa. Y ahora vuelvo a Nefi, quien en esos momentos de preocupación dijo a sus hermanos: «Seamos fieles en guardar los mandamientos del Señor, pues he aquí, el es mas poderoso que toda la tierra» (1 Nefi 4:1).
No debe suponer una carga el abstenerse de dos comidas al mes y entregar su valor en dinero para ayudar a satisfacer las necesidades de los pobres. Por el contrario, es una bendición. No sólo derivaran de la observancia de este principio beneficios físicos, sino también valores espirituales. Nuestro programa del día de ayuno y de sus ofrendas es tan sencillo y hermoso que no puedo comprender cómo es que el mundo entero no lo adopta. En el Congreso de los Estados Unidos se han llevado a cabo recientemente audiencias tendientes a proponer ante el Poder Ejecutivo un día de ayuno para recaudar fondos para las naciones necesitadas de Africa. Nuestro propio aporte de hace seis meses fue tan fácil de efectuar y tan enormemente productivo, que nuestra consagración bendijo a miles de personas sin que ninguno de nosotros tuviera que sufrir en lo mas mínimo.
Podemos asistir a nuestras reuniones sacramentales para participar de los emblemas del sacrificio de nuestro Salvador. Al hacerlo, renovaremos nuestros convenios y recordaremos las obligaciones sagradas que conciernen a aquellos que han tomado sobre si el nombre del Señor. En tales reuniones recibiremos consejo tocante a nuestras bendiciones. Nos regocijaremos en la asociación con vecinos y hermanos en el evangelio, lo cual supone un vinculo inmensurable.
Podemos leer las Escrituras, reflexionar en cuanto a su significado y familiarizarnos con ellas a fin de obtener bendiciones sempiternas. Podemos hacerlo en nuestras noches de hogar, y así crecerá en nuestros hijos un gran amor por el Señor y su santa palabra.
Podemos extender una mano para ayudarnos mutuamente como vecinos y amigos, yendo mas allá de nuestros hermanos y hermanas en la Iglesia, para llegar a cualquier persona que este en dificultades, dondequiera que se encuentre. Es enorme la cantidad de soledad y miedo que existe en el mundo; hay tanto odio y rencor, por los actos inhumanos entre los hombres.
Cultivemos, como Santos de los Ultimos Días, un espíritu de hermandad en todos nuestros tratos. Seamos mas caritativos en nuestros juicios, mas comprensivos hacia quienes están en error, y estemos mas dispuestos a perdonar a aquellos que nos ofenden. No aumentemos mas esa ola de odio que azota al mundo día a día. Seamos bondadosos para con todos los hombres, aun para con aquellos que hablan mal de nosotros, quienes, si pudieran, nos harían daño.
En una palabra, vivamos mas íntegramente el evangelio del Maestro, cuyo nombre hemos tomado sobre nosotros. Hagamos avanzar esta obra; vivamos de tal manera que nuestra vida sea digna de imitación .
Al dar punto final a esta conferencia pienso en la comisión que el rey David dio a su hijo, Salomón, poco antes de morir: «Esfuérzate, y se hombre.
«Guarda los preceptos de Jehová tu Dios, andando en sus caminos, y observando sus estatutos y mandamientos, sus decretos y sus testimonios, de la manera que esta escrito en la ley de Moisés, para que prosperes en todo lo que hagas y en todo aquello que emprendas;
«para que confirme Jehová la palabra que me habló, diciendo: Si tus hijos guardaren mi camino, andando delante de mi con verdad, de todo su corazón y de toda su alma, jamas, dice, faltara a ti varón en el trono de Israel.» (1 Reyes 2:24.)
Si así nos comportamos como Santos de los Ultimos Días, esta obra jamas fracasara ni se estancara, sino que avanzara hacia el destino dado por ese ser cuyo nombre lleva. Nuestro Padre nos sonreirá, y nosotros miraremos hacia El y viviremos.
Ruego humildemente por estas grandes bendiciones, al expresaros mi aprecio, amor y agradecimiento, en el nombre de Jesucristo. Amén.
























