Regocijaos en esta gran época de construir templos

Conferencia General Octubre 1985logo 4
Regocijaos en esta gran época de construir templos
presidente Gordon B. Hinckley
Segundo Consejero en la Primera Presidencia

Gordon B. Hinckley«Vivimos en una de las épocas mas significativas en la historia de la Iglesia y de la obra de Dios entre su pueblo. Vivimos en la era mas grandiosa que ha existido en la edificación de templos.»

Mis queridos hermanos y hermanas, me siento profundamente agradecido por la fe sostenedora y las oraciones de los Santos de los Ultimos Días. Estar ante vosotros en este cargo es la responsabilidad mas seria y sagrada que podría haber. No hago alarde de ningún talento especial, y espero que os deis cuenta de que no estoy aquí por decisión propia; no pedí esta responsabilidad, sino que el Profeta del Señor la colocó sobre mi. Y no puedo evadirla.

Me motivan dos resoluciones. La primera es servir al Señor con lo mejor de mi mismo; y creo que entiendo lo que eso significa, al menos hasta cierto punto. La segunda es servir a su Profeta escogido, el presidente Spencer W. Kimball, y aliviar sus hombros de toda carga que yo

pueda tener derecho a llevar. Considero sagrados y obligatorios estos deberes y mas importantes que cualquier otra cosa que pudiera surgir.

Siento profunda gratitud por mis hermanos del Consejo de los Doce Apóstoles, que constantemente y sin excepción han cumplido cada una de las solicitudes y asignaciones que se les ha dado. Han sido un gran apoyo. Y lo mismo puedo decir de los miembros del Primer Quórum de los Setenta y del Obispado Presidente. Repito lo que he dicho antes desde este púlpito: entre las Autoridades Generales hay perfecta unidad. En ellos no hay servilismo. Cada uno es un hombre de inteligencia, seguro de si mismo y de extraordinaria y comprobada capacidad. En cada uno también hay humildad y una disposición a reprimir toda consideración personal y dar prioridad a la obra del Señor. Mi relación continua con estos hermanos tan talentosos y dedicados me hace verlos como un constante milagro. Tratamos muchos problemas muy serios, con muchas fuerzas que tienen un impacto en la solución de esos problemas. Cada uno tiene la libertad de expresar su opinión y su criterio al respecto. Es extraordinario y maravilloso ver como, por la influencia del Espíritu Santo, los criterios se van combinando gradualmente hasta llegar a una decisión unánime. Ningún asunto importante, ninguna acción de peso se resuelve sin haberse considerado en los consejos mas altos de la Iglesia y hasta después de haber llegado a la unanimidad en las decisiones. Y no se toman decisiones sin haber ofrecido oración sincera y ferviente y haber suplicado al Todopoderoso su guía y revelación, y, mas aun, sin la aprobación del Presidente de la Iglesia.

Algunos se preguntan quien dirige la Iglesia. Yo os testifico que se recibe inspiración de lo alto y que nuestro Padre Celestial y su Hijo Amado, el Redentor del mundo, son quienes guían y dirigen esta Iglesia a fin de llevar a cabo Sus eternos propósitos para con todos los hijos de Dios. Estos son días importantes y vitales en la obra del Señor; por ejemplo, vivimos en una de las épocas mas significativas en la historia de la Iglesia y de la obra de Dios entre su pueblo. Vivimos en la era mas grandiosa que ha existido en la edificación de templos, y de este tema deseo hablar ahora.

Canto con gran convicción el hermoso himno de los Santos de los Ultimos Días que dice: «Te damos, Señor, nuestras gracias, que mandas de nuevo venir profetas con tu evangelio, guiándonos como vivir» (Himnos de Sión, No. 178). Lo canto con gratitud y como tributo al profeta José Smith, por medio de quien se reveló el fundamento de esta obra en esta, la dispensación del cumplimiento de los tiempos; lo canto con gratitud y como tributo al que honramos como Profeta, el presidente Spencer W. Kimball.

La edificación y la dedicación de templos ha avanzado con tanta rapidez en los últimos años, que algunas personas no le prestan gran atención ni le dan mucha importancia.

Pero para el adversario no ha pasado inadvertida. La construcción y dedicación de estos sagrados edificios ha estado acompañada de un resurgimiento de la oposición por parte de unos cuantos enemigos de la Iglesia, así como de critica de algunos de sus miembros. Esto me ha hecho recordar unas palabras de Brigham Young en 1861, cuando el Templo de Salt Lake estaba en construcción. Al pedirle a un hombre que evidentemente tenía experiencia anterior que trabajara también en la edificación de este templo, el respondió: «No me gusta la idea, porque nunca hemos podido construir un templo sin que las campanas del infierno empiecen a repicar». A lo cual Brigham Young comentó: «Quiero oírlas repicar otra vez. Todas las tribus del infierno se agitaran si dejamos al descubierto los muros de este templo. Pero ¿que resultado esperáis que tengan? Ya hemos visto muchas veces los resultados». (Journal of Discourses, 8355-356.)

Y es cierto, recientemente hemos tenido mucha oposición, pero también hemos visto la frustración de aquellos que han tratado de detener esta obra. Nos hemos fortalecido y hemos seguido avanzando de acuerdo con la promesa del Señor cuando dijo: «No permitiré que destruyan mi obra; si, les mostraré que mi sabiduría es mas potente que la astucia del diablo». (D. y C. 10:43.)

En poco mas de dos años y medio hemos dedicado dieciséis templos nuevos y rededicado el Templo de Manti, después de restaurarlo. Antes de que termine el año dedicaremos por lo menos uno mas, con lo que habremos dedicado seis en 1983, seis en 1984 y seis en 1985. Este gran ímpetu en la construcción de templos lo dio el presidente Kimball por revelación del Señor, a quien pertenece esta obra. La labor importante y sagrada que tiene lugar en los templos debe acelerarse, y para ello es necesario que los miembros los tengan cerca en lugar de tener ellos que viajar largas distancias para poder asistir al templo.

Quisiera que cualquiera de los que tengan dudas sobre la fortaleza y el poder de esta causa hubiera tenido las experiencias que yo tuve en los meses pasados durante los servicios dedicatorios efectuados en los Estados Unidos, en Asia y Australia, en México, América Central y América del Sur, en Europa y en Africa. He visto los rostros de cientos de miles de Santos de los Últimos Días, cuya tez era de diversos colores y tonos, pero cuyos corazones laten al unísono en el testimonio y la convicción que tienen respecto a la verdad de esta gran obra de Dios que ha sido restaurada; los he oído expresar su testimonio con sinceridad; he escuchado sus oraciones; he oído sus voces elevarse en himnos de alabanza; he visto sus lágrimas de agradecimiento; y conozco los sacrificios que han hecho en gratitud por las bendiciones que han recibido.

Aunque hablaban diversos idiomas, sus palabras han sido como una gran voz proclamando testimonio de la verdad eterna y divina restaurada a la tierra. Se trata de hombres y mujeres que aman al Señor y que comprenden su plan eterno, que están llenos de una generosidad que los motiva al servicio abnegado sin esperar gratitud ni recompensa algunas. Esto ha sucedido en todo lugar donde hemos estado. Cuanto me gustaría tener tiempo para hablar de las experiencias que hemos tenido en cada uno de esos servicios dedicatorios; pero sólo puedo referirme brevemente a tres o cuatro.

En un período de varios años he estado en México muchas veces. Años atrás nuestra gente allí parecía muy pobre y con muy escasa educación; daba la impresión de que sus posibilidades eran muy limitadas.

Recientemente, cuando se dedicó el Templo de la Ciudad de México, hubo miles de ellos que asistieron. Tenían una apariencia atractiva, la cara sonriente y radiante, la ropa pulcra y de buen aspecto y se notaba su educación y refinamiento. Dejaban traslucir un algo de grandeza. La mayoría de ellos llevan en sus venas la sangre de Lehi. Las escamas de tinieblas han caído de sus ojos, tal como lo prometieron los profetas del Libro de Mormón, y se han convertido en una gente pura y deleitable (2 Nefi 30:6). (Que experiencia maravillosa y enaltecedora ha sido estar con ellos y contemplar el efecto del milagroso poder de Dios en su vida!

En Filipinas, no pude contener las lágrimas. En el año 1961, tuve la oportunidad de participar en el establecimiento de la obra misional en esa tierra; en aquel entonces no teníamos ningún edificio allá, y sólo había un miembro de la Iglesia natural del país. En 1984, apenas veintitrés años después, tuvimos el privilegio de dedicar un hermoso Templo del Señor en un lugar exclusivo de la gran ciudad de Manila. Pude ver el radiante rostro de miles de fieles Santos de los Últimos Días, sobre los cuales el Señor derrama sus bendiciones de una manera maravillosa. En menos de un cuarto de siglo la afiliación de aquel único miembro en 1961 se multiplicó hasta sobrepasar los cien mil miembros de la Iglesia; estos son mis amigos, la gente a la que quiero, entre quienes he trabajado y a quienes les he enseñado el evangelio. La inauguración del templo representaba para ellos la oportunidad de tener la plenitud del evangelio, el cumplimiento de sus mas caros sueños.

En el mes de agosto pasado, dedicamos en Friburgo, Alemania, otra hermosa y sagrada Casa del Señor. Antes de la dedicación, mientras teníamos el edificio abierto para la visita del público, unas noventa mil personas fueron a verlo, muchas de ellas habiendo tenido que esperar varias horas bajo la lluvia.

Los santos fieles sacrificaron dinero, alhajas y comodidades para ayudar en la construcción de ese templo.

Uno de los muchos que asistieron a la dedicación escribió lo siguiente: «Había un silencio solemne, y no había ojos que estuvieran secos. El sol salió después de mucho tiempo. . . Se podía sentir la alegría y el entusiasmo de la gente, y el deseo de lograr armonía permanente. . . Lágrimas, sonrisas y contento, todo se encontraba allí».

Aunque reconocemos la diferencia en las filosofías políticas que nos gobiernan, expreso sincero agradecimiento a los oficiales gubernamentales de aquella nación por su ayuda en convertir en realidad ese sagrado edificio para la bendición de nuestros hermanos en su tierra.

Hace poco regresamos de Johannesburgo, Africa del Sur. En todas partes, en la prensa y la televisión, se puede ver el conflicto que existe en esa región. Pero en la Casa de Dios, el bello Templo de Johannesburgo, reinaba la paz, esa paz del Señor, la «que sobrepasa todo entendimiento» (Filipenses 4:7). Mezclados allí como hermanos, ligados con el Todopoderoso por convenios eternos, había personas de muchos orígenes; entre ellas, los descendientes de los holandeses que hace largo tiempo fueron a colonizar aquellas tierras, los descendientes de los británicos que en el pasado pelearon contra los holandeses, y también los nativos de pueblos africanos. Entre todos los que se encontraban reunidos en la Casa del Señor había hermandad, había amor y existían la unidad y el respeto mutuo.

En esas sagradas ocasiones sentimos gran gozo, no solo en los templos que he mencionado, sino también en todos los otros. Después de la dedicación de cada uno de estos templos, se comenzó la obra de ordenanzas y continúa sin obstáculos ni inconvenientes para bendición de miles de personas que están de este lado del velo y decenas de miles que están del otro lado. Si hay una obra en el mundo que realmente demuestra la universalidad del amor de Dios es la labor abnegada que se efectúa en estas santas casas.

Jesucristo, el Hijo de Dios, dio su vida en una cruz en el Calvario como expiación por los pecados de la humanidad; el suyo fue un sacrificio vicario por cada uno de nosotros, y por medio de ese sacrificio todos tenemos la promesa de la resurrección. Esto lo obtiene el hombre por la gracia de Dios, sin esfuerzo alguno. Aparte, por medio de las llaves del Santo Sacerdocio que el Señor confirió a los Doce cuando estuvo con ellos en la tierra y que fueron restauradas en esta dispensación por aquellos que las poseían en la antigüedad, se han recibido grandes bendiciones, entre ellas, las extraordinarias ordenanzas que se llevan a cabo en la Casa del Señor. Sólo en esas ordenanzas se cumple el ejercicio de «la plenitud del sacerdocio» (D. y C . 124:28) .

Supongo que no hay ningún cristiano que pueda negar la necesidad e importancia del bautismo «del agua y del Espíritu». Ninguno podría justificar tal negación en vista de la declaración del Maestro a Nicodemo: «El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios». (Juan 3:5.)

A los incontables millones de personas que han muerto sin el bautismo, (,acaso se les negaran las bendiciones del reino de Dios sólo porque ignoraban ese requisito?

Para mi es inconcebible que alguien pueda creer que Dios, el Padre de todos nosotros, pudiera hacer tal discriminación entre sus hijos en cuanto a las bendiciones eternas. No. Si existe una justicia universal en cuanto a eso, tiene que existir una oportunidad universal.

Una pregunta que hizo Pablo a los santos de Corinto es la confirmación de las Escrituras respecto a la practica del bautismo por los muertos: «De otro modo qué harán los que se bautizan por los muertos, si en ninguna manera los muertos resucitan? Por que, pues, se bautizan por los muertos?»(1 Corintios 15:29.)

Las palabras de Jesús a Nicodemo no establecían ninguna excepción. En cada uno de los templos de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días hay una pila bautismal donde representantes pueden bautizarse en favor de los que han fallecido. No me gusta referirme a ellos diciendo «los muertos», pues creo que gracias al grandioso plan de nuestro Padre Eterno y a la expiación de Jesucristo todos viven; aunque hayan muerto en lo que respecta a su cuerpo mortal, han retenido su identidad individual. Son personas como nosotros y con el mismo derecho de recibir todas las bendiciones pertinentes a la vida eterna. )Acaso soy yo mas digno de esas trascendentales bendiciones que mis antepasados, de quienes recibí mi patrimonio?

La Casa del Señor es una casa de pureza; los que allí trabajan se visten de blanco inmaculado, participan en ordenanzas sagradas, reciben instrucción del plan eterno del Señor, y hacen convenios que prescriben la moralidad y la rectitud, la abnegación y el servicio. Sus acciones son precursoras de esta escena que describió Juan el Revelador:

«Estos que están vestidos de ropas blancas, )quienes son. . .?

«Por esto están delante del trono de Dios, y le sirven día y noche en su templo; y el que esta sentado sobre el trono extenderá su tabernáculo sobre ellos.

«Ya no tendrán hambre ni sed, y el sol no caerá mas sobre ellos, ni calor alguno;

«porque el Cordero que esta en medio del trono los pastoreará, y los guiara a fuentes de aguas de vida; y Dios enjugara toda lágrima de los ojos de ellos.» (Apocalipsis 7:13, 15-17.)

En esas santas casas marido y mujer son sellados con la misma autoridad que el Señor confirió sobre sus Apóstoles en la antigüedad: «Viniendo Jesús a la región de Cesarea de Filipo» habló con sus discípulos, y en esa conversación surgió la conmovedora declaración de Pedro: «Tu eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente». El Salvador les habló entonces del poder de la revelación, por medio del cual Pedro había recibido ese conocimiento, y del principio de revelación sobre el que debía establecerse su Iglesia. Entonces, continuó diciéndoles a aquellos hermanos escogidos: «Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos». (Mateo 16:13, 16-19.)

El matrimonio que se ,solemniza en los templos de la Iglesia se lleva a cabo con la autoridad de ese mismo Santo Sacerdocio no sólo por esta vida, sino también por la venidera.

La separación de los seres queridos causada por la muerte siempre lleva consigo el dolor; pero llegaría acompañada de total desesperanza si no hubiera alguna posibilidad diferente de la irrevocabilidad que comunican las palabras «hasta que la muerte los separe» que se pronuncian en la mayoría de las ceremonias nupciales.

Y no tiene que ser así. El razonamiento niega que un Padre que nos ama a todos pudiera destrozar la relación mas sagrada de la vida terrenal y privar de la unión matrimonial a aquellos que se aman, se honran y se respetan mutuamente. Pero tiene que haber reglas para lograrlo; tiene que haber cumplimiento; tiene que haber obediencia. La fórmula es muy clara gracias al ejercicio del Santo Sacerdocio en estos templos sagrados.

El otro día me senté junto a un amigo que había perdido a su querida compañera. Lloraba desconsolado al verse privado de una relación que durante mas de medio siglo había sido el baluarte de su vida. Pero, brillando a través de sus lagrimas y elevándose por encima de cualquier duda estaba la certera convicción de que el matrimonio que se había realizado muchos años atrás había sido unido por una autoridad cuyo poder iba mas allá del velo de la muerte y que tendría allá la misma validez que había tenido acá.

No es de extrañar, mis hermanos, que con la inauguración de estos nuevos templos haya visto lágrimas en los ojos de hombres fuertes que abrazaban a su esposa en un altar de esa santa casa, lagrimas en los ojos de los padres que abrazaban a sus hijitos frente a esos altares. Por el poder que allí se ejerce ellos saben que ni el tiempo ni la muerte puede destruir los lazos que ahora los unen.

Y en la misma forma en que esos lazos tienen validez para los vivos, la tienen también para los que han muerto cuando un representante va al templo en su nombre para recibir esas ordenanzas en favor de ellos. Esta obra, que se lleva a cabo con abnegación por los que están en el mas allá, se acerca mas que cualquier otra a la obra vicaria sin paralelo que realizó el Salvador. La grandiosa e importante labor de enseñar el evangelio de Cristo a los pueblos del mundo estaría incompleta, por decir lo menos, si no proveyera las mismas enseñanzas a los que han pasado a otra esfera, y pusiera a su alcance esas ordenanzas del evangelio que se requieren de todo el que quiera seguir avanzando en el camino hacia la vida eterna.

Esos templos están para hacer uso de ellos, y los que los aprovechen cosecharán una bendición de armonía en su vida; se acercaran mas al Señor, y El se acercara a ellos.

Hay quienes se burlan de nuestra labor en los templos. Se burlaran de las palabras, pero no pueden burlarse del Espíritu, ni de la verdad. Doy testimonio de la universalidad del amor de nuestro Padre, de la universalidad de la salvación de la muerte gracias al sacrificio del Salvador, de la universalidad de la oportunidad que tienen todas las generaciones de hombres y mujeres de recibir las grandiosas bendiciones de nuestro Padre, quien dijo: «Porque, he aquí, esta es mi obra y mi gloria: Llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre». (Moisés 1:39.) De ello testifico en el nombre del Señor Jesucristo. Amén.

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