Conferencia General Abril 1986
Dieciséis años como testigo
élder Francis M. Gibbons
del Primer Quórum de los Setenta
«Ha sido una bendición estar en contacto casi diario durante los días laborales con los profetas de Dios. Cada uno de ellos ha demostrado cualidades diferentes; cada uno de ellos ha desempeñado un papel especial; cada uno de ellos ha contado con nuestro amor.»
Mis queridos hermanos, las cosas han cambiado mucho. Hace hoy apenas dieciséis años exactamente, estaba yo sentado entre la congregación, siendo obispo, y sostuvimos al presidente Joseph Fielding Smith como Presidente de la Iglesia, con sus consejeros, el presidente Harold B. Lee y el presidente N. Eldon Tanner. En aquella conferencia también fue sostenido el élder Boyd K. Packer, como nuevo miembro del Consejo de los Doce; y, por la posición que ocupa ahora en el estrado, se puede ver el enorme cambio que ha tenido lugar en el corto período de dieciséis años. En la misma conferencia fueron sostenidos además los élderes William Bennett, Joseph Anderson y David Haight. El élder Bennett, como sabemos, ya murió; el élder Haight es ahora miembro de los Doce y el élder Anderson todavía está entre nosotros, ya aproximándose a los noventa y siete años. El élder Anderson era miembro del barrio en el cual yo era obispo en aquella época.
Por una extraordinaria serie de circunstancias que no mencionaré aquí tres días más tarde me encontré en la primera reunión de la Primera Presidencia a la que se me permitió, o mejor dicho, tuve el privilegio de asistir. Durante esos dieciséis años, ha sido una bendición estar en contacto casi diario durante los días laborales con los profetas de Dios. Cada uno de ellos ha demostrado cualidades diferentes; cada uno de ellos ha desempeñado un papel especial; cada uno de ellos ha contado con nuestro amor. Y hoy puedo, sin ninguna vacilación, levantar la mano con total amor y apoyo por el presidente Ezra Taft Benson, el presidente Gordon B. Hinckley y el presidente Thomas S. Monson. Ellos son verdaderos profetas, videntes y reveladores del Dios viviente. Y cuán grande es la bendición de ser miembros de una Iglesia que es dirigida en esa forma: por medio de la revelación directa de Dios.
Supongo que es natural que en momentos como este pensemos en nuestros antepasados. Mi tatarabuelo Vincent Knight, era miembro del obispado del Barrio Kirtland, el primer barrio de la Iglesia y servía bajo la dirección del obispo Newell Whitney. Más tarde fue obispo «temporario», que era como se les llamaba entonces, del Barrio Adan-ondi-Ahman; y su hija, que fue mi bisabuela contaba que habla recogido bayas en las orillas del río Grande, donde corre por Adan-ondi-Ahman. Mi tatarabuelo fue más tarde obispo del Barrio Lower, en Nauvoo, y era obispo del barrio donde residían el presidente José Smith y el presidente Brigham Young. Su esposa, Martha McBride, estuvo entre el primer grupo de miembros de la Sociedad de Socorro.
Pienso en esas personas y en su dedicación y su fe. La hija de mis tatarabuelos se casó con un joven llamado Andrew Smith Gibbons; ambos eran adolescentes en la época de Kirtland, y después se casaron y tuvieron su primer hijo en Council Bluffs, Iowa, cerca del Invernadero (Winter Quarters). Mi bisabuelo formó parte de la caravana de pioneros de Brigham Young que llegó a este valle el 24 de julio de 1847; pero terminó estableciéndose en Arizona, que es donde yo nací, en el pueblito de Saint Johns: siempre les he dicho a mis amigos: «Si no pueden imaginarse dónde es, queda unos veinticinco kilómetros al este de. . .» y les daba un nombre cualquiera. Para muchos, es el fin del mundo; pero, para los que nacimos allí, es el centro de la tierra. Y rindo tributo a esos maravillosos antepasados; también rindo tributo a mi esposa e hijos, y a nuestros nietos, así como a amigos y familiares, y a las muchas personas con quienes hemos tenido el privilegio de trabajar a lo largo de los años.
Como podéis daros cuenta, acepto esta asignación con el corazón trepidante; la acepto humildemente. La acepto sin vacilación. Deseo servir, y servir fielmente y con diligencia. Y les prometo al presidente Benson y a sus extraordinarios consejeros que cada vez que me pidan algo, me esforzaré por cumplir lo mejor que mi capacidad me lo permita.
Finalmente, quiero deciros que, siendo un joven misionero hace más de cuarenta años, recibí un testimonio del Espíritu. Fue cuando supe por medios espirituales que Dios vive, que Jesucristo es su Hijo y es la cabeza de la Iglesia, que está dirigida por profetas, videntes y reveladores. Por lo tanto, sostengo a todos los que han precedido a la nueva Primera Presidencia y, ciertamente, apoyo y sostengo a los que ahora la integran. Para terminar, deseo agregar que, aparte de haber ocupado ese cargo desde hace dieciséis años con un completo conocimiento de la importancia de la Iglesia y la condición de sus líderes, durante todo ese tiempo no he visto nada, en ningún respecto, que pudiera haberme hecho dudar de la doctrina de la Iglesia de sus prácticas y, menos aún, de la integridad de aquellos que la dirigen. Yo soy su testigo. Testifico que son hombres honorables, correctos y devotos, llenos de integridad, dedicados a enseñar los principios del evangelio y empeñados con todas sus fuerzas a preparar a la gente para el regreso del que está a la cabeza de la Iglesia, Jesucristo, en su segunda venida; de lo cual testifico en el nombre de Jesucristo. Amén.
























