Conferencia General Octubre 1986
Las cosas que no nos gusta escuchar
élder James E. Faust
del Quórum de los Doce Apóstoles
«Para la conciencia que se debate entre el bien y el mal, la única solución permanente es cambiar la conducta y arrepentirse.»
Con humildad suplico y espero que lo que tengo para decir sea recibido en el mismo espíritu en que habré de decirlo. Acabamos de escuchar al Profeta de Dios. El es el atalaya de la torre El ha elevado una voz de amonestación, y quisiera instar a todos a escuchar y seguir su consejo. Es de vital importancia estar siempre en armonía con aquellos que, según Pablo, «velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose» (Hebreos 13: 17).
Isaías se refirió a un pueblo que no quiso escuchar a sus profetas y videntes, al cual se le exhortó que dijera «a los videntes: No veáis; y a los profetas: No nos profeticéis lo recto, decidnos cosas halagüeñas, profetizad mentiras» (Isaías 30:10). Nefi explicó que »los culpables hallan la verdad dura, porque los hiere hasta el centro» (1 Nefi 16:2).
El presidente Spencer W. Kimball se refirió al deber de los profetas.
Dijo: »Estoy seguro que Pedro y Santiago y Pablo no se deleitaron en tener que llamar al pueblo al arrepentimiento constantemente, y en ponerlos sobreaviso de los peligros; sin embargo, lo hicieron cuanta vez fue necesario. De la misma manera nosotros vuestros líderes, debemos hacer continuamente lo mismo; si vosotros los jóvenes no entendéis, entonces la culpa será en parte nuestra. Pero si os mostramos el camino con claridad, entonces no tenemos culpa alguna.» («Love Versus Lust», BYU Speeches of the Year, Provo, Utah. 5 de enero de 1965, pág. 6.)
Hoy quisiera hablar de cosas que a mucha gente no le gusta escuchar, y lo hago con el fin de dotaros de fortaleza contra los errores, contra el sufrimiento, el desconsuelo y la angustia.
Quisiera comenzar compartiendo con vosotros una experiencia personal de hace muchos años cuando mi devoto padre me dijo una de esas cosas que uno preferiría no escuchar. Tras la culminación de la Segunda Guerra Mundial, yo estaba casado y deseaba salir adelante en la vida. Habla terminado mi memorable misión antes del servicio militar. Estaba ansioso por ocuparme de los asuntos de mi vida y no tenía realmente interés en regresar a los estudios universitarios que había iniciado ocho años antes. La carrera que deseaba seguir me llevaría otros tres años de estudio intenso, enorme disciplina, y una gran imposición económica. Pensando en estas realidades le dije a mi padre: »No creo que vuelva a la universidad. Me voy a conseguir un empleo o iniciaré un negocio, y así echare mi vida a andar». Mi padre había terminado sus estudios de abogacía después de la Primera Guerra Mundial siendo ya un poco mayor, casado y con tres hijos; y al contestarme fue directo al grano. Me preguntó sin rodeos «Y ¿que estas preparado para hacer’?» y me dio su parecer de una forma tan penetrantemente sincera que dolió, pero no pude menos que aceptarla. Volví a la universidad y terminé mi carrera. Sus palabras tan francas y bien intencionadas cambiaron el curso de mi vida.
En los tiempos de Jesús un cierto joven le hizo al Salvador una pregunta muy significativa y recibió a cambio la respuesta que tal vez menos deseaba escuchar. Junto con la respuesta recibió una enorme promesa. La pregunta que el joven rico formuló fue esta: «¿Que haré para heredar la vida eterna’?»
Jesús le contestó: »Los mandamientos sabes: No adulterarás; no matarás; no hurtarás; no dirás falso testimonio; honra a tu padre y a tu madre.»
Y el joven dijo: »Todo esto lo he guardado desde mi juventud.»
Entonces el Maestro le dijo lo que el joven menos deseaba escuchar: «‘Aún te falta una cosa: vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme.»
Cuando el joven escucho esto, «se puso muy triste, porque era muy rico.
»Al ver Jesús que se había entristecido mucho, dijo: ¡Cuan difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!» (Lucas 18:18, 20-24).
Una de las pruebas mas grandes para muchas personas en la vida es la manera en que administran sus riquezas terrenales.
Este mismo Jesús de Nazaret se refirió a doctrinas que en la época eran aparentemente difíciles de aceptar. Algunos decían: » ¿Qué nueva doctrina es esta?» Jesús no hablo de revanchas ni de desquites, sino que mas bien habló de amor a nuestros enemigos y de hacer el bien a quienes nos aborrecen, de bendecir a quienes nos maldicen y de orar por quienes nos desprecian (Lucas 6:27-28). Aconsejo a sus seguidores que cuando los hirieran en una mejilla pusieran también la otra, y que al que les quitara la capa, ni aun la túnica le negarán (Lucas 6:29).
Otra nueva e interesante doctrina era la de amar a otras personas además de a los seres queridos y de ser buenos con otros además de con los amigos. Otra idea extraña que Jesús enseñó era la de dar de nuestros bienes sin esperar nada a cambio. El Maestro nos aconsejó ser misericordiosos, no juzgar ni condenar, y que seamos buenos con los malagradecidos y malvados (Lucas 6:34-37). También nos instó a tener cuidado cuando los hombres hablen bien de nosotros, porque todos hablaran bien de los falsos profetas (Lucas 6:26).
La promesa para aquellos que pueden hacer estas cosas es enorme: ‘Seréis hijos del Altísimo» (Lucas 6: 35).
Ahora haré mención a otros dos o tres asuntos sobre los cuales la gente no quiere escuchar hablar. Uno de ellos es el del respeto al día de reposo. Si bien el Salvador mismo advirtió en contra de las formas extremas de observar el día de reposo, bien haríamos en recordar a quien honramos en ese día. Parece haber una creciente tendencia a restar importancia al antiguo mandamiento que os habla de guardar el día del Señor. Para muchas personas no es otra cosa que un feriado dedicado a la diversión en vez de un día santo consagrado al descanso y a la santificación. Para algunos es un día para salir de compras. La decisión de aquellos que hacen compras, que hacen deportes, que trabajan necesariamente, o que participan en actividades recreativas es totalmente personal, y únicamente ellos serán tenidos por responsables.
El mandamiento del Señor en cuanto al día de reposo no ha sido alterado, ni tampoco lo ha sido la afirmación de la Iglesia en cuanto a el. Quienes violan este mandato en el ejercicio e su libre albedrío son responsables por las bendiciones que se privan a si mismos de recibir. El Señor ha hablado n nuestro día acerca del día de reposo, diciendo que debemos mantenernos sin «mancha del mundo» e »ir a la casa de oración». Debemos descansar de vuestras labores y rendir nuestra devoción al Altísimo. (D. y C. 59: 10.) En Doctrina y Convenios se nos recuerda: «Y en este día no harás ninguna otra cosa sino preparar tus alimentos con sencillez de corazón, a fin de que tus ayunos sean perfectos, o en otras palabras, que tu gozo sea cabal» D. y C. 59:13). Las bendiciones para aquellos que obran en justicia son magníficas. Gozarán de «paz en este mundo y la vida eterna en el mundo venidero» (D. y C. 59:23).
Otro mensaje trascendental, pero al que tampoco se le presta mucha atención, proviene del monte Sinaí: »Honra tu padre y a tu madre» (Éxodo 20: 12). Muchas veces he estado en un hogar para ancianos donde se les brinda una muy buena atención. Lo que apena enormemente es ver a tantos padres y abuelos tan olvidados por los suyos, tan privados de su dignidad, tan sedientos de amor.
El honrar a nuestros padres por cierto que incluye satisfacer sus necesidades físicas, pero no se limita a ello sino que va mucho mas allá. Significa demostrarles amor, bondad, consideración e interés todos los días de la vida. Significa preservar su dignidad y el respeto que sienten por si mismos en el crepúsculo de su vida. Quiere decir honrar sus deseos y sus enseñanzas tanto antes como después de su muerte.
Hace algunos años fui designado para crear una estaca en Japón. Como es de costumbre, efectuamos muchas entrevistas con los líderes locales para conocerlos mejor. Uno de ellos se habla mudado a esa zona procedente de Tokio para hacerse cargo de su anciano padre y su negocio, el cual se encontraba en dificultades debido a la delicada salud de su dueño. Después de que su padre falleció, este buen hijo fue a ver a los acreedores del anciano para hacerse cargo de sus deudas y solicitar que le dieran un cierto plazo para saldarlas. En nuestra entrevista le pregunte como se las estaba arreglando para cumplir con esa responsabilidad, y me dijo que todo marchaba bien y que podría pagar los compromisos de su padre. El Señor lo honró llamándolo como uno de los líderes de esa nueva estaca.
Además de tratarse de uno de los mandamientos de Dios, la consideración y la bondad que extendemos a nuestros padres es un asunto de decencia y respeto a nosotros mismos. Por su parte, los padres deben vivir de tal forma que se hagan merecedores del respeto de sus hijos.
No puedo menos que asombrarme ante la actitud que algunos padres adoptan para con sus hijos de »haz lo que yo digo, mas no lo que yo hago», con respecto al uso de substancias dañinas, a ver películas inapropiadas, y entregarse a otras actividades cuestionables. Muchas veces los hijos siguen el ejemplo que ven en la conducta de sus padres y pasan por encima de los valores que se tratan de inculcar. A tales padres les damos una regla que no falla: no basta con evitar el mal, sino también debe evitarse la apariencia del mal (Tesalonicenses 5:22).
Y ahora quisiera hablar de otro tema punzante. A menudo resulta increíble observar la negligencia de ciertas personas hacia la observancia de las normas mas elementales de rectitud y justicia. Esta actitud delictiva se pone de manifiesto de muchas maneras. Seguido se le ve en transacciones comerciales así como en contactos privados. La injusticia hacia otras personas se deja también ver en la forma en que algunos conducen sus automóviles. Este tipo de conducta emana a menudo de personas que tratan de sacar ventaja de otras. Quienes así actúan se rebajan mucho a si mismos. ¿Cómo pueden quienes proceden con tal falta de rectitud reclamar las bendiciones de un Dios justo?
¿Es que acaso hay entre nosotros quienes justifican su mala conducta para con los demás en los dos falsos argumentos de »no hay justicia en este mundo» o »igual todos lo hacen»? Sabemos de muchas otras personas que aparentemente prosperan violando las leyes de Dios y las normas de decencia y proceder digno. En primera instancia parecen escapar a la inminente ley de la cosecha, que dice: »Todo lo que el hombre sembrare, eso también segara» (Gálatas 6:7). El preocuparnos por el castigo que consideramos debería sobrevenirles a otras personas no nos aprovecha en nada. Brigham Young aconsejó que a menos que nosotros mismos estemos preparados para el día de la ira del Señor, cuando los malvados serán consumidos, mejor que no estemos ansiosos de que el Señor acelere su obra. »Que nuestra ansiedad este centrada en una sola cosa, la santificación de nuestro propio corazón, la purificación de nuestros pensamientos.» (Journal of Discourses 9:3.)
Muchos profesores de conducta humana proponen, como cura a una conciencia afligida, el hacer caso omiso a las cosas que uno preferiría no escuchar. Nos sugieren que modifiquemos la norma para que se ajuste mejor a la circunstancia y de ese modo ya no habrá conflicto, y la conciencia se aliviara. Los seguidores de Cristo no pueden de ninguna manera apoyar esta filosofía perversa. Para la conciencia que se debate entre el bien y el mal, la única solución permanente es cambiar la conducta y arrepentirse.
El profeta Isaías enseñó: «¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!» (Isaías 5:20).
A lo largo de mi ministerio, me he sentido fascinado con la manera en que Jesús fortaleció a su apóstol principal, Pedro, tanto en la carne como en el espíritu. Cuando Jesús le dijo que había orado para que su fe se fortaleciera, Pedro afirmó que seguiría al Salvador hasta la cárcel o la muerte misma. Entonces se le dijo a Pedro que el gallo «no cantará hoy antes que tu niegues tres veces que me conoces» (Lucas 22: 34). Después de haberlo negado en efecto tres veces, llegó el mensaje firme que en su interior Pedro hubiera preferido no recibir: escuchó al gallo cantar, y »lloró amargamente» (Mateo 26:75), pero esto lo fortaleció para cumplir con su llamamiento y morir por la causa.
Hay una voz inconfundible y cierta en la que podemos confiar siempre. Debemos escucharla aun cuando algunas veces también esta voz nos dice cosas que preferiríamos no oír. Me refiero a la voz dulce y apacible que proviene de Dios. Como comprendió el profeta Elías. »Jehová no estaba en el viento. Y tras el viento un terremoto; pero Jehová no estaba en el terremoto.
«Y tras el terremoto un fuego; pero Jehová no estaba en el fuego. Y tras el fuego un silbo apacible y delicado» (1 Reyes 19:11-12.)
Uno de estos mensajes que no siempre se aprecian puede ser un llamado a cambiar nuestra vida; puede guiarnos a una oportunidad especial. Me halaga saber que nunca es tarde para cambiar. para hacer lo que es debido, para abandonar las actividades y los hábitos malos.
Quiero testificar que los mensajes proféticos de esta conferencia habrán de guiar a aquellos que escuchen-y sigan el consejo recibido-a la promesa que el Salvador nos hizo de paz en este mundo y la vida eterna en el mundo venidero. Y así lo testifico en el nombre de Jesucristo. Amén.

























me encanto ,creo que me dice mucho que seamos íntegros en conocimiento y hechos.
falta poder escucharlo en audio , gracias.
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