Tus siervos oyen

Conferencia General Abril 1986logo 4
«Tus siervos oyen»
élder Jacob de Jager
del Primer Quórum de los Setenta

Jacob de Jager«He llegado a la conclusión de que el evangelio restaurado tiene una sola melodía para todo el mundo, y sé que llegará el día en que todos estarán ansiosos de oírla.»

Mis queridos hermanos: Es con gran apremio que me presento ante vosotros. Sin embargo, deseo que el élder Ashton sepa que sigo sus enseñanzas y que tengo buen ánimo: Mi asignación para esta tarde, tal como yo la entiendo, es hablar; y la de vosotros, según la entiendo, es escuchar. Si termináis con vuestra asignación antes que yo, servíos levantar la mano.

Además, deseo que sepáis que esta es una asignación que me «alegró muchísimo», tal como diría Alma, hijo, en el Libro de Mormón. Y habiendo viajado desde la tierra de Japón hacia el este, hasta el estado de Utah, para asistir a esta conferencia general, «lo que aumentó más mi gozo», continuando con las palabras de Alma, «fue ver que aún son mis hermanos en el Señor; si, y que se han fortalecido en el conocimiento de la verdad». (Véase Alma 17:2.)

Permitidme también, a modo de introducción, agregar que cuando extranjeros como yo aprendemos el idioma inglés, usualmente se nos aconseja que no utilicemos palabras difíciles o complicadas, porque al pronunciarlas con un acento extranjero, podemos decir algo que no suene bien, con lo que se logra avergonzar en lugar de expresar. Sin embargo, los profesores de idiomas permiten una excepción a esta regla general para los términos médicos, cuando estos se usan debidamente. Por lo tanto, me gustaría compartir con vosotros unas ideas con respecto al termino médico logocofosis, que significa literalmente «no oír palabras» o, refiriéndonos al evangelio, «la incapacidad de oír o comprender la instrucción hablada».

Las Escrituras están repletas de instrucciones dadas por los santos profetas de todas las dispensaciones, porque «. . .la voz del Señor habla hasta los extremos de la tierra, para que oigan todos los que quieran oír». (D. y C. 1:1 1.) Sin embargo, se nos pide una y otra vez que seamos mejores oidores. El presidente Marion G. Romney a veces se pregunta en voz alta: ¿Cuantas veces hay que repetirlo? ¿Cuantas veces hay que escuchar el mismo consejo? ¿Cuantas veces hay que corregir individualmente’?

Al igual que los padres hacen estas preguntas a sus hijos, del mismo modo nuestro Padre Celestial puede también preguntarse lo mismo acerca de sus hijos. ¿Cuantos de nosotros hacemos caso omiso de las amonestaciones de los profetas modernos y permanecemos indiferentes, como cuando oímos música de fondo?

Todos conocemos el himno «Escuchad al profeta». Entonces ¿por que sufrimos tanto de «logocofosis», o sea, la incapacidad de oír o comprender? Y por supuesto que no me refiero a los que son sordos, porque con frecuencia ellos están entre los miembros más fieles de la Iglesia.

El apóstol Pablo fue un maestro inspirado y dio a la gente muchas instrucciones verbales durante sus viajes como apóstol. Pero después tuvo que recordárselas por escrito, porque aparentemente muchos de los que le habían oído no le habían entendido ni actuaban de acuerdo con los divinos principios que él les había enseñado.

Por consiguiente, en su primera epístola a los corintios, Pablo les recuerda a los griegos, que formaban la Iglesia de Dios en Corinto, las verdades del evangelio que él les había predicado. Nuevamente, por escrito, les hizo saber que Cristo murió por nuestros pecados, que fue enterrado, que resucitó al tercer día y que se apareció a Simón Pedro y luego a los Doce Apóstoles. (1 Corintios 15:3-4.)

Desde ese día esas palabras escritas les han recordado, no sólo a unos pocos cientos de griegos de un remoto lugar, sino a cientos de millones de personas en todas partes y de toda condición, por sesenta generaciones, acerca de los importantes acontecimientos en la historia de la humanidad.

Pablo, un converso a la Iglesia, sabía lo que era estar muerto en el pecado, y por medio de la conversión llegó a saber lo que significaba volver a estar vivo, conociendo y aceptando la verdad de que Jesús había resucitado.

Hoy, al igual que en los tiempos de Pablo. La necesidad más grande de toda persona es establecer una firme relación con Dios el Padre, por medio de Jesucristo, su Hijo y nuestro Redentor.

Testifico que mediante la obediencia a las leyes y ordenanzas del evangelio de Jesucristo podemos alcanzar la salvación y hasta ser copartícipes con el Señor para salvar a otros. «Ser copartícipe con el Señor para salvar a otros» es para mí otra definición de la obra misional. Me gustaría que todo joven que se está preparando para ir al campo misional leyera el Libro de Mormón, a fin de que pueda darse cuenta de que en verdad se está preparando para trabajar muy de cerca con el Señor para salvar almas durante y después de la misión. Lo mismo se aplica a toda hermana que se prepara para salir en una misión.

La noticia más importante de todos los tiempos es que Jesús vive y que su sacrificio expiatorio se llevó a cabo por todos nosotros; y que cuando confiamos en El y obedecemos sus mandamientos, encontramos la manera de obtener la salvación y la exaltación.

¡Cuán bendecidos somos de vivir en esta última dispensación en la que, por medio del sacerdocio restaurado y del Libro de Mormón, se está llevando a cabo la propagación global del evangelio de Jesucristo! Los Santos de los Últimos Días de todas partes del mundo, como el pueblo del convenio del Señor, juegan un papel muy importante en este proceso.

Y por supuesto, Satanás, o ese desdichado, incurable insomne, como lo llama a veces el élder Neal Maxwell, se opone a nuestros esfuerzos misionales. Puedo testificaros que mientras trabajo en los países de Asia y veo el tremendo progreso que allí está teniendo la obra de Dios, el Espíritu constantemente testifica a mi alma de la veracidad de las palabras proféticas del presidente Brigham Young con respecto a la oposición a la Iglesia. Él dijo:

«El Reino continuara aumentando, progresando, esparciéndose y prosperando más y más. Y cada vez que los enemigos traten de destruirlo, su poder será mayor y más poderoso.

En lugar de disminuir, se esparcirá más y llegara a ser más maravilloso y aparente a las naciones hasta que cubra toda la tierra.»

He llegado a la conclusión de que el evangelio restaurado tiene una sola melodía para todo el mundo, y sé que llegara el día  en que todos estarán ansiosos de oírla. Entonces, y sólo entonces, desaparecerán las diferencias entre las naciones, y cuando el Salvador venga a reinar y gobernar por mil años, el mundo será uno.

Pero antes de ese gran momento, el mensaje del evangelio se esparcirá y será aceptado en forma universal. Todos los hijos de nuestro Padre Celestial, de todas partes del mundo, lo necesitan grandemente.

El presidente Kimball, en su artículo en la revista Liahona de junio de 1983 titulado «Es esto todo lo que podemos hacer’?», dice en forma clara y hermosa: «Nuestra gran necesidad, y nuestro gran llamamiento, es llevar a la gente de este mundo el conocimiento que, como una lámpara, ilumine su camino y la saque de la oscuridad al gozo, a la paz y a las verdades del evangelio». Estas son las palabras de un profeta que nos habló a todos nosotros.

Pero aun ante la amonestación de un profeta de que hagamos la obra misional, a veces nos sentimos demasiado cómodos, lo que, de acuerdo con mi diccionario inglés-holandés significa «satisfacción o contentamiento personal».

Hermanos y hermanas, con devoción reevaluemos la responsabilidad que tenemos ante el Señor con respecto a esto.

Cuando vivía en el Oriente, aprendí dos proverbios antiguos que se aplican muy bien a este tema. Uno dice: «La evaluación total de la vida de una persona no está completa hasta el momento de morir». Y el otro: «Debemos buscar a los amigos verdaderos después de cien años». Basándome en el conocimiento que tengo del plan de salvación y estos dos proverbios, creo firmemente que debemos hacer nuestras buenas obras ahora, teniendo siempre presente la vida del más allá y las futuras generaciones.

Como Santos de los Últimos Días nos hemos comprometido a hacer cosas que logren mucho bien en este mundo y en el venidero. Es precisamente por esta razón que cl presidente Kimball tenía sobre su escritorio el frecuentemente citado letrero: «Hazlo».

Por lo tanto, ruego que aquellos que en la actualidad sufren de logocofosis, o sea, la incapacidad de oír o comprender las instrucciones habladas, encuentren la manera de curarse y se sanen por medio de su propio esfuerzo, oración e inspiración divina, y disfruten de bendiciones aún mayores en esta vida y en la venidera.

También ruego que cuando el Señor nos llame, como a Samuel, podamos decir: «Habla, Jehová, porque tu siervo oye». (1 Samuel 3:9.) Y entonces, y lo más importante de todo, que también podamos y estemos dispuestos a ser hacedores de la palabra y no solamente oidores.

Ruego humildemente por estas grandes bendiciones. En el nombre de Jesucristo. Amen.

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