Conferencia General Abril 1989
¡Con todo para adelante!
por el presidente Thomas S. Monson
Segundo Consejero de la Primera Presidencia
»Al definir vuestras metas y hacer planes de cómo lograrlas, pensad en lo siguiente: El pasado ha quedado atrás, aprended de él; el futuro no ha llegado, preparaos para él; el presente está aquí, vivid en él.»
Hermanos, es realmente inspirador veros a todos. Resulta fantástico pensar que en miles de capillas en varias partes del mundo, vuestros compañeros del sacerdocio de Dios están recibiendo esta transmisión vía satélite. Sus nacionalidades varían y el idioma es distinto, pero hay algo que nos une: Se nos ha confiado el sacerdocio para que actuemos en el nombre de Dios; somos los recibidores de un legado sagrado y mucho es lo que se espera de nosotros.
Hace muchos años, el renombrado escritor Charles Dickens se refirió a las oportunidades del futuro. En su obra clásica titulada Las grandes esperanzas, Dickens describió a un chico de nombre Philip Pirrip, más comúnmente conocido como »Pip».
Pip había nacido en circunstancias poco comunes. Era huérfano: jamás había conocido a sus padres, ni siquiera por fotografía. Pese a ello, tenla todos los deseos normales de un jovencito. Anhelaba con todo el corazón ser un erudito; deseaba ser todo un caballero y quería adquirir conocimiento. No obstante, todas sus ambiciones y esperanzas parecían estar destinadas al fracaso. Vosotros, jóvenes, ¿os sentís así algunas veces? Y nosotros los mayores, ¿no nos sentimos así también a veces?
Entonces, un día, un abogado londinense de apellido Jaggers visitó a Pip y le dijo que un benefactor desconocido le habla dejado una fortuna. El abogado pasó el brazo por el hombro de Pip y le dijo: «Muchacho, tú tienes grandes esperanzas. «
Al miraros esta noche a vosotros, jóvenes, y al comprender quienes sois y lo que podéis llegar a ser. os digo como el abogado le dijo a Pip: »Jóvenes, tenéis grandes esperanzas», no como resultado de un benefactor desconocido, sino de un Benefactor a quien conocéis, nuestro mismo Padre Celestial, y se esperan grandes cosas de vosotros.
Todos nosotros, antes del período que se conoce como la vida mortal, vivimos como hijos espirituales de nuestro Padre Celestial. En su sabiduría, nos dio un registro, el libro de Abraham, el cual nos cuenta algo sobre ese periodo de existencia:
«Y el Señor me había mostrado a mí, Abraham, las inteligencias que fueron organizadas antes de que existiera el mundo; y entre todas estas había muchas de las nobles y grandes. . .
«Y estaba entre ellos uno que era semejante a Dios, y dijo a los que se hallaban con el: Descenderemos, pues hay espacio allá, y tomaremos de estos materiales y haremos una tierra sobre la cual estos puedan morar;
«y con esto los probaremos, para ver si harán todas las cosas que el Señor su Dios les mandare;
«y a los que guarden su primer estado les será añadido; y aquellos que no guarden su primer estado no tendrán gloria en el mismo reino con los que guarden su primer estado; y a quienes guarden su segundo estado, les será aumentada gloria sobre su cabeza para siempre jamás» (Abraham 3:22, 24-26).
En nuestro paso por la vida mortal, tengamos presente de dónde hemos venido y seamos fieles a la confianza que se ha depositado en nosotros. Recordemos quienes somos y lo que Dios espera que lleguemos a ser.
Ned Winder, un amigo de toda la vida y ex secretario ejecutivo del Departamento Misional, cuenta una experiencia jocosa que le tocó vivir.
Dos Autoridades Generales, acompañadas por el hermano Winder, bajaban por una escalera del Edificio de Administración de la Iglesia frente a la mirada de una señora y su hijo, quienes estaban sentados en un sillón frente a la escalera. Al ver a estos hermanos, el niño le preguntó a su mama:
-¿Quiénes son esos señores?
La mujer le contestó:
-El de la derecha es el élder Marvin J. Ashton, miembro del Consejo de los Doce Apóstoles.
El niño le preguntó entonces:
-¿Quién es el otro hombre de al lado’?
La madre le respondió:
-Es el élder Loren C. Dunn, del Primer Quórum de los Setenta.
Por último el jovencito preguntó:
-¿Y quién es el otro señor?
La madre, hablando en voz más suave aunque lo suficientemente alta para que el hermano Winder la escuchara, le dijo:
-Ah, él no es nadie.
Recordad, mis jóvenes amigos, que vosotros sois alguien. Sois hijos de la promesa; hombres investidos con poder. Sois hijos de Dios, poseedores de fe, con el don del valor y guiados por la oración, y tenéis delante de vosotros un destino eterno. El Apóstol Pablo os habla a vosotros hoy de la misma manera que le habló a Timoteo hace mucho tiempo:
«No descuides el don que hay en ti… Timoteo, guarda lo que se te ha encomendado» (1 Timoteo 4:14; 6:20).
Al definir vuestras metas y hacer planes de cómo lograrlas, pensad en lo siguiente: El pasado ha quedado atrás, aprended de él; el futuro no ha llegado, preparaos para él; el presente está aquí, vivid en el.
A menudo permitimos que ese enemigo de los logros, el ofensor llamado pesimismo, trunque nuestras aspiraciones, aniquile nuestros sueños, nuble nuestra visión y destroce nuestra vida. La voz de ese enemigo susurra en nuestros oídos: »No puedo hacerlo»; »Soy muy bajo»; «Todos me están mirando»; »Soy un don nadie”. Es en momentos así que debemos reflexionar en las palabras del autor norteamericano Maxwell Maltz, quien dijo: »La noción más realista que uno puede tener de sí mismo es el concebirse como alguien creado a la imagen de Dios. Nadie puede experimentar esta convicción sin sentir un profundo y renovado sentimiento de fuerza y poder».
Se trata de una excelente medicina para todos, tanto jóvenes como ancianos. Después de todos los hombres somos muchachitos crecidos. Una mujer le dijo a su esposo, mientras este observaba ensimismado su nuevo automóvil deportivo: »Cuanto mayor la persona, más grande el juguete».
La vida nunca tuvo como fin estar plagada de excesos ni lujos, ni ser un sendero fácil y lleno de éxito. Siempre hay juegos que se pierden, carreras en las que entramos en último lugar o promociones que nunca llegan. Tales experiencias nos brindan la oportunidad de demostrar nuestra determinación y de sobreponernos al descorazonamiento.
Leí el otro día sobre un joven que competía como luchador libre de un colegio. Como resultado de un accidente ocurrido hace muchos años, tiene sólo una pierna. ¿Se queja por ello? ¿Maldice a Dios? ¿Evita competir? Por el contrario, compite con los mejores de su especialidad Este año ganó diez encuentros y perdió ocho. Uno de sus compañeros dijo de el: »Es una inspiración para nosotros. «
Al igual que algunos de vosotros, yo sé lo que es enfrentarse con la desilusión y la humillación. Cuando era jovencito, me gustaba jugar al softbol [variación del béisbol] en la escuela durante los recreos. Recuerdo cómo siempre había dos capitanes que iban escogiendo un jugador a la vez para integrar los equipos. Claro que los que jugaban mejor siempre eran elegidos primero y los demás en forma descendente dependiendo de cuan buenos fueran. El que lo eligieran a uno en cuarto o quinto lugar no estaba mal, pero que lo eligieran por ser el único que quedaba y lo pusieran en la posición del campo que menos afectara al equipo era realmente terrible. Yo sé, por haberlo sufrido en carne propia, cómo se sienten esos jovencitos.
Recuerdo que oraba para que la pelota jamás vinieran hacia donde yo estaba, pues de seguro no la podría contener, el otro equipo anotaría una carrera y mis compañeros se reirían de mí.
Como si hubiera sucedido ayer, recuerdo el día en que mi vida cambió por completo. Todo comenzó como lo he descrito: fui el último en ser elegido. Camine angustiado hasta el rincón más relegado del campo y casi ni intervine en todo el juego. En la última entrada mi equipo ganaba por una carrera, pero el adversario estaba bateando y tenía jugadores en las tres bases. Entonces dos bateadores quedaron fuera. Uno más y nuestro equipo ganaría. De pronto el bateador del otro equipo le pegó fuerte a la pelota, la cual vino en mi dirección. ¿Podría contenerla? Me apresure para tomar posición en el lugar donde supuse que caería la pelota, eleve una plegaria silenciosa mientras corría con el guante en alto y milagrosamente atrape la pelota en el aire y mi equipo ganó.
Esta simple experiencia me hizo tener más confianza en mí mismo, fortaleció mi deseo de practicar e hizo que en lugar de ser el último al que eligieran fuera un gran contribuyente al equipo.
Todos podemos elevar nuestra confianza; podemos sentirnos orgullosos de nuestra actuación. Hay una fórmula de cinco palabras que nos puede ayudar: Nunca nos demos por vencidos.
La oposición está siempre presente; la tentación de apartarnos de nuestro camino está siempre latente. El poeta Joseph L. Townsend escribió la letra del himno que dice:
«Haz el bien si la decisión es tuya. El Espíritu te guiara; y su luz, si lo bueno estás haciendo, en tu vida siempre brillara.»
Un prudente padre, hablándole a su hijo sobre las decisiones que se toman en la vida, le aconsejó diciendo: «Hijo, si alguna vez te encuentras en un lugar en el que no deberías estar, ¡lárgate de allí!». Un buen consejo para un hijo y también para un padre.
Muy a menudo le cargamos la culpa a Lucifer de toda tentación a la que nos enfrentamos o de todo pecado cometido. Las palabras del apóstol Pablo nos hacen entender mejor el concepto. A los corintios Pablo aconsejó:
«No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejara ser tentados más de lo que podáis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar» (I Corintios 10:13).
Como poseedores del sacerdocio tenemos la responsabilidad de ser firmes en lo que sabemos que es debido. Hace algunos años, cuando David Kennedy fue nombrado Ministro del Tesoro de los Estados Unidos, un reportero intentó hacerle una jugarreta con la pregunta:
-Señor Kennedy, ¿cree usted en la oración?
La respuesta fue:
-Sí, creo.
Después la estocada:
-Señor Kennedy, ¿usted ora?
La respuesta fue firme:
-¡Creo en la oración y oro!
El mes pasado un enorme jet 747 sufrió una avena en uno de los costados mientras volaba sobre el Pacífico, expulsando a nueve pasajeros hacia la muerte y poniendo en serio peligro la vida de todos los demás. Cuando el piloto, el capitán David Cronin, fue entrevistado tras haber aterrizado el avión en Honolulu, se le preguntó: «¿Que hizo cuando se dio cuenta del daño sufrido por la nave? ¿Cómo reaccionó?»
El capitán Cronin contesto: «Primero ore y después di manos a la obra». Mis hermanos, este es un plan inspirado para todos nosotros: Orar y después dar manos a la obra.
En los apuros y los apremios que nos impone la vida, existe la tendencia a pensar únicamente en nosotros mismos. El así hacerlo encoge nuestra visión y distorsiona la forma en que vemos la vida. Cuando el interés por los demás reemplaza al egoísmo, nuestro progreso se hace mayor.
Esta noche hemos presenciado el otorgamiento al presidente Ezra Taft Benson del mayor de los honores que se conceden dentro del programa Scout. Este reconocimiento no se entrega como resultado de una acción independiente ni de un servicio pasajero. Más bien sirve de muestra de aprecio por toda una vida de servicio constante y abnegado a la juventud. Se dijo del Señor que »anduvo haciendo bienes», y el presidente Ezra Taft Benson es un ejemplo diario de ese mismo atributo.
En la reunión de febrero del Consejo Ejecutivo Nacional de los Scout, se premió a jóvenes que salvaron la vida de otras persona durante el pasado año. Uno de los que recibieron ese reconocimiento fue un joven poseedor del Sacerdocio Aarónico, Thomas T. Nelson, de quince años de edad, quien vive en Lacey, Estado de Washington.
Tom había rescatado a dos jóvenes de un turbulento río donde podrían haber muerto ahogados. Me conmovió su humilde y al mismo tiempo poderosa reacción al recibir el premio: «¡Me tiré al agua y los saqué!”
Miles de scouts fueron héroes al afectar positivamente la vida de otros durante la campana titulada «Los scouts en favor de alimentos». Un cierto sábado, precedidos por la debida publicidad, se pidió a las amas de casa de los Estados Unidos que contribuyeran con alimentos en lata para dar de comer a los pobres. Los scouts fueron quienes facilitaron ese objetivo. Cientos de toneladas de alimento se recolectaron, se almacenaron y se distribuyeron. Quienes recibieron la ayuda fueron alimentados: y los scouts que cuerpo y la mente, y que están colaboraron vivieron una experiencia inolvidable, pues anduvieron haciendo el bien.
Sirviendo en varias partes del mundo hay una enorme fuerza misionera que está haciendo el bien. Enseñan la verdad, disipan la obscuridad, esparcen la dicha y traen preciosas almas a Cristo.
Hace pocas semanas, estando en la Ciudad de Guatemala, fui testigo de un milagro moderno, el resultado mismo de la guía de Dios a sus siervos y de la bendición de Su pueblo.
En una conferencia regional, casi doce mil miembros colmaron el Estadio del Ejército, el principal escenario local de fútbol. El sol bañaba con sus rayos a la numerosa congregación, mientras el Espíritu del Señor llegaba a todos los corazones.
Ese era un día de acción de gracias que conmemoraba el aniversario número cuarenta y dos de la llegada de los primeros misioneros a esa tierra. John Forres O’Donnal dirigió la palabra. En 1946, él era el único miembro de la Iglesia en Guatemala y mediante una gestión ante el entonces presidente George Albert Smith, el hermano O’Donnal facilitó la entrada de los primeros misioneros. Su esposa, Carmen Gálvez de O’Donnal, fue el primer converso en bautizarse, el 13 de noviembre de 1948. Y ese día de conferencia, al igual que a lo largo de todos los años de casados, ella se sentó junto a su esposo.
Mientras el presidente O’Donnal hablaba, pensé en los muchos misioneros que fueron a esa tierra y en las pruebas que tuvieron que soportar, los sacrificios que hicieron y la forma en que bendijeron la vida de tantas personas. La experiencia de uno de ellos describe la devoción de todos. Aun cuando ya en una ocasión he mencionado lo que le tocó vivir a ese misionero, después de mi reciente visita a Guatemala, me siento inspirado a contaros otra en cuanto a ello.
Mientras serbia en Guatemala como misionero de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, el élder Randall Ellsworth sobrevivió un terrible terremoto, como resultado del cual le cayó una viga sobre la espalda, paralizándole las piernas y causándole una lesión en los riñones. Fue el único estadounidense afectado por el terremoto, el cual quitó la vida a unas dieciocho mil personas.
Después de recibir tratamiento médico de urgencia, el élder Ellsworth fue llevado en avión hasta un gran hospital cerca de su casa, en el Estado de Maryland. Durante su convalecencia en ese lugar le entrevistó un reportero, lo cual vi por televisión. El hombre le preguntó:
-¿Puede caminar?
-Todavía no-respondió.-Pero ya lo haré.
-¿Cree que podrá terminar su misión?
-Hay quienes piensan que no, pero yo sé que sí,-fue la contestación.
-Puesto que el presidente de mi Iglesia está orando por mí, al igual que mi familia, mis amigos y mis compañeros de misión, sé que regresare a Guatemala. El Señor quería que yo predicara el evangelio allí por dos años y eso es lo que tengo la intención de hacer.
Después vino un riguroso periodo de fisioterapia, caracterizado por un silencioso pero elogiable valor. Poco a poco comenzó a recobrar la sensación en las piernas casi sin vida. Más fisioterapia, más valor, más oración.
Randall Ellsworth finalmente caminó hasta el avión que le llevó de regreso a la misión a la que había sido llamado a servir y a la gente a quien él amaba, dejando atrás a los escépticos y a los que dudaban, pero también a cientos de personas maravilladas ante el poder de Dios, el milagro de la fe y la recompensa de la determinación.
En Guatemala, Randall cumplió con sus responsabilidades, caminando con la ayuda de dos bastones. Su paso era lento y calculado. Pero un día mientras estaba de pie frente al presidente de misión, el élder Ellsworth le escuchó decir algo que le costó creer: «Usted ha sido el receptor de un milagro. Su fe ha sido recompensada, si tiene la confianza necesaria, y si conserva su fe y su valor admirables, ponga esos dos bastones sobre mi escritorio y camine.»
Lentamente, Randall colocó primero un bastón y después el otro sobre el escritorio del presidente de misión, se volvió hacia la puerta y hacia su futuro-y caminó.
Hoy, Randall Ellsworth es médico, un buen esposo y un padre amoroso. Su presidente de misión no fue otro que John Forres O’Donnal, el hombre que ayudó a llevar la palabra del Señor a Guatemala, el líder que el domingo 5 de marzo pasado se dirigió a aquella vasta congregación en la conferencia regional.
John O’Donnal vino a verme a mi oficina recientemente y en su proverbial modestia me contó la experiencia que había tenido con Randall Ellsworth y me dijo: «Juntos hemos sido testigos de un milagro. Yo guarde uno de los bastones que él puso sobre mi escritorio aquel día cuando le desafié a que caminara sin ellos. Quisiera que usted se quedara con el otro.» Con una sonrisa amigable dejó mi oficina y regresó a su hogar en Guatemala.
Este es el bastón que me obsequió, el cual sirve de testigo silente de que nuestro Padre Celestial escucha nuestros ruegos y nos bendice. Es un símbolo de fe y un recordatorio de valor.
Hermanos del sacerdocio, al igual que Philip Pirrip, el personaje de Charles Dickens, tenemos grandes esperanzas. Nos aguarda la meta de la vida eterna. Ruego que podamos seguir adelante indeclinablemente hasta lograrla y, como lo dirían nuestros jóvenes en su forma de hablar: «¡Démosle con todo para adelante!» En el nombre de Jesucristo. Amén.


























El mesaje del presidente es muy sabio e inspirador. Solamente me dirijo a los traductores que se debe decir receptores y no recibidores.
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