La dignidad personal

Conferencia General Abril 1989logo 4
La dignidad personal
por el élder Marvin J. Ashton
del Quórum de los Doce Apóstoles

Marvin J. Ashton1«La dignidad es un proceso de esta vida; la perfección requiere un esfuerzo eterno. Podemos ser dignos de ciertos privilegios sin ser perfectos.»

En el correr de las últimas semanas he tenido algunas conversaciones que me han hecho pensar en el significado de la palabra digno. Recientemente hable con un joven de veinte años de edad sobre su actitud acerca de salir en una misión. Me dijo:

-Querría ir, pero no soy digno.
-¿Quién dice que no lo eres? -le pregunte.
-Lo digo yo -me contestó.

En otra ocasión le pregunte a una joven que estaba pensando en casarse, si lo haría en el templo. Ella me dijo:

-Me gustarla, pero no soy digna.

Le hice la misma pregunta, y me contesto que ella misma habla determinado que no era digna.

A una madre, miembro de la Iglesia, que se había enterado varias semanas antes de que su hija estaba haciendo los planes para casarse por el templo, se le preguntó si iría a la ceremonia. Ella respondió que no era digna de recibir la recomendación para ir al templo.

Cada una de estas personas aprecia haber llegado por si misma a la conclusión de que carecía de dignidad. No hay razón alguna para que nadie se vea impedido por el juicio que hace pesar sobre sí mismo. Todos tenemos derecho a beneficiarnos con la sabiduría y la percepción de un obispo y un presidente de estaca, los que nos, ayudaran a determinar nuestra dignidad y, si es necesario, nos orientaran para volver al grado de dignidad que nos permita lograr cualquiera de nuestras metas. Cuando nos amparamos únicamente en nuestro juicio y declaramos: «No soy digno» o »No soy digna», levantamos frente a nosotros una barrera que nos impedirá avanzar. No somos imparciales cuando nos juzgamos a nosotros mismos, por lo que siempre resultara prudente procurar la opinión de una o dos personas más.

Se me ocurre que debe de haber cientos y hasta miles de personas que no entienden lo que quiere decir ser digno. La dignidad es un proceso de esta vida, y la perfección requiere un esfuerzo eterno. Podemos ser, dignos de ciertos privilegios sin ser perfectos.

No creo equivocarme al pensar que, a veces, el juicio que hacemos pesar sobre nosotros mismos puede resultar severo e impreciso. Para muchas personas es sumamente difícil el tratar de entender y definir lo que es ser digno. Todos somos conscientes de nuestras debilidades y defectos, por lo tanto es fácil que sintamos que no somos dignos de las bendiciones que nos gustaría recibir o que no somos tan dignos de que se nos llame a un oficio o cargo como lo es alguien más.

En nuestro paso por la vida nos encontramos con personas que se refieren a sus debilidades con cierto entusiasmo y con prejuicios injustificables. Tal vez no estén mintiendo, pero si es posible que no estén diciendo toda la verdad o que estén siendo injustos para sí mismos.

Es fácil juzgar erróneamente; para seguir adelante y opinar con claridad uno debe tener acceso a la mayor cantidad posible de elementos de juicio. Cuando nos sentimos indignos, es el momento en que surte mucho efecto la ayuda de amigos que nos hacen comprender lo que realmente valemos.

Cuando aconsejo a alguien siempre trato de averiguar cómo son las cosas en realidad. Hay personas que, en tales casos, no dicen todo lo que tendrían que decir pues se sienten incomodas, pero se debe tener presente que los cambios perdurables y dignos deben ser precedidos por la luz de la verdad. A menudo sabemos de personas que se sienten cómodas al declararse indignas.

Tal vez las pautas que nos resulten más difíciles de seguir sean aquellas que nos trazamos para nosotros mismos. El analizar nuestros temores, nuestros sueños, nuestras metas, nuestros motivos, puede llegar a ser una tarea ardua; por eso es que necesitamos la ayuda de otras personas. Muchas veces tenemos tanto miedo a fracasar, que ni siquiera nos arriesgamos. Otras veces tenemos problemas con nuestra autoestima como resultado de la crítica, pero es mucho lo que podemos sacar a luz en cuanto a nosotros mismos si realmente lo deseamos.

Quizás todos estemos sujetos a conclusiones indebidas cuando miramos a nuestro alrededor en las reuniones dominicales. Todos están bien vestidos y saludan a los demás con una sonrisa, por lo que es fácil suponer que todas esas personas tienen buen control de su vida y no tienen que hacer frente a la obscuridad de las debilidades e imperfecciones.

Existe una tendencia natural o diríamos mortal a compararnos con otras personas. Lamentablemente, cuando hacemos tales comparaciones, generalmente ponemos nuestras características más débiles frente a los mayores atributos de las demás personas.

Por ejemplo, una mujer que se sienta poco instruida en cuanto a las cosas del evangelio, tal vez se compare con la hermana de su barrio que enseña la clase de doctrina del evangelio y que parece un libro abierto cuando se trata del conocimiento de las Escrituras. Este tipo de comparación resulta destructiva y sólo sirve para acentuar más el temor de no tener las cualidades de otras personas y, por consiguiente, de no ser tan dignos.

Debemos ser prudentes en nuestro deseo de lograr la perfección y ante la frustración que, a veces, nos invade cuando nuestros logros o comportamiento no son todo lo perfectos que quisiéramos que fueran. Considero que uno de los grandes mitos que deberíamos erradicar de entre nosotros es de que hemos venido a la tierra a perfeccionarnos y que no debemos conformarnos con nada inferior a la perfección. Si es que entiendo bien las enseñanzas de los profetas de esta dispensación, no llegaremos a ser perfectos en esta vida aunque si podemos lograr mucho hacia esa meta.

Joseph Fielding Smith ofrece el siguiente consejo:

«La salvación no viene toda a la vez; se nos manda ser perfectos como nuestro Padre que está en los cielos es perfecto. Nos llevara eternidades lograr este fin, pues habrá mayor progreso más allá de la tumba, y será ahí donde los fieles vencerán todas las cosas, y recobraran todas las cosas, aun la plenitud de la gloria del Padre.

«Creo que el Señor quiso decir exactamente lo que dijo: que debemos ser perfectos como nuestro Padre que está en los cielos es perfecto. Eso no vendrá todo a la vez, sino línea por línea, precepto por precepto, ejemplo por ejemplo, y aun así no mientras vivamos en este estado mortal, porque tendremos que ir aún más allá de la tumba antes de alcanzar esa perfección y llegar a ser como Dios» (Doctrina de Salvación, 2:17).

También estoy convencido de que la velocidad con que nos desplacemos por el sendero recto y angosto no es tan importante como la dirección en que vayamos. Esa dirección, si es que nos lleva hacia metas eternas, es el factor determinante.

George Q. Cannon dijo algo más que tiene también mucho significado para mí:

«Esta es la verdad; los humildes, que a veces nos sentimos tan carentes de valor, o que no servimos para nada, no somos tan insignificantes como pensamos. No hay ni uno solo de nosotros que no sea receptor del amor de Dios. No hay nadie entre nosotros hacia quien nuestro Padre no haya demostrado interés. No hay nadie a quien Él no tenga el deseo de salvar y para quien no haya preparado una forma de lograrlo. No hay ni una sola persona a la cual Dios no haya enviado ángeles para que le cuiden. Tal vez seamos insignificantes ante nuestros propios ojos y ante los ojos de los demás, pero la verdad es que somos hijos de Dios y que Él nos ha puesto bajo el cuidado de sus ángeles y ellos velan por nosotros» (Gospel Truths, comp. Jerreld L. Newquist, 2 Vols., Salt Lake City: Deseret Book Co., 1974, 1:2).

Si Dios nos ha puesto bajo el cuidado de sus ángeles, eso quiere decir que somos dignos de que Él nos cuide, nos ayude y nos guíe. Al comprender cuanto Dios vela por nosotros y al recurrir a nuestros líderes para que nos ayuden a ser miembros más dignos de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, sabemos que podemos alcanzar el nivel debido de dignidad para cada meta a la que aspiremos. No obstante, la dignidad requiere esfuerzo.

En la declaración oficial número 2, aceptada por la Iglesia el 30 de septiembre de 1978, se nos recuerda que ciertos privilegios están supeditados a nuestra dignidad. En esta declaración, la palabra »digno» o «dignos» se emplea seis veces, dejando poca duda de la importancia de ser digno a fin de poder recibir ciertas bendiciones específicas.

Como dijimos al principio, el ir ante el obispo o el presidente de estaca para analizar nuestra dignidad no sólo es un proceso necesario sino fortalecedor. Durante esas entrevistas se puede determinar cómo se puede llegar a ser digno si hay margen para mejorar. El presidente N. Eldon Tanner nos dio un consejo muy atinado al respecto:

«Con toda esta maldad existente en el mundo de hoy, es extremadamente importante que tengamos entrevistas apropiadas.

«Recordemos siempre que nuestro propósito, asignación y responsabilidad principal es salvar almas.

«Es importante que todos aquellos a quienes entrevistemos comprendan que son hijos espirituales de Dios, que los amamos y que deseamos que lo sepan, que estamos interesados en su bienestar y en ayudarles a que tengan éxito en la vida.

«Es una gran responsabilidad para un obispo o presidente de estaca, llevar a cabo entrevistas para determinar la dignidad de las personas. Sobre el miembro que es entrevistado, también existe una responsabilidad similar. Las entrevistas siempre deben llevarse a cabo cuidadosa y minuciosamente, en forma individual y privada. . .

«Hacedle saber [al miembro] que si hay algo impropio en su vida, siempre hay maneras y tiempo de corregirlo. Existe un gran poder purificador, que es el arrepentimiento. . .

«Los obispos y presidentes de estaca pueden iniciar una entrevista para extender una recomendación para el templo, en la manera siguiente:

“‘Usted ha venido a verme para obtener una recomendación para entrar en el templo. Yo tengo la responsabilidad de representar al Señor al entrevistarlo. Al terminar la entrevista, debo poner mi firma en la recomendación; pero la mía no es la única firma importante en su recomendación, sino que para que la recomendación sea válida, usted también debe firmarla.’

«Así es. El Señor da a los miembros de la Iglesia el privilegio de responder esas preguntas en tales entrevistas. Entonces, si hay algo impropio en su vida, el miembro puede ponerla en orden a fin de demostrar que es digno de ser avanzado en el sacerdocio, de ir a una misión, o de recibir la recomendación para el templo» (Liahona, febrero de 1979, págs. 56-57).

Al esforzarnos por ser dignos, bien haríamos en tener presente el pasaje de Doctrina y Convenios, sección 136, versículo 31, el cual dice: «El que no aguanta el castigo, no es digno [del reino del Señor].» Hay veces que hay necesidad de que seamos castigados, disciplinados y corregidos en un espíritu de amor, ayuda y esperanza. Se debe orientar y sugerir de una manera amorosa, pero la mayoría de nosotros tenemos la tendencia a rebelarnos o a molestarnos cuando alguien nos indica que nuestra conducta deja que desear. Como lo dijo Benjamin Franklin en una ocasión: «Aquello que lastima, educa. Es por tal razón que los hombres sensatos no temen a los problemas sino que los reciben con los brazos abiertos.»

En la vida hay requisitos para casi todos los privilegios; la educación los exige, los negocios cuentan con reglamentos, los deportes y los juegos tienen sus reglas, en la Iglesia debemos vivir de acuerdo con ciertas normas, etc. Pero en todos los casos contamos con ayuda para cumplir con esos requisitos. Está en nosotros procurar esa ayuda para poder entender las reglas y fortalecernos al recibir la guía de las fuentes a nuestro alcance. No es prudente ni debido que nos juzguemos a nosotros mismos de indignos y así interrumpamos nuestro progreso.

Cuando pensamos demasiado en nuestras debilidades, resulta fácil sentirnos indignos. Debemos tratar de progresar sin sentirnos derrotados cuando nuestras acciones no sean perfectas. Debemos extirpar de nuestro vocabulario la palabra indigno y reemplazarla con esperanza y esfuerzo. Esto se puede lograr cuando uno busca la guía más serena, profunda y segura que ofrecen las palabras de nuestros profetas y líderes, tanto pasados como presentes.

Abraham Lincoln dijo: «Resulta difícil hacer que un hombre se sienta acabado mientras él se considere digno de sí mismo y sepa que es hijo del gran Dios que le dio vida.» (En The International Thesaurus of Quotations, comp. Tohoda Thomas Tripp, Nueva York, Thomas Y. Crowell Co., 1970, pág. 575 .)

Para recalcar la importancia de la palabra digno y de procesos dignos, quisiera citar parte de un poema escrito por el élder Hugh B. Brown, titulado «Yo sería digno».

Te agradezco, Señor, por haberme llamado «hijo»
y por hacerme sentir en lo más profundo
que hay algo de ti en mí.
Que la profecía de esta relación
me impulse a ser digno.

Estoy agradecido por haber nacido en el convenio,
por mis nobles padres y la luz de mis antepasados
que me guían hacia alturas enormes más alcanzables,
si con constancia y esfuerzo cultivo su semilla,
y demuestro ser digno.

Doy gracias por mi compañera en esta jornada eterna,
cuyas raíces, nacimiento y visión se comparan a los míos;
cuya fe y fidelidad inquebrantables son una luz en la obscuridad
y una fuerza incomparable. Que su fe en mí
me inspire a ser digno.

Agradezco el poder sanador de la paternidad,
con sus sacrificios y pruebas, requisitos de amor mutuo,
por los hijos que has puesto a nuestro cuidado, humildemente te agradezco;
y si es que habré de estar con ellos eternamente,
sé que debo ser digno.

Estoy agradecido por el poder edificante del evangelio de tu Hijo;
por el conocimiento que me has dado de su belleza, verdad y valor.
Que pueda perseverar hasta el fin para obtener su prometida gloria,
y después, una vez perdonado, deja que tu caridad me permita
ser considerado digno.
(Eternal Quest, seleccionado por Charles Manley Brown, Salt Lake City: Bookcraft, 1956, pág. 13.)

Es mi esperanza y oración que aprendamos, tanto en forma individual como colectiva, la importancia del proceso que nos lleva a ser dignos. Tenemos derecho a la ayuda de otras personas, no sólo en hacer una evaluación de nuestra dignidad, sino en ver que la clasificación de »dignos» este a nuestro alcance. Al medir nuestra dignidad, no pongamos limitaciones sobre nosotros. Más bien empleemos los poderes de que dispongamos para hacernos dignos de escalar hasta la cima del desarrollo personal. Y así cosecharemos la dicha que le es tan familiar a aquellos que quieren mejorar y avanzar con determinación y eficacia, siendo disciplinados y nunca catalogándose a sí mismos de indignos.

Os dejo mi amor, bendiciones y testimonio de estas verdades en el digno nombre de Jesucristo. Amen.

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