Conferencia General Abril 1990
Un pequeño paso para el hombre, un salto gigantesco para la humanidad
por el élder Carlos E. Asay
de la Presidencia de los Setenta
«Un muchacho creyente dio ‘un pequeño paso’ y oró; el amoroso Padre Celestial escuchó y respondió Y podemos referirnos apropiadamente al resultado como ‘un salto gigantesco para la humanidad’.»
Pido que la influencia del Espíritu Santo este conmigo al hablaros de un tema muy sagrado, un tema que espero tenga significado especial para los que estéis investigando la Iglesia.
El 20 de julio de 1969, hubo un grupo de astronautas que llegaron a la luna, planeta que está a más de 380.000 kilómetros de la tierra. Millones de personas en todo el mundo fueron testigos de este acontecimiento histórico por televisión, y contemplaron asombrados cuando el módulo lunar se posó sobre la superficie de la luna. Todos se conmovieron cuando Neil Armstrong salió de la nave espacial y anunció: «Este es un pequeño paso para el hombre, un salto gigantesco para la humanidad».
La cobertura de la prensa en este logro monumental fue enorme; durante muchos días ocupó los titulares de los periódicos y fue el tema de artículos de primera plana. Después de todo, el llegar a la luna había abierto nuevos horizontes para los viajes espaciales, había revelado conocimiento sobre el universo y representaba un considerable esfuerzo de parte de muchas personas. Algunos periodistas declararon que el alunizaje había sido el acontecimiento más grandioso que había ocurrido en la historia de la humanidad desde la resurrección de Cristo.
Sin duda, me resultan asombrosos los recientes descubrimientos que se han hecho en tecnología espacial. No comprendo ni siquiera una fracción de los milagros efectuados por los eruditos del mundo que han estudiado extensivamente el universo. No obstante, discrepo con los que crean que el llevar un hombre a la luna es el suceso mas grandioso de los últimos dos mil años. Y discrepo porque se de una oportunidad en que el Creador mismo del universo vino a la tierra en respuesta a la humilde oración de un muchachito desconocido, y reveló teología pura.
El hombre juzga la grandeza de muchas maneras; en general la equipara con tamaño, costo, cantidad y posición. Sin embargo, Dios tiene una manera mejor, pues, «Como son más altos los cielos que la tierra, así son [Sus] caminos mas altos que [los del hombre]» (Isaías 55:9). Ante Sus ojos, la grandeza se equipara con la luz, la verdad, la bondad y el servicio (D. y C. 93:39; Mateo 23:11).
Se nos enseña que la vida eterna es el mas grande de todos los dones de Dios (D. y C. 14:7; cursiva agregada), y que la vida eterna es «que [lo] conozcan [a El], el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien [El ha] enviado» (Juan 17:3). Por lo tanto, se deduce que cualquiera que de a conocer a la humanidad al único Dios verdadero y revele el don de la vida eterna, poniéndolo a disposición de todos, será participe de la grandeza y se le relacionara con grandes acontecimientos.
Al muchacho desconocido de quien hablo, el que dio a conocer el único Dios verdadero a un mundo obscurecido, no lo patrocinaba ninguna organización ni lo capacitó ningún grupo de profesionales. En esa época, no era profeta ni hijo de profeta, sino que, como muchos a quienes en tiempos pasados se ha llamado para una obra sagrada, era un sencillo muchacho de campo (Amós 7:14-16).
Era producto de una familia que amaba a Dios, una familia que tenia sed de justicia y ejercía una fe sencilla pero profunda en el Señor. Su hogar fue la escuela que tuvo, sus amorosos padres fueron sus maestros y la Biblia fue su libro de texto. Sin embargo, a la tierna edad de catorce años demostró un tipo de fe que tuvo el poder de ponerlo en la presencia de la Deidad (Marcos 9:23).
Cuando entró en aquel bosque del estado de Nueva York, no había cámaras de televisión enfocadas sobre el; no había una muchedumbre de admiradores que lo animaran ni un grupo de subalternos que le dieran respaldo; no había periodistas que estuvieran cerca para describir sus acciones. Solo allí, se arrodilló bajo la mirada de su Padre Celestial y manifestó los deseos sinceros de su corazón con absoluta confianza de que el Señor lo escucharía. El no se dio cuenta del silencioso aplauso de las multitudes invisibles que habían esperado pacientemente la aurora del nuevo día y la restauración del Evangelio de Jesucristo.
Para que ocurriera el milagro, el no invirtió dinero, ni maquinas, ni labor humana, ni siquiera equipo científico; su inversión fueron una fe viva y una voluntad indomable.
La oración y la primera visión de José Smith en 1820 no fueron hechos de poca monta, aun cuando comenzaron como «un pequeño paso para [aquel joven]», sino que a lo largo de los años han probado ser un «salto gigantesco para la humanidad», pues ese acto de fe suprema puso fin a una larga noche de obscuridad espiritual, abrió la compuerta a un torrente de verdades autenticas e inició la dispensación del cumplimiento de los tiempos.
Se dice que son muchos los beneficios de la misión a la luna, y estos se reflejan en todo lo que nos rodea. No obstante, las consecuencias de la oración que pronunció José Smith y su indagación en lo desconocido son infinitamente mas grandes; y todos los que se interesen en «las cosas como realmente son, y… las cosas como realmente serán» deben reflexionar seriamente al respecto (Jacob 4:13; cursiva agregada).
José Smith no salió del bosque con rocas lunares en el bolsillo ni polvo de la luna en los zapatos. Salió de allí con una expresión nueva en el semblante y un tesoro de verdad almacenado en su mente y su corazón:
- El aprendió que, en materia de asuntos religiosos, no hay ganadores en la lucha de palabras ni en los debates de opinión (José Smith-Historia 12). Esas contenciones son del agrado de Satanás, porque el es el «padre de la contención» (3 Nefi 11:29).
Mas aun, José Smith confirmó el hecho de que los conceptos fundamentales pertinentes al Espíritu no se pueden «resolver… recurriendo a la Biblia» solamente, mientras los maestros de religión interpreten pasajes de las Escrituras de maneras tan diferentes (José Smith-Historia 12).
- José Smith sintió «el poder de un ser efectivo del mundo invisible» que le «trabó la lengua» y lo rodeó de «espesa niebla» al comenzar a orar (lose Smith-Historia 1ó). Este poder fue ejercido por el maligno, que veía en el una amenaza para su reino de pecado y error.
Pocas personas habrán alterado y enojado mas al adversario que José Smith; pocas habrán sentido mas que el los poderes combinados de las tinieblas; y pocas habrán triunfado mas noblemente que el sobre Satanás (véase José Smith- Historia 20).
- El aprendió lo que Moisés había aprendido muchos años atrás sobre la tenebrosidad y la futilidad de Satanás, en comparación con la luz y la libertad de Dios (véase Moisés 1:10-15). Y dijo:
«…vi una columna de luz, mas brillante que el sol, directamente arriba de mi cabeza; y esta luz gradualmente descendió hasta descansar sobre mi.
«No bien se apareció, me sentí libre del enemigo que me había sujetado.» (José Smith-Historia 16-17.)
«La luz y la verdad desechan a aquel inicuo.» (D. y C. 93:37.) Los poderes de las tinieblas huyen ante los poderes de la luz, igual que la noche desaparece al despuntar el alba.
- José Smith aprendió que estaba hecho a la imagen de Dios, tal como las Escrituras lo atestiguan. Esto es lo que dijo:
«…Al reposar sobre mi la luz, vi en el aire arriba de mi a dos Personajes, cuyo fulgor y gloria no admiten descripción. Uno de ellos me habló, llamándome por mi nombre, y dijo, señalando al otro: Este es mi Hijo Amado: ¡Escúchalo!» (José Smith-Historia 17.)
En cuestión de unos pocos momentos, se disipó el condenable mito de un Dios impersonal, indiferente e incomprensible. La verdadera naturaleza del Padre Celestial-el Padre de nuestro espíritu-se reveló, en compañía de su Hijo Amado, Jesucristo, el mismo que expió los pecados del hombre (véase Hebreos 12:9).
Como dijo un Apóstol: «Un minuto de instrucción de los Personajes investidos con la gloria de Dios y provenientes de los mundos eternos es mas valioso que todos los volúmenes que hayan escrito hombres sin inspiración» (Orson Pratt, Journal of Discourses, 12:354).
José Smith aprendió que ninguna de las iglesias de la época estaba en lo cierto y que no debía unirse a ninguna. El contó lo siguiente:
«Había sido mi objeto recurrir al Señor para saber cual de todas las sectas era la verdadera, a fin de saber a cual unirme. Por tanto, luego que me hube recobrado lo suficiente para poder hablar, pregunte a los Personajes que estaban en la luz arriba de mi, cual de todas las sectas era la verdadera, y a cual debía unirme.
«Se me contestó que no debía unirme a ninguna, porque todas estaban en error…» (José Smith-Historia 18-19.)
Esta declaración quizás lo haya turbado al principio, pues había miembros de su familia afiliados a una determinada fe y el mismo se había inclinado a otra. Pero Dios había hablado, ¿y quien era el para oponerse?
- José Smith supo que no debía afiliarse a ninguna de las religiones existentes. Sus palabras son:
«…el Personaje que me habló dijo que todos [los] credos eran una abominación a su vista; que todos aquellos profesores se habían pervertido; que ‘con sus labios me honran, pero su corazón lejos esta de mi; enseñan como doctrinas los mandamientos de hombres, teniendo apariencia de piedad, mas negando la eficacia de ella’.» (José Smith- Historia 19.)
Sabiendo lo que había visto y lo que había oído, ¿cómo podía unirse a una secta que no fuera aceptable ante el Todopoderoso? Puede que algunos de los fieles fueran «humildes discípulos de Cristo; sin embargo, [eran] guiados de tal manera que a menudo [erraban] porque [eran] enseñados por los preceptos de los hombres» (2 Nefi 28:14).
Quizás hubiera algunos que se esforzarán sinceramente en la fe, pero lo que hacían no bastaba «para enseñar a cualquier hombre la senda verdadera» (2 Nefi 25:28-29).
- José Smith supo que «el testimonio de Santiago era cierto: que si el hombre carece de sabiduría, puede pedirla a Dios y obtenerla sin reproche» José Smith- Historia 26).
También llegó a comprender que un alma era tan preciada para Dios a principios del siglo diecinueve como lo era en la época de Moisés o en el Meridiano de los Tiempos; de lo contrario, ¿por que habría de aparecer el Señor? (Véase Alma 39:17.)
- Poco después, José Smith supo «que Dios tenia una obra para [el]», y que su nombre se conocería «entre todas las naciones, tribus y lenguas» (José Smith-Historia 33).
Esta profecía se ha cumplido al establecerse La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días y predicarse el Evangelio de Jesucristo por todo el mundo.
Sí, todo empezó tan serenamente, con tanta sencillez y tan maravillosamente. Un muchacho creyente dio «un pequeño paso» y oró; el amoroso Padre Celestial escuchó y respondió. Y podemos referirnos apropiadamente al resultado como «un salto gigantesco para la humanidad».
Todas las altas torres que se hayan construido y todas las naves que se hayan lanzado al espacio palidecen en importancia al compararlas con la primera visión de José Smith. Por mucho que se eleve el hombre a los cielos, no encontrará a Dios ni vera Su faz a menos que se haga humilde, ore y escuche las verdades reveladas por medio del Profeta de la Restauración. Hay quienes han dicho neciamente: «Si quitan de esa religión a José Smith con su oración en el bosque y la Primera Visión, aceptare el mensaje». Esas personas querrían que enterráramos el tesoro de las verdades salvadoras que he mencionado, y de muchas otras, y diéramos la espalda al «acontecimiento mas grandioso que haya tenido lugar en la historia del mundo, desde los días del ministerio de Cristo hasta la gloriosa hora en que ocurrió» (Bruce R. McConkie, Mormón Doctrine, 2a. ed., Salt Lake City: Bookcraft, 1968, pág. 285). José Smith «vivió grande y murió grande a los ojos de Dios». El «ha hecho mas por la salvación del hombre en este mundo, que cualquier otro que ha vivido en el, exceptuando sólo [a] Jesús» (D- y C. 135:3).
Su oración fue… «Un pequeño paso para [un joven], pero un salto gigantesco para la humanidad. Y probó que no hay nada imposible para el hombre, si tiene fe, confía en el Señor y da un pequeño paso cada vez. » (Art Harris, «Un pequeño paso».)
Sí, «al gran Profeta rindamos honores», el que «fue ordenado por Cristo Jesús», el instrumento fundamental en la traducción del Libro de Mormón, en la restauración del santo sacerdocio, en la organización de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días y en la revelación de la plenitud del evangelio. Se que José Smith era un Profeta, porque los frutos de su labor son dulces y duraderos y porque el Santo Espíritu así lo ha testificado a mi alma. Me siento honrado en unir mi voz a las de millones de personas que testifican de su grandeza y de su di vi no llamamiento. También se que «Dios el Señor se vale de medios para realizar sus grandes y eternos designios; y por medios muy pequeños el Señor confunde a los sabios, y realiza la salvación de muchas almas» (Alma 37:7). En el nombre de Jesucristo. Amen.
























